En campaña permanente
MARYCLÉN STELLING| Indudables las graves circunstancias por las que atraviesa el país actualmente. Igualmente las diferencias que se han presentado en el gabinete y han colocado el foco en el papel y la oportunidad de la crítica y autocrítica.
Pertinente entonces recordar Golpe de Timón y el énfasis de Chávez en la “autocrítica para rectificar” y la insistencia ante sus ministros “en la gran responsabilidad ante la historia a los que aquí estamos”.
En tales circunstancias, desde sectores de oposición continúa la campaña de deslegitimación del Presidente, su capacidad de gobierno, equipo y ejercicio del poder en general. Recordemos que la legitimidad del gobernante democrático precisa ser construida para ser obtenida y requiere renovación permanente para ser conservada. El poder en democracia se apoya en la legitimidad de derecho (estructural e ideológica) y del ejercicio. La primera es aquella que otorga la ley al Presidente y le es concedida por el pueblo en las elecciones. La segunda, se adquiere con el ejercicio del poder a la luz del cumplimiento de las promesas electorales, las expectativas de los votantes y la aceptación de su “buen hacer político”. Cuando el poder pierde su legitimidad deja de ser poder, salvo que acuda peligrosamente a la coacción.
Convertido el Presidente en un “ser público y visible” sus actuaciones están sometidas a una constante campaña publicitaria y al consecuente escrutinio de seguidores y opositores. El gobierno debe entonces permanecer en campaña y mantener el apoyo y credibilidad de partidarios y seguidores. De allí la importancia de trabajar tanto la legitimidad como la credibilidad, que se sustenta en dos dimensiones: confianza (subjetiva) y conocimiento (objetiva).
Contrario a lo esperado, la estrategia opositora La salida, parece haber fortalecido a Maduro, aun cuando se mantiene una fuerte campaña mediática dirigida a mermar su legitimidad estructural e ideológica. Desde el sector oficial se arremete con una estrategia de comunicación política para la imagen presidencial, con miras a la legitimación del poder del voto y del ejercicio. Se combina con una puesta en escena de “narrativas, representaciones y símbolos” tendiente a legitimar la imagen y ejercicio del presidente Maduro a la luz de la figura de Chávez, suerte de “unción divina” que apuntala la unción del voto y del propio desempeño.