El “ternurismo” de las FARC-EP

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Libardo Sánchez Gómez

La “paz”, vacía de cualquier contenido social, que, aún, se discute entre las FARC y el Gobierno de Juan Manuel Santos y que está ad portas de concretarse en la “mesa de sometimiento” en La Habana, nació como un anzuelo, para apuntalar su reelección, así lo entendió todo el mundo menos las FARC quienes lo mordieron y quedaron enganchadas para siempre.

El punto final de la lucha armada que se avizora en la “mesa de sometimiento” de La Habana (¿victoria, derrota, cansancio?) por parte de las guerrillas colombinas, por ahora de las FARC, el ELN está haciendo fila para entrar al proceso, tiene y tendrá en el futuro mediano múltiples explicaciones o interpretaciones las cuales son difíciles de precisar, por lo tanto no son objeto de este escrito. Pero en cambio sí es dable pasar la vista de reojo sobre los desarrollos y, probables, resultados de dichas conversaciones entre FARC-Gobierno. ¿“Mesa de sometimiento”? La plena aceptación por parte de los insurgentes de las líneas rojas trazadas por la oligarquía así lo indica; da la impresión que las FARC-EP actúan con afán y como si hubiesen sido derrotados en el campo de batalla. De las posiciones altivas iniciales de los rebeldes ya no quedan sino ecos inaudibles. Sus líneas rojas, una tras otra, han sido borradas y reemplazadas por los infranqueables muros rojos del Gobierno. Comenzaron aceptando que ellos no son ni han sido víctimas del régimen inhumano y criminal sino crueles victimarios. Así mismo, del “no pagaremos un solo día de cárcel” pasaron a negociar algún cómo y cuándo someterse a los caprichos jurídicos de la burguesía. Y el grito de “tierra para el que la trabaja” quedó atrapado en una de las tantas “salvedades”, línea roja no negociable por parte de la oligarquía agraria.

Sorprendió el elevado grado de “ternurismo del comandante Timochenko, expresado durante la entrevista concedida por éste a Piedad Córdoba”, el ternurismo del curtido guerrero, tal vez, está influenciado por el alto consumo en la selva de carne de cerdo salvaje (pecarí de dientes acerados) Manuel Marulanda, el comandante de hierro, desde el universo paralelo en que se encuentre se dirá para sus adentros que su sucesor tiene “corazón de pollito”. Y hablando del acero, metal conque se forjan los guerreros, a Timochenko se le nota mucha “fatiga del metal”. Las lágrimas que le afloraron indican que el oficio de la guerra, del de entonces, ya no es su oficio; desde luego “lágrimas de hombre, porque los hombres no tienen como las mujeres débil el alma”.

Y sorprenden las tácticas y estrategias de los negociadores de las FARC, en cualquier tipo de negociaciones, sobre todo de tipo político, es de esperar que, a medida que avanzan las conversaciones, las partes traten de mejorar su posición mediante el endurecimiento de su accionar en el terreno. Pero las FARC escogieron la táctica del “auto ablandamiento”, comenzando con el cese unilateral de fuego y continuando con la suspensión de las rutinas de entrenamiento militar al interior de sus frentes. ¿Qué tal que Santos, como es de esperar, convierta las salvedades pendientes en líneas rojas no transables? ¿Y qué tal que, tampoco nada raro, sabiéndolos que andan ensayando bambucos y pasillos, para el día de la entrega de las amas, le dé por copar los campamentos o por difuminarlos desde la estratosfera con bombas de quinientos kilos?

En Colombia, sobre todo los campesinos desheredados y los despojados de su tierra, esperan que, por lo menos, las salvedades referentes a la estructura de tenencia de la tierra sean peleadas con dientes y uñas por parte de los rebeldes, pero ahora con su capacidad militar menguada poco podrán hacer; la oligarquía terrateniente las defenderá a sangre y fuego, ésta por las buenas no está dispuesta a ceder un milímetro de sus vastos latifundios. Las FARC no pueden olvidar que esa es su razón de ser, la violencia y saqueos ejercidos contra los minifundistas fue el leitmotiv que llevó a Manuel Marulanda Vélez y sus coterráneos a empuñar el fusil contra la oligarquía hegemónica usurpadora. Es meridianamente cierto que mientras no cese la concentración de tierras y el vandalismo contra los campesinos, alguien empuñará las armas.

Es claro que la guerrilla está decida a dejar el quehacer guerrero para buscar por la vía política las transformaciones que ellos y el pueblo anhelan, ¿pero el camino que caminan para lograrlo será el camino correcto? ¿Las FARC avanzan por la vía que los pazólogos (seudo izquierda sin conciencia de clase, pro capitalista, social demócrata, anti socialista y amaestrada por la burguesía) les indica? Los pazólogos sostienen que depuestas las armas se abre la senda de las transformaciones socioeconómicas, largamente esperadas, pues los fusiles son el principal obstáculo para el cambio. En el imaginario de la auto llamada “izquierda democrática”, la lucha de clases es, apenas, un “trasnochado embeleco” dado que las relaciones entre los sin nada y la todopoderosa oligarquía nacional y transnacional es de plena armonía. Pero la realidad tozuda contradice su ilusa postura sociológica. Y, como en un contrasentido, la oligarquía termina siguiendo al pie de la letra a Marx, pues ésta sí combina perfectamente todas las formas de lucha y ejercita al máximo el odio de clase. Su delicado sentido del olfato no tolera el hedor de la pobreza, los pobres les huelen a pobre. Y en su accionar violento contra los sectores populares no muestran el más mínimo “ternurismo”. Su lógica clasista, inspirada en la teoría de “la seguridad nacional” y del “enemigo interno”, les lleva al asesinato selectivo de líderes de la oposición de izquierda, sindicalistas, estudiantes, campesinos reclamantes de tierras y participantes de las mesas agrarias, entre otros. Por la misma vía sindican, encarcelan y eliminan a cualquiera que amenace sus privilegios de clase.

Otro aspecto que la “izquierda democrática” (¿un tanto paralela a la “seguridad democrática”?) deja de lado es que la burguesía transnacional a partir de la estructura económica, léase capitalismo globalizado colonial, ha armado las superestructuras al tamaño de sus ambiciones, así que el ordenamiento jurídico, la cultura de la violencia, la educación, la información, la religión (los altos jerarcas caminan hombro a hombro con los poderosos) aseguran la preservación perpetua de sus privilegios. Esas son las condiciones socioeconómicas impuestas por el Régimen, para entrar a negociar con los insurgentes, escenario, a la vez, aceptado por la insurgencia.

La oligarquía tiene miedo que en Colombia, una vez desarmadas las guerrillas, ocurra como en Centroamérica, Venezuela, Ecuador y Bolivia, donde sectores progresistas (¿populistas?) vía las urnas accedieron al poder. Por eso la burguesía criolla desde hace décadas se viene preparando para evitar que eso pueda ocurrir. El concepto del “enemigo interno” es el principal eje de su accionar político militar. Así que para anular el peligro político que representan las guerrillas sin armas, las clases hegemónicas disponen de miles de militares y paramilitares, los cuales en diversas partes del país ya están afinando las motosierras para danzar el baile rojo de la muerte con los guerrilleros reinsertados. Eso ya lo practicaron con cientos de desmovilizados del EPL y lo hicieron con miles de militantes de la unión Patriótica. Fatalmente eso no podrá cambiarse tan fácilmente, menos en los cuatro meses que hacen falta para poner punto final a los acuerdos. ¿Qué harán las FARC para evitarlo