Festival de Friburgo: El cine como “pasión y sueño”, según el cineasta argentino Darío Mascambroni
Sergio Ferrari|
Aire fresco, ideas originales y juventud en expansión, definen la presencia latinoamericana en la edición 31 del Festival Internacional de Cine de Friburgo (FIFF) que se realiza en esta ciudad universitaria helvética. Punto de encuentro durante toda la primera semana de abril de profesionales del cine de 45 países que aportan 140 películas, de las cuales 10 estrenos mundiales y 70 estrenos suizos, europeos o internacionales.
Doce largometrajes de otras tantas nacionalidades compiten por el Gran Premio – del valor de 30 mil francos suizos. Entre ellos el argentino Primero Enero, de Darío Mascambroni y el mexicano El Vigilante, de Diego Ros, ambos ganadores de importantes trofeos en sus respectivos países.
Una veintena de cortometrajes se disputan su propia presea. En tanto el nuevo premio Visa Extranjera permitirá galardonar a un estudiante de una de las escuelas de cine nacionales bajo el ojo atento del jurado integrado por realizadores de Nepal que animan en esta edición la sección Nuevo Territorio.
Tema faro del FIFF 2017 lo constituyen las producciones sobre fantasmas tal como se presentan en una veintena de culturas diferentes. En tanto dos secciones (Cartas Blancas) le son ofrecidas a dos invitados de gala: el escritor norteamericano Douglas Kennedy y Freddy Buache, fundador de la Cinemateca Suiza.
La experiencia festivalera
El de Friburgo es un festival que “tiene todo lo que me gusta: mucho contacto directo con la gente; una selección muy diversa; y un concepto de cine amplio que acepta las grandes producciones y las pequeñas, sin discriminar a nadie por el presupuesto empleado”, señala Darío Mascambroni.
Su Primero Enero, luego de ganar en 2016 el premio a la mejor película en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (BAFICI), comenzó su recorrido de festivales pasando por Bogotá, Río de Janeiro, e incluso en la sección Generación del último Berlín.
Su película presenta una historia simple creada a partir de la convivencia de un padre con su hijo pequeño y de sus diferentes visiones del mundo cotidiano durante unas vacaciones en las Sierras de Córdoba, en el centro de Argentina. El divorcio reciente y el adiós a la casa de campo familiar refuerzan la emoción de la trama.
Los actores, padre-hijo en la vida real, son familiares directos de Mascambroni, que realizó su proyecto en el tiempo record de 45 días, con un gasto mínimo para la filmación de menos de 5 mil dólares y que contó con un equipo de 15 personas que trabajaron voluntariamente. El guion, que deja amplio margen de creatividad a los dos actores, se desarrolla principalmente en la histórica casa familiar de vacaciones del director, con el decorado de una desbordante naturaleza serrana que aporta frescura a la relación padre-hijo.
Con la juventud propia de sus 28 años y la sorpresa del éxito de su primer largometraje, Mascambroni subraya la importancia “del aprendizaje que significa poder participar en los festivales de cine”. Como en Friburgo, le da la posibilidad de contactos profesionales; de escuchar reacciones en directo sobre su película dialogando con el público y, además, “ver mucho cine, muy variado, comprendiendo mejor lo que hay detrás de una película ya finalizada”.
El nuevo cine argentino
Al margen de algunas películas que pueden asegurar su presencia en el circuito comercial, el resto de las producciones “siguen necesitando mucho de los festivales para existir”.
Mascambroni constata, además, que “el público argentino, al margen de los festivales, no acompaña la producción nacional. Tiene la tendencia de mirar hacia afuera y no valorar lo propio” en un espacio comercial profundamente penetrado por las cintas extranjeras, especialmente estadounidenses.
“Falta una gran tarea pedagógica con respecto al cine”, enfatiza el joven director. “Cuando miro mi infancia y adolescencia no me puedo explicar cómo no me proyectaron ciertas películas en la escuela”, constata con tristeza.
Sin perder su optimismo por el futuro del cine nacional, el realizador de Primero Enero reivindica “los avances logrados en los últimos años con la federalización del apoyo a la producción audiovisual que ha permitido que más jóvenes realizadores se lancen a hacer sus experiencias y filmen”.
Pasión y sueños
“Tengo dos pasiones en mi vida: el cine y el fútbol”, enfatiza Mascambroni concluyendo su diálogo con swissinfo.ch. Y cuando habla de pasión, lo relaciona con la capacidad no solo de vivirlas intensamente sino también de sufrirlas. “Puedo pasar una noche entera hablando sobre cine con mis amigos”, explica.
Y entre pasión y sueños, apenas un pequeño paso temporal. En 2016, el premio del BAFICI con Primero Enero, que le posibilitó, entre otras cosas, presentarla en una sala y recorrer festivales. En 2017, “ganamos un premio con Mochila de Plomo que me permite acceder a una vía de financiamiento”. Próximo paso, a partir de mayo, la filmación de la próxima película que cuenta la historia de Tomás, un chico de 13 años, el día que sale de la cárcel el hombre que mató a su padre.
Un nuevo tema de niñez-infancia que parece ya constituir el hilo rojo de la realización del director argentino. Ojos juveniles para mirar temas de adolescencia en un país donde, desde hace tiempo, el salto generacional renueva la producción cinematográfica. Y que encuentra en el FIFF una puerta de adicional para entrar al vasto circuito europeo.