Juca Ferreira, ex ministro de cultura de Brasil: “El acceso que posibilita el mercado a la cultura es del tamaño del bolsillo”
Daniel Cholakian-Nodal Cultura|
Juca Ferreira fue Ministro de Cultura de Brasil durante el segundo mandato de Lula y el segundo de Dilma Rousseff, hasta el golpe de estado que la destituyó. Durante el primer mandato del Partido de los Trabajadores ocupó el cargo de vice ministro, secundando a Gilberto Gil.
Ferreira está presentando el libro “Reflexiones sobre las políticas culturales brasileñas en el siglo XXI” editado por RGC Libros. Es un trabajo de recopilación de discursos y artículos que permiten recuperar el pensamiento político de quien fue un actor central en el proceso de democratización cultural de Brasil en los últimos 15 años.
Si en Brasil se destaca de los gobiernos del PT la salida de la pobreza de millones de personas, no es menos importante en términos de inclusión la incorporación de otros tantos a los derechos culturales y la ciudadanía. La política ejercida en tres ejes, fomento artístico, acceso a los bienes culturales y reconocimiento a los gestores de la cultura popular fueron las claves para obtener la inclusión en la dimensión simbólica.
Juca Ferreira expresa una preocupación por la cuestión de la cultura y la democracia, como lo enuncia el título que dio a su discurso de asunción en el ministerio en enero de 2015: “Cultura, elemento constitutivo de la experiencia democrática”
“Yo creo que uno de los problemas de la izquierda en América Latina es que de hecho no somos democráticos” afirma Juca Ferreira al comienzo de la conversación con Nodal Cultura. “No pensamos la necesidad de construir la democracia, somos leninistas todavía. Lenin fue genial porque percibió que había posibilidad de tomar el poder. Él tuvo la mirada enfocada en la toma del poder, profundizar la crisis del sistema e impedir la continuidad de la sociedad desigual. No desarrolló un interés especial por la democracia en ese momento. La tercera internacional ha construido una tradición de pensamiento político de izquierda que tiene poca vinculación con la democracia.
Nosotros tenemos que actualizarnos para enfrentar los desafíos de ahora. Nos falta algo civilizatorio y es la cultura la que nos permitiría tener una presencia más profunda en toda la sociedad. Puramente en plan político nosotros no vamos a lograr hegemonía como lo planteaba Gramsci. La construcción de hegemonía tiene que pasar por un agrandamiento de nuestras perspectivas. Eso creo que es parte de la crisis que estamos viviendo en Brasil y en toda América Latina.”
Conversamos con Juca Ferreira a propósito de esta cuestión, sobre su labro en el ministerio de cultura durante los períodos en que fue parte de la cartera y sobre el presente político marcado por el triunfo en las elecciones presidenciales del ultra derechista Jair Bolsonaro.
-¿Hay en el de desarrollo de las políticas culturales posibilidades de trasvasar ese nicho en el cual suele encasillarse a la cultura, como simple impulso para el arte y los artistas?
-La cultura tiene varias dimensiones. Una es necesariamente política. La crítica a la desigualdad, a la injusticia, a las trabas para el desarrollo humano es parte de la cultura. Cuando la política pierde la capacidad de tratar los temas más profundos, pierde sentido. Se transforma en superficial. Y la democracia está necesitando revitalizarse en todo el mundo. La izquierda no está sabiendo hacer la conexión con ese mundo, del cual la cultura es la principal expresión desde la década del ’60 del siglo pasado.
Los grandes procesos de transformación de subjetividad pasa por los procesos culturales. Así que hace falta una aproximación entre esos dos mundos que están separados.
-¿Ese encuentro puede hacerse desde las políticas públicas?
-Nosotros trabajamos en ese sentido a partir del Estado. Lo hicimos desde un gobierno democrático que representó una brecha en la tradición política brasilera, porque Lula ha hecho un gobierno revolucionario dentro de la institucionalidad democrática. Afectó puntos importantes de la sociedad brasileña y uno de ellos fue la cultura.
Gilberto Gil, el primer ministro de Lula, siempre estuvo ligado a la reflexión. El tropicalismo es una reflexión crítica de la sociedad. Él supo armar un equipo para construir la política cultural democrática del país. El ministerio tenía 17 años y nunca había hecho nada significativo. Aunque por allí pasaron figuras importantes como Celso Furtado y Francisco Weffort, el ministerio de cultura era un lugar donde se ubicaban a algunos funcionarios que no tenían otra cartera, pero tenían que estar cerca del gobierno. Furtado contribuía con la política económica desde cultura, Weffort contribuía políticamente dentro del gobierno de Fernando Henrique. Pero no había la noción de la importancia de la cultura para la construcción de una sociedad democrática. Fuimos nosotros los que empezamos a hacerlo.
¿Cuál era el rol y la responsabilidad del Estado democrático en la cultura? Cuando nosotros empezamos a trabajar no había mucha conciencia de la dimensión civilizatoria de la política, esa dimensión que traspasa el límite de lo cotidiano. Nosotros sabíamos que el Estado no era el actor más importante en la cultura. El 90% de la cultura es hecha por la gente, sus organizaciones, los empresarios. El Estado tiene un rol secundario, pero tiene algunos roles que son intransferibles, entre ellos posibilitar el acceso de toda la gente a la cultura.
El mercado posibilita el acceso, pero el acceso que posibilita el mercado a la cultura es del tamaño del bolsillo. Si tú eres rico, tienes acceso a todo. Si eres clase media tienes acceso a muchas cosas. Pero si tú eres pobre, quedas de la mano de la TV abierta viendo basura todo el tiempo.
–Habló de la inclusión de las mayorías a partir de las políticas culturales y en el libro refiere a esto en varias oportunidades. Más allá de la participación del Estado en el fomento a la producción cultural ¿cómo trabajaron desde el ministerio para garantizar el acceso a la cultura a toda la población?
-Cuando Gilberto Gil asumió en el ministerio, yo era el Secretario Ejecutivo, el vice ministro. Al asumir comprendimos que, en el sentido más profundo de nuestro trabajo, la mayoría de la gente en el gobierno la gente no tenía noción de la importancia de la cultura. Pensaban que nuestro rol era organizar a los artistas para apoyar el gobierno. Entonces teníamos que explicar que no era ese nuestro rol. Solamente Lula comprendía lo que nosotros planteábamos y por eso pudimos ir a fondo con el proyecto de cambio. Porque Lula nos apoyaba y hacía que nos dejaran trabajar.
Por ese entonces el ministro de Comunicación, Luiz Gushiken, dio una entrevista y dijo que a partir de ese momento el Estado iba solo a financiar proyectos culturales que tuvieran una contrapartida social. La idea que proponía era que el hecho en sí –cultural o artístico- no tenía importancia. Lo importante era si ponía un bus con niños de una escuela pública para ver la película que había financiado. Una suerte de compensación social. Nosotros nos quedamos mal con esa declaración. Le propuse a Gil que él como ministro se mantuviera a resguardo y yo salí a responder en una entrevista, diciendo que la sociedad necesitaba hechos artísticos y culturales. Fue un enfrentamiento importante, porque desde un ministerio secundario contestamos a uno de los principales estrategas del gobierno. Lo hizo un funcionario secundario de un ministerio secundario. Pero teníamos un ministro como Gilberto Gil, que fue fundamental, porque con esa tranquilidad que lo caracteriza, fue construyendo el proyecto.
Rápidamente percibimos que teníamos 3 dimensiones para trabajar. La primera es la dimensión simbólica de la cultura en la sociedad. No existe una sociedad sin dimensión simbólica. Cuando esta se diluye, la cohesión social se diluye también y todo pierde parte del sentido. Es importante desarrollar las artes, porque aportan a la construcción de un universo simbólico que finalmente traspasa la propia instancia artística.
La segunda es la dimensión ciudadana. La cultura es un derecho fundamental como lo es la alimentación, la vivienda o la salud. Esa dimensión fue la más difícil de desarrollar para nosotros. La sociedad brasileña naturalizó la desigualdad, entonces tuvimos que convencer de la idea de que todos tienen derechos. Encomendamos una investigación al Instituto de Estadísticas de Brasil y los números que obtuvimos fueron impresionantes. Poco más del 5% de los brasileños habían entrado alguna vez a un museo. Solo el 13% iban al cine y con baja frecuencia. Se leían 1,7 libros per cápita al año. Más de 80% de los municipios no tenían un cine, un teatro ni una biblioteca. Entonces empezamos a instalar la idea que del Estado tenía obligación de poner una estructura pública a disposición del acceso a la cultura.
La tercera dimensión era que el Estado tenía que reconocer el protagonismo cultural de la gente. De ahí nacieron los Puntos de Cultura, los sistemas de financiación de cultura indígena, de cultura quilombola, de cultura de juventudes de periferia. Eran financiamientos de montos pequeños pero muy eficientes. Porque la gente con esas pequeñas cantidades hacía muchas cosas. Era el Estado reconociendo a quien produce cultura.
Una vez, cuando era ministro, me invitaron a visitar una ciudad del interior de Pernambuco.
Ahí había una orquesta sinfónica de jóvenes labradores. La historia de su origen es que un labrador migró a San Pablo, estudió música, se transformó en un director de orquesta. Pero su interés no estaba en dirigir orquesta y volvió a su comunidad. Allí armó una escuela. Los jóvenes trabajaban en la labranza hasta las 3 de la tarde y después iban a la escuela, con los instrumentos que de a poco el mismo maestro fue comprando. Y cuando los escuché tocaban Mozart, Villalobos, Bach y lo hacían realmente muy bien.
Hay montones de iniciativas que nadie conoce. Bibliotecas comunitarias, más de 6000 cine clubes en todo el país. ¡Es increíble con lo que nos encontramos! La desigualdad y la ausencia del Estado crearon la necesidad de construcción de estructuras y procesos culturales autónomos que eran desconocidos e invisibles.
Nosotros entendimos que debíamos estimular esos proyectos sin cooptar ni tener la preocupación de estatizar, sino por el contrario protegerlos de cualquier proceso, poniendo a disposición una pequeña cantidad de dinero y equipos digitales con el entrenamiento necesario. O sea lo principal era estimular el protagonismo de la gente, poniendo a disposición medios y conocimientos en procesos que ellos por si solos no tendrían acceso.
-En varios de sus textos habla de la relación entre la cultura y la felicidad de la gente, lo cual no es muy usual
-Yo trabajo con ese concepto todo el tiempo. Yo empecé mi vida inteligente en la década del ‘60 del siglo pasado y traigo algo de esa sensibilidad de rupturas, de construcción, de nueva visión del mundo, de nuevos comportamientos. Luego fui más radical durante el tiempo de la resistencia a la dictadura. También me sentí muy próximo de los hippies, de los que incorporaron las elecciones orientales. De esas experiencias me quedó la idea de que el significado de todo se sostiene si representa una elevación de la posibilidad de felicidad de los individuos y de las colectividades. Eso es una referencia para mí. La libertad de expresión y creación son necesidades humanas que si tu liberas crean un espacio de felicidad. Lo mismo que la posibilidad de tener acceso a una vida digna.
Yo soy de Bahía, de Salvador, cuando yo era ministro una vez fui allí de visita oficial. Como a la tarde no tenía nada que hacer, me puse una ropa común y fui a pasear. Me encontré con un viejo amigo que era artesano y vendía sus cosas en la calle. Me hizo sentar con él, quería ver si el ministerio me había cambiado y nos quedamos conversando. Faltaba poco para la navidad y le pregunté si tenía hijos, y hablamos de ellos y de las fiestas. Entonces él me dijo: “La navidad es la peor época del año para un pobre como yo, porque los niños quieren regalos y yo no puedo mantener el mito de Papa Noel porque no tengo dinero para regalos”. O sea, la pobreza saca las mínimas posibilidades de dignidad. Toda construcción de igualdad tiene un efecto sobre la posibilidad de felicidad para toda la gente.
-La mayor parte de las críticas que he escuchado a su gestión es que no han cambiado los mecanismos de mecenazgo y la Ley Rouanet
-El mecenazgo en Brasil es una farsa, yo digo eso con tranquilidad. Desde que llegamos nosotros empezamos a estudiar la Ley Rouanet, pero lamentablemente es un simulacro que genera atracción para una parte de la cultura. Para los que tienen acceso, y para los que tienen el deseo de tenerlo.
¿Qué dice la Ley Rouanet y las leyes semejante en los Estados y municipios? Hasta 6% de sus impuestos un empresario los puede aplicar en la cultura. Pero al aplicarlo obtiene el 6% de descuento en sus impuestos. O sea, el dinero que pone en la cultura no es de él, es plata pública. Además el empresario define a qué proyecto lo aplica. O sea, es dinero público que es utilizado según los criterios privados. ¿Y cuáles son los criterios privados? A veces tienen algo de cultural, pero lo que en verdad quieren es fortalecer la marca de su empresa. El problema no es de la empresa, es de la ley.
Hicimos un estudio y las empresas que utilizan la Ley Rouanet disminuyen los gastos en marketing, porque el gran marketing es su presencia en el arte, que está financiada por el dinero público.
La Ley Rouanet dispone más plata que el Ministerio de Cultura para hacer todo lo que tiene para hacer. ¿Qué generó? Una gran concentración, 80% de la Ley Rouanet se aplica en cultura de San Pablo y Rio de Janeiro, las capitales. Hay regiones de Brasil que tiene 0,00 y un poco por ciento. El Nordeste, que es una región muy rica en cultura, apenas tiene el 5% de acceso a los fondos de la ley. Entonces es utilización de plata pública a través de criterios de marketing privado.
Nosotros promovimos una ley llamada Pro Cultura que fue aprobada en la Cámara de Diputados y ahora está parada en el Senado. Yo recorrí Brasil haciendo durante 10 años y discutiendo con los artistas hasta convencerlos de que debíamos cambiar la ley. Lamentablemente no pudimos cambiarla
-¿Cómo analiza la situación creada en Brasil con el triunfo de Jair Bolsonaro, lo que está pasando y lo que viene, cuál será el lugar de la cultura?
-El comportamiento en la cultura, las artes, los artistas y los que hacen cultura, cuando vieneun cambio político es muy complejo. Hay los que piensan que es mejor quedar cerca de quién tiene el poder para tener algún beneficio. Hay los que son cooptados por algo, plata, ideología o alguna otra cosa. Sin la gran mayoría de la cultura brasileña tiene una posición contraria al golpe que destituyó a Dilma y principalmente ahora con Bolsonaro.
La cosa más importante que aconteció en el proceso electoral fue la multiplicidad de manifestaciones contrarias al fascismo y a favor la democracia. Hasta una manifestación de payasos tuvimos, increíble. Porque payasos con nariz roja, andando por las calles contra el fascismo. Eso es nuevo en Brasil, muy nuevo. Esas movilizaciones son algo nuevo y un reconocimiento que vivimos algo importante con Lula en Brasil. La posibilidad de desarrollar al país y al mismo tiempo mirar a la gente con cariño. Incluir gente. Más de 40 millones de personas salieron de la miseria, de la pobreza absoluta en Brasil con el gobierno de Lula. Y es una experiencia que no hay manipulación de opinión pública que sea imposible apagar por completo.
Bolsonaro tuvo poco más de 30% de los votos de los electores totales. Haddad tuvo algo más del 20% y la gran mayoría anuló su voto, no participó de la elección. Entonces ahí tenemos una realidad compleja que es necesario revertir.
-¿Bolsonaro va a tener alguna política sobre la cultura?
-Va a intentar ir contra la libre manifestación, va a imponer dificultades y creo que va a llegar la represión. Nosotros vamos a tener una represión selectiva en Brasil. Pero Brasil no cabe dentro del proyecto que está en marcha con su gobierno, el proyecto neoliberal contra la soberanía brasileña. Están vendiendo nuestras reservas naturales, incluso de petróleo. Están sacando derechos que la población conquistó desde los tiempos de Getulio Vargas. Entonces va haber resistencia y va haber represión, yo no tengo dudas.
Pero no va a ser una represión tonta como fue en la época de los militares, va a ser una represión muy direccionada. Primero creo que el MST (Movimiento Sin Tierra) y el MTST (Movimiento Trabajadores Sin Techo) van a ser las primeras víctimas, después el PT y los liderazgos sociales.
Así van a conformar ahí un Estado autoritario, ese es el proyecto. ¿Va a lograr hacer eso? No sé, depende de la resistencia de la sociedad.