Festival de Locarno, puertas abiertas para el joven cine latinoamericano
Sergio Ferrari, desde Suiza
Se abre en Suiza el Festival de Cine de Locarno, que recupera su plena forma luego de un paréntesis (2020) y una edición reducida a la mitad (2021) a causa de la pandemia. Este Locarno 75 abre sus puertas, de par en par, a la joven producción cinematográfica de América Latina y el Caribe.
La más internacional de las muestras suizas, apuesta, en especial, con una muy variada programación, mantener su lugar en lo alto del ranking europeo, codeándose en la lista de los grandes justo por detrás de Cannes, Venecia, Berlín y San Sebastián (https://www.locarnofestival.
Giona Nazzaro, el nuevo director artístico, al presentar el programa de esta 75ª edición entre el 3 y el 13 de agosto –que incluye 226 filmes de más de un centenar de países, entre los cuales 105 son estrenos mundiales–, subrayó que Locarno sigue siendo fiel a su vocación de libertad y que pretende ofrecer un espacio para descubrir y debatir el cine en todas sus formas, “con una mirada siempre firme hacia el futuro”.
Y mirar al futuro para un festival que, desde su creación en 1946, apuesta a la centralidad del cine independiente de autor, implica captar, en particular, la atención del público juvenil. Es un gran desafío enfocarse en los jóvenes que hoy tienen una relación completamente diferente con las imágenes, admite, por su parte, Marco Solari, quien desde el año 2000 preside el festival.
La digitalización y la inteligencia artificial están preparando el terreno para desarrollos inimaginables, también en el mundo del cine y de los festivales. “La tarea ya no es sólo entretener, sino también educar”, explicó Solari a la prensa a inicios de julio, y convocó a ayudar a las próximas generaciones a reconocer lo bello, lo justo, lo profundo, y a creer en los valores en los que se fundamenta, o debería fundamentarse, toda convivencia humana.
Aluvión de imágenes y sonidos
La Piazza Grande (Plaza Grande), en el pleno centro de Locarno, apenas a 50 kilómetros de la frontera con Italia y 120 de Milán, sigue siendo la principal carta de presentación del Festival de Cine de Locarno.
Con 8.000 sillas dispuestas sobre la adoquinada peatonal céntrica –algunas de las cuales se recogen a medianoche después la función–, la Piazza es una de las “salas” a cielo abierto más grandes de Europa e incluso del mundo. Puede, en su propio estilo y particularidad, competir de igual a igual con el mismo Kinépolis de Madrid, considerado el complejo más amplio del planeta, con espacio para 9.200 espectadores, pero distribuidos en 25 salas.
La pantalla gigante de la Piazza, de 364 metros cuadrados (26 ms por 14 ms), les permite a los espectadores sentarse a más de 100 metros de distancia sin que el sonido ni la imagen pierdan calidad. Medidas y dimensiones que, junto con el encanto de las construcciones antiguas que rodean el lugar, particularmente iluminado durante el festival, y con el clima estival casi mediterráneo de la Suiza italiana en agosto, convierten a la Plaza Grande en un escenario único de cine bajo las estrellas.
Allí se proyectarán diecisiete películas de once países, entre ellas diez estrenos mundiales. La selección se inaugura el 3 de agosto con Bullet Train, del director estadounidense David Leitch y con la participación de Brad Pitt y Sandra Bullock. La co-producción suizo-alemana Alles über Martin Suter. Ausser die Wahrheit (Todo sobre Martin Suter. Más allá de la verdad), estreno mundial de André Schäfer, cerrará la 75ª. edición el segundo sábado de agosto.
El sello latinoamericano estará, en esta ocasión, poco presente en la Piazza Grande. Solo el film My Neighbor Adolf (Mi vecino Adolfo), de Leon Prudovsky, co-producida por Israel, Colombia y Polonia, aporta un escenario y una temática sudamericanos.
En la Competición Oficial, de las 17 películas que disputan el Leopardo de Oro, el principal galardón locarnés, dos estrenos mundiales cuentan con presencia latinoamericana: Tengo sueños eléctricos, de Valentina Maurel, belga-francesa-costarricense, y Sermon to the Fish, de Hilal Baydarov, con participación de México, Azerbaiyán, Suiza y Turquía.
América Latina, invitada de honor
Sin embargo, Locarno 2022, que se lleva a cabo no sólo en la Piazza Grande sino también en una decena de salas diseminadas por toda la ciudad –y que funcionan desde temprano en la mañana hasta la medianoche durante los diez días–, no le da la espalda al cine latinoamericano. Desde los orígenes del festival, éste ha sido siempre un polo de atracción central para el público helvético.
La sesión Open Doors (Puertas Abiertas), resultado de la colaboración del festival con la Agencia Suiza para la Cooperación y el Desarrollo desde hace dos décadas, se centra este año en la producción cinematográfica de 22 países de América Latina, enfocándose principalmente en América Central y el Caribe. Constituye el inicio de un programa de tres años, que anticipa también para 2023 y 2024 una ventana europea de particular repercusión para jóvenes realizadoras y directores del continente latinoamericano.
Ocho largometrajes y diez cortos, reflejos del pujante cine independiente de esta región, integran el programa oficial. El público festivalero, así como centenares de productora-es y distribuidora-es, podrán acceder a películas que, normalmente, quedan fuera de los circuitos comerciales tradicionales.
Entre ellas, 90 minutos, de la directora hondureña Aeden O’Conner Agurcia; Ayiti Mon Amour, una coproducción haitiano-estadounidense de Guetty Felin; La opción cero, coproducción brasilera-cubana-colombiana de Marcel Beltrán, y Medea, de la joven cineasta costarricense Alexandra Latishev Salazar.
Completa el programa de Open Doors, el film estadounidense-jamaicano Right near the beach de Gibrey Allen; Roza, del director guatemalteco Andrés Rodríguez; Una película sobre parejas, producción dominicana de Natalia Cabral y Oriol Estrada, y Todos los peces, de la pujante directora salvadoreña Brenda Vanegas.
Luego de su estreno mundial el 8 de agosto, Vanegas animará una mesa redonda con directoras y directores invitados sobre la temática de las narrativas y las realidades de las mujeres a través del cine centroamericano y caribeño.
Una característica singular del Festival de Locarno: cuando termina cada proyección de la competición internacional, así como de algunas de otras sesiones, los respectivos directores/as, productores/as y actores/as pueden debatir ampliamente con el público –sin restricción ni credencial alguna– en un espacio particularmente democrático especialmente dedicado a este tipo de intercambio.
Un tipo de cine para cuestionar el mundo
Reflexionar sobre contenidos y anticipar los retos del cine en esta era, es parte de la pasión artística de Giona Nazzaro, el director de la muestra locarnesa, quien está ligado a la misma desde años. Nazzaro también ha sido responsable de la Semana de la Crítica del Festival de Venecia, Italia, y miembro de la Comisión de Selección del Festival de Roterdam, Países Bajos.
“La selección de películas que hemos elaborado tras proyectar y evaluar más de 3.000 títulos (de todos los formatos y duraciones) pretende ser un signo de un tiempo y de un cine en movimiento”, afirma. Un tiempo histórico que se mueve en varias direcciones a la vez y un cine que cuestiona el mundo y cómo vivir de forma responsable, de forma sostenible. “La imagen es un testimonio y una declaración de solidaridad. Incluso cuando pica y arde”, subraya Nazzaro.
Y el director concluye: “Aprender incansablemente a mirar juntos significa retomar el diálogo para redescubrir el sentido de nuestras comunidades. Constituye la lección fundamental del cine según Rossellini”.
Se dobla la apuesta y, en este caso, se afirma sin negociar, sostiene Nazzaro: el Festival de Cine de Locarno es un bastión del cine de autor. Del cine joven y emergente. Del cine que aún no ha llegado. De los jóvenes que dan sus primeros pasos. De los Leopardos de Mañana (el Leopardo de Oro es el premio más importante del festival), que forjan el cine contemporáneo más emocionante del mundo.
Se abre Locarno. Cerca, geográficamente, pero lejos, conceptualmente, de la elitista muestra de Cannes o de la aristocrática Venecia. Un festival que, aunque coquetea con las vedettes del cine norteamericano y se vuelca hacia Francia, Italia y Alemania para encontrar un perfume internacional, sigue creyendo a fondo en el cine independiente donde se impone la personalidad del director o de la directora.
Tomando distancia de los grandes estudios comerciales y permitiéndoles a las y los realizadores expresar su propia personalidad artística, sin presiones ni condicionantes. Y, sobre todo, en un ambiente cultural abierto y con una programación sin autocensuras. Se abre el telón. A soñar bajo las estrellas…