Francisco y sus cuatro meses entre operativos de limpieza y su primera encíclica
WÁSHINGTON URANGA| A punto de cumplir cuatro meses al frente de la Iglesia Católica, el papa Francisco sigue generando hechos que consolidan lo que seguramente será el perfil de su pontificado: intentar recuperar la credibilidad de la Iglesia Católica ante el mundo a través de operativos de limpieza y transparencia contra pederastas y corruptos, allanar el diálogo con propios y extraños, y reafirmar lo esencial y sustancial de la doctrina católica tradicional, pero sin alejarse de una perspectiva pastoral que mantenga abiertas las puertas de la Iglesia.
Todo ello sin perder su propio estilo: nada de declaraciones grandilocuentes o grandes medidas. Pequeños gestos, sencillos, atados a lo cotidiano y un flujo constante de mensajes breves a modo de titulares que calen en las audiencias.
La encíclica Lumen Fidei (la luz de la fe) conocida esta semana, un texto breve en comparación con otros documentos papales (29 páginas en la versión española publicada en la página oficial del Vaticano, www.vatican.va), es en realidad una reafirmación de cuestiones esenciales de la fe católica. No hay en el texto mayor novedad o cuestiones desconocidas o novedosas. En ese sentido puede decirse que se trata de un documento “conservador”.
Es, al mismo tiempo, y como el propio Francisco lo admite, un documento de transición. “Escrita a cuatro manos”, dijo Bergoglio para reconocer que la encíclica había sido iniciado por Ratzinger poco antes de renunciar como Benedicto XVI. Francisco la retomó y la completó. Francisco es un cuidadoso de los detalles, también en la comunicación. Por eso no debe extrañar que en lugar de la tradicional foto del Papa firmando la encíclica –Francisco es el único signatario del documento porque hay un papa, no dos– la Santa Sede haya publicado una imagen de Benedicto XVI y Francisco saludándose en los jardines vaticanos el mismo día en que se difundió la encíclica.
Lumen Fidei es un texto doctrinal clásico y en eso se nota la pluma de Ratzinger y el asentimiento de Bergoglio. Pero con detalles, que los conocedores del lenguaje eclesiástico mencionarían como “pastorales” y que, sin modificar lo esencial de la doctrina, dejan abiertas las puertas para el diálogo y la cercanía hacia propios y extraños. Esa es una actitud y una decisión de Bergoglio. Para muestra, un ejemplo. Los números 52 y 53 de la encíclica llevan por título “fe y familia”. Como era de esperar, allí se reafirma la doctrina católica sobre la familia: unión heterosexual entre “un hombre y una mujer”, subrayando además “la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne”. Sin embargo, hay un detalle que puede pasar inadvertido para un lector ajeno, pero que no lo es para el propio Papa: se refiere al matrimonio como “unión estable” y no como “unión indisoluble”, como habitualmente lo hacía el Vaticano. ¿Cambiará la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio? Nada lo indica. Pero la sustitución de la palabra “indisoluble” por “estable” puede
leerse como un mensaje hacia los católicos que, aun habiéndose divorciado, rehacen su vida y siguen considerándose parte de la Iglesia. Es un recado “pastoral” más que doctrinal. En este caso, Francisco introduce en un documento pontificio lo que muchos obispos y sacerdotes hacen en todo el mundo: flexibilizar la doctrina atendiendo caso por caso y acogiendo a las “ovejas” dispersas.
Hay quienes adelantan en Roma que a esta encíclica pronto le seguirá otra de Francisco, que tendrá su eje en la bienaventuranza bíblica hacia los pobres. Cualesquiera que sean los pasos siguientes, está claro que Bergoglio no hará una revolución en la Iglesia. Tan claro como que seguirá intentando recuperar la credibilidad de la institución eclesiástica. Para ello ha decidido poner orden en la propia casa. Tomó la iniciativa contra la pederastia, decidió crear una comisión especial de cardenales –por encima de toda la estructura vaticana– para reformar el gobierno de la Iglesia y está tomando medidas para transparentar las finanzas de la Santa Sede, especialmente en el IOR (Instituto para las Obras de la Religión). Un prelado vaticano, Nunzio Scarano, está preso en una cárcel italiana bajo sospecha un delito de corrupción por 20 millones de euros, presuntamente cometido a través del IOR. A diferencia de sus antecesores, Francisco no movió un dedo para impedir que Scarano sea interrogado por la justicia italiana y termine en la cárcel.
De más está decir que todas estas decisiones de Bergoglio generan mucho malestar en los ámbitos tradicionales de la burocracia católica.
Esta semana Francisco también anunció la canonización de Juan Pablo II, un personaje reconocido por su carisma pero también cuestionado por no haber sancionado a los pederastas (fue muy destacado el encubrimiento del sacerdote mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo) y tampoco poner límite a la corrupción en las finanzas vaticanas. Francisco decidió canonizar al papa Wojtyla, pero “empató” el juego e hizo uso de atribuciones especiales para hacer lo mismo y simultáneamente con Juan XXIII, el sencillo y campesino Angelo Roncalli (1881-1963), que tuvo la valentía de dar el paso de convocar al Concilio Vaticano II.
Francisco está generando cambios en la Iglesia y en la relación de ésta con la sociedad. A su estilo, sumando gestos y mandando mensajes breves como si fueran envíos de Twitter o construcciones de titulares de los diarios. Como lo hizo el día que dijo que desea “una Iglesia pobre y para los pobres” o cuando anunció que “por mi propia salud mental, me quedo a vivir en Santa Marta, porque no quiero vivir aislado”. O ayer, cuando dijo en un discurso improvisado ante una audiencia de seis mil seminaristas “duele ver a una monja o un cura con el último modelo de auto”.
Habrá que seguir con atención sus mensajes en la visita a Brasil, del 23 al 28 de este mes. Allí estará el papa latinoamericano hablándoles a los jóvenes de todo el mundo, pero atento a la situación propia de Brasil y de la región. Será otra vez una situación inédita.
Al margen de todo lo anterior, Bergoglio no se olvida de la Argentina. Sigue con sus contactos y reuniones. Algunas públicas. Muchas privadas. Menos de las que algunos alardean, más de las que trascienden. También hay llamadas telefónicas. No habla públicamente sobre el país, pero se saca fotos. La misma metodología que cuando era cardenal en Buenos Aires. En muchos sentidos, Francisco sigue siendo Bergoglio. Eso es suficiente para generar sacudones y malestar en la anquilosada estructura eclesiástica católica vaticana. Y para continuar presente e inquietando el escenario político argentino.