Evo Morales desmonta ocho mitos de la política boliviana

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Hugo Moldiz Mercado

Evo Morales es un líder político fuera de serie. La fuerza de su liderazgo, fundada en el protagonismo de los movimientos sociales, se está encargando de romper con varios mitos de la historia de Bolivia, pues nunca, como ahora, se había conocido con tanta certeza y anticipación el nombre del seguro ganador de las elecciones nacionales.

Salvo un acontecimiento de gran magnitud que cambie el rumbo del proceso político abierto políticamente en abril de 2000 y electoralmente en diciembre de 2005 –lo cual es bastante improbable-, el próximo 12 de octubre el líder indígena se alzará con una doble victoria que no registra antecedentes en la abigarrada y convulsa historia boliviana: será el primer presidente que cumple tres mandatos continuos -uno con el viejo estado (en realidad se acortó en un año para adelantar las elecciones y dos (de cinco años cada uno) con el Estado Plurinacional) y en 2020 será el que más años ha ejercido la condición de presidente democrático (14 años).

La primera, que echa por tierra la matriz de opinión imperial y de sus aliados locales que tratan de presentar la idea de un gobierno no democrático, es posible por el carácter originario que tuvo la Asamblea Constituyente, cuya aprobación de la Constitución Política del Estado con un 62% dio paso al inicio de una nueva época, caracterizada por una ampliación de la democracia. El pueblo vota, elije, participa y decide. Hay un tránsito de la democracia formal a la democracia sustantiva, del reconocimiento formal de los derechos a la materialización sustancial de los derechos.

La segunda, producto del proceso político más profundo de la historia Bolivia, muestra un líder fuera de serie que ha superado al líder de la revolución del 52, Víctor Paz Estennsoro, quien acumuló 12 años al frente del país de manera discontinua (1952-56, 1960-64 y 1985-89). Pero no solo lo supera en cantidad de años al frente del Estado a partir de la fuente democrática, sino en la naturaleza del proyecto que impulsa. Esta no es una revolución para instalar en el poder a una protoburguesía, como ocurrió en 1952, sino para constituir un bloque en el poder bajo liderazgo indígena campesino, obrero y popular.

De esta manera, éste ícono de la lucha de los pueblos indígenas y originarios de todo el mundo y que condensa los sueños y las esperanzas de una patria emancipada, está desmontando ocho mitos que acompañaron la teoría y la práctica política en Bolivia.

El primer mito que Evo Morales se ha encargado de desmontar es que la diversidad clasista y nacional-cultural boliviana impide que cualquier candidato obtenga más del 50% mas uno en la primera vuelta. El líder político, después de una exitosa entrada en las elecciones de 2002 –cuando se ubicó en segundo lugar con un 20,9%-, salió victorioso con un 54% en diciembre de 2005 y cuatro años después conquistó el 64% de respaldo, además del 67% que alcanzó en el referéndum revocatorio del 10 de agosto de 2008.

En las elecciones del 12 de octubre, tal como muestra el último estudio de intención de voto publicado el viernes 3, Morales recibe un respaldo de 59 por ciento. Cuando se toman en cuenta los blancos y nulos, y la votación de sectores del área rural donde no llegaron los sondeos, entonces no es aventurado señalar que la #OlaAzul esté en posibilidades de rebasar el promedio del 64%.

De acuerdo a las encuestas que miden la intención de voto desde hace varios meses, el candidato del proceso de cambio se ubica en un 60% promedio, con las posibilidades reales de llegar a un 70%, frente a su inmediato seguidor que el sondeo más optimista le da un máximo de 19%. La ventaja de Morales podría aumentar en los próximos días debido a que una parte de los indecisos, estimados en 10%, vaya a su favor y/o el ultraconservador Tuto Quiroga le quite más puntos al empresario Samuel Doria Medina.

El segundo mito que echa abajo es que el Estado es mal administrador. Morales está demostrando que el Estado en manos de una dirección revolucionaria es un instrumento –además de las otras funciones que cumple- que conducido con honestidad –sin que eso impida la presencia de algunos vivillos- es capaz de administrar eficientemente los bienes comunes para la búsqueda del bien común.

El Estado, de esta manera, no queda subsumido a las fuerzas ciegas de la economía de mercado, que en realidad es un mito pues lo que hace es subsumirse a empresas transnacionales en un modelo neoliberal, sino que con la titularidad de un nuevo bloque en el poder (indígena campesino obrero y popular) queda en función de los intereses de la patria y de la inmensa mayoría de la población.

El tercer mito que el jefe del Estado Plurinacional se encargó de echar abajo es que “la gestión desgasta”. De acuerdo a todos los sondeos de opinión que se han hecho en este su último mandato, Morales se ha mantenido con el promedio de 60% de respaldo a su gestión. Los niveles de aprobación que registran las encuestas de agosto y septiembre superan el 70%. Solo en algunos meses de 2011, cuando se produjo el intento de nivelación del precio de los carburantes y la intervención policial a la marcha indígena, la popularidad descendió a un promedio del 50%. La gente valora las obras que hace, la intensidad del trabajo que despliega y la honestidad que demuestra.

El cuarto mito que desmorona es pensar que Bolivia requiere de los consejos del BM y el FMI para tener un buen modelo económico. Todo lo contrario, al distanciarse de esas recomendaciones Morales ha logrado el comportamiento más exitoso de la historia económica boliviana: el PIB casi se ha quintuplicado (de 6 mil a 32 mil millones de dólares), las exportaciones estancadas en 1.000 millones de dólares al año durante dos décadas de neoliberalismo se han multiplicado por 10, el ritmo de su crecimiento ha ubicado a Bolivia en la segunda economía de la región en 2013 y que anticipa ratificarse este año. Con estos resultados, producto de la política de nacionalizaciones y la aplicación de un modelo que genera excedentes y los redistribuye con distintos mecanismos a la población (provocando un énfasis en la demanda interna), la mayor parte de la población se inclina por mantener la estabilidad política, económica y social.

El quinto mito que se desmonta es que Bolivia necesita de los Estados Unidos y los países del capitalismo central. Lo que hace Evo Morales, después de haber nacionalizado el gobierno y los recursos naturales para beneficio de todos los bolivianos, particularmente para los más necesitados, es confirmar aquel dicho del desaparecido líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz: “no somos dependientes por ser pobres, sino pobres por ser dependientes”. La puesta en marcha de una política exterior soberana y diversificada ha colocado a Bolivia en la vitrina mundial varias veces.

En sexto lugar, se ha roto el mito de que “los indios no saben gobernar”. Con ello se ha abierto un proceso de descolonización de las estructuras políticas, materiales y simbólicas que le otorgaban a la “blanquitud” una superioridad sobre la “indianitud”.

El actual proceso de expansión hegemónica hay que entenderlo desde ese punto de partida. Apertura para la incorporación de todos y cohesión del bloque indígena campesino obrero y popular para que mantenga, no sin disputa por otra parte, la dirección de la revolución.

En séptimo lugar, a manera de condensar todo lo anterior, es demostrar que un gobierno de izquierda puede ser eficiente. Atrás queda el prejuicio sobre la participación y el liderazgo estatal. Evo Morales está demostrando que se puede redistribuir la riqueza y hacer obras de envergadura sin poner en riesgo la estabilidad económica del país.

Es más, lo que hace el gobierno con bastante inteligencia es lograr un equilibrio entre la eficiencia económica y la eficiencia social, una combinación de dos variables que demuestran que la política es la economía concentrada como diría Lenin. Economía y política no están separadas como defienden los pensadores liberales.

En octavo lugar, quizá de alcance estratégico, es demostrar que un proyecto anti capitalista –el socialismo comunitario para el Vivir Bien- es lo que Bolivia necesita para continuar por el rumbo de la soberanía política y la independencia económica. La experiencia de los últimos nueve años demuestra que el proyecto socialista y comunitario no le quito inmuebles a nadie ni se metió a regir la vida de nadie. Es decir, se destruyó el mito de que el socialismo es malo.

Ahora bien, nada de esto habría sido posible sin la irrupción de los movimientos sociales, particularmente indígena campesino, cuyas primeras victorias empezaron a conquistarse, una tras otra, desde abril de 2000 con la “guerra del agua”, cuyo efecto nacional ni siquiera fue previsto por sus actores. Por eso, la revolución boliviana de ahora, la más profunda de toda la historia, hay que situarla desde principios del siglo XXI.

La protesta, de esta manera, se convirtió en el espacio de construcción del sujeto histórico y de su agenda (programa). La activación de las democracias participativa, directa y comunitaria no solo debilitaron aún más al raquítico estado aparente y su “democracia de pactos”, sino que inauguraron una revolución con perspectiva anti colonial, anti capitalista y anti imperialista.

Entre 2000 y 2014, la revolución ha pasado por distintos momentos –dos gloriosos y uno de construcción de las bases materiales- y ahora ingresa a su momento de expansión hegemónica. Pero, el común denominador de todos esos momentos, antes y durante el gobierno, es el liderazgo del bloque indígena campesino, obrero y popular.

Por tanto, las elecciones del 12 de octubre y la inevitable derrota de la derecha sintentizarán el paso de la revolución boliviana a su momento de expansión hegemónica, fundada en la articulación entre un liderazgo fuerte y vigorosamente constructor con un protagonismo de los movimientos sociales. El proyecto poscapitalista, condensado en el Socialismo comunitario para el Vivir Bien o, como dijera el canciller David Choquehuanca en el Foro de Sao Paulo, el Socialismo por la Vida se abre paso.