Frente a una oposición floja, Dilma crece
ERIC NEPOMUCENO| La divulgación de los nuevos sondeos para las elecciones presidenciales dentro de menos de un año –octubre– ha sido una ducha de agua helada no sólo para los postulantes de la oposición, sino también para el conglomerado de los grandes medios de comunicación que actúan, efectivamente, en una campaña sin treguas contra el gobierno de Dilma Rousseff y su partido, el PT.Luego del fuerte bache experimentado por la presidenta en junio y julio, la aprobación de su gobierno volvió a ganar consistencia. Y en cuanto a la perspectiva de reelección, es otra vez evidente que recuperó terreno: si las urnas fuesen abiertas hoy, ella ganaría en la primera vuelta.
Existen dos clases de sondeos: aquellos cuyos resultados son difundidos públicamente y los de uso interno, encargados por los partidos y que sirven básicamente para orientar las respectivas estrategias.
Tanto en el caso de Eduardo Campos, postulante por el Partido Socialista Brasileño que muy posiblemente se presente con la ambientalista Marina Silva como vicepresidente, como de Aécio Neves, del PSDB –el Partido de la Social Democracia Brasileña–, las dos clases de sondeo no hacen más que dejar en claro que, tal como están, no llegarán a ninguna parte. Los números expuestos a la opinión pública repiten los mismos que son expuestos solamente a sus estrategas: la intención de voto por Dilma Rousseff oscila, en la media, alrededor del 44 por ciento, con picos de hasta 47 por ciento y descensos máximos a 42 por ciento. Aécio Neves no logra salir de entre el 17 por ciento y el 21 por ciento. Eduardo Campos, sin la compañía de Marina, cae a 11 por ciento. Con ella a remolque, logra llegar a 17 por ciento.
En el mejor de los casos, la oposición logra 38 por ciento de intención de voto. No supera la peor marca de Dilma, que es de 42 por ciento.
Hay otros componentes, desde luego. Los institutos no descartan la posibilidad de que José Serra, ex alcalde de San Pablo, ex gobernador de la provincia de San Pablo (que concentra más del 34 por ciento del electorado nacional) y dos veces derrotado en sus aspiraciones presidenciales, termine por imponerse a Aécio Neves como candidato del PSDB. Las posibilidades de que eso ocurra son ínfimas: Neves domina la máquina del partido y Serra cuenta con mucha más antipatía que simpatía entre los militantes. Aun así, en caso de que lo logre, Serra perdería ante Dilma.
La situación podría ponerse un poco más tensa en caso de que el escenario cambiase de manera radical y Dilma tuviese que enfrentar a Serra y Marina Silva en lugar de Aécio Neves y Eduardo Campos. Aun así, y por pequeño margen, lo más probable es que ganara en la primera vuelta.
Claro que de aquí a que comience la campaña por radio y televisión, en agosto del año que viene, muchas cosas podrán cambiar bajo los cielos brasileños. Pero no hay duda alguna en relación con por lo menos dos aspectos. Primero: Dilma se recuperó, y bien. Segundo: sus adversarios, sin excepción, perdieron puntos en todos los sondeos.
Hay una novedad, sin embargo, que acapara atenciones de los estrategas tanto de Dilma como de sus aliados, además, claro, de los de la oposición, para prevenirse a favor o en contra. Es que el 66 por ciento de los encuestados, incluso los que aseguran que votarán a Dilma, preconizan la necesidad de cambios.
¿Cuáles cambios? Cuando no son interrogados con esa pregunta específica, mencionan, de manera amplia y un tanto dispersa, mejor salud, mejor educación, menos inflación. Cuando sí lo son, repiten más o menos lo mismo, en el mismo orden, pero extienden la lista a temas como rutas, transporte público, garantías de empleo, menos corrupción.
Para el PSDB, ahí estaría el mote central de su campaña: “mudança com segurança”, o sea, cambio, pero de manera segura. Pero son incapaces de aclarar qué pretenden cambiar y qué entienden por cambios seguros. Lo que vuelve a quedar claro es la absoluta incapacidad tanto de Neves (o, en su falta, Serra) como de Campos (o, en su falta, Marina Silva) de crear y presentar un proyecto alternativo convincente. No lo tuvieron en el auge de la caída de Dilma (su gobierno tenía 65 por ciento de aprobación en marzo; se derrumbó a 30 por ciento en junio; en octubre volvió a 41 por ciento) ni lo tienen ahora. Tampoco tuvieron elementos para impedir su recuperación.
Mientras, del lado de Dilma lo que entienden tanto los del “núcleo duro” que la rodea (ministros, interlocutores y asesores con diálogo abierto) como los estrategas de su campaña es que el electorado quiere cambios en el gobierno y en la forma de gobernar, lo que no implica necesariamente cambio de presidente.
Frente a la manera amorfa con que se mueve la oposición, Dilma viene moviéndose de manera intensa, con viajes seguidos al interior del país. No será ninguna sorpresa que el slogan principal de su campaña sea precisamente requerir un segundo mandato presidencial para cambiar lo que no resultó en el primero, mientras asegura lo ya conquistado desde la ascensión de Lula y del PT a lo largo de los últimos diez años.
Mientras la oposición política patina entre un discurso sin norte, vacío de contenido y carente de propuestas, la verdadera oposición se concentra en los medios de comunicación.
Pero, por lo visto, ni siquiera eso resulta: el juicio más mediático de la historia, el histrionismo de la mayoría de los integrantes de la Corte Suprema, la imagen de líderes históricos del partido siendo conducidos a la cárcel, los titulares alarmistas sobre la inflación y la incapacidad gestora del gobierno fueron pasados por alto por el electorado.