Emmanuel Macron, el hombre líquido que cautiva en Francia

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Eduardo Febbro

Un candidato presidencial fabricado de la noche a la mañana, sin partido que lo respalde o en el cual haya forjado sus ideas, sin tradición política, sin mandatos electivos, sin experiencia en las altas gestiones del Estado ni solidez en el contacto con el pueblo y con un programa de “extremo centro” confeccionado para atrapar a conservadores de mal humor, a centristas sin representación o a socialistas liberales, la figura del ex ministro de Economía de François Hollande Emmanuel Macron se incrustó en la contienda electoral para las elecciones presidenciales de abril y mayo próximos con la etiqueta de favorito para competir mano a mano con Marine Le Pen.

La espuma de afeitar como identidad política. Humo y palabras. Ninguna de las imposibilidades consabidas frenaron el ascenso de este personaje de 39 años que renunció a su cargo de ministro de Economía en abril del 2016  para fundar su movimiento En Marcha en lo que apareció como una traición al presidente François Hollande, que lo había nombrado en ese cargo cuando se terminó de romper el sueño de una política de izquierda. En pocos meses, y ante un electorado que parece perdido y se especializó en decapitar a cada uno de los representantes de las ofertas políticas convencionales, Macron instaló su narrativa anti sistema, ni de izquierda ni de derecha, sin que, milagrosamente, le pesaran las políticas de corte liberal que implementó cuando fue Ministro.

Hoy, según las encuestas, el ex protegido del presidente y antaño integrante del banco de negocios Rothschild estaría en condiciones de pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales tras dejar en el camino al candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon, e incluso al representante oficial de la derecha, François Fillon. Ello configura un duelo entre un diletante y la representante de la extrema derecha, Marine Le Pen.

Emmanuel Macron se metió en una coyuntura que le fue siendo favorable y en la que los franceses rompieron todos los esquemas. Primero, el presidente François Hollande renunció a postularse para su reelección, una decisión inédita en la Quinta República francesa. Luego, a la derecha, las primarias cortaron las carreras políticas del ex presidente Nicolas Sarkozy y del ex primer ministro Alain Juppé, ambos favoritos para ganar la candidatura pero derrotados por François Fillon. Luego, en las primarias organizadas por el Partido Socialista y en contra de lo que se esperaba, el ala más a la izquierda se impuso al color oficialista, es decir, el socialliberalismo del ex primer ministro Manuel Valls.

Y al final, como si fuera poco, el candidato de Los Republicanos, François Fillon, regaló su crédito político cuando el semanario Le Canard Enchaîné reveló que el muy moralista y ético Fillon -fue su marca retórica-había empleado a su esposa como asistente parlamentaria casi como un fantasma porque nadie la vio trabajar en la Asamblea.

En ese paisaje devastado y con un socialismo demasiado a la izquierda, una derecha manchada por la corrupción y una ultraderecha cuyo extremismo asusta, Macron se fue diseñando con el aura de una credibilidad nueva y salvadora. Su programa político es, por ahora, un espejismo. Los analistas aseguran que su candidatura es volátil y que no resistirá a la fuerza de los demás candidatos. Pero cada semana que pasa, entre escándalos, arreglos de cuentas, su invisible propuesta se afianza. Los planetas se han unido para trazarle un camino presidencial a este joven político que en agosto del año pasado dijo: “No soy socialista”.

Las internas del PS también soplan a su favor. Diputados y electores socialistas, espantados ante el triunfo en las primarias de la versión más genuina del socialismo francés, están tentados de votar por él para dar vuelta la página de lo que ellos consideran una tendencia del pasado. Por añadidura, como Le Pen tiene garantizado su lugar en la segunda vuelta de la presidencial, Macron sería el “salvador de la República”.

Su etiqueta recuerda el memorable concepto del desaparecido pensador polaco Zygmunt Bauman, con el cual retrató el mundo de la posmodernidad: “Las sociedades líquidas”. Macron es el candidato líquido, escurridizo, invisible ante las definiciones pero formado en los cenáculos más sólidos de Francia como la ENA, la Escuela Nacional de Administración Pública, allí donde se capacita la casta política y administrativa del país.

Macron ejerce una suerte de populismo educado y con buenas maneras, muy alejado de la brutalidad de Donald Trump o de la xenofobia populista de la candidata de extrema derecha Le Pen. Es un populismo telegénico, de gente con las corbatas bien puestas y las ideas vagas. Dice estar contra el sistema pero es un auténtico producto de él.

El candidato de En Marcha está en todas partes y en ninguna: le muerde ideas a la socialdemocracia, a la derecha conservadora, al liberalismo, al europeísmo y, sobre todo, el socialismo liberal y urbano. No se ha marcado con retóricas nacionalistas sino con ideas que retoman la gran moda: estar contra el sistema y los privilegiados que prosperan en él. Emmanuel Macron es un híper moderno a su manera porque sin ideas y en aguas revueltas se subió a un set de televisión y desde allí tejió su credibilidad en un terreno en el que nadie cree en los frutos tradicionales. Macron se inventó a si mismo en el centro de una oferta política donde nadie inventa nada.

¿Cuánto durará el encanto? Es un misterio. Los socialistas lo llaman “la burbuja Macron”. Pero el globo crece y sube en el firmamento de las posibilidades. Emmanuel Macron, más allá de multiplicar mítines donde apenas visibiliza sus ideas, no ha presentado ninguna plataforma política. Los socialistas cuentan con que su aura se haga añicos en cuanto lo apuren con planteamientos inevitables. François Lamy, uno de los socialistas cercanos a Benoît Hamon, asegura que el proyecto de Macron “se parece a esos textos parlamentarios que llevan el título de “diversas medidas de orden social”. No hay nada más que un manojo de medidas escritas a las apuradas”.

En otro contexto, las predicciones o los análisis serían posibles. En el actual, no. Ni siquiera se sabe si la derecha podrá mantener la candidatura de François Fillon, acosado por el escándalo del presunto trabajo ficticio de su esposa. El hombre de En Marcha es lo que en Francia se llama un “ni-ni”, ni lo uno ni lo otro. Un abanderado del progresismo sin idea de progreso. Su apuesta fue el descontento y el repudio hacia la clase política y la ambigüedad. Emmanuel Macron inventó la nada como sueño político, la sensación de cambio sin programa.

*Publicado en Página12