En el 33 aniversario de la Revolución Sandinista de 1979

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RAFAEL CUEVAS MOLINA| Tres décadas después, los sandinistas tienen su segunda oportunidad sobre la Tierra, en otras condiciones, muy peligrosas aún,  pero con otros apoyos, con otras solidaridades que no se han hecho esperar. Estas les han permitido sobrevivir, es cierto, pero también lo ha hecho su ligamen con el pueblo, porque sin él ya habrían mordido el polvo hace tiempo, como en la vecina Honduras o como en Paraguay.Hoy, cuando varios países en América Latina transitan por el camino del cambio social, a veces se torna difícil entender los años de las décadas del 70 y el 80, cuando en plena Guerra Fría solo Cuba se alzaba en este continente como ejemplo de modelo alternativo de desarrollo, como modelo socialista y anticapitalista, como “estrella solitaria” frente al poderosísimo imperialismo norteamericano.

Hoy es difícil entender, para los que no vivieron esos años de tenso trajinar y de batalla, el inmenso sacrificio al que se vio compelido el gobierno y el pueblo nicaragüenses ante la embestida de la administración de Ronald Reagan, aquel que, con su copete engominado y sonrisa hollywoodense, dijo ante las cámaras que él mismo era un contra más de los que acechaban a Nicaragua.

Hoy es doloroso recordar los camiones cargados de muchachos, casi niños muchos de ellos, que marchaban al frente de batalla; las muertes por millares; el bloqueo de los puertos; la carestía de alimentos.

Eran otros tiempos aquellos. Nicaragua hizo su revolución de forma tajante y radical, como eran las revoluciones de aquellos tiempos, y esa radicalidad no le fue perdonada nunca. Fue su mayor pecado: pararse de pronto, pobre y desnutrida como era, en medio de la región que el imperialismo norteamericano tiene como su patio trasero, y querer construir una sociedad nueva, total y radicalmente distinta de lo que siempre había prevalecido.

Luego de la derrota electoral de 1989, cuando agotados y asombrados los sandinistas veían cómo se les escapaba el sueño que habían querido construir, vinieron las defecciones de los que solo entonces se dieron cuenta de sus disidencias y partieron. Pocos quedaron en el núcleo central que siguió batallando hacia adelante, que siguió al pie del cañón con “los muchachos” y que no fueron a hacer coro con los que les decían adiós y pasaban a formar parte de los criticones no solo de ellos sino, también, de los nuevos proyectos que con el tiempo fueron surgiendo en otros rincones de América Latina.

Con el tiempo los sandinistas volvieron, seguramente agiornados y puestos a tono con los  nuevos tiempos, habiendo guardado en su mochila las dolorosas experiencias de la década del 80. Pero volvieron, lo que es lo mismo que decir que tuvieron su segunda oportunidad sobre la Tierra, en otras condiciones, muy peligrosas aún  pero con otros apoyos, con otras solidaridades que no se han hecho esperar.   Estas les han permitido sobrevivir, es cierto, pero también lo ha hecho su ligamen con el pueblo, porque sin él ya habrían mordido el polvo hace tiempo, como en la vecina Honduras o como en Paraguay. Y ahí están, gobernando en el tercer país más pobre de América Latina, llevando adelante políticas sociales que han disminuido el desempleo, que han logrado que bajo la migración allende sus fronteras, abriendo escuelas, hospitales; haciendo, pues, lo que en última instancia es el objetivo de cualquier gobierno de izquierda: mejorar la calidad de vida de la gente, dándole mejores horizontes aunque, en las condiciones que ellos heredan deberá pasar mucho tiempo antes que se alcancen niveles decentes de vida para todos.

Como ha sido la norma con todos los países que en nuestro subcontinente se lanzan a estas aventuras, no han cesado de caer sobre la Nicaragua sandinista todo tipo de ataques que cuestionan la integridad de sus procesos electorales, la calidad de su democracia, la libertad de prensa, la independencia de los poderes republicanos. Así es y así será en el futuro, mientras se mantengan haciendo lo que deben hacer, que es abrir las puertas para los nuevos tiempos.