Elecciones en Alemania: el avance neofascista que podría cambiar Europa
Matías Caciabue y Paula Giménez
El próximo 23 de febrero, Alemania celebrará elecciones federales anticipadas tras la disolución del Bundestag en 2024. Este proceso electoral no solo definirá el futuro inmediato de la política alemana, sino que también tendrá un impacto decisivo en la reconfiguración del poder en Europa.
La crisis de la “Coalición Semáforo”, el oficialismo socialdemócrata y liberal, compuesto por el Partido Socialdemócrata (SPD), los Verdes y el Partido Democrático Libre (FDP), abrió la puerta a una contienda en la que la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) va a ganar terreno de forma alarmante. Mientras el líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), Friedrich Merz, encabeza las encuestas, el desplome del SPD y la fractura del espectro progresista han creado un vacío que AfD ha sabido capitalizar.
El canciller saliente Olaf Scholz no logró sostener su gobierno ante la creciente crisis social y económica que enfrenta Alemania. Las disputas dentro de la coalición gobernante sobre la política migratoria, el gasto público y la transición energética fragmentaron el apoyo parlamentario y profundizaron la desafección ciudadana. A mediados de diciembre pasado, un total de 394 de 717 diputados le negaron una moción de confianza a la coalición gobernante, mientras que 116 se abstuvieron y sólo 207 votaron a favor de su continuidad.
Ante esto, Scholz pidió al presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, que disolviera el Parlamento, una medida que abrió el actual proceso electoral.
La CDU, que históricamente había logrado atraer al electorado de derecha bajo el liderazgo de Angela Merkel, ha perdido influencia frente a AfD, especialmente en regiones como Baden-Wurtemberg, donde la ultraderecha ha desplazado a los socialcristianos en bastiones tradicionales como la pequeña ciudad de Pforzheim (de unos 130 mil habitantes).
Según un artículo del Financial Times, Diana Zimmer, una joven dirigente de 26 años de AfD, se ha convertido en el principal rostro de la política municipal, impulsando una retórica antiinmigración y euroescéptica que ha calado en una población golpeada por la precarización laboral, el declive industrial, y el panorama pseudo-recesivo que se abrió con el blackout comercial con Rusia (y su energía barata), luego de la guerra en el Donbass.
Lo que distingue esta elección de las anteriores no es solo el crecimiento de la extrema derecha, que en Alemania tiene claros tintes neofascistas, sino la intervención abierta de actores externos en la política alemana. Elon Musk, el magnate de Silicon Valley y principal respaldo financiero de Donald Trump, ha utilizado su red social X para impulsar a AfD y legitimar su discurso ante la opinión pública.
En un reciente evento virtual con la candidata de la AfD, Alice Weidel, Musk afirmó: “Es bueno estar orgulloso de la cultura alemana y no perderse en una especie de multiculturalismo que lo diluya todo”. Este tipo de declaraciones, sumadas al financiamiento y el direccionamiento que provoca la “dictadura del algoritmo”, hace que se amplifiquen las narrativas neofascistas, y demuestran la existencia de una estrategia más amplia de intervención del gran capital angloamericano para conducir la política europea y “Occidente”.
Esta iniciativa política de alcance mundial se sostiene en el pensamiento neorreaccionario (NRX) y la filosofía de la “ilustración negra”, cuyos postulados buscan la desarticulación de los estados nacionales en favor de estructuras corporativas dominadas por la fracción neoconservadora de la aristocracia financiera y tecnológica. La alianza entre estos sectores de la política alemana y figuras como Musk responde a una visión de mundo que, bajo el pretexto de combatir el globalismo, pretende reconfigurar el mapa político mundial y europeo. La influencia de Silicon Valley en este proceso es innegable: la digitalización de la propaganda ultraderechista y su capacidad para moldear el discurso público han permitido en Alemania que discursos, antes marginales y vetados, se conviertan en la conversación política central.
En el debate sobre si la ultraderecha mundial tiene o no una impronta neofascista, queremos ser claros. En el caso germano, AfD cuenta con dirigentes abiertamente neonazis, ocultos tras la potencia de propagación de los discursos de odio que los algoritmos de las redes sociales inclinan a su favor. Un ejemplo concreto es el de Björn Höcke, candidato a gobernador y líder de AfD en Turingia, quien está siendo juzgado por utilizar un eslogan nazi en plena campaña electoral. Höcke no es una figura menor: es uno de los rostros más populares del partido desde su fundación hace 11 años y uno de sus principales referentes ideológicos. Su caso no es aislado; otros miembros de AfD han sido investigados o condenados por delitos similares, lo que confirma su vínculo directo con la herencia extremista del nazismo.
Eso se puso en evidencia con los recientes ataques en Aschaffenburg y Múnich, que reavivaron el debate sobre inmigración y seguridad en el país, con la extrema derecha aprovechando ambos incidentes para reforzar su agenda xenófoba. Si bien los hechos difieren en su ejecución —uno con arma blanca en un parque y otro mediante un atropello en una manifestación sindical—, la nacionalidad afgana de los perpetradores ha sido utilizada por sectores reaccionarios para exigir restricciones más severas en las políticas de migración y asilo, justo en el momento más caliente de la carrera electoral.
Casi el conjunto de los actores políticos en el Bundestag asiste impávido a la agenda neofascista y el ascenso político de AfD. Solo el partido BSW – Alianza Sahra Wagenknecht “Por la Razón y la Justicia”, un desprendimiento reciente de Die Linke (La Izquierda), parece estar actuando con reflejos políticos y con decisión, leyendo muy bien el momento tecnológico, económico y político que vive Alemania y Europa. Frente a la inacción de los partidos tradicionales, la emergencia de BSW se configura como una alternativa que busca confrontar tanto el ascenso del neofascismo, como el control del sistema político alemán en la alianza tácita entre los socialdemócratas del SPD y los conservadores del CSU.
La emergencia de AfD y la fascistización del debate político en Alemania reflejan un fenómeno más amplio: el neoconservadurismo está operando en el continente con el objetivo de desplazar a la tradicional coalición de conservadores y socialdemócratas que ha gobernado la Unión Europea en las últimas décadas, en representación de los grandes intereses económicos del debilitado proyecto estratégico germano-francés.
Si AfD logra consolidarse como una fuerza política clave en el Bundestag, y Friedrich Merz, el candidato de la CSU, rompe el tabú de la colaboración de su partido con la extrema derecha (cómo ya anticipa el diario New York Times), Alemania podría convertirse en el laboratorio de un nuevo orden político europeo. Si la actual administración de la Casa Blanca ha roto la barrera con la extrema derecha alemana, eso hace que la barrera interna en Alemania luzca insostenible.
La disputa en Alemania no es solo electoral. Lo que está en juego es el equilibrio de poder dentro de Europa. La histórica alianza de los intereses de Francia y Alemania, clave en la construcción de la Unión Europea, podría debilitarse en favor de un continente dominado por el neofascismo y las elites neoconservadoras. La crisis económica, la precarización del trabajo y la desafección con las instituciones han creado las condiciones perfectas para la expansión de un modelo de gobernanza basado en el autoritarismo digital, la implantación de una lógica militarizada en las fuerzas policiales, y la creciente exclusión social, particularmente de migrantes, mujeres y jóvenes.
A pesar de lo que sostienen muchos analistas, el verdadero epicentro de esta batalla no es Francia, sino Alemania. El desenlace de estas elecciones no solo marcará el rumbo político del país, sino que también podría reconfigurar las correlaciones de fuerza en toda Europa, y para los próximos años.
Si esta tendencia se consolida, el viejo continente podría ver el colapso de la estrategia de gobernanza que definió su estructura política y económica desde la posguerra. La consolidación de una hegemonía neoconservadora, de tintes neofascistas, respaldada por sectores financieros y tecnológicos con un claro interés en la desregulación total y el desmantelamiento del Estado paneuropeo, significaría un giro radical para el continente. En ese marco, la coyuntura alemana se perfila como el ensayo de este nuevo modelo, donde la alianza entre un sector de la aristocracia financiera y tecnológica y la extrema derecha europea busca establecer un orden basado en la competencia despiadada y la anulación de cualquier política redistributiva.
Alemania está en la encrucijada de su historia reciente. Su desenlace podría determinar el futuro de la política en Europa. La pregunta clave es si las fuerzas populares -y antifascistas. podrán articular una respuesta efectiva frente a este oscuro escenario.
*Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos, Directora de NODAL. Caciabue es Licenciado en Ciencia Política. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).