Elecciones en Ecuador: primer pulso entre alineados y no alineados en la nueva era Trump
Lautaro Rivara – Diario Red
El vertiginoso comienzo del segundo periodo presidencial de Donald Trump ofreció muchas novedades de alto impacto en apenas algunas semanas, tanto si consideramos las declaraciones previas a su asunción formal y sus consecuencias posteriores, como las primeras órdenes ejecutivas firmadas por el mandatario entrante a partir del día 20 de enero.
Las declaraciones y medidas adoptadas alcanzaron ya a territorios tan distintos y distantes como Canadá, Groenlandia, Rusia, Ucrania, China, la Unión Europea y Oriente Medio. Y en lo que respecta a América Latina y el Caribe, afectan también México, Colombia, Cuba, Panamá, Venezuela y a varios otros países. Los temas en conflicto se vinculan con la deportación de migrantes, la política arancelaria, los cárteles de la droga, el terrorismo, el control de los pasos interocéanicos, los recursos petroleros, el complejo militar industrial, las agencias de “cooperación internacional” y un largo etcétera.
Pujas electorales
En Ecuador, este 9 de febrero se medirán frente a frente sectores políticos ubicados en las antípodas, no sólo en lo que a política doméstica refiere, sino también en relación a la ofensiva geopolítica imperial promovida por los Estados Unidos en la región. Entre varios otros clivajes, los comicios ecuatorianos pueden ser decodificados como una pugna entre alineados y no alineados, aperturistas y soberanistas, promotores del libre comercio con el viejo hegemón o de la multipolaridad y la integración regional autónoma, proceso en el que la nación andina tuvo un rol protagónico a comienzos de siglo durante los gobiernos de Rafael Correa y la Revolución Ciudadana. La compulsa, que amenaza con ser reñida, no escapa a la mirada atenta del Departamento de Estado y de la Oficina Oval, que cuenta con un alfil propio a la cabeza de aquel Estado sudamericano, y que busca garantizar su continuidad en el Ejecutivo.
Este domingo, 13 millones de ecuatorianos y ecuatorianas elegirán al binomio presidencial para el período 2025-2029, mientras escogerán a los 137 miembros de la Asamblea Nacional, su órgano legislativo unicameral. 16 serán las fórmulas elegibles, pero según todas las encuestas son dos las candidaturas que concentrarán la inmensa mayoría de las preferencias: Luisa González, candidata del correísmo por segunda ocasión consecutiva, y el presidente en ejercicio Daniel Noboa, postulado por el partido ADN. Ambos deberían cosechar, en un escenario apretado, entre el 60 y el 70 del voto total de la ciudadanía. Pese a tratarse de una pequeña nación sudamericana, esta coyuntura adquiere relieve internacional, más si consideramos que podría interrumpirse la sucesión de tres gobiernos consecutivos que privilegiaron las más estrechas relaciones con la gran potencia en declive.
Pero para evitar este escenario, Estados Unidos cuenta con un aliado entrañable en esta coyuntura. Y es que Daniel Roy Gilchrist Noboa Azín, presidente en ejercicio, nació en Miami en 1987, se encuentra familiar, afectiva y económicamente ligado a aquel país, y fue educado en algunas de sus instituciones educativas privadas más selectas. En apenas 14 meses de una presidencia breve y singular –que comenzó con el decreto de «muerte cruzada» del ex mandatario Guillermo Lasso–, Noboa realizó varias visitas a los Estados Unidos, tanto personales como de carácter oficial, aún en medio de crisis de envergadura como la securitaria y energética. A fines del mes pasado, la Canciller Gabriela Sommerfeld aseguró que Noboa realizará una pronta visita oficial para reunirse con Trump, aunque de momento no hubo respuesta alguna por parte de la Casa Blanca.
Una pieza más en el ajedrez de la militarización
Varios son los asuntos sensibles que ligan a ambos países, pero sobre destacan el aspecto militar, migratorio y comercial. En relación al primero, desde un primer momento Noboa sumó al Ecuador a la coalición de gobiernos ultraconservadores que promueven la militarización activa de la región, en sintonía con la política de seguridad hemisférica de los Estados Unidos. El nuevo avatar de la Doctrina Monroe busca ahora revertir, disuadir o impedir la presencia, en América Latina y el Caribe, de potencias emergentes como China, Rusia o Irán. Varios otros países, como la Argentina de Milei, el Perú de Dina Boluarte, el Paraguay de Santiago Peña o la Guyana de Irfaan Ali, hacen parte de esta misma estrategia trasnacional.
Pero mucho antes de la asunción de Trump, la agenda suprapartidista del Comando Sur ya tenía a Ecuador en la mira. La generala Laura Richardson, jefa del Comando, visitó Ecuador en 2022 para asistir a la Conferencia Sudamericana de Defensa, y volvió a hacerse presente en enero del año pasado. En esa ocasión aseguró que la “cooperación militar” entre Estados Unidos y Ecuador tiene un valor estimado de 93.4 millones de dólares, y que incluye no sólo la transferencia de equipos militares, sino también la “educación militar profesional” de las fuerzas armadas locales. Según la cuenta de X de la Embajada estadounidense en Quito, este entrenamiento estaría dirigido también a los contingentes policiales. Pocos días antes, Noboa había asegurado en una conocida cadena estadounidense que “aceptaba con gusto la cooperación de los Estados Unidos”, y que su país necesitaba más equipamiento, más armamento y más inteligencia.
Esta orientación no sólo se explica por el alineamiento geopolítico del clan Noboa, sino también por su propia estrategia de seguridad doméstica. Ecuador, un país que supo ser el más seguro de la región en los albores del siglo, ha vivido una auténtica debacle securitaria durante los últimos gobiernos neoliberales. Apenas a dos meses de asumir el cargo, Noboa declaró la guerra a los grupos criminales, decretó el estado de emergencia y definió la situación en el país como un “conflicto interno armado”, definición que tiene trágicas reminiscencias en la historia contemporánea de otros países latinoamericanos y de las políticas contrainsurgentes globales.
Sin embargo, ni la militarización del territorio y la seguridad ni la cooperación con los Estados Unidos ha logrado frenar el espiral de violencia, el avance de los cárteles del narcotráfico, el rediseño de nuevas rutas para las economías ilícitas, los índices de homicidios (47 cada 100 mil habitantes, la tasa más alta de la región), ni la sucesión de sangrientos motines carcelarios. Pese a todo, esta política supo cosechar el apoyo de figuras tan notables como Luis Almagro, Secretario General de la OEA, y de Josep Borrell, hasta hace pocos meses responsable de la política exterior de la Unión Europea.
El último síntoma trágico de la militarización fue la desaparición forzada de cuatro niños el 8 de diciembre, cuyos cuerpos, calcinados y con ostensibles señales de tortura, fueron encontrados escasos días después. Aunque las primeras declaraciones oficiales, en la voz del Ministro de Defensa, adjudicaron el hecho al accionar de grupos criminales, pronto el gobierno debió admitir que al menos la detención corrió a cuenta de una patrulla de 16 militares.
Gestos de buena voluntad
Ecuador no está al margen de las difíciles relaciones comerciales y migratorias que sostiene Estados Unidos con otros países de la región, complejizadas aún más con el retorno de Trump, la promesa de deportaciones (aún más) masivas y la espada de Damocles de las sanciones y los aranceles.
Estados Unidos es el primer socio comercial de la nación andina, pero ésta no escapa al creciente poder de atracción que ejerce China en toda la región. Tanto es así que Ecuador es uno de los países que ya suscribieron memorándums de entendimiento para participar en la Iniciativa de la Franja y de la Ruta, a lo que se suma la firma y posterior ratificación de un tratado de libre comercio con el gigante asiático, que entrará en vigencia en mayo de este año de no mediar ningún viraje.
Sin embargo, la reciente apertura del mega puerto de Chancay en Perú compite y resta importancia relativa al puerto de aguas profundas de Posorja en Ecuador, desviando parte del tráfico hacia y desde el Asia Pacífico. Como sea, los problemas crónicos de financiamiento y deuda, así como la disminución de la renta petrolera en Ecuador, refuerzan el poder de seducción de los orientales.
Pese al avance notable de las inversiones chinas en minería, petróleo, comunicaciones y comercio minorista, los compromisos de Noboa con Estados Unidos, así como la política trumpiana del gran garrote, podrían limitar en algo el despliegue de China en el país. Estos lazos de cooperación podrían destemplarse bajo la severa presión que ejerce la administración Trump y el Departamento de Estado, más aún si tomamos como antecedente lo sucedido en Panamá el día domingo, en donde el presidente José Raúl Mulino acaba de anunciar que el país istmeño no renovará su participación en la “nueva ruta de la seda”, tras recibir la no muy amistosa visita de Marco Rubio.
Como Mulino, Noboa buscará congraciarse con la nueva administración al costo que sea. En esa línea, su gobierno fue uno de los primeros en recibir al ex candidato presidencial Edmundo González, prófugo de la justicia venezolana, pero agasajado con honores propios de un Jefe de Estado en el Palacio de Carondelet. En el mismo sentido puede interpretarse el estruendoso silencio presidencial ante la deportación de los primeros grupos de migrantes ecuatorianos, engrillados y en aviones militares. A diferencia de sus pares de Colombia, México u Honduras, Noboa no intercedió para velar por las condiciones de la deportación ni por que se garantizase el respeto a sus derechos fundamentales. La propia Cancillería ecuatoriana estima que son 500 mil los migrantes irregulares posibles de ser deportados.
Las mismas señales de alineamiento y pleitesía encontramos en el campo de la seguridad y la defensa. Por eso Noboa envío a la Asamblea Nacional una propuesta de reforma constitucional para permitir el establecimiento de bases militares en Ecuador, algo prohibido desde la entrada en vigencia de la Constitución de Montecristi en el año 2008, que redundó por ejemplo en el retiro de la célebre base estadounidense emplazada en el puerto de Manta al año siguiente.
En definitiva, los adalides periféricos del trumpismo se juegan en Ecuador su primera gran batalla electoral en la región. ¿Podrá Noboa negociar, a cambio de apoyo político y financiero, un cuidado y medido freno a los intereses de China en el país? ¿Los propios intereses comerciales de su familia y de otros sectores de la élite empresarial se lo permitirán? ¿Profundizará Ecuador su alineamiento automático y la militarización de poblaciones y territorios? ¿Podrá el joven presidente ecuatoriano revalidar su mandato frente a un correísmo que corre con ventaja en casi todas las encuestas? Y, ¿ratificarse al frente del ejecutivo le permitirá pasar de mero subalterno ideológico a homólogo real del inefable presidente norteamericano?