ESPECIAL: A 40 años, todos los fuegos de Julio Cortázar

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Julio Florencio Cortázar Scott nació en el 26 de agosto de 1914 en Bruselas. Hijo de padres argentinos, llegó por primera vez a Buenos Aires a los cuatro años. Creció en Bánfield, se graduó como licenciado en letras y maestro de escuela. Durante varios años trabajó como maestro rural en varios pueblos del interior de la Argentina. En 1938, bajo el seudónimo Jorge Denís, publicó su primer libro, Presencia, de sonetos “muy mallarmeanos”, según él mismo los calificara. En 1949 se publica su poema dramática, Los Reyes.
En 1944 obtuvo un puesto de profesor en la Universidad de Cuyo, donde participó activamente en manifestaciones contra el naciente fenómeno del peronismo. Cuando el general Juan Domingo Perón ganó las elecciones, abandonó el cargo universitario para no ser despedido y volvió a Buenos Aires, donde trabajó en la Cámara Argentina del Libro. Su primer cuento, La Casa Tomada, fue publicado en 1946 un periódico literario llamado Anales de Buenos Aires, por iniciativa de su director responsable, quien era nada menos que Jorge Luis Borges.
Por aquella época, Borges admitía que no conocía bien la obra de Cortázar, “pero lo poco que conozco de ella me parece admirable y me siento orgulloso de haber sido el primero en publicar una obra suya. Siendo yo editor de una revista llamada Anales de Buenos Aires, recuerdo la visita de un joven alto que se presentó en mi oficina y me tendió un manuscrito; le dije que lo leería y que volviera al cabo de una semana. La historia se titulaba La Casa Tomada; le dije que era excelente, mi hermana Mora la ilustró”.

 

En 1951, Cortázar publica su primera gran obra narrativa, Bestiario. Ya surgía el Cortázar de fantasía desbordante, creador de nuevos mundos destinados a albergar su obra futura. “Yo estaba completamente seguro de que todas las cosas que iba guardando, digamos desde 1947, eran buenas, algunas incluso muy buenas, como ciertas historias de Bestiario. Sabía que nadie antes de mí había publicado cuentos como aquéllos en español, al menos en mi país. Existían otras cosas, como los admirables relatos de Borges, pero lo que yo hacía era diferente”, comentaría años más tarde.

Poco después de la publicación de Bestiario, descontento con los rumbos del peronismo, abandona la Argentina para radicarse en París, donde trabajaría como traductor en la ONU.

En 1960, publicó su primera novela, Los Premios. En 1962, aparece Rayuela, destinado a convertirse en el primer gran éxito internacional del boom de la literatura latinoamericana de esa década. En 1968 se incorpora a la vida política, inicialmente como defensor de la Revolución Cubana. En 1973, con los golpes de Estado en Chile y Uruguay, que inician la “década negra”, Cortázar luchará contra la represión política, que a partir de 1976 se abate también sobre Argentina.El refinamiento literario de Julio Cortázar, sus lecturas casi inabarcables, su incesante fervor por la causa social, hacen de él una figura de deslumbrante riqueza, constituida por pasiones a veces encontradas, pero siempre asumidas con él mismo, genuino ardor. Julio Cortázar murió en 1984 pero su paso por el mundo seguirá suscitando el fervor de quienes conocieron su vida y su obra.

 

El 12 de febrero de 1984 murió Julio Cortázar, un gran referente de la literatura latinoamericana. Algunos de sus cuentos y novelas fueron traducidos a numerosos idiomas, utilizados en campañas de alfabetización y siempre acompañó las denuncias a las violaciones a los derechos humanos en la región. A 40 años de su muerte,  le dedicamos un suplemento especial para recordar sus múltiples facetas, incluida la política.

*Reseña de Álvaro Ramis

Julio Cortázar, el autor que sorprendió durante el boom latinoamericano

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Andrea Ochoa

Uno de los autores clave del “boom” latinoamericano en la década de los sesenta es sin duda Julio Cortázar. Originario de Argentina, este autor se consagró gracias a una de las obras que revolucionó las letras hispanas: Rayuela .

Considerado como un maestro en el género del cuento, Julio Cortázar también escribió prosa poética, narración breve y novelas, entre los que destacan Bestiario, Historias de cronopios y de famas, 62 Modelo para armar, entre otras.

A continuación, te contamos lo que debes saber sobre la vida y obra de Julio Cortázar, el revolucionario autor de Rayuela.

Julio Cortzar en la calle París
De ascendencia argentina, Julio Cortázar vivió la mayor parte de su vida en Europa.

¿Quién fue Julio Cortázar?

Julio Cortázar fue un escritor, intelectual y traductor argentino, considerado como una de las figuras clave del “boom” de la literatura hispanoamericana junto con Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa en la década de 1960, gracias a sus cuentos, prosa poética, narración breve y novelas.

Cortázar nació en Bélgica, ya que su padre trabajaba para la embajada argentina en aquel país, pero creció en Argentina y estudió Letras y Filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Aunque no terminó sus estudios, trabajó como profesor de literatura en la Universidad de Cuyo.

Julio Cortázar abandonó la universidad con la llegada al poder de Perón, pero en 1951 publicó Bestiario, su primera antología que le valió cierto reconocimiento. Posteriormente, se exilió en París, en donde escribió su más grande éxito en 1963: Rayuela.

A pesar de la instauración de la democracia en Argentina, Cortázar estableció su hogar en Francia y obtuvo dicha nacionalidad en 1983. Un año después, falleció a causa de leucemia, por lo que sus restos descansan en el cementerio de Montparnasse.

¿Qué géneros literarios escribió Julio Cortázar?

Julio Cortázar se considera un maestro en el género del cuento, aunque también escribió prosa poética, narración breve y novelas, por lo que es considerado uno de los autores más innovadores y originales de su época.

A través del cuento fantástico, Cortázar indagaba en las facetas inquietantes y enigmáticas de lo cotidiano, con una singular capacidad para fusionar la realidad con la ficción, obteniendo como resultado obras ejemplares.

El género por el que es más reconocido Cortázar es el «realismo mágico».

 

¿Cuál era el estilo de Cortázar?

Tanto los cuentos como las novelas de Cortázar rompieron los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal, por lo que algunos críticos suelen clasificar su obra dentro del realismo mágico o el surrealismo.

Temáticas como el instinto, el azar, el goce de los sentidos, el humor y el juego, son parte de las obras de Cortázar, los cuales cuestionan la formulación de la propia existencia en el mundo.

¿Cuáles son las obras más importantes de Julio Cortázar?

Aunque la novela más famosa de Julio Cortázar es Rayuela, existen muchas obras reconocidas de este autor. Entre sus primeras publicaciones, se encuentran Bestiario, antología publicada en 1951 en Buenos Aires; así como Presencia y Los reyes, una reinvención del mito del Minotauro.

Otras de sus grandes obras, son Historias de cronopios y de famas, 62 Modelo para armar, Octaedro, Final del juego y La isla a mediodía, entre otros relatos. Asimismo, cuentos como Casa tomada o Las babas del diablo fueron llevados al cine.

¿Por qué “Rayuela” es la obra más famosa de Cortázar?

Escrita en París y publicada por primera vez en España en 1963, Rayuela de Julio Cortázar es considerada su obra más famosa, la cual le valió el reconocimiento internacional, formando parte del boom latinoamericano en la década de 1960.

El protagonista de Rayuela es un álter ego de Cortázar, Horacio Oliveira, quien narra el itinerario de un intelectual argentino en París en la primera parte, y posteriormente en Argentina en una segunda parte. En una tercera sección, agrega una serie de anotaciones, recortes periodísticos, poemas y citas.

Sin embargo, la característica que sobresale en esta novela es el orden para leerla: Cortázar propone dos maneras de hacerlo, de principio a fin, o intercalando los capítulos, en un orden especificado al inicio de esta.

Así, esta historia relata las desavenencias amorosas entre La Maga y Horacio Oliveira, los conflictos intelectuales de Horacio, y el choque cultural de la época. Por ello, esta novela se considera un emblema de la cultura argentina de ese momento, a pesar de las duras críticas que recibió el autor al momento de su publicación.

Como dato curioso, parte de los derechos de autor de Rayuela, fueron destinados por Julio Cortázar para ayudar a presos políticos, ya que siempre se consideró a sí mismo como un revolucionario, a favor de la democracia y la libertad en su país.

 

Julio Cortázar y la democratización de la novela

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¿Qué habrá sospechado Alicia en ese minuto decisivo, ese fugaz minuto que escapó volando -antes que ella- y atravesó el espejo rumbo al país de las maravillas? Seguramente no sospechó que las bellas, pequeñas y sofisticadas máquinas con las cuales iba a encontrarse cambiarían totalmente la historia de su vida. No. No lo sospechó siquiera y ella también, como el minuto, atravesó el espejo y entró en la computadora. Y en ese país de las maravillas, que ya no era el mismo de antes, el que alguna vez había visitado, la reina de los robots la perseguía por el largo camino que llevaba hacia el satélite de cristal. Pero Alicia ya no tenía la seguridad de que tarde o temprano llegaría sana y salva a su destino como antes, dependía de quien manejara el computador.

Tal vez el niño que lo hacía decidía que ella debería ser presa por la reina de los robots y la dejaba detenida para siempre en la laguna de los encierros, y no regresaba jamás a casa, o tal vez decidía convertirla en pájaro y regresaba a casa volando. El final ya no pertenecía a quien la había creado y mucho menos a ella… Esa incertidumbre sobre el final de la historia de Alicia podría pasar con cualquier historia. Cualquier mundo podría ser transformado, cualquier personaje podrá vivir distintas realidades cualquier final podrá tener muchos finales, de acuerdo al lector.

A pesar de, tal vez, romper las normas académicas, inicio con este pequeño texto para ejemplificar la utilización de la metaficción en la actualidad. La computadora permite crear una verdadera historia metaficcional interactiva, multiplicando la imaginación y la creatividad entre el escritor y el lector que deja de lado su papel pasivo. Hoy, distintas plataformas informáticas o las propias redes sociales permiten un intercambio directo entre escritor y lector. Se está construyendo una ficción literaria que cuestiona la propia ficción, al punto de poner en duda en qué momento la obra es ficción o realidad. Esto genera ciertas interrogantes. ¿La creación literaria se democratiza? ¿Se destruye la literatura?

Sin embargo, está realidad que estamos viviendo hoy, no tuvo su génesis en los ingenieros informáticos, en quienes crearon programas de hipertextos, tiene su origen en la novelas metaficcionales. Estas novelas, en un comienzo experimentales, buscaban involucrar al lector en la ficción, buscaban despertar los sentidos del lector, advirtiéndole que lo que estaba leyendo era ficción y podía intervenir en el desenlace. De alguna forma el escritor de una novela de metaficción, quería decirle a lector: esto que estás leyendo es inventado, por lo tanto tu tienes el derecho a intervenir, los límites entre la realidad de esta historia inventada por mi y la ficción propiamente dicha los pones tú. Es un llamado al lector a cuestionar los cordones de la verosimilitud y la relación entre ficción y realidad. Cómo señala Francisco Orejas, la metaficción literaria cuestiona al realismo narrativo:

Obras de ficción (fundamentalmente en prosa, de carácter narrativo) escritas a partir de los años sesenta (lo que no significa que la tendencia haya surgido en ese momento), que exploran los aspectos formales del texto mismo, cuestionan los códigos del realismo narrativo (en ocasiones, sirviéndose de ellos) y, al hacerlo, llaman la atención del lector sobre su carácter de obra ficticia, revelando las diversas estrategias de las que el autor se sirve en el proceso de la creación literaria. Sus aspectos más destacados son la autoconsciencia, la autorreferencialidad, la ficcionalidad y la hipertextualidad.” (Orejas, 2003, pp. 113)

Luis Veres, por su parte, caracteriza a la metanovela por la intención del autor “de dificultar al lector una lectura inocente del texto, recordándole constantemente la naturaleza artificiosa del texto con el intento subyacente de estimular una reflexión sobre la función y los mecanismos de la literatura y, por ende, de la realidad” (Veres 2009, pp. 1)

Tanto Orejas como Veres, colocan al escritor de una metanovela, como una persona cuyo propósito es estimular en el lector la reflexión filosófica del sentido de la literatura y los mecanismos utilizados en la creación literaria.

Si bien, en buena parte esa es la intención, creo que hay algunos escritores que utilizaron la metaliteratura como una forma de involucrar al lector de darle una mayor participación en la acción de la trama, no solamente en la reflexión. Se busca que el lector a veces pueda ser una especie de coautor o incluso personaje de la novela, según como se quiera asumir. Tal vez el mejor ejemplo de esa apertura a la participación directa del lector es Rayuela, de Julio Cortázar.

La aclaración del comienzo de Rayuela es elocuente. Ahí está clara la intención de Cortázar de provocar al lector e invitarlo a que siga su propio camino. Es una forma de decirle: aquí está mi novela, sin embargo no te voy a llevar de la mano por la trama, tu tienes la libertad, de buscar tu propio camino, o construirlo. Le está diciendo al lector que puede ser coautor y, tal vez, personaje si quiere serlo, sino puede seguir siendo un simple lector.

TABLERO DE DIRECCIÓN: A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades siguientes:

El primer libro se deja leer en la forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue.

El segundo libro se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo. En caso de confusión u olvido, bastará consultar la lista siguiente: …. (Cortázar, 1963, pp. 1)

La metaficción tiene raíces lejanas en el propio Quijote, pero uno de los primeros que asumió su papel fue Macedonio Fernández, y lo explica señalando que él quiere ganar al lector como personaje. Su influencia en la obra de Cortázar, se evidencia claramente en Rayuela. Si Macedonio Fernández buscaba un lector-personaje, Cortázar busca un lector-cómplice en todos los sentidos: cómplice del autor, cómplice de los personajes, cómplice en el padecimiento de crear una novela:

«…la de hacer un cómplice, un camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al del autor. Así el lector podría llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y de la misma forma» (Cortázar, Capítulo 79)

De la misma forma que busca un lector activo, que llama al lector a transgredir las supuestas normas de la novela, Cortázar da el ejemplo y transgrede las normas, entonces Morelli puede ser personaje, autor, lector y crítico, puede asumir varias voces. ¿Cuál es la voz de la realidad? ¿Cuál es la voz de la ficción?

Pero para seguir rompiendo las normas, vuelvo al comienzo. Hoy con la tecnología informática podríamos construir una novela verdaderamente abierta, como lo intentó Cortázar con Rayuela, como lo intentaron tantos sin conseguirlo, y finalmente conseguirlo. A través de plataformas informáticas, de redes sociales como Facebook se puede construir una novela que se va leyendo y según lo que se va opinando, las páginas que siguen pueden ser distintas.

En el 2018 puede ocurrir que no aceptemos algunos hechos ocurridos en el año 70, entonces le cerremos esas alternativas. Participaría de la misma el azar y el tiempo transcurrido; permite a un escritor hacer una obra de fabulosa magnitud, una obra que ya no sería de él, sino de todos los que pueden acceder a ella. Y el autor, a su vez luego puede volver a leerla e introducirle otras alternativas. La novela se humaniza porque el lector participa de verdad…

Al leer Rayuela, por ejemplo, nos enterábamos de todas las variantes que se le habían ocurrido a Cortázar. En una creación colectiva, usando las tecnologías informáticas, no pasaría eso porque permitiría dejar leer las variantes según la opinión de cada uno sobre el hecho anterior.

Vuelvo a las preguntas mencionadas anteriormente. ¿La creación literaria se democratiza? ¿Se destruye la literatura? Tal vez la literatura de humaniza, como decía el escritor e ingeniero uruguayo Juan Grompone, al principio de los 90, mencionando las tecnologías que recién se estaban creando y cuando todavía no existían redes sociales.

Tal vez la literatura se democratiza. En todo caso, más allá de las posibilidades actuales, Julio Cortázar utilizó la metaficción como una forma de democratizar la literatura, de humanizarla. Entonces, Rayuela, entre otras cosas, también es ejemplo de esa intención.

 

El cronopio que nunca dejó una carta sin contestar

 

Julio Cortzar en su casa París

Elena Poniatowska

El año 2017 es de festejos: centenario de Juan Rulfo y de Augusto Roa Bastos; 50 años de Cien años de soledad y de Morirás lejos, éste, de nuestro querido José Emilio. En Argentina, estudiantes, académicos y universitarios juegan a la rayuela, se enamoran de la Maga y se reúnen en torno a La vuelta al día en 80 mundos, de Cortázar, con motivo de su medio siglo.

En 1954, Carlos Fuentes me dio una tarjeta suya para Julio Cortázar, quien vivía en París. La tarjeta era tan cariñosa que con tal de no entregársela a Julio dejé de entrevistarlo. Lo hice años más tarde en México, con Margarita García Flores en la editorial Siglo XXI, de Arnaldo Orfila Reynal, su amigo y editor. Y en el hotel Del Prado, cuando Córtazar era paladín de las revoluciones de Cuba, a la que llamaba caimancito y le rascaba la cabeza y la de Nicaragua con los horribles Ortega (Daniel y Rosario) que siguen en el poder.

Miembro del Tribunal Russell –reunido en México–, Julio fue jurado de los crímenes cometidos en Chile por Pinochet. El jurado sesionaba en el salón de los candiles del hotel que desapareció con el terremoto de 1985. Ahí escuché por primera vez a Isabel, la viuda de Orlando Letelier, quien nos hizo llorar al informarnos del asesinato de su marido. A Orlando, secretario de Relaciones Exteriores de Allende, lo mataron en Washington el 21 de septiembre de 1976, con una bomba activada a control remoto y colocada debajo de su coche.

Cortázar era miembro activo de Amnistía Internacional, asociaciones de derechos humanos, frentes democráticos de defensa del pueblo, frentes de liberación nacional y otras causas revolucionarias de los pueblos de Centroamérica y de América Latina, como El Salvador, Nicaragua, Cuba. Ya para entonces los críticos habían declarado que Rayuela era a América Latina lo que el Ulises de Joyce a Europa, y la figura tierna y entrañable de Cortázar se había convertido en personaje central de nuestra cultura. Ya para entonces, Carlos Fuentes decía que Cortázar era el único hombre sobre la tierra que había encontrado la fuente de la eterna juventud, que rejuvenecía cada noche al poner su cabeza sobre la almohada. Es cierto, Julio dormía en paz consigo mismo. Sus ojos muy separados lo hacían ver mejor y más lejos que nosotros. La muerte de Carol Dunlop, su tercera mujer –30 años menor que él–, aceleró la de Julio, quien murió de leucemia en el hospital Saint Lazare, a los 69 años, después de 10 días de cama. La extrañaba demasiado. Su último libro: Los autonautas de la cosmopista lo escribió con ella, y cuando los vi en París, asoleados y felices, estaban a punto de emprender su viaje en una camper que en la noche estacionarían para descansar a lo largo del camino. La tienda de campaña, los garrafones de agua, las bolsas de plástico, aguardaban en el corredor de su casa en París.

Carol, autora de Mélanie dans le miroir, era fotógrafa y había nacido en Estados Unidos, pero curiosamente se había nacionalizado canadiense. Aunque Cortázar se casó antes con Aurora Bernardez y con Ugné Karvelis, el amor que le dio mayor felicidad era el de esta joven de pelo cortado a la Jean Seberg: Carol Dunlop. Julio la sobrevivió dos años, pero daba la clara sensación de que ya había acabado de estar: quería irse con ella.

François Miterrand le dio la nacionalidad francesa en 1981 a ese argentino nacido en Bruselas el 26 de agosto de 1914, alto, flaco y desgarbado, para quien no había abrigo suficientemente largo ni zapatos suficientemente grandes, que amaba el jazz, y a quien los jóvenes de Francia y de América Latina convirtieron en ídolo, así como habrían de canonizarlo los revolucionarios de los años 50 y 60.

Nicaragua tan violentamente dulce y otros libros acerca del proceso revolucionario y las amenazas permanentes en contra de nuestros países de América Latina habrían de ser los temas cercanos a su corazón.

También lo entrevisté con Carol Dunlop en París, en su departamento, en la 9 Place du General Beuret. El hechizo de esa tarde en estado de gracia aún perdura y es uno de mis mejores recuerdos. En México, en un corredor del hotel Del Prado, donde lo acompañaba a tomar un café, un señor calvo se le acercó para preguntarle: ¿Qué noticias me da de Luis Sandrini? Julio se inclinó –porque siempre tenía que inclinarse sobre sus interlocutores: No sé nada de él. Es un cómico que murió hace tiempo, ¿no? Lo que me llevó a preguntarle qué tenía él que ver con Sandrini:

—Nada. Por lo visto, México está lleno de cronopios (ríe). Siempre me suceden cosas extrañas. Recuerdo una señora que me persiguió para felicitarme sudorosa y efusiva: “¡Me encantan sus cuentos, me fascinan, y a mi hijo también. ¿No quiere escribir un cuento en el que el personaje principal se llame Harry El Aceitoso?” Supongo que quería complacer a su hijo. Y te voy a confesar una cosa, Elena, estuve tentado de escribir un cuento con Harry El Aceitoso.

–¿Y en que otras tentaciones caes?

Ríe y sus dientes (los dos de en frente separados) son de niño. Si no estuvieran manchados de nicotina, diría que son de leche, como los de Diego Rivera. Si lo pienso bien, todo Julio es alimenticio, tan bueno que calienta el alma y se deja beber por cuantos se le acercan. No guarda distancia de nadie, nada hay en él de vedete, jamás se burla de sus interlocutores, asume nuestra ignorancia, nuestra debilidad. Imposible sentirse mal con él. Con razón las mujeres lo inundan de cartas.

–¿En qué tentaciones caíste de niño? ¡Esas interesan muchísimo a todas tus enamoradas, que son legiones en México!

–Los recuerdos de la infancia y de la adolescencia son engañosos. Me sentí mal de niño. Fui enfermizo y tímido, con vocación para lo mágico y lo excepcional, que me convertía en la víctima natural de mis compañeros de escuela, más realistas que yo. Pasé mi infancia en una bruma de duendes, elfos, con un sentido del espacio y del tiempo distinto al de los demás. Lo cuento en La vuelta al día en 80 mundos.

–¿Tu infancia fue cruel?

–No, cruel no. Fui un niño muy querido e incluso esos mismos compañeros que no aceptaban mi visión del mundo sentían admiración ante alguien que podía leer libros que a ellos se les caían de las manos. Lo que pasa es que estaba desollado, no me sentía cómodo dentro de mi piel. Antes de los 12 años vino la pubertad y empecé a crecer mucho.

–¿No te dio seguridad ser alto?

–No, porque se burlan de los altos.

–Yo creía que ser alto daba mucha seguridad…

–Pues estás equivocada –se anima–. Hay un cuento que me proyecta mucho: Los venenos. Tuve unos amores infantiles terribles, muy apasionados, llenos de llantos y deseos de morir; tuve el sentido de la muerte muy, muy temprano, cuando se murió mi gato preferido. Este cuento, Los venenos, gira en torno a la niña del jardín de al lado, de quien me enamoré, y de una máquina para matar hormigas que teníamos cuando era niño. Asimismo, es la historia de una traición, porque una de mis primeras angustias fue el descubrimiento de la traición. Yo tenía fe en los que me rodeaban, por eso el descubrimiento de los aspectos negativos de la vida fue terrible. Esto me sucedió a los nueve años.

–Tú siempre describes niños y adolescentes entrañables, pero sobre todo sufrientes.

–De niño no fui feliz, y esto me marcó muchísimo. De ahí mi interés en los niños, en su mundo. Es una fijación. Soy un hombre que ama mucho a los niños. No he tenido hijos, pero amo profundamente a los pequeños. Creo que soy muy infantil en el sentido de que no acepto la realidad. A los niños les cuento cosas fantásticas e inmediatamente establezco una buena relación con ellos, muy buena. Los que sí no me gustan nada son los bebés, no me acerco a ellos hasta que no se vuelven seres humanos.

–Creo que los niños de tus cuentos conmueven porque son auténticos.

–Sí, porque hay niños muy artificiales en la literatura. Un cuento que quiero mucho es el de La señorita Cora, la situación de ese adolescente enfermo yo la viví, y como te dije, tuve una gran experiencia en amores sin esperanza a los 16 años, cuando consideraba que muchachas de 18 o de 20 eran unas mujeres muy adultas. Entonces me parecían un ideal inaccesible, y por eso se creaba una situación de realización imposible. La señorita Cora es un cuento con el que sufrí mucho. Tú sabes que uno de los fantaseos de los niños es imaginarse a punto de morir. Entonces el ser amado aparece arrepentido, abraza y ama, llora su culpabilidad, jura amor hasta la eternidad; en fin, una situación arquetípica.

–¿No crees que en todo esto hay mucha autocompasión?

–Creo más bien que hay una aptitud definitiva para regresar a la visión del mundo de un niño; siento gran placer en escribir ese retorno; me siento bien cuando regreso a mi infancia.

–Y de esa fijación tuya en la infancia han surgido los libros-objeto, los collages, los recortes, las pajaritas de papel, la rayuela pintada con gis blanco sobre el asfalto…

–Sí, me gustan mucho los juguetes, pero los que son ingeniosos, los que se mueven y actúan; me gustan tanto como me fascinaron las papelerías, los cuadernos, la punta de los lápices, las gomas de migajón, la tinta china. Al Larousse ilustrado lo olía, tenía un olor perfumado que todavía me llega. Tengo, Elena, un amor infinito por los diccionarios. Pasé largas convalecencias con un diccionario sobre las rodillas buscando la definición de la goleta, del porrón, del tifus. Mi madre se asomaba a la recámara y preguntaba: ¿Qué le encuentras a un diccionario? Mi madre fue una gente muy imaginativa, con una cierta visión del mundo. No era muy culta, pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes. Con ella leí a Julio Verne. Es extraño, porque las mujeres no leen a Julio Verne. Mi madre leía mala literatura, pero su enorme imaginación me abría otras puertas. Teníamos un juego: mirar el cielo y buscar la forma de las nubes e inventar grandes historias. Esto sucedía en Banfield. Mis amigos no tenían esa suerte. No tenían madres que mirasen las nubes. En mi casa había una biblioteca y una cultura.

–¿Medianita?

–Si tú quieres, mediana, sí. Mis amigos eran hijos de obreros, gente muy pobre.

–¿Tú crees que haber vivido entre hijos de obreros y pobres influyó en que ahora te preocupes por los problemas de miseria en América Latina y formes parte del tribunal que juzga los crímenes de guerra de la junta militar en Chile, por ejemplo?

–No creo que haya influido de manera directa, pero creo que fue una fortuna subliminal vivir una infancia pobre con niños pobres, porque después entré a una clase pequeño-burguesa muy definida.

–¿Por qué dices que fue una fortuna subliminal vivir entre pobres?

–Porque esto me marcó definitivamente para bien.

–¿Cómo escritor?

–También, porque, ¿cuál es el problema que se refleja en muchos escritores latinoamericanos? No me gusta citar nombres, y no lo acostumbro, pero Eduardo Mallea, por ejemplo, no tuvo contacto directo con su pueblo y cuando hace hablar a sus personajes populares su visión es artificial y demuestra que ignora totalmente la manera de vivir de esa gente. Es un ejemplo parcial, pero así como Mallea hay muchos escritores latinoamericanos cuya primera educación no les ayudó a entender mejor cosas que más tarde se les escapan definitivamente.

–¿La realidad de su país?

–Sí. Creo que mucho de mi conocimiento de la realidad de América Latina, su rebelión y su desamparo, se la debo a mis amigos hijos de obreros…

La entrevista fue larga y se reanudó la última vez en el departamento de su amigo David Waskman, en la avenida Ámsterdam de la Ciudad de México. Recuerdo una cena en el restaurante Bellinghausen, con Octavio Paz, un encuentro en Coyoacán con Bárbara Jacobs, Tito Monterroso, Guillermo Schavelzon, editor de Cortázar; recuerdo una conversación entre Italo Calvino y él, ambos cálidos y deslumbrantes; recuerdo cómo Beatriz Ballina le tendía una edición de Rayuela desvencijada y él le decía: Da gusto firmar un libro tan leído. Ahora sé que el compromiso político y el arte narrativo de Julio Cortázar eran parte de su vida, así como la altura y la sonrisa formaban su aspecto físico. Nunca se mostró distante, nunca hubo una barrera entre él y sus lectores, al contrario, respondió todas las cartas y repartió todos los abrazos que todavía hoy sentimos como un apoyo inmerecido.

Julio Cortázar y Latinoamérica: “Debemos luchar contra el chovinismo”

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Viviana Marcela Iriart

Su voz grave y gangosa atiende el teléfono, sin intermediarios, simplemente él levantando el tubo. Cortázar. Su voz suena seria, como la imagen que tengo de él, una imagen de que siempre tiene 40 años: imposible imaginarle más (y sus biografías dicen que nació en 1916). Explica que quiere ver la revista antes de concedernos una entrevista, y ni él ni nosotros sabemos qué pasó, pero las revistas que dejamos en el hotel jamás llegaron a sus manos. Igualmente sugiere vernos en Parque Central, en la inauguración de la Primera Conferencia Internacional sobre el Exilio y la Solidaridad Latinoamericana en los años 70, en la que él participó. Y allí estaba, llamando la atención aun sin quererlo: era el más alto de todos los presentes. Y allí estaba, con la barba y bigotes cobrizos que lleva desde hace tanto, con la seriedad con que aparece en diarios y revistas, con una simpatía que no le imaginaba. Allí estaba, era Cortázar. Un ser humano como usted y como yo, sí, con dos ojos, una boca, dos manos, virtudes, defectos, deseos, nostalgias. La entrevista fue en un rincón del Hotel Anauco Hilton, junto con el asesor de Semana, Jorge Madrazo, el fotógrafo Eduardo Gamondés y cuatro o cinco admiradores del escritor, inmersos disimuladamente —o no— en la conversación. Él habló despacio, cálidamente y sus ojos claros recorrían los nuestros mientras sus palabras se abrían en el centro de nuestras mentes, quedando allí mucho tiempo después de haber sido pronunciadas. Y él se quedó en nosotros cuando la noche llegó y nos encontró en sitios distintos. Como una presencia invisible, deseada, siempre presente a partir del primer encuentro.

Acerca de la literatura y la política

Bueno, claro que me molesta ser requerido más para dar opiniones políticas que literarias, porque soy un animal literario. Así como los franceses suelen referirse al hombre como un animal pensante o un animal filosófico, yo soy un animal literario. Nací para la literatura y si fui asumiendo lentamente este compromiso de tipo ideológico que ustedes me conocen, eso fue al término de un proceso muy lento, muy complicado y a veces muy penoso. Porque como mi vocación profunda es la literatura, hay momentos en los que las circunstancias de tipo político —el tener que venir a esta conferencia, escribir artículos de contenido político, atacar a la Junta chilena o argentina, ocuparme de casos de desaparecidos, muertos, torturados, contestar alguna de la enorme correspondencia que me llega, porque la gente piensa que yo siempre puedo decir algo y ayudar—, bueno, hay momentos en los que, lo confieso porque es verdad, tengo un gran desánimo. Porque me digo: “Bueno, ¿alguna vez voy a poder escribir una novela?”. Mi ideal sería tener un año o dos de tranquilidad, para escribir una novela que me da vueltas en la cabeza hace mucho tiempo. Por eso es que cada vez más me convierto en un cuentista, porque los cuentos los escribes en el avión, en tu casa, en la calle…

Hasta Francia llegó el exilio

Yo hace 28 años que vivo fuera de la Argentina, pero nunca me consideré un exiliado hasta el golpe de Videla. Nunca me consideré un exiliado, porque para mí el exilio es una cosa compulsiva, y yo vivía en Francia porque me daba la gana. Porque es un país que me gusta, donde me siento bien y donde iba escribiendo mi obra sin dificultades ni problemas. Y de repente, a partir del golpe militar, supe que me había convertido en un verdadero exiliado. Es decir, que ahora tengo ese sentimiento que tienen todos los exiliados, donde los aspectos negativos son muy fuertes, pesan mucho. Eso me llevó por primera vez a reflexionar sobre el problema del exilio. Es entonces que me di cuenta de que si yo o cualquier otro exiliado entra en el estereotipo, en la noción esencialmente negativa, aplastante del exilio, le está otorgando una carta de triunfo a la dictadura que lo exiló. Entonces me planteé el problema en términos muy claros: es una locura, es ilógico, no se puede aplicar científicamente, pero yo en vez de estar en una marcha adelante doy marcha atrás, invierto la velocidad y entiendo el exilio en términos positivos. Yo lo dije en París e hizo sonreír a mucha gente, dije que es como si Videla, ahora que me exiló, me hubiera dado una beca para escribir fuera de la Argentina. Y mi mejor manera de contestar a ese exilio es dar el máximo de lo que yo puedo dar como escritor, y es lo que estoy tratando de hacer. Pero al exiliado que llega totalmente quebrado, ya sea porque él mismo ha sufrido, incluso físicamente, antes de poder salir o porque hay un montón de muertos, desaparecidos, torturados en torno a él, no se le puede pedir que empiece su vida de exiliado con una sonrisa, diciendo: “Esto está muy bien”. No, porque está espantosamente mal. Cuando a todo hombre y mujer que ha salvado la inteligencia, le llegue el momento de pensar en la nueva vida que está empezando, es en ese momento en que yo lo incito a que en vez de caer en los estereotipos y decir “yo soy una víctima, yo soy un exiliado, yo he sido injustamente echado de mi país”, y que eso se traduzca poco a poco en amargura, en una nostalgia aplastante, yo lo incito a que —salido del primer choque traumático— vuelva a sentirse un hombre o una mujer pleno.

Sur, paredón y después…

Sí, porque ¿para qué sirve la nostalgia de juntarnos cinco argentinos, hacer un asado, tomar mate, poner un disco de Susana Rinaldi, Mercedes Sosa o Gardel (según los gustos) y complacernos en la nostalgia de un pasado al que quisiéramos resucitar? Yo lo hago también, pero eso no me impide al día siguiente despertar en París, y estar en contacto con un montón de gente que no son argentinos y llevar adelante mi trabajo. De manera que es un asunto que hay que matizarlo, no es muy sencillo, y claro, no todas las personas están igualmente equipadas en el plano mental o intelectual. Y el obrero, que desde el punto de vista cultural está más limitado —porque por su condición de obrero no ha podido estudiar—, ese hombre es realmente el que está más en peligro como exiliado. Si un obrero tiene que vivir en Suecia, nada más el problema del idioma es para él una especie de amenaza de muerte. Y ahí la nostalgia, Gardel, sus recuerdos y sus fotos se vuelven su única defensa. Y yo creo que todos nosotros podemos hacer mucho a través de publicaciones, de actos, de reuniones, para hacerles sentir que no están solos.

El exilio cultural

Lo que para mí es y ha sido traumático, es un fenómeno en el que no todo el mundo piensa, y que en el caso de un artista exiliado es fundamental. Lo que yo llamaría el exilio de tipo cultural: es terrible cuando te das cuenta de que en tu país hay una barrera de censura que hace, por ejemplo, que yo no pueda publicar más libros en Argentina. Entonces se descubre —y esto es lo espantoso para mí— que yo estoy exiliado, pero que del otro lado, en mi país, hay 26 millones de exiliados en relación a nosotros. Yo estoy separado de mis lectores, pero mis lectores están separados de mí: mi último libro de cuentos no pudo salir en Argentina porque hubo dos cuentos que le molestaron a la Junta. Y no hago de esto una cuestión personal: están separados de 150 magníficos escritores uruguayos, chilenos y argentinos que no se pueden editar en nuestro país. En Chile, desde el 11 de septiembre de 1973, una generación de jóvenes fue tomada por la Junta y metidos en una escuela fascista dirigida por militares. Han pasado seis años y ellos vivieron la edad crítica (entre los 12 y los 18 años) bajo ese régimen, miles y miles de niños y niñas chilenas que en estos momentos creen en la Junta, creen en la Seguridad Nacional, creen que todos nosotros somos traidores. Creen que Chile es un país injustamente atacado y combatido. No es culpa de ellos, pobrecitos, porque en seis años los han convertido en lo mismo en que Hitler convirtió a las juventudes hitleristas, o Mussolini a los “balillas”. Bueno, eso es para mí una de las cosas más espantosas, y nosotros no podemos hacer nada, intelectualmente. Porque esto yo se los digo a ustedes, pero nadie lo va a escuchar en Argentina, nadie lo va a leer, ustedes lo van a publicar y salvo que alguien lo lleve en un bolsillo, nadie va a poder leerlo allí.

El escritor y su compromiso con la revolución

Yo tengo una gran latitud de enfoque en el plano de trabajo de los escritores. Yo creo que puede haber escritores puros, que no introduzcan ningún mensaje político en lo que hacen. Creo que eso es posible, y que su obra puede ser revolucionaria si es una obra creadora, que renueva, una obra bella. Lo único que exijo en esos casos es que la persona que hace literatura pura, muestre con su conducta personal que no es un escapista. Que si él no pone política en lo que hace, es solamente porque —por ejemplo— su vocación es escribir un soneto en donde la política no entre. Pero él tiene que demostrar con su conducta, con su responsabilidad personal, que tiene derecho a escribir esos sonetos. Mira, yo me divierto mucho en escribir literatura pura… El año que viene sacaré un libro, que estoy terminando, donde hay uno o dos cuentos con contenido político, los demás son cuentos fantásticos. Y creo que tengo derecho a escribirlos, porque mis lectores saben quién soy. Entonces, ¿por qué me voy a sentir obligado a poner la política en cada cosa que escriba? Mi literatura, entonces, sería muy mala, soy muy consciente de esto. No todo hombre ha nacido para la acción, no todo hombre tiene a veces, ¿cómo decirte?, las aptitudes físicas para jugarse en un plano de acción. No todo hombre ha nacido para ser soldado de una revolución. Puede ser un hombre de una vida interior, de una timidez de carácter, que lo lleva a escribir exclusivamente una obra que canta a la revolución. Pero yo no creo que se le pueda exigir una militancia práctica a todo el mundo.

Vietnam y el manejo de la información por el imperialismo

Yo creo que es positivo que se denuncien las violaciones de derechos humanos ocurridas en los países socialistas, en la medida en que se tenga total seguridad de lo que se denuncia. Porque, cuando se habla de violación de derechos humanos en esos países yo, por principio, examino con mucho cuidado el expediente, porque sé de sobra hasta qué punto la información del imperialismo reforma, cambia y modifica las cosas. Yo no olvido que, por ejemplo, siguiendo la última etapa de la revolución nicaragüense en el Herald Tribune, en París, se podía encontrar un análisis de cómo los yankis preparaban al lector norteamericano para que estuviera en contra del triunfo. Hablaban de Somoza como el tirano, el dictador, pero cuando hablaban de las columnas que avanzaban decían: “las columnas marxistas”. Cada ocho o nueve párrafos te soltaban esa palabrita, para que la buena señora que vive en Minesotta o en Detroit diga: “¡Dios mío, los comunistas!”. Entonces, cuando se habla del caso de Vietnam, yo estoy esperando encontrarme con García Márquez, que estuvo allí haciendo una gran encuesta, para que él me cuente a mí las cosas. Yo no me fío de los telegramas de prensa. Pero, cuando en Rusia y en los países de la órbita socialista hay flagrantes violaciones de derechos humanos, yo personalmente no me callo.

América Latina como unidad: ¿realidad o utopía?

Lo voy a decir de una manera sentimental, casi a lo Rubén Darío: en mi corazón, América Latina existe como una unidad. Soy argentino desde luego (y me siento contento de serlo), pero fundamentalmente me siento latinoamericano. Yo estoy en mi casa en cualquier país de América Latina, siento las diferencias locales, pero son las diferencias dentro de la unidad. Eso, en el plano personal. En el plano geopolítico, está la nefasta política de dividir para reinar, que han aplicado los norteamericanos desde hace tanto tiempo. Fomentando los nacionalismos, las rivalidades entre los países para dominarlos mejor, destruyendo el sueño de Bolívar de los “Estados Unidos de América del Sur” y creando diferentes países orgullosos, seguros de sí mismos, dispuestos a hacerse la guerra por cuestiones que no resisten un análisis profundo; eso es una realidad. Y yo pienso que uno de los deberes capitales de los políticos de izquierda, de los escritores revolucionarios, es intentar por todos los medios de luchar contra ese chovinismo, que hace que un niño argentino en la escuela aprenda que él es mucho mejor y más que un niño chileno o paraguayo. Por cierto que en mi visita anterior hablé con venezolanos de la calle y su idea sobre los colombianos, su desprecio, su odio, me aterraron. Lo mismo, por supuesto, ocurre en el caso inverso. Es la prueba de que dividir para reinar funciona, que a los yankis les conviene seguir fomentándolo y que las dictaduras locales están encantadas de hacerlo.

Entonces hablo sobre la vida y la muerte

Un día en mi vida es siempre una cosa muy hermosa, porque yo me siento muy feliz de estar vivo. No tengo ninguna intención de morirme, tengo la impresión de que soy inmortal. Sé que no lo soy, pero la idea de la muerte no me molesta y tampoco le tengo miedo. Le niego existencia, entonces, eso me ayuda a vivir de una manera… ¿cómo decirlo? Bajo el sol, solar. Yo estoy muy contento de estar vivo, y además hay una cosa en la que poca gente piensa. Creo que es un prodigio maravilloso que todos nosotros seamos seres humanos, que estemos en lo más alto de la escala zoológica, por un azar puramente genético. Porque tú no eres responsable de ser quien eres. Venimos de una larguísima cadena genética y cuando yo veo a una gallina o una mosca que también han nacido de las mismas cadenas genéticas, me maravillo por ser un hombre y no una gallina. Yo soy un hombre, con todo lo bueno y lo malo que eso tiene. Y estoy contento de haber tenido una conciencia, de haber visto lo más que una conciencia puede ver del planeta. Y no te hablo más.

Cuando pronunció estas palabras hacía más de media hora que estaba con nosotros, contándonos anécdotas y sonriendo, a veces, como un niño. Sí, él es un ser humano como usted y como yo, para hablar necesita mover la boca en la misma forma en que lo hacemos usted y yo. Pero él es Julio Cortázar.

Nicaragua, tan violentamente dulce

 

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Tras el triunfo de la revolución sandinista, Cortázar viajó numerosas veces a Nicaragua y conoció de cerca el proceso y la realidad nicaragüense y latinoamericana. Sus viajes a Nicaragua le enseñaron otra cosa: ante las desigualdades y los abusos evidentes del norte al sur, comprendió que su respuesta no podía ser la indiferencia y que debía de tomar partido.

Este ensayo reúne el conjunto de los textos escritos por Córtazar durante su aproximación comprometida con Nicaragua. La primera de ellas se describe en Apocalipsis de solentiname, recreación de su visita clandestina a la comunidad de Ernesto Cardenal en 1976, cuando la lucha del FSLN era una aparente utopía.

 

Cortázar en Nicaragua: un animal político y literario

 

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Juan Camilo Rincón*

Nicaragua ha sido de muchos pero jamás propia: primero fue de la Corona española, luego parte de un protectorado británico, del imperio mexicano, de la Federación de Estados Centroamericanos, del sueño de William Walker -un filibustero norteamericano que la quiso como su colonia personal-, de la Marina Imperial Alemana que la ocupó, de la United Fruit Company y, más recientemente, de la familia Somoza. Sin embargo, el 23 de diciembre de 1972 llegó un terremoto tan impetuoso que, a quien no mató, lo despertó de ese letargo de dominación. Algunos, cansados de que su tierra fuera para otros, se autodenominaron como “sandinistas” en homenaje a aquel militar de origen campesino que décadas antes buscó expulsar a los norteamericanos hasta que fue fusilado. Entonces, decidieron pelear.

Estados Unidos no aceptaría que estos campesinos con armas le quitaran uno de sus dominios. Ya habían perdido a Cuba, su isla de descanso en el Caribe mágico, a manos de Fidel Castro y del comunismo, y Chile se dirigía a la izquierda con Allende. Ni siquiera con la muerte de 50.000 personas a causa de los bombardeos lograron detener la caída de Somoza Debayle, y mucho menos lograron impedir la llegada al poder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1979, apoyado por la Unión Soviética. No había marcha atrás. Los estadounidenses, siempre malos perdedores, crearon, formaron y financiaron los Contras, grupo armado ilegal de insurgentes cuya brutalidad e inclemencia hundieron al país en otra guerra civil. Nicaragua se tornó en centro de la Guerra Fría, contienda batallada por dos potencias en tierras extranjeras como Vietnam y luego Afganistán, que solo llevó sangre y retroceso a aquellos territorios.

Esta lucha de un pueblo que se estaba cansando tocó de manera imprevista el corazón de Julio Cortázar. En aquel periodo el escritor argentino miraba lo que ocurría en este nuestro continente desde una posición política contestataria: su contacto con Cuba, su participación como jurado del Premio Casa de las Américas, sus encuentros con Lezama Lima y las cartas a Roberto Fernández Retamar evidenciaban su compromiso. Un ejemplo está en su libro-almanaque Último round: Comprendí que el socialismo, que hasta entonces me había parecido una corriente histórica aceptable incluso necesaria, era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial, en el ethos tan elemental como ignorado por las sociedades en que me tocaba vivir, en el simple, inconcebiblemente difícil y simple principio de que la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día en que haya cesado la explotación del hombre por el hombre[1].

Siempre atacado por una y otra parte, sostuvo la fe en su visión sobre la labor del escritor y sobre la política. Cuando hablaba de su propio caso, decía:Si eres un animal literario como yo lo soy, por vocación y por naturaleza, es relativamente fácil entregarme a la escritura, y las dificultades están en ir subiendo, digamos, por el camino de la perfección literaria. Pero si descubres un día, de golpe, que tienes una responsabilidad extra–literaria, pero que la tienes, sobre todo, porque eres escritor, ahí empieza el drama. Porque, ¿cuál es la razón de que un artículo político mío sea muy comentado, muy reproducido, muy leído? No es porque yo tenga el menor talento político, que no lo tengo, sino porque, tras muchos años de escribir sólo literatura, tengo una gran cantidad de lectores. Entonces, mi responsabilidad como argentino y como latinoamericano frente a los problemas pavorosos que tienen nuestros países es aprovechar ese acceso a miles de personas[2].

Julio sabía muy bien lo que estaba sufriendo Latinoamérica a causa de las dictaduras que afligían a nuestros países. Estuvo presente cuando decenas de víctimas de estos regímenes narraron frente al Tribunal Internacional de Crímenes de Guerra o Tribunal Russell los abusos a los que habían sido sometidos. De este organismo público hizo parte junto a otros intelectuales de la talla de Jean Paul Sartre, Ken Coates y Gabriel García Márquez. En sus últimos años de vida criticó duramente a los gobiernos absolutistas de Chile, Argentina, Brasil, Uruguay y otros países, y llegó a escribir cartas para ayudar a escritores como Juan Carlos Onetti a salir de la cárcel o para buscar al hijo y a la nuera del poeta Juan Gelman[3]. Su relación con Cuba –conocido por sus lectores como el país de los cronopios- fue muy importante para él.

Luego de una infortunada ruptura de relaciones con la isla a raíz del caso Padilla, vino una reconciliación a finales de la década de los 70 que le permitió renovar fuerzas. A partir de sus encuentros con otros escritores de la misma orilla política como Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez y Claribel Alegría, redescubrió a Nicaragua de una forma más profunda.Sabemos que su primer viaje clandestino a aquel país, específicamente al archipiélago de Solentiname tuvo lugar en 1976. El poeta Ernesto Cardenal lo recuerda así:Sergio Ramírez y yo nos encontramos con Julio Cortázar en Costa Rica, y nos dijo que quería conocer Solentiname, y lo metimos sin visa por la finca de José Coronel Urtecho en la frontera con Nicaragua. Él relata ese viaje clandestino en su cuento Apocalipsis de Solentiname, que es un cuento muy realista, casi como una crónica periodística[4].

Una anécdota que no aparece en el texto que sería publicado primero en la revista Casa de las Américas (Cuba) ese mismo año y el siguiente en el libro Alguien que anda por ahí (España), narra un viaje por el río San Juan. Se detuvieron para recargar combustible en una tienda en la ribera; al terminar, los escritores locales se dieron cuenta que Cortázar no estaba y lo esperaron durante un buen rato, hasta que apareció muy campante. Al preguntarle por el motivo de su demora, les contó que había estado caminado por el pueblo; el asombro de Cardenal fue mayúsculo al darse cuenta de que el cronopio no tuvo ningún reparo en jugar con unos niños justo al lado del comando del Ejército, pese a no tener papeles.

El poeta centroamericano se burló diciéndole: “No, qué desgracia que no estás preso, porque mañana tendríamos la noticia en el mundo entero: CORTÁZAR PRESO EN NICARAGUA. Y culparían a la dictadura de Somoza”. Julio, con su voz pausada, le respondió: “Preferiría que fuera otra mi contribución a la revolución de Nicaragua”[5].A Solentiname llegaron entrada la noche. Mientras Cardenal entregaba regalos y provisiones a los habitantes, Cortázar vio una serie de pinturas en un rincón; hechas por los campesinos de la zona, su venta los ayudaba a reunir fondos. Al día siguiente, después de la misa dominical, se organizó todo para el regreso.

Desde un banquillo se oía a los pobladores hablar de un capítulo del evangelio sobre Jesús en el huerto como si fuera algo suyo,como si hablaran de ellos mismos, de la amenaza de que les cayeran en la noche o en pleno día, esa vida en permanente incertidumbre de las islas y de la tierra firme y de toda Nicaragua y no solamente de toda Nicaragua sino de casi toda América Latina, vida rodeada de miedo y de muerte, vida de Guatemala y vida de El Salvador, vida de la Argentina y de Bolivia, vida de Chile y de Santo Domingo, vida del Paraguay, vida de Brasil y de Colombia[6].

Antes de dirigirse a la pequeña embarcación, recordó los cuadros y le pidió a Sergio que lo ayudara a organizarlos para tomarles algunas fotos. En plena ráfaga de cámara lo encontró Cardenal, quien le dijo entre risas: “ladrón de cuadros, contrabandista de imágenes”. Julio respondió: “Sí, le dije, me los llevo todos, allá los proyectaré en mi pantalla y serán más grandes y más brillantes que éstos, jodete”[7].Luego de pasar una temporada en Cuba, México, Costa Rica, Jamaica, Guadalupe y Trinidad entre marzo y mayo, y de ser la figura pública que hablaba de la situación de represión que azotaba su continente, regresó a Francia para tomar un pequeño descanso y escribir. Con las fotos ya reveladas, compartió con Claudine[8] los recuerdos de su viaje.

Al ver reflejadas sobre una pared las imágenes de las pinturas —de la misma forma en que tomaron forma las fotografías de “Las babas del diablo”—, emergieron de ellas imágenes en movimiento que rememoraban la represión y la violencia en toda la América Latina. Con este cuento, usando herramientas imaginarias, Cortázar terminó relatando una realidad tangible e ineludible que le dolía.En los años siguientes su lucha no amainó, y ocurrió algo en su vida personal que lo comprometió aún más. En 1978 conoció a Carol Dunlop, escritora, fotógrafa y traductora. Con aquella mujer combativa viajó en 1979 a Panamá para conocer a Omar Torrijos, a Costa Rica, Venezuela y finalmente Nicaragua.Otro personaje de vital importancia para comprender la relación de Cortázar con Nicaragua es la poeta ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, Claribel Alegría, a quien conoció en la década de los 60 en Buenos Aires.

Compartían y bromeaban como los grandes amigos que fueron: “Qué vivo, con esos ojos tan lejanos el uno del otro ves más que cualquiera de nosotros”[9], le dijo alguna vez la autora entre risas. Vivieron en París por la misma época y frecuentaban las mismas calles y cafés que Vargas Llosa, Fuentes y Benedetti. Alegría recuerda que Julio y Carol fueron a España a visitarlos para celebrar juntos el Día de la Alegría en Nicaragua:Mientras volaban, Somoza Debayle huía hacia Miami. Julio y Carol no se enteraron sino hasta que llegaron a Mallorca. Celebramos el evento en nuestra terraza de Ca´n Blau, con innumerables tragos de champagne y de vino. Bud (esposo de Claribel) anunció que nosotros estábamos dispuestos a irnos a Nicaragua para escribir un libro sobre la Revolución Sandinista, que luego se publicó en México. Julio y Carol se entusiasmaron y dijeron que irían a visitarnos. Así fue. Nosotros llegamos a Nicaragua a fines de septiembre del 79, y ellos en noviembre. Los dos amaron a Nicaragua desde el primer momento. `Fue un amor a primera vista´, nos decía Julio. Nicaragua también los amó a ellos. Carol hizo un libro con fotos de los niños de Nicaragua. Decía que nunca había visto niños con ojos tan hermosos[10].

Claribel recuerda que la pareja hizo muchos viajes a su país: “Julio conversaba con los jóvenes, los animaba, recorría el país. Una vez me dijeron que les gustaría vivir entre Nicaragua y París. Fueron incansables ayudándole a la Revolución desde fuera y adentro”[11]. Lo de los jóvenes no era exageración; en1980, en un evento de celebración del primer aniversario de la Revolución en el que hicieron presencia algunas vacas sagradas de la literatura como Cortázar, Galeano y García Márquez, este último recuerda haber visto en Managua una plaza colmada de jóvenes quienes permanecieron en silencio oyendo una lectura envolvente del cronopio mayor, que se prolongó por más de media hora para culminar en un aplauso ensordecedor por parte de la multitud.

Cortázar y Dunlop regresaron al país centroamericano en febrero y luego en agosto de 1982; a pesar de sí mismos, tuvieron que retornar a París debido a afecciones de salud de Carol. Ella, amante de la fotografía como era, hizo el registro visual del viaje para luego publicar el libro Llenos de niños los árboles, traducido por Cortázar para la editorial Nueva Nicaragua. Tal vez anticipando su temprano fallecimiento en noviembre de aquel año y pese a no alcanzar a ver el libro impreso, la compañera de Cortázar pidió al argentino que los derechos de autor fueran cedidos al pueblo nicaragüense. El escritor cumplió su promesa y además reunió todos sus textos sobre aquel país en Nicaragua tan violentamente dulce, inicialmente publicado por la misma editorial con un tiraje de 10.000 ejemplares; Cortázar traspasó los derechos de autor a esa tierra que tanto amó, como una señal más de su compromiso.

Y aquí un dato curioso: en octubre de 1983 fue publicado en Barcelona por la editorial Muchnik Los autonautas de la cosmopista, escrito a dos manos por Cortázar y Dunlop, libro en el que narran una expedición hecha por una autopista francesa, deteniéndose en los paraderos. En la página legal del libro se lee: “Los derechos de autora de este libro, en su doble versión española y francesa, están destinados al pueblo sandinista de Nicaragua”. Tras la muerte de Carol, la situación anímica de Cortázar decayó hasta tal punto que su vida no se alargaría más de un año. Su amor por Nicaragua, tan profundo y sin restricciones como el amor por su compañera de vida, lo llevó a seguir aportando tanto ideológica como económicamente pese a sus quebrantos de salud y a las complicaciones del tratamiento. En su último viaje, ya solo, fue distinguido con la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío.

El argentino viajó luego a Bismuna, al noroeste de Nicaragua, tierra pródiga en naranjas, frutos exquisitos que se pudrían tras caer de los árboles. La escritora y periodista Gabriela Selser relata que en aquella zona limítrofe con Honduras, apetecida por los Contras en su lucha contra los sandinistas, Cortázar se encontró con la macabra escena de los cadáveres descompuestos de los insurgentes financiados por Estados Unidos, quienes tras una respuesta del ejército revolucionario fueron asesinados al lado de la laguna. Ella y otros escritores extranjeros llegaron en helicóptero con el objeto de buscar apoyo internacional para el gobierno sandinista; los guiaba Claribel Alegría con su poesía y dulce talante.

En aquella zona, antiguo asentamiento de los indígenas misquitos quienes lo habían abandonado a causa de la violencia, solamente permanecían el ejército revolucionario y los cuerpos putrefactos. Conmovido, Cortázar fue a hablar con los jóvenes cuyos fusiles y sueños defendían el territorio. El teniente pidió a los escritores cavar trincheras para poder defenderse si ocurría un nuevo ataque; “Cortázar tomó una pala, como todos los demás, y comenzó a abrir la zanja”[12]. Al finalizar, se sentaron a escuchar a la cantante Norma Helena Gadea cuyas notas suavizaron la jornada hasta el momento en que los militares organizaron los turnos para relevar la guardia. Cuenta Selser que “la segunda noche tomó de nuevo el fusil y caminó con sus pasos largos hasta ubicarse en la última posta”[13]. Al terminar su turno, el creador de Rayuela se acercó a ella para verla escribir algunos textos sobre la vigilia en Bismuna. Le pidió amablemente que le dejara ver sus apuntes y luego de leerlos, escribió un par de líneas que complementaban poderosamente las de Selser: “Alguna vez este será un lugar de paz y aquí se construirán escuelas. Y siempre habrá gente para recoger todas las naranjas”[14].

Fueron alrededor de ocho viajes los que hizo Cortázar antes de morir el 12 de febrero de 1984, y seguramente habrían sido muchos más si la enfermedad y la ausencia de Carol no lo hubieran golpeado de forma tan contundente. Han pasado 34 años desde su muerte y por primera vez tuve la fortuna de hablar sobre él con el hoy Premio Cervantes, Sergio Ramírez. Al escuchar su nombre su cara se iluminó; quiero creer que regresó a 1976 cuando lo vio por primera vez en Costa Rica y comenzó una amistad que duró toda la vida. Recordó sus encuentros en la Feria del Libro de Frankfurt y luego en Nicaragua para la ceremonia del acto de nacionalización de las minas en Siuna, hecho histórico de liberación del imperialismo, a donde llegaron en un avión con bancas de madera donde solo había una escoba para agarrarse. Me habló de uno de los tomos de poesía de Rubén Darío que estaba en la mesa de noche del hospital al lado de la cama donde murió el gran cronopio.

Acomodándose en la silla, me dijo: “Cuando él murió yo tenía bastante tiempo sin escribir y esa noticia me llevó a crear Estás en Nicaragua, sacado de un verso de un poema que él escribió, donde voy alternando mi experiencia sobre la Revolución y mi relación con él”. Rememoró los años de su juventud cuando leía Bestiario, y el poder de Rayuela para su generación, influencia trascendental para su obra. Nos despedimos sintiendo un poco la presencia de Julio, que sigue vivo en sus creaciones… aquel genio que nos enseñó a enfrentarnos al mundo de la Gran Costumbre que todo lo limita, cuantifica y controla. Desde aquella Nicaragua tan violentamente dulce y la Argentina con sus alambradas culturales, Cortázar estuvo comprometido con este continente al que nunca dejó de amar y siempre fue suyo, sin importar que sus restos descansen al otro lado del océano.

Notas

[1] Cortázar, J. (1969). Último round. México: Siglo XXI.

[2] Entrevista hecha por Rosa Montero: “El camino de Damasco de Julio Cortázar” (1982) en Bernárdez, A. y Álvarez Garriga (editores). (2014). Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico. Madrid: Alfaguara. Pp. 223.

[3] El 24 de agosto de 1976 fueron secuestrados Marcelo Ariel Gelman (hijo de Juan Gelman), su esposa María Claudia García Irureta-Goyena de Gelman, Nora Gelman (hermana de Marcelo) y un amigo de ella. Nora y su amigo fueron liberados 48 horas después, pero Marcelo y su esposa, quien estaba embarazada, “fueron vistos posteriormente en el centro de detención `Automotores Orletti´, centro de operaciones argentino-uruguayo del Plan Cóndor”. Ese mismo año, ambos fueron asesinados. Décadas más tarde, en el año 2000, el poeta argentino se reencontró con su nieta (hija de Marcelo) “luego de una intensa búsqueda en Argentina y Uruguay, y presiones políticas al gobierno uruguayo” (información tomada de Desaparecidos.org: http://www.desaparecidos.org/arg/victimas/g/gelman/).

[4] Cardenal, E. y Ramírez, S. (2014). Cortázar en Solentiname. Buenos Aires: Editora Patria Grande. Pp. 11.

[5] Ibíd. Pp. 12.

[6] Cortázar, J. (1983). Nicaragua tan violentamente dulce. Managua: Editorial Nueva Nicaragua. Pp. 17.

[7] Ibíd. Pp. 18.

[8] Nota de autor: Claudine es un personaje del cuento que no “ve” lo que Cortázar ve.

[9] Alegría, C. (2007). Mágica tribu. Córdoba: Berenice. Pp. 92.

[10] Ibíd. Pp. 98.

[11] Ibíd. Pp. 99.

[12] Selser, G. (2017). Banderas y harapos. Relatos de la revolución en Nicaragua. Managua.

[13] Ibíd.

14] Ibíd.

*Periodista y escritor. Publicó Manuales, métodos y regresos (2007, Arango Editores). Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia (2014, Libros & Letras), Viaje al corazón de Cortázar. El cronopio, sus amigos y otras pachangas espasmódicas (2015, Libros & Letras).

La lista negra de la dictadura argentina

Quién pone en práctica la violencia | Cortázar | Pongamos que Hablo de MadridÁlvaro Cuadra

Sin saberlo, aunque seguro lo adivinó, su nombre estaba inscrito desde hace mucho en la “lista negra” de los militares argentinos. Ellos sabían de su obstinada denuncia de los crímenes que se cometían en su país, pero también en Chile y en Centroamérica. Sus libros y su nombre estaban proscritos durante aquellos tiempos de muerte y oscuridad en muchos países latinoamericanos.

Tal como imaginó en uno de sus relatos, esa rata gigante que comandaba a todas las ratas había dado con su nombre. “Satarsa” había inscrito en su hoja de terror a Julio Cortázar.

Las ratas estaban en la Casa Rosada, allá en Buenos Aires, también en La Moneda cenicienta de Santiago, pero “Satarsa” estaba en otra parte, imponiendo su orden nauseabundo, lanzando personas desde los helicópteros sobre el Río de la Plata o sobre las olas del Pacífico. En brumosas noches de pleamar, los cuerpos mutilados eran arrojados como bultos por negras libélulas metálicas. Cuerpos desaparecidos para siempre, tragados por el océano.

“Satarsa” había registrado el nombre y de su puño y letra anotó: “extrema peligrosidad” Nada molesta tanto a las ratas como las voces que denuncian sus ignominias, acostumbradas como están a las voces esclavas y al servilismo de los cobardes, nada molesta más a “Satarsa” que aquellos que conocen su nombre: Satarsa la rata, secreto palíndromo de Atar a las Ratas. Es así, quien conoce su verdadero nombre se gana un espacio en su negra lista. Las ratas aman el olvido, quieren que el bebé arrancado de los brazos de su madre muerta en la tortura jamás conozca su historia, quieren que la sangre de sus víctimas sea lavada por el mar y el recuerdo del horror borrado por el tiempo. Las ratas aman la amnesia que oculte sus rostros y sus huellas.

Por eso, cualquier poeta inspirado por las “Musas”, hijas de la diosa de la memoria “Mnemosine”, es muy peligroso… el poeta es capaz de recordar. La secreta alquimia de las palabras, reservada al poeta, es el don de la memoria. A estos “crononáutas” les está reservada la tarea de hacer presente el otro ahora, el otrora, ese presente diferido. A veces, solo a veces, les es otorgada la gracia del “voyant”, hablar con los muertos y escudriñar el porvenir.

Julio Cortázar debía estar en la “lista negra” de los Videla, los Pinochet y otros junto a todos los artistas e intelectuales valientes de nuestra América, porque son ellos los portadores de una memoria que denuncia y acusa a “Satarsa” allí donde se aparece. Cuando la palabra deja de ser fácil lisonja para el poderoso o narcótico placer galante y comienza a ser otra cosa, una filosa memoria que trae postales del averno, entonces, “Satarsa” engrosa de nuevo su lista, su horrida retahíla de nombres, como ha hecho desde siempre, esperando su noche de barbarie y de muerte.

*Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados.

 

Entrevista a Julio Cortázar

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 Orlando Castellanos

En 1978, Julio Cortázar visitó las cabinas de Radio Habana Cuba y conversó largamente con el periodista Orlando Castellanos, que a la sazón tenía medio siglo de experiencia como entrevistador. Lo que dijo Cortázar ante el micrófono, entre el calor de la cabina, permaneció guardado en una cinta durante muchos años. Castellanos rescató luego la entrevista y la incluyó en un pequeño libro que nunca salió de Cuba: Formalmente informal (Ediciones Unión, 1989). Para el lector cortazariano es esta voz a cuatro años del final.

—Bueno, Julio, primero yo quiero una especie de “cuéntame tu vida”. Quiero saber: ¿dónde naciste, dónde y cuál fue el medio en que se desarrolló tu infancia? Esto es para empezar.

—Esto es una especie de biografía. No es que me guste mucho, no, pero supongo que son datos que solamente un escritor tiene que dar porque eso ayuda, en alguna medida, a comprenderlo mejor.
Yo soy argentino, pero por uno de esos azares de la vida me tocó nacer en Bruselas , la capital de Bélgica, y eso es bastante divertido. Mi padre y mi madre, argentinos los dos, se acababan de casar cuando a mi padre le dieron un puesto en la Legación Argentina en Bruselas . Entonces hizo coincidir su viaje de bodas con la toma de posesión de su puesto, y el flamante matrimonio se fue en barco a Bruselas . Nueve o diez meses después aparecí yo allí en Bruselas . Pero te diré que aparecí en circunstancias bastante trágicas, porque esto sucedía el 23 de agosto de 1914. Aquellos a los que les interese la historia sabrán que un par de meses antes, un mes antes, había estallado la Primera Guerra Mundial, y en agosto de 1914 las tropas alemanas del Káiser entraban a sangre y fuego en Bélgica. Se apoderaron de Bruselas antes de seguir en su ofensiva contra Francia. Entonces mi nacimiento fue muy especial, pues mi madre estaba en una clínica y los obuses alemanes caían por todos lados. De manera que fue un nacimiento un poco comprometido que casi le cuesta la vida a mi madre e, incluso, a mí mismo, pero sobrevivimos los dos. Como mi familia tenía privilegio diplomático, y la Argentina era un país neutral, una vez que los alemanes ocuparon Bélgica tuvimos la autorización para pasar a Suiza, que era también un país neutral. Allí nació una hermana mía. Somos dos hermanos. Luego la familia pudo pasar a un tercer país neutral, que era España, y ahí se quedó desde 1914 hasta 1918, en que finalizó la guerra, porque no se podía volver a la Argentina. En aquella época, por supuesto, no había aviones para pasajeros, no se podía viajar en barcos porque los submarinos alemanes los hundían a todos. Tuvimos que quedarnos en Barcelona, y mis primeros confusos recuerdos de niño, muy pequeño, son recuerdos de Barcelona. A los cuatro años volví a la Argentina, me olvidé del francés, que era el idioma que yo había hablado en ese tiempo, y me convertí en lo que soy: un argentino.

Hice mi educación primaria y secundaria en la Argentina. Por cierto, aprovecho para aclarar un malentendido, porque justamente el otro día, aquí en Cuba, unos compañeros me dijeron: “Se ve por tu acento, por la manera de pronunciar la erre, que tu vives hace 25 años en Francia”. Yo les dije: “No es así, es un defecto de nacimiento, y no tiene que ver nada con el francés”. Cuando yo era niño no había eso que se llama foniatra , que ahora en unos pocos meses arregla ese problema en un niño. Ya cuando eres adulto eso es más difícil. Yo sé que con buena voluntad, haciendo ejercicios, en un año podría, pero verdaderamente estoy muy viejo para hacerlo, y entonces que me aguanten el acento. Finalmente, lo comparto con Alejo Carpentier , que también lo tiene.

—Después, ya en la Argentina, tú iniciaste tus estudios primarios, secundarios. ¿Puedes hablarnos de esta época de colegial?

—Bueno, mi familia se fue a vivir a un suburbio de Buenos Aires, un pueblito llamado Banfield , que era casi el campo en aquella época. Nosotros éramos, ya te darás cuenta por lo que te conté de mi familia, no burgueses, sino pequeños burgueses. Mi padre se fue de mi casa cuando yo tenía seis años, y nos quedamos solos mi madre, mi hermana y yo, lo cual obligó a mi madre a ponerse a trabajar para educarnos. Yo me eduqué en escuelas primarias oficiales, populares.

—Como las llamábamos en Cuba: escuelas públicas.

—Exactamente, escuelas públicas. Tuve suerte, porque si la familia hubiera seguido digamos en las condiciones en que estábamos cuando mi padre trabajaba en la diplomacia, probablemente me hubiesen mandado a esas escuelas pagadas inglesas o alemanas o francesas, donde me hubieran deformado mucho más que en escuelas públicas en que yo me crié en compañía de compañeros que eran gente muy humilde, muy pobres, hijos de obreros, hijos de pequeños empleados. Todo eso fue muy bueno, pues desde niño yo estuve en contacto con capas populares y completamente separado de esa cosa más sofisticada en la que probablemente me hubiera movido. Luego, cuando terminé la escuela primaria, entré en una escuela normal, y me recibí de maestro. Mi primer título digamos, fue el de maestro, e incluso ejercí como maestro de escuela primaria un cierto tiempo. Después completé un profesorado en Literatura, lo cual me permitió ser profesor en los liceos. Entonces era ya el momento en que tenía que ayudar a mi madre y me fui a Buenos Aires. Nunca entré en la universidad, yo no he hecho ningún estudio universitario. Realmente he sido un autodidacto en ese plano. Todo lo que sé lo aprendí por mi cuenta, porque ese profesorado era bastante malo, dicho entre paréntesis. Luego me permitió enseñar en liceos de provincias y ayudar a mi madre. Y así fue como en esos liceos de provincias, donde yo tenía mucho tiempo libre, empecé a leer, a devorar bibliotecas enteras, y empecé mis primeros ensayos de escritura.

—¿ Por qué época fue esto, en qué año aproximadamente?

—Mira, fue entre 1935 y 1942. Fue el final de mis estudios secundarios y la época en que ejercí la docencia en liceos. Luego, en 1944, se creó en la Argentina una universidad de frontera, en la provincia de Mendoza. Lo que se llamaba la Universidad de Cuyo. Una universidad muy joven, y como no había profesores y se sabia que a mí me interesaba mucho la literatura francesa y anglosajona, que yo sabía leer el inglés y el francés, me ofrecieron un puesto de profesor universitario. Fue una experiencia muy hermosa porque me encontré con alumnos algunos de ellos más viejos que yo. Pude, por primera vez en mi vida, enseñar lo que verdaderamente me gustaba, porque antes había tenido que enseñar Geografía y cosas así, que verdaderamente no me interesaban mucho. En el plano universitario, durante dos años, enseñé en esa universidad de provincia.

Luego empezó el primer gobierno de Perón. Hubo todos los episodios preliminares y Perón conquistó el poder, y yo, como todos los pequeñoburgueses argentinos, estaba en contra, era absolutamente antiperonista . Incluso me metieron en la cárcel. No mucho, no me puedo jactar. Hay gente que se jacta mucho de haber estado en la cárcel. Incluso yo tenía un amigo ladrón en Buenos Aires que estaba muy orgulloso de haber permanecido 15 años en la cárcel. No sé por qué, pero estaba muy contento. No fue una cosa así. Fue sin mayores problemas, sin castigos, y entonces, naturalmente, renuncié a mi empleo en la universidad antes de que Perón me echara, para ganarle una mano. Y me volví a Buenos Aires, donde empecé a trabajar en diversas cosas. Trabajé como gerente de la Unión de Editores Argentinos, lo que me puso en contacto con el mundo editorial, que era interesante. Después, aprovechando que conocía dos idiomas, me recibí de Traductor Público, que era un oficio, una profesión excelente porque daba mucha independencia y me permitía hacer traducciones y darme buena vida. Así continué hasta 1951, en que gané una beca del gobierno de Francia. Decidí irme allá para ver qué pasaba, y decidí quedarme. Porque la verdad es que el fenómeno peronista en su primera etapa yo no lo comprendí nunca. Yo era completamente ajeno a la política. Era un hombre totalmente apolítico y yo lo sé porque tengo un gran sentido de la autocrítica. Yo vivía en un mundo estético, estetizante , de joven que escribe, que ha leído montones de libros, y lo que me interesaba era hablar exclusivamente de libros. En torno a mí había un proceso político que yo no comprendí. Ese proceso me molestaba, me hostigaba, y decidí quedarme en Francia.

Luego las cosas cambiaron, empezaron las dictaduras militares. Después de la caída de Perón yo iba a la Argentina cada dos o tres años a ver a mi madre y a mi hermana. He hecho en total algo así como nueve viajes de ida y vuelta, o sea que nunca perdí el contacto con mi país, hasta ahora, en que, por el momento, lo he perdido, porque soy verdaderamente un exiliado.

—Julio, ¿recuerdas las primeras cosas que escribiste?

—Quien se acuerda muy bien de las primeras cosas que escribí es mi madre, porque las tiene guardadas: son sonetos, poemas que yo escribí a los nueve o diez años; una tentativa de novela, que me encantaría volver a leer, pero cuando vi a mi madre por última vez no quiso dármela, porque sospecha que la voy a quemar, y entonces la tiene bajo llave, y nunca he podido echarle mano. El único problema que tengo es que no me deja ver esas cosas. Ella asegura que son muy buenas. Yo lo que sé es que cuando iba a la escuela primaria, a los once años, yo me enamoraba perdidamente de alguna compañera. Eran escuelas mixtas. Entonces siempre había una niña con unas trencitas y unos ojos que a mí me producían emoción, y entonces yo le escribía unos poemas sumamente ingenuos, de una especie de amor, y después poemas de sufrimiento, porque esa niña no me miraba. Todo esto lo tiene mi madre guardado .

—¿ Qué fue lo primero tuyo publicado?

—Espera. Yo tardé muchísimo en publicar, y estoy contento de haberlo hecho, porque mira, yo vivía, como te decía, en un mundo muy literario y, por lo tanto, estaba rodeado de amigos que se dedicaban a la literatura o a la música o a la pintura, y tenían esa ansia de los jóvenes de darse a conocer, de publicar. Muchos de ellos a los 18 años ya hablan publicado su primer libro de poemas o su primera novela, y al año siguiente te los encontrabas llorando por la calle porque estaban profundamente arrepentidos de haber publicado ese libro. No porque la crítica les hubiera pegado, porque no había ninguna crítica, nadie se enteraba, sólo los amigos leían el libro, pero ellos mismos, que habían caminado un poco más, se daban cuenta de que esa publicación había sido prematura. Yo no sé si por vanidad, pero, en todo caso, con un gran espíritu critico, me negué a publicar. Escribí distintas cosas. Tú sabes que yo he quemado dos o tres novelas, una de las cuales tenía como 600 páginas.

—Me lo contaste una vez.

—Te lo conté. He tirado muchos cuentos al canasto, muchos poemas, hasta que finalmente llegó un momento en que escribí una serie de sonetos que me parecieron publicables, y entonces salió en una pequeña edición para los amigos. Es un libro inhallable, que lo publiqué además con un pseudónimo, lo cual te demuestra que yo tenía mis recelos.

—¿ Y ese libro cómo se llama?

—Ese libro se llama Presencia.

—¿ Y el pseudónimo?

—Julio Denis . Una edición de 250 ejemplares. Yo tengo uno en París.

—Tengo qué buscarme uno.

—Si lo encuentras, bueno…

—Si lo encuentro, te lo mando para que me lo firmes.

—Pero me sorprendería. Yo puedo mandarte una fotocopia. Son unos sonetos muy estetizantes , muy malarmianos , muy simbolistas. Bastante bellos, dicho sea de paso. Yo no tengo falsa modestia. Con mi nombre lo primero que salió fue una serie de diálogos sobre el tema de Teseo y el Minotauro. Es un texto que se llama Los reyes y es la historia de Teseo que entra en el laberinto con el hilo que le da Ariadna para que no se pierda y que va a matar al Minotauro. Pero yo le cambié completamente el sentido, es decir: que ahí el verdadero héroe es el Minotauro. El Minotauro yo lo veo como el poeta, como el hombre libre que el tirano encierra en el laboratorio porque sabe que si lo deja en libertad, digamos, le va a hacer la revolución, para hablar en un lenguaje moderno, y Teseo es el servidor del poder, es el joven fascista que va a matar al hombre libre. Entonces —te das cuenta— es una inversión completa del mito griego. Fue un texto que le había gustado mucho a mis amigos, y por eso yo acepté que se publicara, pero en una edición privada.

—Este libro del que me hablas ahora, ¿en qué año fue publicado?

—Fue publicado en 1948 ó 1949, dos años antes de que yo me fuera de Argentina. El año en que me fui —noviembre de 1951—, apareció Bestiario. Es el primer libro de cuentos publicado por la Editorial Sudamericana. Fue un libro que cayó totalmente en el silencio y en el vacío, porque era una época en que los argentinos —y los latinoamericanos en general— miraban todavía hacia Europa y hacia los Estados Unidos como los grandes modelos literarios, y los autores nacionales eran ninguniados —como dirían los mexicanos— y nos leían muy poco. Yo me acuerdo que estando en Francia recibí la primera liquidación de derechos de autor: era la suma de 14 pesos argentinos. Mandar el recibo de vuelta firmado costaba 12 pesos. ¡Así que ya ves mi derecho de autor!

—Y después de este libro de cuentos, ¿qué le siguió y en qué forma fueron escritos en Francia?

—Bueno, lo que sigue fue escrito en Francia, y eso para mí fue muy importante: el choque con la cultura francesa y el empezar a descubrir la verdadera América Latina, de la que yo había pasado al lado realmente, a lo largo de mi vida. Empezaría a descubrir de lejos, poco a poco, empezar a darme cuenta de lo que era América Latina. Eso fue un proceso muy largo de diez años en el curso de los cuales yo fui escribiendo cuentos en París. Apareció un segundo libro en México que se llama Final del juego, que luego fue completado con una edición argentina más amplia, y después se editó Armas secretas, que son ocho cuentos. Cuando se publicó ese libro empezaron a leerme. Ese libro sacó —digamos, de las gavetas— los libros anteriores. Bestiario, que nadie había leído, de golpe tuvo tres ediciones. Como pasa siempre, es un efecto retroactivo. Luego se editó Los premios, la primera novela mía que se publicó con gran éxito en la Argentina. En ese momento yo estaba trabajando en Rayuela —conjuntamente con otros cuentos paralelos— y Rayuela apareció hacia el año 1962 ó 1963.

En 1961 se produce en mi vida un hecho muy importante: es que yo hago mi primer viaje a Cuba y tomo contacto aquí con el mundo cubano, con la Revolución Cubana, y eso —ya lo he dicho muchas veces, pero me gusta repetirlo— fue coagulante, el catalizador que me mostró a mí hasta qué punto yo era latinoamericano, hasta qué punto yo era argentino, cosa que había ignorado durante muchos años. Puedo decir que a mí la Revolución Cubana me metió en la Historia, me hizo entrar en la Historia. Yo no tenía ningún interés por la Historia, me interesaba lo estético únicamente. La experiencia traumatizante de la Revolución en 1961, cuando vine aquí y los encontré a ustedes en pleno momento del bloqueo, con todas las dificultades, y vi a este pueblo en la forma en que luchaba, en la forma en que combatía, entonces yo me dije: “¡Diablos, y pensar que en la Argentina yo he estado rodeado de muchedumbres también que buscaban la justicia social, y no fui capaz de darme cuenta!” Me hicieron falta muchos años. Bueno, eso te explica que a partir de 1961 yo he vuelto a Cuba todas las veces que he podido. Y, además, que haya empezado una acción paralela y simultánea con la literatura, es decir: una acción ideológica, que yo haya entrado también en la lucha como compañero de ustedes.

—Julio, ¿cuántos libros publicados tienes?

—Yo he perdido la cuenta, pero me he dado cuenta de que he escrito demasiado, que ya tengo como 13 ó 14 libros. Yo creo que hay que darle paso a los jóvenes. Tú sabes que a mí me interesa mucho la literatura de la juventud, y creo que es una prueba de juventud mía, porque es muy frecuente en los escritores ya viejos, ya maduros, que tienen una personalidad ganada, ponerse muy celosos de los jóvenes, como si tuvieran miedo, lo cual es un miedo absurdo, un miedo negativo, ¿no es cierto? Tienden a leer solamente a la gente de su generación y no consideran a los jóvenes: ¡allá ellos! Yo, por el contrario, leo más a gusto en estos momentos la literatura de los jóvenes que la literatura de los viejos, porque no me importa que sean obras a las que les puede faltar todavía madurez, les puede faltar técnica, pero lo que interesa ver es el nacimiento de un talento, y eso yo lo he visto muchas veces. Jóvenes argentinos, mexicanos y cubanos, gentes que empiezan titubeando y luego, un buen día, te saltan con un libro. Ver un joven que se abre paso en la literatura es para mí como una recompensa.

—Julio, ¿cuál es tu último libro?

—Ése que tienes ahí delante. Se llama Alguien que anda por ahí, que es el título de uno de los cuentos y que, además, fue publicado en Caimán Barbudo.

—La recuerdo, y hablamos de esto en la anterior entrevista.

—Tienes razón.

—Claro, no me dijiste el título, dijiste: “Acabo de escribir un cuento”. Y creo que fue en Santiago de Cuba.

—Yo escribí dos cuentos en Cuba el año pasado. Este se los dejé a los muchachos del Caimán Barbudo, y otro que se llama “Apocalipsis de Solentiname ”, que se lo dejé a Fernández Retamar , que lo publicó en la revista de Casa de las Américas . Ese segundo, “Apocalipsis de Solentiname ”, es un cuento desgraciadamente profético, porque es después de una visita a Ernesto Cardenal en su comunidad, en donde ya velan las amenazas y Ernesto era perfectamente consciente. En mi cuento, que es un cuento fantástico y al mismo tiempo muy realista porque yo creo que las dos cosas no son incompatibles, se ve venir la catástrofe que se acaba de cumplir en el mes de octubre cuando la Guardia Nacional expulsó a los campesinos y a los pescadores.

—Este “Alguien que anda por ahí” acaba de ser publicado en España.

—Sí, éste fue publicado en España, y tenía que salir una edición simultánea en la Argentina. A mí me interesaba esto particularmente, lo conté la otra noche en Casa de las Américas . Porque, fíjate, este libro tenía que aparecer en Buenos Aires, en el mes de junio. Entonces, el Gobierno, por intermedio de uno de sus voceros más o menos anónimos, le hizo saber a la Editorial Sudamericana que este libro no podía aparecer en la Argentina si no se suprimían dos cuentos: “Apocalipsis de Solentiname ” y “Segunda vez”, porque los consideraban ofensivos, aunque no hay ninguna referencia directa a la Junta Militar. Como no son tontos, se daban cuenta perfectamente del alcance político que tenían esos dos cuentos. Utilizando mi sentido del humor —un poco negro, como tú sabes— contesté que estaba de acuerdo en suprimir los cuentos siempre que en la primera pagina saliera una nota en la que dijera, que para que este libro fuera difundido en su patria y ser leído por su pueblo está de acuerdo el autor con suprimir los dos cuentos que le exigen que suprima. Como comprenderás, la Junta no aceptó, porque ellos pretenden que hay libertad de prensa, que no hay censura. El libro no se publicó en la Argentina, y, en cambio, acaba de salir completo en México.

Ahora, fíjate —como yo le decía la otra noche a los amigos en la Casa de las Américas —, para mí este es un golpe muy doloroso, no por mí, sino por proyección. Porque si soy un exiliado físico, ese es mi problema, pero ahora soy también un exiliado cultural, es decir, que 22 millones de argentinos, entre los cuales hay tantos que me han leído y que me tienen estima y que les gusta leer mis libros, se van a quedar sin leer este libro. Entrarán algunos ejemplares en los bolsillos de amigos, pero es muy peligroso en estos momentos. Yo mismo no me animo a mandárselo a un amigo porque si le abren el paquete lo pongo en un problema. ¡Te imaginas hasta qué punto este exilio cultural me duele, porque no es solamente mío! Tú sabes que en estos momentos una enorme cantidad de escritores, abogados, médicos e investigadores han salido de la Argentina: están en España, están en Francia. Toda esa gente hacía su trabajo, publicaba sus libros, y nada de eso se puede publicar en la Argentina. La Argentina en estos momentos es un país pobre culturalmente. ¿A quiénes tienen como representantes de la cultura? A gente como Borges, por ejemplo, y a nadie más.

—Julio, una de las editoras cubanas va a editar un libro tuyo…

—Si, una editora cuyo nombre se me escapa, y lo digo con gran sentido de culpabilidad, porque ustedes están publicando tanto y con tantos nombres diferentes. Va a publicar ese librito mío que se llama Historia de cronopios y de famas.

—Del cual tú estás muy enamorado.

—Sí, yo estoy muy enamorado, tengo una culpable debilidad por ese libro porque fue un juego que yo escribí hace 20 años. Pero como todos los juegos, tiene su lado serio. Tú sabes cómo se ponen serios los niños cuando juegan. Es una cosa muy importante. Yo recuerdo que cuando era pequeño y estaba jugando y mi madre venía me decía: ¡Bueno, vamos, que tienes que bañarte, comer!, yo la miraba y pensaba: los grandes son tontos; por qué tiene uno que bañarse y comer si lo importante es terminar este partido. Había una especie de noción de que el juego es una cosa muy seria.
Estoy muy contento de que ese librito se publique completo, porque aquí se habían dado algunos extractos en ese tomo de cuentos míos que hizo Casa de las Américas hace muchos años —en 1963 ó 1964— que contiene cuentos y, al final, hay algunos cronopios , pero muy pocos. Ahora está completo.

—Hablando de libros tuyos publicados en Cuba y del gran éxito de Rayuela, que eso es de siempre, porque todavía hay quien viene y lo pide prestado, ¿qué piensas de Rayuela?
—Bueno, mira, a esta altura de las cosas yo tengo una doble visión de Rayuela. Estoy muy contento de haberla escrito. En el fondo es el libro que yo más quiero personalmente. De autor a libro, es mi libro. Ése es el lado positivo. Estoy muy contento de haberlo escrito, porque fue un libro de experimentación, fue un libro de provocación. De ahí su éxito. Es un libro que yo no escribí pensando en los jóvenes. Yo creí que escribía para las gentes de mi edad, y me llevé la sorpresa de la vida cuando el libro salió en la Argentina y empecé a recibir cartas de gente de 18, de 20 años, que expresaban el impacto que ese libro les había causado. Para mí fue una gran sorpresa y, al mismo tiempo, una gran alegría. Es decir: es un libro que cuestionaba muchas cosas: cuestionaba el lenguaje; cuestionaba todo el itinerario equivocado de la civilización occidental, buscaba respuesta a las grandes preguntas: qué somos, a dónde vamos, cuál es nuestro verdadero centro, qué estamos haciendo en esta vida. Es un libro un poco metafísico, un poco filosófico a mi manera. Ése es el lado positivo que yo creo que tiene. Ahora, claro, el lado negativo lo veo actualmente con mucha claridad, es decir: Rayuela es un libro excesivamente individualista. Es la historia de un personaje, sobre todo, y algunos que giran en torno a él, que están metidos en sí mismos, no tienen ningún sentimiento histórico, ninguna conciencia histórica; sus problemas personales, sus pequeños problemas, problemas burgueses o pequeñoburgueses son el centro de su vida, y aunque, desde luego, son problemas importantes porque los individuos son individuos en cualquier sociedad, de todas maneras el libro peca por no estar abierto hacia la Historia. Ésa es una etapa que me faltaba a mí por franquear y creo que ya te he contado en qué circunstancia se produjo.

—Julio, ¿cuál es la música que a ti te gusta?

—Bueno, si tú pudieras poner en un programa toda la música que a mí me gusta necesitarías más o menos un mes, lo cual sería una pedantería y una vanidad. Yo soy un melómano. Incluso he dicho, para sorpresa de algunos, que yo soy un músico frustrado. A mí me hubiera gustado ser músico, y en última instancia, si yo tuviera que elegir entre música y literatura, yo sé que elegiría la música. Te lo digo muy seriamente.

En ese juego de la isla desierta, “¿qué te llevarías tú a la isla desierta?”, si yo tuviera que elegir entre llevar libros y llevar discos, yo llevaría discos. Hay un amigo que me dijo: ¡Claro, porque los libros los escribirías tú! Yo soy un gran melómano, y todo el tiempo libre que tengo —y que no me quita otras cosas o la lectura— lo dedico a escuchar discos. De modo que mi panorama de gustos es muy grande: va desde la música de la Edad Media hasta la música electrónica contemporánea. Yo tengo un criterio, una especie de valores, como todos: cosas que me gustan y cosas que no me gustan. Tú ves, por ejemplo, entre un músico como Juan Sebastián Bach y un músico como Vivaldi , yo sé bien que mi música es Bach. Tengo gran admiración por Vivaldi , pero como le hace decir Alejo Carpentier a un enemigo de Vivaldi , fue Vivaldi un señor que escribió 500 veces el mismo concierto. Hay una limitación. En cambio, Bach es ilimitado: cada obra de él es una nueva fuente de belleza e invención.

Tengo dos grandes amores principales en materia de música del pueblo. Es por un lado, como te puedes imaginar, el tango. Me he criado escuchando la voz de Carlos Gardel y eso para mí cuenta muchísimo. Los tangos yo los sigo, los canto en la calle. Sé de memoria muchísimos tangos. Luego está e1 jazz, porque siendo yo muy jovencito el jazz entró en Buenos Aires. Te estoy hablando de los años 1929 y 1930, es decir: ese jazz que ya es ahora histórico y llegaba en esos pequeños discos de 78 revoluciones. Ahí escuché yo las primeras cosas de Duke Ellington , de Louis Armstrong , y me pareció una música de una riqueza infinita, como la tiene efectivamente.

A eso se ha agregado en estos últimos años algunos descubrimientos muy hermosos. La música cubana, que yo conocía un poco porque en mi juventud los artistas cubanos iban a Buenos Aires. A Bola de Nieve yo lo conocí en Buenos Aires. Él cantaba en la radio. Y cuando se lo dije aquí, en La Habana él se conmovió mucho y estuvimos hablando de Buenos Aires. Creo que Rita Montaner también fue a cantar a Buenos Aires, aunque yo no la escuché. La música cubana la conozco ahora, naturalmente, mucho mejor, porque cada vez que vengo aquí la escucho y, además, me llevo discos. Tú acabas de regalarme uno y aprovecho para agradecértelo. A la música cubana se suman otras músicas latinoamericanas que yo amo mucho: la de Brasil, por ejemplo. La actual de Brasil es una música de una riqueza inmensa, y yo me alegro mucho de saber que Chico Buarque llega o ha llegado a La Habana, porque él va a cantar para ustedes. Es un hombre de una gran cultura musical y, además, es un luchador.

Y después el romanticismo de Chopin y Beethoven y la ópera italiana y Wager .

Bueno, ahí tienes un poco de mis panoramas.

—Ye te diría, parafraseando esas viejas bases ya históricas: “el boom ha muerto, viva el boom ”, es decir, que a mí no me gusta la palabra boom . Ya lo he dicho muchas veces: usar una palabra inglesa para designar un fenómeno latinoamericano me parece una intromisión colonialista en nuestro vocabulario. Siempre me molestó. Digamos que ese primer boom , cuyas figuras tú conoces y todo el mundo conoce, está terminado. Sus protagonistas siguen escribiendo, afortunadamente diríamos, pero lo que interesa es que haya una nueva promoción, que ya no necesita de la palabra boom . Si se puede hablar de una nueva generación de escritores latinoamericanos que es, en mi opinión, muy importante. Desde el extremo sur, desde la Argentina, hasta Cuba y los países de América Central, Venezuela y Mexico tú encuentras poetas, novelistas y cuentistas entre 25 y 40 años que están haciendo un magnifico trabajo. Algunos de ellos son ya figuras de proa, como pudiéramos decir un Salvador Garmendia , en Venezuela. Son figuras realmente extraordinarias todos los jóvenes poetas mexicanos. Cuando ye estuve el año pasado en San José conocí a los poetas y cuentistas jóvenes de Costa Rica, y me impresionó la seriedad de su trabajo, la calidad de su trabajo.

De modo que en ese sentido soy muy optimista. Yo creo que desde el primer boom , culturalmente asistimos a un proceso verdaderamente revolucionario, porque es una toma de conciencia. Nuestros pueblos han tomado conciencia, cada vez más, de sí mismos a través de sus escritores. Entonces es una dialéctica muy bella porque el escritor escribe para el pueblo, cosa que no existía antes. El escritor estaba antes volcado hacia los moldes europeos y escribía, sobre todo, para una élite , con pocas excepciones como Mariano Azuela y otros, pero son excepciones que se cuentan con los dedos de una mano. En cambio, ahora el escritor sabe que tiene público, y que su público es el pueblo, su propio pueblo. Y el pueblo sabe que tiene escritores, y los espera. Tú sabes muy bien lo que pasa cuando va a salir una nueva novela de Gabriel García Márquez: está todo el mundo a la expectativa, cosa que en mi juventud no existía en absoluto. Uno se enteraba que había aparecido un libro, lo leía, y nada más.

—No quiero robarte más tiempo. Me imagino que las maletas no están hechas todavía, y dentro de pocas horas tienes que partir.

—Es cierto, no están hechas todavía. Además, hay un problema trágico: con todos los libros y discos que me regalan ustedes, más unas cuantas tortuguitas en papier maché, en mis valijas no va a caber nada.

¿Tú te acuerdas de aquella película de los hermanos Marx en que cerraban una maleta y sobraban las cosas y se salían? Entonces dos de ellos se sentaban arriba, y el tercero, con una tijera, cortaba las corbatas, los calcetines y las camisas. Así me va a pasar a mí.

—A los amigos no nos gusta despedirlos, sino decirles simplemente hasta luego, y te esperamos.

—Mira, a mí tampoco me gusta despedirme. Entonces, te devuelvo el hasta luego, que espero sea un luego muy pronto, y nos volveremos a encontrar.

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