El “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba (I y II)
Roberto Regalado|
Nuestro “socialismo próspero y sostenible” necesita fundamentarse en un programa que especifique qué entendemos por próspero, qué entendemos por sostenible y, sobre todo, qué entendemos por socialismo.
Planteamiento de la hipótesis
El movimiento indetenible de la vida, del mundo, de la humanidad, de las naciones, de las sociedades, con sus flujos y reflujos constantes, complejizados por la seudo oscilación del péndulo del capitalismo senil, cuyos giros hacia las “nuevas derechas” crecen mientras los giros de retorno hacia las “derechas tradicionales” decrecen —tendencia ratificada por las acciones y declaraciones de la administración de Joseph Biden en sus primeros meses—, obliga a revisar, actualizar, y ratificar o modificar los análisis, las conclusiones y las directrices estratégicas de la política nacional e internacional de la Revolución Cubana.
Con la culminación del traspaso del control de los órganos de dirección partidistas y estatales, del liderazgo fundador a la dirección de relevo, en el VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, entre el 16 y el 21 de abril de 2021, concluye el primer gran período histórico de la Revolución Cubana, cuya etapa de lucha por conquistar el poder comienza en 1953 y la de ejercicio del poder conquistado en 1959, es decir, hace 67 y 61 años, respectivamente.
Para todas las cubanas y cubanos, incluida la militancia del PCC, la envergadura de este acontecimiento representa, tanto una oportunidad excepcional como una necesidad vital, de empinarnos, crecernos y, con la altura requerida, mirar a nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
El propósito de la serie de tres artículos cuya divulgación empieza hoy es contribuir al ya impostergable debate sobre de dónde viene, dónde está y hacia dónde va la Revolución Cubana, en este caso, desde la perspectiva del tema de trabajo e investigación al que he dedicado mi vida, Dominación imperialista y lucha popular en América Latina, con la etapa histórica abierta por ella (1959‑1989) como antecedente y referente, y con la etapa histórica iniciada a contracorriente de la crisis terminal del “socialismo real” (1985‑1991) como el objeto de estudio principal.
El título de esta serie alude, metafóricamente, a que Cuba se mueve en una “zona de riesgo” semejante al Triángulo de las Bermudas, donde “desaparecen” barcos y aviones. Con buenas brújulas, decrece el peligro de navegar por aguas como esas: ¿las tenemos?
El vértice principal del triángulo enunciado en el título es la acumulación de problemas propios. Con mayor nitidez que en cualquier proceso o acontecimiento anterior —y ha habido muchos— el impacto de la COVID‑19 colocó el foco de atención en Cuba, a un mismo tiempo y con igual nitidez, en las fortalezas y las debilidades coexistentes en la edificación socialista emprendida el 16 de abril de 1961:
Ejemplo de las fortalezas de la Revolución Cubana es haber creado un sistema de salud y una red de centros de investigación científica que le permiten hacer lo que ningún otro país ha podido: ingresar en hospitales al 100% de los casos detectados con la enfermedad y aplicarles tratamientos probadamente efectivos, alojar a todos los contactos de esos pacientes en centros de diagnóstico y profilaxis, y activar un mecanismo nacional de prevención, detección temprana, monitoreo y pronóstico del comportamiento de la enfermedad.
Por si eso fuera poco, Cuba desarrolla candidatos vacunales propios, capacidad presuntamente exclusiva de las grandes potencias que, en cuanto se conviertan en vacunas certificadas, le permitirán inmunizar a toda su población y ponerlas a disposición de otros países. Estas y otras fortalezas de igual calibre demuestran el potencial de un pueblo en revolución.
- Las debilidades del socialismo cubano se evidencian en que, si bien todas las naciones, grandes y pequeñas, desarrolladas y subdesarrolladas, fuertes y frágiles, sufren el devastador golpe económico y social de la pandemia, para Cuba constituye un triple golpe porque: 1) lo recibe una sociedad cuya economía no logró levantar el vuelo, con alas propias, en los 61 años transcurridos a partir del triunfo de la Revolución; 2) desde 2016 padecía uno de los recurrentes agravamientos de su crónica crisis económica; y, 3) la pandemia la estremeció en el preciso momento en que se disponía a reavivar uno de sus —también recurrentes— cambios de política económica, en concreto, en el momento en que se proponía relanzar la pausada actualización del modelo económico emprendida en 2010,[1] que en 2020 no había empezado a dar los frutos esperados. Esos tres indicadores muestran que el socialismo cubano no ha encontrado el camino hacia “la tierra prometida”.
He aquí otra metáfora: “la tierra prometida”. Ella apunta a que, a partir de la proclamación de su carácter socialista, la Revolución Cubana asumió el compromiso y la tarea estratégica de motivar, educar, formar, organizar, movilizar y conducir al pueblo en la transición hacia una sociedad de productores libres, en la que se aboliría el Estado y cada cual recibiría los bienes materiales y espirituales acordes con sus necesidades. La edificación de la nueva sociedad sería un proceso largo, complejo y arduo.
Habría que resistir y vencer brutales agresiones, y hacer enormes sacrificios, pero el socialismo no sería una eterna batalla cuesta arriba: vencer agresiones y hacer sacrificios no sería un fin en sí mismo. Al final del camino, el pueblo cubano arribaría a la sociedad comunista: el comunismo era la tierra prometida.
Sin embargo, el proceso revolucionario llega al cierre de su primer gran período histórico con un lacerante déficit en el desarrollo económico y social originalmente concebido, y sin que los ejercicios de prueba y error realizados en estos terrenos hayan dado, ni estén dando, resultados positivos. Este es un problema mayúsculo. Con esa vara, tirios y troyanos medirán lo que haga la dirección de relevo, en especial, su capacidad de:
- garantizar la continuidad de las grandes obras heredadas, y sobre todo, resolver los grandes problemas que también hereda, en un plazo y con una efectividad razonables;
- hacer más llevadera la cotidianidad del largo peregrinaje de la sociedad cubana en pos de la tierra prometida, que no se acerca, sino se aleja, en el horizonte; y,
- convocar y facilitar el debate de las peregrinas y los peregrinos en busca de respuestas que revivan, reaviven, renueven y fortalezcan sus motivaciones para seguir adelante: ¿qué es la tierra prometida? ¿Cómo se llega a ella? ¿Cuánto más tendrán que seguir peregrinando? ¿Qué recompensa les espera allí? Dicho en otros términos, convocar y facilitar un proceso mediante el cual nuestras peregrinas y nuestros peregrinos conciban y construyan una nueva utopía socialista que, con palabras de Galeano, les sirva para caminar.[2]
Las consignas no sustituyen a los programas. Las consignas se utilizan para convocar y movilizar en torno a los programas. Nuestro “socialismo próspero y sostenible” necesita fundamentarse en un programa que especifique qué entendemos por próspero, qué entendemos por sostenible y, sobre todo, qué entendemos por socialismo, dado que nuestra matriz de “construcción del socialismo y avance hacia el comunismo” fue la experiencia soviética, y en 2021 se cumplen 30 años de la disolución y el desmembramiento de la URSS. Sobre esa experiencia, hace más de 15 años Fidel dijo:Una conclusión que he sacado al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo.[3]
Aunque la acumulación de problemas propios es el vértice principal del triángulo, en vez de abordarlo en este primer artículo de la serie, el presente texto inicial se dedica al “planteamiento de la hipótesis”. El motivo es que el PCC se encuentra en la recta final de los preparativos de un congreso que focalizará su atención en los mismos temas puntuales de política interna que los dos anteriores. De ello se deriva que no tiene sentido hablar, y mucho menos especular, al respecto.
Lo que toca hacer en estas semanas es, con los mejores deseos de éxito y el mayor espíritu unitario, aguardar sus resultados. Habrá tiempo para debatir en qué medida hubo o no hubo en sus decisiones la correspondencia entre continuidad y cambio que cada cubana y cubano esperaba.
Abrir espacios de debate dentro de la Revolución, es la mejor manera de anular los espacios de ataque contra la Revolución
El sesenta aniversario de la línea de principios trazada por Fidel, dentro de la Revolución todo, fuera de la Revolución nada, es buen momento para que nuestra cultura y nuestra práctica política empiecen a regirse por el concepto de que abrir espacios de debate dentro de la Revolución es la mejor manera de anular los espacios de ataque contra la Revolución. Esto es coherente con la orientación dada por Raúl, el 18 de diciembre de 2010, de no temerle a las discrepancias:
No hay que temerle a las discrepancias de criterios y esta orientación, que no es nueva, no debe interpretarse como circunscrita al debate sobre los Lineamientos; las diferencias de opiniones, expresadas preferiblemente en lugar, tiempo y forma, o sea, en el lugar adecuado, en el momento oportuno y de forma correcta, siempre serán más deseables a la falsa unanimidad basada en la simulación y el oportunismo. Es por demás un derecho del que no se debe privar a nadie. Mientras más ideas seamos capaces de provocar en el análisis de un problema, más cerca estaremos de su solución apropiada.[4]
¿En qué mejor lugar que en un portal de jóvenes antiimperialistas, anticapitalistas y revolucionarios como es La Tizza, en qué momento más oportuno que cuando comienza el segundo gran período de la historia de la Revolución Cubana, y de qué forma más correcta que con un análisis realizado con el instrumental de la teoría de la revolución social de fundamento marxista y leninista, se podría decir lo que aquí se dice?
Mi opinión es que los cambios que necesita Cuba son para más revolución, no para menos. Fidel dijo que “los revolucionarios primero dejan de ser, que dejar de ser revolucionarios”.[5] Pienso que ser revolucionarios o revolucionarias en la Cuba actual es decir todo lo que hay que decir y hacer todo lo que hay que hacer para revolucionar la política, la economía, la cultura y la sociedad, en función de cumplir la tarea hace muchos años planteada por él de “recuperar lo perdido y avanzar mucho más”.
La clave para actuar como revolucionarias y revolucionarios está en cómo entender, asumir y ser consecuentes con la relación dialéctica entre continuidad y cambio. Cuando se está produciendo el cierre del primer gran período histórico de la Revolución Cubana y el inicio del segundo: ¿qué debe continuar y qué no debe continuar? ¿Qué debe cambiar y qué no debe cambiar? Sobre esta base, lo que yo espero del VIII Congreso es que:
- la continuidad sea en el plano general, en el plano de la continuidad histórica de la Revolución Cubana, de la continuidad histórica de un proceso revolucionario que está en constante e indetenible movimiento, que de modo permanente tiene que crecerse y superarse, que siempre necesita crecerse y superarse a sí mismo; y,
- el cambio sea en el plano concreto, en el plano planteado en las dos ideas iniciales del concepto de Revolución de Fidel: “Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado […]”.
En esencia, espero que la relación entre un plano y otro sea: continuidad histórica de la Revolución como proceso perfectible, dentro del cual, en función de la cual, y como requisito de la cual, con sentido del momento histórico, cambie todo lo que debe ser cambiado.
Un día le oí decir a Frei Beto: El socialismo premia los esfuerzos; el capitalismo premia los resultados. El pueblo cubano necesita y merece un socialismo con resultados perceptibles en la vida cotidiana. Todo aquello que lo impida, lo entorpezca, lo dificulte o lo demore, debe ser cambiado. Eso es lo que espero del congreso. Sin dudas, actualizar es una forma de cambiar, pero no la única que existe, ni la única que el socialismo cubano requiere.
Con la política exterior la situación es distinta. No es necesario esperar la realización del congreso porque no está en su agenda. Ese tema siempre es motivo de pronunciamientos y posicionamientos, pero en 1991, hace 30 años, en el IV Congreso, fue cuando por última vez se elaboró, discutió y aprobó una tesis y una resolución en este ámbito crucial.
No creo que se deba —ni se pueda— esperar al IX Congreso para emprender un estudio a fondo de los retos y posibilidades de la Revolución Cubana en la arena internacional. Hay problemáticas en esta esfera que requieren análisis estratégicos actualizados.
Uno de los principales desafíos de la política exterior de Cuba es cómo enfrentar la “nueva carencia” de un espacio solidario de concertación política, comercio, cooperación y colaboración. A raíz de la restauración capitalista en los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica, al que se incorporó en 1972,[6] Cuba quedó sumida en lo que Fidel caracterizó como un doble bloqueo, y se vio obligada a establecer el período especial en tiempo de paz.
Fue la elección de gobiernos de izquierda y progresistas en diez países de América Latina la que le posibilitó encontrar una nueva familia con la cual establecer relaciones de hermandad: la familia que construyó el ALBA‑TCP, democratizó al Mercosur, fundó la Unasur y, junto con el Caricom, construyó la Celac. Sin embargo, entre 2009 y 2019, ocho de esos gobiernos fueron, o bien derrocados o bien derrotados, y uno traicionado, mientras que los dos restantes están sometidos a un intenso asedio. Esto le plantea a Cuba la “nueva carencia”, que nadie debe imaginar que puede ser suplida por un eventual levantamiento del boqueo.
La salida de Donald Trump de la Casa Blanca —quien arreció el bloqueo contra Cuba a niveles sin precedentes— y la entrada en ella de Joseph Biden —quien era vicepresidente de los Estados Unidos cuando Barack Obama restableció las relaciones diplomáticas con Cuba—, abren la posibilidad de que, en algún momento y en condiciones por determinar, se reinicien los diálogos entre ambos gobiernos, lo que presumiblemente incluiría restablecer las acciones de flexibilización del bloqueo aprobadas por Obama y retomar el proceso en pos de su levantamiento total. Eso sería un gran alivio, pero no la panacea de las dolencias de la economía cubana.
En América Latina el panorama todavía es incierto. Los reveses sufridos por las fuerzas de izquierda y progresistas siguen siendo superiores a las nuevas victorias, que incluyen la elección de un gobierno en México, la recuperación del gobierno en Argentina y Bolivia, y el formidable terremoto que, no solo en Brasil, sino en toda América Latina, provoca la anulación de los fallos judiciales que inhabilitaban a Lula como candidato presidencial, al que se suma el reciente fallo contra el ex juez Sergio Moro, que desmorona el pilar de la guerra mediática y la guerra jurídica en todo el subcontinente que ha sido el caso Lava Jato.
Sin embargo, aún es pronto para cantar victoria. El retorno de la izquierda y el progresismo al gobierno no será un “lecho de rosas”. Esta afirmación la avala el triunfo del candidato de la oligarquía en la elección presidencial efectuada en Ecuador el 11 de abril de 2021, y la derrota de las fuerzas populares, que fueron divididas a esos comicios. Hay que monitorear el flujo y reflujo de la correlación regional de fuerzas.
He aquí los otros temas que, junto con la acumulación de problemas propios, abordamos en estos artículos como los otros dos vértices del “Triángulo de las Bermudas” por el que navega Cuba:
- El “doble filo del bloqueo” se refiere al diferendo entre Cuba y los Estados Unidos con sus antípodas: la agudización del conflicto y del bloqueo versus la normalización de las relaciones bilaterales, con énfasis en qué podemos esperar y qué no debemos esperar del eventual cese de ese engendro genocida; y,
- El “reflujo de la izquierda latinoamericana” se refiere a la afectación que ese cambio negativo en la correlación regional de fuerzas le ocasiona a la Revolución Cubana, dado que el futuro de Cuba dependerá de la emancipación del subcontinente, tanto como la emancipación del subcontinente dependerá del futuro de Cuba.
Las premisas de los análisis y las reflexiones contenidos en esta serie de artículos son:
- Cuatro procesos mundiales, escalonados y con efectos acumulativos, ejercen influencias determinantes en los cambios ocurridos en la situación de América Latina a partir de la década de 1970, de los cuales se derivan, tanto la mutación ocurrida en las condiciones y características de las luchas populares, como las posibilidades y límites de los gobiernos de izquierda y progresistas:
- En la década de 1970, ocurre el salto de la concentración nacional a la concentración transnacional de la propiedad, la producción y el poder político (conocido como globalización), cambio cualitativo en la formación económico‑social capitalista cuyo detonante fue el irreversible agotamiento de la capacidad de reproducción expansiva del capital iniciado en ese decenio. Para paliar sus efectos, se desata una ofensiva del capital contra el trabajo, con el fin de intensificar la concentración de la riqueza y la exclusión social. En el caso de América Latina, este proceso modifica el lugar que la región ocupaba desde principios del siglo XX en la división internacional del trabajo, y destruye las estructuras y relaciones socio‑clasistas características de esa etapa.
- En la década de 1980, la avalancha universal del neoliberalismo apuntala, legitima e institucionaliza la concentración trasnacional de la propiedad, la producción y el poder político, incluida la reestructuración y refuncionalización de los mecanismos de dominación imperialista mundiales y regionales existentes, y la creación de otros. Además de sufrir los efectos generales de este proceso, al igual que el resto del mundo subdesarrollado y dependiente, América Latina sufre los efectos específicos de un nuevo sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano, desplegado en lo fundamental durante el mandato presidencial de George H. Bush (1989‑1993).
- Entre finales de la década de 1980 y comienzos de la de 1990, el derrumbe de la Unión Soviética y el bloque europeo oriental de posguerra nucleado en torno ella, le facilitó al imperialismo encubrir su propia crisis sistémica, despejó el camino para el avance incontestado de la avalancha universal del neoliberalismo, y sumió en el descrédito a, corto y mediano plazo, a las ideas revolucionarias y socialistas.
- En la década de 1990, cristaliza la neoliberalización de la socialdemocracia europea. Ese heterogéneo vector político e ideológico, que durante las primeras seis décadas del siglo XX contribuyó a la reproducción de la hegemonía burguesa y se erigió en portaestandarte del “Estado de bienestar”, a raíz del derrumbe de la URSS y para paliar el creciente rechazo de los pueblos al neoliberalismo, terminó de renegar por completo de sus orígenes, lo cual ya venía haciendo desde inicios de ese siglo XX, asumió como propia a la doctrina neoliberal y, con un discurso light, disfrazado de “alternativo”, “contestatario” y hasta “opositor”, se dedicó a reproducir la hegemonía burguesa de la presente etapa de la involución del capitalismo: la hegemonía neoliberal.
- La sucesión de “elementos predominantes” que caracterizan la nueva etapa de luchas que en América Latina se abre entre 1989 y 1991 es la siguiente:
- 1989‑1994: la restructuración del sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano, basado en la imposición de la democracia neoliberal y en mecanismos transnacionales de control y sanción de “infracciones”.
- 1994‑1998: el agravamiento de la crisis estructural y funcional del capitalismo latinoamericano, provocado por el cambio cualitativo en el sistema de dominación.
- 1994‑1998 (en paralelo al anterior) el auge de la lucha de los movimientos sociales contra el neoliberalismo, parte importante de los cuales devienen movimientos social‑políticos.
- 1998‑2009: la elección de gobiernos progresistas y de izquierda, que logran capitalizar los efectos sociales y políticos de la concentración de la riqueza y aprovechar los espacios políticos formales de la democracia burguesa.
- 2009‑ : la contraofensiva del imperialismo norteamericano y la derecha latinoamericana para recuperar los espacios conquistados por esos gobiernos.
El efecto en cadena de estos cinco procesos es: a mayor dominación, mayor crisis; a mayor crisis, mayor lucha social; a mayor lucha social, mayor potencial de lucha política; y a mayor tiempo de la izquierda en el gobierno sin hacer transformaciones estructurales, se abren flancos a la desestabilización, aumenta el voto de castigo de los sectores no comprometidos con ella (que antes lo habían emitido contra los neoliberales), y aparece la abstención de castigo dentro de sus propias bases sociales.
- En virtud de los “procesos” y los “elementos predominantes” antes esbozados, la izquierda y el progresismo latinoamericanos han atravesado, desde mediados de la década de 1980 hasta el presente, por dos fases de acumulación y tres fases de desacumulación de fuerza social y política. Nótese que la acumulación comienza desde 1985, es decir, antes de la reestructuración del sistema de dominación continental del imperialismo norteamericano (1989‑1991).
- Fases de acumulación:
- De 1985 a 1998 los pueblos reunieron la fuerza social suficiente para derrocar a gobiernos neoliberales, y la fuerza política suficiente para ocupar espacios en gobiernos locales y legislaturas nacionales, pero insuficiente para ocupar el gobierno nacional.
- De 1998 a 2009 los pueblos lograron la fuerza social y política suficiente para elegir, y en algunos países reelegir varias veces, a gobiernos nacionales de izquierda o progresistas.
3.2.1 De 2009 a 2012 no hubo derrotas electorales de gobiernos de izquierda o progresistas, pero sí golpes de Estado “de nuevo tipo” en los “eslabones más débiles de la cadena”: Honduras (2009) y Paraguay (2012).
3.2.2 De 2013 a 2014 no hubo derrotas electorales, pero sí una mayor efectividad de la estrategia desestabilizadora, que redujo a la mínima expresión el margen de votos con que la izquierda conservó el gobierno en Venezuela (2013) y El Salvador (2014).
3.3.3 De 2015 a 2019 las derrotas electorales en Argentina, El Salvador y Uruguay, los golpes de Estado “de nuevo tipo” en Brasil y Bolivia, y la traición en Ecuador, golpean a seis de los “eslabones más fuertes de la cadena”, al tiempo que se intensifica el asedio contra los dos restantes: Venezuela y Nicaragua.
Palabras finales
En el primer semestre de 2009, la acumulación continental de fuerza social y fuerza política de la izquierda y el progresismo latinoamericano y caribeño estaba en su cenit. El eje de aquella acumulación era la interacción solidaria entre el ALBA‑TCP y el MERCOSUR hegemonizado por la izquierda y el progresismo, que junto al Grupo de Río y el Caricom, acorralaron a la OEA a tal punto que, en la XXXIX Asamblea General de esa organización, los días 2 y 3 de junio de ese año, se vio obligada a dejar sin efecto la expulsión del Gobierno Revolucionario de Cuba del Sistema Interamericano, adoptada por su VIII Reunión de Consulta, el 30 de enero de 1962. Aunque Cuba jamás regresará a la OEA, esa decisión constituye una reivindicación histórica.
La anulación de las sanciones aún vigentes contra Cuba por parte de la OEA ocurrió apenas 4 meses y 14 días después de la toma de posesión de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos. No es casual que el vice asistente de Seguridad Nacional que, en el segundo mandato de Obama, desempeñó el rol principal en las negociaciones que desembocaron en el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba, Ben Rhodes, dijera en sus memorias: “cada vez que viajamos a América Latina nuestras reuniones estuvieron dominadas por las quejas sobre nuestra política hacia Cuba”.[7]
Pero, 2009 fue el año en que se inició la primera fase de desacumulación de fuerza social y política de la izquierda y el progresismo latinoamericano mencionada en este artículo (2009‑2012). Nótese la brusquedad del cambio, que se produjo en apenas 25 días de un mismo mes, en un mismo país y como una misma figura política como centro:
- el levantamiento de la sanción de la OEA contra Cuba ocurrió el 3 de junio de 2009, en Honduras, con el presidente Manuel Zelaya como anfitrión de la Asamblea General de la OEA; y,
- el primer derrocamiento de un gobierno latinoamericano de izquierda o progresista ocurrió el 28 del propio mes de junio, en la propia Honduras, con el propio presidente Zelaya (y el pueblo hondureño) como víctima.
En el segundo artículo de esta serie se esbozarán algunas reflexiones sobre los dos procesos de normalización de relaciones entre Cuba y los Estados Unidos que se han desarrollado, uno en los mandatos presidenciales de Gerald Ford (1974‑1977) y James Carter (1977‑1981), y el otro durante el segundo mandato de Barack Obama (2013‑2017), y se sugerirán algunas ideas sobre qué se puede esperar y qué no se debe esperar del eventual levantamiento del bloqueo. A priori, es evidente que el contexto regional del diferendo entre ambos países a inicios de la administración Biden, no es igual al existente a inicios de la administración Obama.
Notas
[1] En su Informe Central al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, efectuado del 16 al 19 de abril de 2011, su primer secretario, el general de Ejército Raúl Castro Ruz dijo: “Este Congreso […] en la práctica comenzó el 9 de noviembre del pasado año, cuando fue presentado el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, cuestión que, como ya se ha indicado, constituye el tema principal del evento, en el cual están cifradas grandes expectativas del pueblo.
[2] Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
[3] Fidel Castro Ruz: Discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 17 de noviembre del 2005.
[4] Discurso pronunciado por el general de Ejército Raúl Castro Ruz, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, en la clausura del Sexto Período Ordinario de Sesiones de la Séptima Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 18 de diciembre de 2010.
[5] Fidel Castro Ruz: Discurso pronunciado en la Escalinata de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1968.
[6] Cuba ingresa al CAME el 11 de julio de 1972, dentro del cual su relación más estrecha fue con la URSS. Sobre este tema, Guerra y Maldonado dicen: “[…] en diciembre de 1972, se firmó un importante acuerdo con la URSS, como resultado del encuentro en Moscú entre Fidel Castro y Leonid Brezhnev —quien reciprocó la visita en enero de 1974—, que aplazó hasta 1986 el pago de los intereses y el principal sobre todos los créditos soviéticos entregados a Cuba antes de 1973, aunque luego los proyectados reembolsos de prolongaron hasta el siglo siguiente. Ello hizo que el intercambio con la URSS llegara en los ochenta a representar más del 60% de todo el comercio exterior de la isla: 63% en alimentos, 86% en materias primas, 80% en maquinaria y equipos, 98% en combustibles, 57% en productos químicos y 75% en manufacturas. Como resultado la economía prosperó a un ritmo extraordinario”. Sergio Guerra y Alejo Maldonado: Historia de la Revolución Cubana: síntesis y comentario, Ediciones La Tierra, Quito, 2005, pp. 158‑159.
[7] Ben Rhodes: The World As It Is: A Memoire of the Obama White House, Random House, New York, 2018, p. 206.
El “Triángulo de las Bermudas” … (II)
Algunos de los problemas de Cuba tienen que ver con lo que pudimos haber hecho y no hicimos, como lo que hoy podemos hacer y no hacemos, con nuestros propios recursos, por pocos que sean.
Aunque permanentemente se compromete a redoblar los esfuerzos para hacerlo, el socialismo cubano no aprovecha todos los recursos humanos y materiales propios en función del desarrollo de sus fuerzas productivas. En el primer artículo de esta serie,[1] se hizo un merecido reconocimiento a sus éxitos en la investigación y el desarrollo científico. Diferente es el resultado de la producción agropecuaria e industrial y de otros sectores de la economía, con respecto a los cuales me viene a la mente la imagen de una cocina que funciona con lo que aquí llamamos “gas de la calle”.
Cuando “se va” el “gas de calle”, de golpe, se apagan las hornillas. La economía cubana “se apagó” de golpe cuando cesaron las relaciones comerciales, de cooperación y colaboración con la Unión Soviética y demás miembros del CAME, y de nuevo “se apagó”, no toda pero sí gran parte de ella, cuando se redujeron drásticamente las relaciones con Venezuela y demás miembros del ALBA‑TCP, y con otros países latinoamericanos gobernados por la izquierda y el progresismo, debido al derrocamiento, la derrota o la traición, según el caso, de ocho de esos diez gobiernos, y la intensificación del asedio a los dos restantes.
Las preguntas son: ¿encontrará Cuba en algún otro país o grupo de países ayuda solidaria equiparable a la que recibió de esas dos fuentes externas? ¿Será Cuba esta vez capaz de crear su propia “fábrica de biogás” para mantener encendida “sus hornillas” con independencia, o menor dependencia, de fuentes externas?¿Sería descabellado pensar que, si se levantara el bloqueo, los Estados Unidos podrían ser nuestro nuevo “proveedor principal”, en virtud de las relaciones económicas y comerciales que se establecerían, incluido un turismo masivo?
El elusivo despegue del desarrollo económico de Cuba se debe a un conjunto de factores entre los que resaltan: su pequeña masa territorial y escasez de recursos naturales; el subdesarrollo derivado del pasado colonial y neocolonial; la destrucción causada por fenómenos meteorológicos; la injusticia y la desigualdad del orden económico internacional; el derrumbe del bloque euroasiático de posguerra nucleado en torno a la URSS;[2] la situación por la cual atraviesa la Revolución Bolivariana de Venezuela; el cambio en el mapa político continental adverso a la izquierda y el progresismo; y, por supuesto, el impedimento más dañino de todos, el genocida bloqueo unilateral y extraterritorial estadounidense.
Estos factores, y otros que se podrían añadir, tienen un elemento común: Cuba no los puede obviar. Una parte de ellos está fuera de su control (ej. su pequeña masa territorial), otra parte solo puede tener solución a largo plazo (ej. vencer el subdesarrollo), y la tercera parte depende de su interacción con otros actores (ej. normalizar las relaciones con los Estados Unidos).
Sin embargo, no todos los problemas de Cuba encajan en estas categorías. Hay una cuarta categoría que abarca, tanto lo que pudimos haber hecho y no hicimos, como lo que hoy podemos hacer y no hacemos, con nuestros propios recursos, por pocos que sean.
Entre 1960 y 1972, Cuba recibió de la Unión Soviética las armas, el petróleo y los créditos para defenderse de las agresiones, neutralizar los efectos del bloqueo estadounidense y hacer sus primeros ejercicios de prueba y error en función del desarrollo económico. De 1972 a 1985, Cuba mantuvo con la URSS y otros miembros del CAME una relación muy favorable. Además, entre 2004 y 2016, estableció una relación mutuamente ventajosa con Venezuela —que fue decisiva para remontar lo peor del período especial— y con otras naciones latinoamericanas gobernadas por la izquierda y el progresismo, al tiempo que multiplicó e intensificó los intercambios comerciales con la República Popular China.
Sin embargo, no logró aprovechar, ni la primera ni la segunda de esas dos etapas, para echar los cimientos de un desarrollo económico y social sobre bases propias. Tanto cuando contó con relaciones externas propicias para potenciar sus fuerzas productivas, como cuando ha tenido que valerse solo de sus propios medios, el Estado cubano ha dispuesto de márgenes de maniobra para adoptar y cumplir las decisiones que ha estimado convenientes, de manera que la actual situación económica y social de la nación no solo es resultado de factores ajenos, sino también de acciones y omisiones propias.
No es inconcebible que se llegue a produci un cese del bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba, si se tiene en cuenta que ha habido dos procesos de normalización de relaciones entre ambos países, uno en el gobierno de Gerald Ford (1974‑1977) y el de James Carter (1977‑1981), y el otro durante el segundo mandato de Barack Obama (2009‑2013‑2017).
¿Podría el levantamiento del bloqueo ser la panacea de las dolencias de la economía cubana? Esta interrogante nos obliga a plantearnos otras: ¿puede el cumplimiento de las metas históricas de la Revolución Cubana depender de que el gobierno de los Estados Unidos “decida” o “no decida” levantar el bloqueo, sea por interés propio, por presión internacional o por una combinación de estos y/u otros elementos? ¿Qué pasaría si el bloqueo nunca cesa? ¿Le sería imposible a la Revolución Cubana cumplir sus metas? ¿Se vería obligada a renunciar a ellas?
¿Acaso el cese del bloqueo implicaría el fin de los intentos de destruirla? ¿No siguen los Estados Unidos hostigando a China, con la que estableció relaciones diplomáticas el 1º de enero de 1979? ¿No siguen hostigando a Rusia, devenida país capitalista el 25 de diciembre de 1991? ¿No indica la mejoría en las relaciones de los Estados Unidos con Cuba en el gobierno Obama, y su reversión por parte del gobierno de Trump, que la política de ese país hacia el nuestro no necesariamente mantendrá una línea estable?
Por todos los problemas planteados, es preciso establecer la diferencia entre nuestro derecho y nuestro deber de luchar contra el bloqueo, y nuestras expectativas de lo que se puede esperar y lo que no se debe esperar del levantamiento del bloqueo.
El contexto regional del diferendo Cuba‑EEUU
Para los Estados Unidos, la Revolución Cubana es, al mismo tiempo, un obstáculo a su ambición anexionista histórica, un desafío geopolítico en la región que considera su “traspatio natural”, y un tema de política interna en gran medida manipulado mediante organizaciones contrarrevolucionarias “cubano‑americanas”, creadas y aupadas por interés de los sectores ultra reaccionarios de los grupos de poder de esa nación. Estos tres elementos desempeñan papeles determinantes en la política de los Estados Unidos hacia Cuba en sentido general y, por supuesto, rigen la posición estadounidense en todo proceso de normalización de las relaciones bilaterales ya desarrollado o por desarrollar.
El triunfo de la Revolución Cubana, el 1º de enero de 1959, se convierte en un obstáculo al afianzamiento de la dominación continental de los Estados Unidos en el momento en que este país creía contar con condiciones ideales para ello. El desenlace de la Segunda Guerra Mundial —en virtud del cual deviene la principal potencia imperialista del planeta— y el estallido de la guerra fría —utilizada para establecer dictaduras militares y gobiernos autoritarios civiles dóciles a sus dictados—, le permiten imponer su hegemonía en el continente.
Una de estas acciones, el derrocamiento del presidente Jacobo Arbenz en 1954, que liquidó a la Revolución Guatemalteca de 1944, fue utilizada por los Estados Unidos para imponer en la OEA el derecho de injerencia y suprimir el principio de no intervención, que había sido plasmado en su Carta en virtud de la influencia de la entonces aún reciente creación de la ONU. Era la culminación de un largo y accidentado proceso de construcción de un sistema de dominación continental, iniciado con la Primera Conferencia Internacional de las Repúblicas Americanas en 1889‑1890.
En los primeros años de la segunda posguerra mundial, la ampliación y afianzamiento de la dominación estadounidense sobre América Latina avanza más rápido en los ámbitos político y militar que en el económico. Ello obedece a que la prioridad era la reconstrucción de la capacidad productiva de sus aliados en el viejo continente, a tono con la guerra fría y la “contención del comunismo”. En eso concentra la exportación de capitales y mercancías. De modo que, si bien aprovecha su nueva supremacía mundial para extender y fortalecer su dominación continental, los recursos disponibles para esa empresa eran limitados.
Dos factores abren las puertas de par en par a la penetración económica estadounidense en América Latina a finales de la década de 1950. Uno es el avance de la reconstrucción industrial europea occidental, que obliga a los Estados Unidos a reorientar y diversificar sus relaciones económicas internacionales. El otro es la caída de la demanda mundial de productos primarios, que se había elevado durante la guerra y el inicio de la posguerra, la cual asesta el golpe definitivo a los proyectos desarrollistas que América Latina emprendió a raíz de la Primera Guerra Mundial e intensificó durante la Gran Depresión.
De ello se deriva que, por una parte, los Estados Unidos ya estén en condiciones de asumir por completo la función de potencia neocolonial hegemónica de América Latina, dejada vacante por Gran Bretaña desde 1929, y por la otra, que las frustradas élites criollas sean más proclives a aceptar la nueva penetración foránea.
Cuando los Estados Unidos creen haber vencido todos los obstáculos que se interponían a la materialización del sueño de sus “padres fundadores”, de expandir su dominación a todos los confines del continente, la Revolución Cubana emerge como formidable escollo a sus ambiciones. La demostración de que un pueblo latinoamericano y caribeño podía escribir su propia historia, fue el catalizador de un renovado auge de las luchas populares en la región. Desde ese momento, las prioridades de la política estadounidense hacia América Latina serían destruir al proceso revolucionario cubano, y aniquilar a las fuerzas políticas y sociales que en otros países inician una nueva etapa de lucha popular.
El repertorio estadounidense de acciones colectivas de aislamiento y bloqueo contra Cuba canalizadas mediante la OEA se agotó relativamente rápido: en 1959 se produjo la “reafirmación del apoyo colectivo a la democracia representativa”; en 1960 la Declaración de San José; en 1962 la expulsión de Cuba del Sistema Interamericano; y en 1964 la ruptura colectiva de relaciones diplomáticas, consulares y comerciales.
Las acciones de fuerza son de dos tipos: acciones concebidas para producir un derrocamiento inmediato o a corto plazo; y acciones de estrangulamiento con fines de venganza (causar daño y sufrimiento al pueblo en represalia por la resistencia) y como estrategia de destrucción a largo plazo. El menú de las acciones para un derrocamiento a corto plazo también se agotó bastante rápido. Fueron las primeras acciones de sabotaje y terrorismo dirigidas por una fuerza de tarea creada por la CIA en 1960; la invasión por Playa Girón en 1961; la Operación Mangosta a continuación de la derrota de Girón; la colocación del mundo al borde de una guerra nuclear durante la Crisis de Octubre de 1962; y las bandas contrarrevolucionarias que operaron hasta su erradicación a finales de la década de 1960.
La estrategia de aislamiento político, bloqueo económico y comercial —no solo bilateral, sino también extraterritorial—, y de fabricación de una “disidencia”, es la que se mantiene hasta el presente, constantemente ampliada y endurecida.
En síntesis, cuando a finales de la década de 1950 los Estados Unidos esperaban recibir a plenitud los beneficios de su recién afianzada dominación neocolonial en América Latina y el Caribe, inesperadamente, tendrían que dedicarle tres décadas a: 1) intentar aniquilar a la generación revolucionaria latinoamericana forjada al calor de la Revolución Cubana; 2) desarticular las alianzas sociales y políticas construidas en el período desarrollista; y, 3) sentar las bases de la reestructuración de las sociedades y la refuncionalización de los Estados de la región, basada en la doctrina neoliberal. Estas fueron las funciones de los Estados de “seguridad nacional” que asolaron al subcontinente entre 1964 y 1989.
Los Estados Unidos sufrieron una nueva frustración a raíz de dos crisis terminales interrelacionadas, ocurridas entre finales de la década de 1980 e inicios de la década de 1990, a saber, la del socialismo real en el bloque euroasiático de posguerra nucleado en torno a la URSS, y la de la insurgencia revolucionaria en América Latina como medio para conquistar el poder del Estado mediante lo que Gramsci llamó la “guerra de movimientos”. Por ambos motivos, los Estados Unidos se “afilaron los dientes” para —¡Ahora sí! ¡Esta vez sí— recibir a plenitud los beneficios de su dominación continental y, con tal propósito, entre 1989 y 1993, desplegaron todo un gran diseño de reestructuración del Sistema Interamericano.
Sin embargo, el resultado fue contraproducente para ellos, porque se crearon condiciones sin precedentes para la reforma social progresista y/o para la revolución mediante lo que, en términos gramscianos, sería la “guerra de posiciones”.
Pese a que en las nuevas condiciones, ni la lucha armada como medio para conquistar el poder, ni la matriz soviética de simbiosis partido‑Estado asumida por la Revolución Cubana para ejercer el poder conquistado, son referentes de los proyectos y procesos reformadores o transformadores emergentes en América Latina, Cuba continúa siendo el más formidable obstáculo a la dominación de los Estados Unidos en el subcontinente, no solo por su resiliencia frente al bloqueo, sino también por su capacidad de interactuar, de manera solidaria y mutuamente ventajosa, con los nuevos proyectos y procesos políticos. Eso ejerce una influencia determinante en la política de los Estados Unidos hacia Cuba, incluido todo lo que, explícita y/o implícitamente, sus grupos de poder quisieran “recibir” en un proceso de normalización de las relaciones bilaterales.
El primer proceso de normalización de relaciones en su contexto regional
En comparación con la década de 1960, antes del primer proceso de normalización de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba la correlación latinoamericana de fuerzas había cambiado a favor de la izquierda y el progresismo, en virtud del posicionamiento de los gobiernos del general Juan Velasco Alvarado en Perú (1968‑1975), el coronel Omar Torrijos en Panamá (1968‑1981), el presidente Salvador Allende en Chile (1970‑1973) y el presidente Héctor Cámpora en Argentina (1973),[3] y de las cuatro naciones entonces recién independizadas del Caribe anglófono: Barbados, Guyana, Jamaica, y Trinidad y Tobago, que no solo restablecen relaciones con Cuba en desacato a la prohibición impuesta por la OEA en 1964, sino también, junto a México, demandan que se levante esa prohibición.
Además, al cambio de actitud de los Estados Unidos con respecto a Cuba contribuye el hecho que, tras el aniquilamiento de la guerrilla del comandante Ernesto Che Guevara en Bolivia, asesinado el 9 de octubre de 1967, no hubo auge de la lucha armada hasta la toma del poder por fuerzas revolucionarias en Granada y Nicaragua, el 13 de marzo y el 19 de julio de 1979, respectivamente, y el subsiguiente estallido del llamado conflicto centroamericano.
Elier Ramírez Cañedo retoma que el 12 de noviembre de 1969, a finales del primer año de gobierno de Richard Nixon (1969-1973‑1974), el secretario de Estado, Henry Kissinger, decía al Presidente: “un entendimiento con Cuba sobre secuestros no alteraría el status de nuestras relaciones con el gobierno de Castro”.[4] El motivo de ese diálogo era que el fomento de la piratería aérea como arma contra la Revolución Cubana se había vuelto contra Estados Unidos, que necesitaban negociar un acuerdo con el gobierno de Cuba para erradicar los secuestros de aviones y barcos, pero Nixon se resistía a hacerlo. Finalmente, el citado autor reseña: “El 15 de febrero de 1973, después de muchos meses de negociación, los dos países firman por intermedio de la embajada Suiza en La Habana un ‘Memorándum de Entendimiento sobre secuestros aéreos y marítimos y otras ofensas’”.[5]
En los estertores del segundo gobierno de Nixon —interrumpido por su renuncia a la presidencia el 9 de agosto de 1974 para evitar un impeachment por parte del Congreso—, Kissinger emprendió “movimientos discretos de acercamiento a Cuba” con el fin de evitar que el gobierno de los Estados Unidos quedase aislado en la votación que, más temprano que tarde, se realizaría en la OEA para levantar las sanciones de 1964.
Con avatares de por medio, las conversaciones secretas entre los emisarios de Kissinger y los del gobierno de Cuba facilitaron que en la XVI Reunión de Consulta de la OEA, efectuada en San José, Costa Rica, el 25 de julio de 1975, la diplomacia estadounidense no quedase aislada: Estados Unidos votó, junto a otras 15 naciones, una resolución que permitía a los estados miembros terminar con las sanciones contra Cuba de manera individual si lo deseaban y establecer el tipo de relaciones que estimaran conveniente”.[6] Sin embargo, dos acciones solidarias de Cuba, a saber, una resolución a favor de la independencia de Puerto Rico presentada, en agosto de 1975, ante el Comité de los 24 de la ONU, y la llegada de tropas cubanas a Angola en noviembre del mismo año, fueron consideradas por Ford y Kissinger como impedimentos para continuar la normalización de las relaciones.
Gerald Ford perdió la elección presidencial el 2 de noviembre de 1976 frente al candidato demócrata James Carter. Así sintetiza Ramírez Cañedo la esencia del proceso de normalización de relaciones durante la administración Carter:
En 1977 se negociaron los problemas menos candentes en las relaciones bilaterales, pero a partir de 1978 el proceso de “normalización” de las relaciones empezaría a congelarse e incluso a retroceder, pues los temas más espinosos de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos no serían resueltos, al tiempo que se fue imponiendo en el seno de la administración demócrata la idea de condicionar el avance del proceso de normalización de las relaciones a la “moderación” del activismo internacional de Cuba, allí donde se afectaran los intereses de los Estados Unidos en el marco del conflicto Este-Oeste, criterio defendido por el asesor para Asuntos de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski.
No obstante, pese a que se observó un congelamiento del proceso de “normalización” por parte de la Administración demócrata, el diálogo y la cooperación en determinadas áreas continuó hasta fines de 1980. Asimismo, continuarían los intercambios culturales, académicos, científicos y deportivos. Por su parte, las conversaciones secretas más extensas y continuadas entre ambos países tuvieron lugar en el año 1978 (New York, Washington, Atlanta, Cuernavaca y La Habana).
En 1979 hubo un impasse retomándose las discusiones en enero, junio y septiembre de 1980, todas celebradas en La Habana. […]
Pero ya para 1979 las tensiones en las relaciones bilaterales y en el contexto internacional, marcado por el retorno a una etapa de mayor confrontación entre la URSS y los EE.UU., habían provocado que Carter firmara una nueva directiva presidencial sobre Cuba que sustituía la de marzo de 1977. Esta sería la Directiva Presidencial/NSC-52, elaborada por Brzezinski y firmada por el Presidente el 17 de octubre de 1979. En ella, quedaron delineados cuatro objetivos específicos: 1. Reducir y a la larga sacar a las fuerzas militares cubanas desplegadas en el extranjero; 2. Socavar la ofensiva cubana en pro del liderazgo en el Tercer Mundo; 3. Lograr que Cuba se contuviera respecto a la cuestión de Puerto Rico, y 4. Impedir la intensificación de la presencia soviética en las fuerzas armadas cubanas. Como se ve era una directiva totalmente hostil hacia Cuba. Lo interesante es que a pesar de su existencia, en 1980, en medio de la crisis migratoria del Mariel, Carter volvió a utilizar la diplomacia secreta con Cuba y a través de emisarios que viajaron a la Isla a sostener conversaciones privadas con el Comandante en Jefe, Fidel Castro, hizo la promesa que si salía reelecto en la elecciones de noviembre, en los primeros meses de su segundo mandato avanzaría como nunca antes hacia la normalización de las relaciones.[7]
En otro de sus artículos, con gran acierto Ramírez Cañedo concluye:[…] si bien Carter estaba valorando un acercamiento diplomático a Cuba en caso de salir reelecto, este iría acompañado de la amenaza militar a la Isla para proteger los intereses fundamentales de los Estados Unidos en la región. Otro elemento para pensar con poco optimismo en la posibilidad de un entendimiento entre los Estados Unidos y Cuba, pues la manida política estadounidense del garrote y la zanahoria no había dado resultado ninguno con Cuba.[8]
En apoyo a esta conclusión de Ramírez Cañero, quiero añadir lo siguiente: “No creo que si Cuba hubiese llenado un “expediente de buena conducta” mediante la “moderación de su solidaridad internacional” el resultado del proceso de normalización con la administración Carter hubiese sido distinto. Influida por la breve “ola moralista” desatada por la publicación de Los Papeles del Pentágono (1971), el Escándalo de Watergate (1972) y la revelación del rol de la administración Nixon en el golpe de Estado en Chile de septiembre de 1973, la plataforma de política hacia América Latina de la administración Carter se basaba en los informes de la Comisión Linowitz, publicados en 1974 y 1976, respectivamente. Las recomendaciones más relevantes contenidas en el informe titulado Las Américas en un mundo en cambio o Informe Linowitz I,[9] eran: reconocer la erosión del poder mundial de los Estados Unidos; abandonar la llamada relación especial con América Latina; apegarse a la doctrina de no intervención, y adoptar un enfoque “global” en las relaciones con los países de la región.
El Informe Linowitz I sugiere aprovechar la estructura institucional de la OEA para promover el respeto a los derechos humanos y evitar los conflictos interregionales o mediar en ellos cuando surjan. Este informe llega a decir que “con relación al futuro de la OEA —incluso su estructura, liderato y localización—, los Estados Unidos deben guiarse principalmente por las iniciativas y los deseos latinoamericanos”.[10]
Elaborado por solicitud expresa de Carter, ya en su condición de presidente electo, el informe titulado Estados Unidos y América Latina: próximos pasos, más conocido como Informe Linowitz II,[11] aboga por la conclusión urgente de la negociación de los Tratados del Canal de Panamá, hace varias recomendaciones en materia de derechos humanos, invita a la administración Carter a “reabrir un proceso de normalización de relaciones con Cuba”,[12] llama a reducir la transferencia de armas y evitar la proliferación nuclear en la región; aboga por un prisma de “comprensión de la situación y reclamaciones latinoamericanas”, y se pronuncia por el estrechamiento de los intercambios culturales entre los Estados Unidos y América Latina. De toda esta agenda, a duras penas Carter pudo concretar la firma de los Tratados del Canal de Panamá.
Como resultado de la ofensiva de la “nueva derecha” contra el gobierno de Carter, si bien los Tratados del Canal de Panamá se firman el 7 de setiembre de 1977, ello ocurre con gran retraso y con múltiples imposiciones onerosas a Panamá. Por su parte, el proceso de normalización de relaciones con Cuba se revierte en 1979. A lo dicho por Ramírez Cañedo sobre la Directiva Presidencial/NSC-52, se podría agregar que Carter le ordenó a todas las agencias del gobierno de los Estados Unidos realizar un análisis exhaustivo de las relaciones con Cuba para cerrar las “lagunas” (loopholes) que encontraran en el bloqueo, las cuales pudiesen ser aprovechadas por Cuba, decisión que podría incluso considerarse como antecedente de las leyes Torricelli y Helms‑Burton.
La supuesta “no intervención” de Carter para defender el “interés nacional” de los Estados Unidos en conflictos armados en diferentes puntos del planeta se convierten en blanco de los ataques de la “nueva derecha” y la “mayoría moral” liderada por Reagan, gran parte de ellos dirigidos contra Cuba, en especial, por la ayuda militar brindada a Etiopía a partir del 25 de noviembre de 1977, y su solidaridad con los gobiernos de Granada y Nicaragua, y con las organizaciones revolucionarias centroamericanas.
Antes del abandono de la política latinoamericana recomendada por la Comisión Linowitz, el gobierno de Carter carece de voluntad para promover la defensa de los “derechos humanos” y la “democratización” en Centroamérica, donde la represión practicada por las dictaduras militares de Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras agudiza la crisis política, económica y social. El inmovilismo de Carter llega al punto de no haber retirado siquiera el apoyo a la tiranía somocista cuando ya es evidente su crisis terminal.
Visto retrospectivamente, los cuatro años del único mandato presidencial de Carter es un período que los círculos de poder de los Estados Unidos se conceden para “exorcizar” el demonio de Richard Nixon, tras el cual le facilitan la entrada del demonio mayor: Ronald Reagan. En realidad, los primeros dos años del gobierno de Carter prueban ser suficientes para completar el exorcismo que, por demás, distó mucho de ser exhaustivo.
Gregorio Selser asegura que a Carter le correspondió cumplir dos tareas incompatibles entre sí: por una parte “a finales de 1976 había una necesidad de bañarse en aguas lustrales, purificadoras de pecados comprobados y de otros no tan sabidos”,[13] es decir, había que restaurar la credibilidad del sistema político estadounidense, y por otra parte, era necesario recurrir a la fuerza para reafirmar la supremacía mundial de los Estados Unidos. Esa necesidad de proyectar una imagen de “paloma” y ejecutar una política de “halcón” es la que mueve a Selser a decir que “la política exterior de Carter semejará el rostro bifronte de Jano, con Brzezinski oficiando de ‘halcón’ y el secretario de Estado Cyrus Vance, de dulcificada ‘paloma’”.[14]
La administración de Ronald Reagan impuso una solución de fuerza a las disputas sobre el rumbo estratégico que adoptarían los Estados Unidos a partir de la década de 1980. En relación con la disyuntiva acerca de la conveniencia de adoptar una política interna y externa conciliadora o agresiva, Reagan mantuvo una postura invariable de uso de la represión y la violencia. Con Reagan no habría un “balance de poder mundial” como había propuesto Kissinger años antes. Los aliados tendrían que compartir los costos —más que los beneficios— de la dominación mundial, mientras que a la URSS se le disputaría hasta su derecho a existir, por lo que la doctrina de la contención del comunismo fue sustituida por la doctrina de la reversión del comunismo (roll back), y para desestabilizar y destruir a los Estados y/o gobiernos “enemigos” se creó la Fundación Nacional para la Democracia.
La contraparte ultraderechista a la propuesta de los Informes Linowitz I y Linowitz II, que sentaron las pautas incumplidas de la política hacia América Latina de la administración Carter, fue el Documento del Comité de Santa Fe,[15] que sirvió de plataforma de la política latinoamericana del gobierno de Reagan. Este comité llamó a destruir las revoluciones cubana, nicaragüense y granadina; intensificar la guerra contrainsurgente en El Salvador, Guatemala y Colombia; utilizar la lucha contra el narcotráfico como pretexto para aumentar la presencia militar estadounidense en América Latina; criminalizar a la izquierda y desplegar todo tipo de presiones para imponer la reestructuración neoliberal.
En este contexto, el ex general Alexander Haig, el primer secretario de Estado de Reagan, acusaba a Cuba de ser “la fuente” del conflicto centroamericano y la amenazaba con “ir a la fuente”, es decir, con una agresión militar directa. Para fomentar un “clima favorable” al endurecimiento extremo de la política de amenaza, hostilidad, aislamiento y bloqueo la administración creó la mal llamada Radio Martí e “institucionalizó” al lobby anticubano.[16] En las siguientes tres décadas los sucesores de Reagan, George H. W. Bush (republicano, 1989‑1993), William Clinton (demócrata, 1993‑1997‑2001) y George W. Bush (republicano, 2001‑2004‑2009), mantuvieron la política de incremento constante de la política de hostilidad, aislamiento político y bloqueo económico contra Cuba.
Bush (padre) hizo el intento inicial de aprovechar el derrumbe del bloque euroasiático de posguerra para asfixiar a la Revolución Cubana. A tal efecto, pretendió imponer en el continente un statu quo similar al de la década de 1960, cuando se excluyó a Cuba de todos los espacios multilaterales del continente e impuso la ruptura colectiva de relaciones bilaterales con ella. A partir de la adopción del Compromiso de Santiago de Chile con la Democracia y con la Renovación del Sistema Interamericano (1991) y de la aprobación del Protocolo de Washington (1992), mediante el establecimiento de la “cláusula democrática”, entendida como “cláusula capitalista”, Bush erigió un valladar para excluir a Cuba de los espacios multilaterales latinoamericanos y caribeños, y una vez asentada esa política reminiscente de la sanción de 1962, desató una campaña de presión a los gobiernos del continente para dañar y provocar la ruptura de sus relaciones bilaterales con Cuba, en el espíritu de la sanción de 1964.
En esencia Bush (padre), trató de hacer girar hacia atrás las manecillas del reloj de la historia del aislamiento político y el bloqueo económico contra Cuba. Entre sus múltiples acciones para cerrar las “lagunas” del bloqueo resalta la aprobación de la Ley Torricelli, respaldada por el candidato presidencial demócrata William Clinton, su oponente en la elección de noviembre de 1992.
Clinton aplicó la Ley Torricelli aprobada por Bush (padre) y, como sus antecesores, restringió la inmigración legal y estimuló a la emigración ilegal como arma contra Cuba, en este caso, cuando la Isla atravesaba los peores momentos del período especial, lo que derivó en la llamada crisis de los balseros de 1994. Entre sus acciones anticubanas resalta la aprobación, en diciembre de 1996, de la Ley Helms‑Burton. Sin alterar la esencia del bloqueo, sino para reforzar el uso del llamado Carril II, es decir, el carril de la erosión, la socavación y el resquebrajamiento internos, autorizó los intercambios pueblo a pueblo y, en enero de 1999, anunció la ampliación de las categorías de personas autorizadas a recibir remesas de los Estados Unidos, el establecimiento de nuevos puntos de origen y destino de vuelos chárter a Cuba, el aumento de los intercambios académicos, científicos y deportivos, manifestó disposición de restablecer el servicio postal, y debido a la presión del lobby agrícola, autorizó ventas de alimentos con restricciones.
George W. Bush recrudece las presiones para promover la condena a Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU; crea la Comisión para la Ayuda a una Cuba Libre, presidida durante su primer mandato por el secretario de Estado Collin Powell (que emitió su primer informe en mayo de 2004) y en su segundo mandato por la secretaria de Estado Condolezza Rice (que emitió un segundo informe en julio de 2006); suspende en 2004 las conversaciones migratorias; impone restricciones extremas a los viajes y al envío de remesas a Cuba, y al otorgamiento de visas a las y los ciudadanos cubanos. En virtud de las presiones del lobby agrícola, tras ser azotada por el huracán Michelle —a raíz del cual ofreció ayuda humanitaria en términos condicionados que fueron rechazados por Cuba—, se aprobó la venta de alimentos a la Isla con restricciones rigurosas.
Para ubicar en el contexto continental las políticas anticubanas de Bush (padre), Clinton y Bush (hijo), remitámonos a la periodización de elementos predominantes que caracterizan la etapa de la historia de América Latina abierta entre 1989 y 1991:
- Entre 1989 y 1994, durante la presidencia de Bush (padre) y los dos años iniciales del primer mandato de Clinton, el elemento predominante de la situación política de América Latina y el Caribe es la restructuración del sistema de dominación continental, basada en la imposición de la democracia neoliberal y de mecanismos transnacionales de control y sanción de “infracciones”.
- Entre 1994 y 1998, durante los dos últimos años del primer mandato y los dos primeros años del segundo mandato de Clinton, los elementos predominantes de la situación política continental son dos procesos paralelos: el agravamiento de la crisis estructural y funcional del capitalismo latinoamericano, provocado por el cambio cualitativo en el sistema de dominación; y el auge de la lucha de los movimientos sociales contra el neoliberalismo, parte importante de los cuales devienen movimientos social‑políticos.
- Entre 1998 y 2009, en los dos últimos años de la presidencia de Clinton y a lo largo de los dos mandatos de Bush (hijo), el elemento predominante de la situación política regional es la elección de gobiernos progresistas y de izquierda, que logran capitalizar los efectos sociales y políticos de la concentración de la riqueza y aprovechar los espacios políticos formales de la democracia burguesa.
Notas
[1]Roberto Regalado: El “‘Triángulo de las Bermudas’ por el que navega Cuba. Acumulación de problemas propios, doble filo del bloqueo y reflujo de la izquierda latinoamericana” (I), “Planteamiento de la hipótesis”, publicado originalmente en La Tizza, La Habana, Cuba, al igual que este artículo (II) primera parte.
[2] En vez de la tradicional alusión al “bloque europeo” o “bloque europeo oriental”, prefiero hablar de “bloque euroasiático” porque la URSS era una unión de repúblicas europeas y asiáticas, y porque, al igual que sucedió en el “bloque”, también sucumbió el socialismo real en Mongolia.
[3] Héctor Cámpora renunció a la presidencia para facilitar que Juan Domingo Perón fuese electo a ese cargo en septiembre del propio año 1973.
[4] Elier Ramírez Cañedo: “Ford, Kissinger y la normalización de relaciones con Cuba” (primera parte), en alainet, 25/02/2011. (Consultado 7-4-2021).
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] Elier Ramírez Cañedo: “Carter y sus directivas presidenciales sobre Cuba”, en [email protected], 18/10/2016. (Consultado 7-4-2021).
[8] Elier Ramírez Cañedo: “Fidel, Carter y las misiones secretas de Paul Austin”, 12/11/2014. (Consultado 7-4-2021).
[9] Comisión sobre las Relaciones Estados Unidos – América Latina (Comisión Linowitz): Las Américas en un mundo en cambio (Informe de la Comisión sobre las Relaciones de los Estados Unidos con América Latina o Informe Linowitz I), Washington D. C., octubre de 1974, en Documentos No. 2, Centro de Estudios sobre América, La Habana, 1980.
[10] Ibíd.: p. 51.
[11] Comisión sobre las Relaciones Estados Unidos – América Latina (Comisión Linowitz): “Los Estados Unidos y América Latina: próximos pasos” (Segundo Informe de la Comisión sobre las Relaciones de los Estados Unidos con América Latina o Informe Linowitz II), en Documentos No. 2, Centro de Estudios sobre América, La Habana, 1980.
[12] Con respecto a Cuba, el Informe Linowitz II dice: “[…] los representantes de la administración deberían indicar a los representantes cubanos que Estados Unidos está dispuesto a levantar su embargo sobre alimentos y medicinas y entablar negociaciones posteriores con Cuba sobre toda la gama de cuestiones en disputa, siempre que Cuba dé garantías satisfactorias de que: (1) daría una respuesta pública rápida y apropiada (como la liberación de los prisioneros estadounidenses; (2) sus tropas están siendo retiradas de Angola y no participarán en intervenciones militares en ningún lugar; y (3) respetará los principios de autodeterminación y no intervención en todas partes, y explícitamente con respecto a Puerto Rico”.
[13] Gregorio Selser: Reagan: Entre El Salvador y las Malvinas, Mex‑Sur Editorial, México, 1982, p. 51.
[14] Ibíd.: p. 41.
[15] El Documento del Comité de Santa Fe o Santa Fe I. Después se elaboraron otras tres versiones: Santa Fe II, III y IV.
[16] Para conocer las opiniones del autor sobre cómo la administración Reagan “corrió hacia la derecha” el fiel de la balanza de la sociedad estadounidense en la década de 1980, véase a Roberto Regalado: América Latina entre siglos: dominación crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda (edición actualizada), Ocean Sur, México, pp. 157‑164.
– Roberto Regalado (La Habana, 1953) Politólogo, doctor en Ciencias Filosóficas, profesor adjunto de Ciencias Políticas, licenciado en Periodismo y profesor de Inglés, miembro de la Sección de Literatura Histórica y Social de la Asociación de Escritores, de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba. Entre sus libros se encuentran América Latina entre siglos: dominación crisis, lucha social y alternativas políticas de la izquierda (2006), Encuentros y desencuentros de la izquierda latinoamericana: una mirada desde el Foro de São Paulo (2007), La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿alternativa o reciclaje? (2012), y Construindo a Integração Latino Americana e Caribenha (2012, coautor junto a Valter Pomar), así como la compilación y edición de las antologías Los gobiernos de izquierda en América Latina (2018), El ciclo progresista en América Latina (2019), y Experiencias del ciclo progresista en América Latina (2020).