El Senado brasileño decidirá el próximo 11 de mayo si la presidenta es sometida a juicio

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br1Eric Nepomuceno-La Jornada|

En un virtual golpe institucional, la Cámara de Diputados de Brasil, presidida por el político más denunciado por corrupción, aprobó el juicio político contra la presidenta Dilma Rousseff. La votación se consumó tras una agitada y extensa sesión en la que abundaron gritos y empujones. Apenas se mencionaron los delitos de que es acusada. Fueron sufragios en nombre de Dios, de la patria, de la familia; es decir, puras diversificaciones en un momento tan decisivo para el futuro del país.

Nueve ausencias y abstenciones podrían haber ayudado a la mandataria a permanecer en su puesto, pero no fue así. El domingo, la Cámara de Diputados, presidida por Eduardo Cunha, reo en el Supremo Tribunal Federal por crímenes diversos, que van de la lisa y llana corrupción a mantener cuentas ocultas en Suiza, decidió poner fin al gobierno de quien ni siquiera es investigada.

El camino abierto prevé pocas alternativas para Rousseff. En pocas semanas –la fecha inicialmente prevista es el miércoles 11 de mayo– el Senado decidirá si acepta lo que indica la Cámara de Diputados, es decir, si abre el juicio contra ella. En caso positivo, Rousseff será apartada de la presidencia por un plazo que podría llegar a 180 días, tiempo en el que puede presentar su defensa.

Nadie cree que el Senado cambie la decisión de la Cámara de Diputados. O sea, el juicio a Rousseff será instaurado. Nadie piensa que en el Senado logre cambiar el veredicto de los diputados.

En pocas palabras, está liquidada. Los números de ayer han sido suficientemente elocuentes para fulminar de una vez su defensa. A ella le quedan alternativas, como recurrir al Supremo Tribunal Federal, pero las posibilidades son muy cercanas a cero. El resultado de este domingo superó las peores expectativas de sus defensores, inclusive en la opinión pública. Es una derrota que rebasó la anunciado.

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Michel Temer se relame

La presidenta seguirá en su puesto, hasta que el Senado defina si acepta la decisión de la colegisladora. Eso significa entre dos y tres semanas. Será una presidenta fantasma. Nada de lo que haga en ese corto periodo será considerado sólido o válido. Si el Senado acepta –seguramente lo hará– la apertura del proceso de destitución, Michel Temer, el vicepresidente, asumirá el poder.

A la una de la madrugada de hoy, asesores de Rousseff afirmaron que la presidenta pretende dar la batalla hasta el último instante; o sea, no renunciará. Con ello el país seguirá a la deriva, esperando a un vicepresidente sin legitimidad, pero con el respaldo de una oposición dispersa, cuyo proyecto de gobierno es difuso.

Si se recuerda que Brasil vive una de las peores recesiones económicas de los pasados 100 años, que viene de un periodo de año y medio en el que el gobierno de Rousseff apenas logró gobernar, lo que se espera de Temer y sus aliados es un escenario nebuloso, de dudas y crisis. Más: tendrá que enfrentarse con la anunciada oposición durísima de los movimientos sociales, de las principales agrupaciones sindicales y con todos los que no se resignan al golpe institucional que victimó a una presidenta inhábil pero que no cometió ningún crimen que justificara su destitución.

En términos prácticos, hoy empieza el gobierno –todavía no anunciado– de Michel Temer, el vicepresidente que se bandeó a la oposición. El país vivirá un fenómeno insólito: una mandataria en plenas y constitucionales funciones, hasta que el Senado emita su veredicto, pero sin credibilidad alguna. Una presidenta sin poder.

Y un vicepresidente sin legitimidad, en espera de poder poner las manos sobre el bastón presidencial y empezar a gobernar.

Los llamados agentes económicos –empresarios, inversionistas y especuladores del mercado financiero– viven una expectativa que está en plena ebullición. Al mismo tiempo, las fuerzas que por tradición apoyan al PT –movimientos sociales y centrales sindicales– se preparan para responder a lo que califican de golpe blanco.

Mucho más que defenestrar a una mandataria impopular, lo que se abrió ayer en Brasil, con la decisión de la Cámara de Diputados, ha sido un periodo de profundas y graves incertidumbres.

Brasil entra en una zona de tinieblas, y las tensiones no harán más que reforzarse en los días que vendrán.

Michel Temer armó, en semanas recientes, un gobierno que todavía no ha sido presentado al país. Lo hará pronto. Pero será siempre un gobierno nacido de un golpe institucional, que contará con el respaldo del gran capital, pero sin ningún reconocimiento del electorado.

Rousseff dice que no se doblaráy resistirá hasta el último momento. Lo más probable es que hoy la bolsa de valores y el sacrosanto mercado financiero reaccionen a la noticia con alzas significativas en los papeles y bajas contundentes en el cambio. La vida real, en todo caso, pasa por un terreno bastante más amplio. El país vive una recesión sin precedente. En los últimos 15 meses, sin que la culpa quepa solamente en sus incapacidades, Rousseff no logró gobernar. Un Congreso francamente hostil impidió que avanzaran sus iniciativas, por cierto muy criticadas por la izquierda, el PT y los movimientos sociales que respaldaron su candidatura.

Michel Temer, cuando asuma la presidencia, tratará de llevar a cabo medidas aún más drásticas e impopulares. Parte de su compromiso es con los dueños del capital. Si una gobernante de izquierdas no logró más resistencia, aún enfrentará a un mandatario que asume con la mancha de golpista y traidor estampada en la frente.

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Teóricamente, el futuro inmediato de la presidenta está en manos del Senado, que el 11 de mayo emitirá –a menos que se decida anticipar o postergar la fecha anunciada– su veredicto. Los diputados autorizaron el juicio contra Rousseff y toca al Senado llevar o no adelante la medida.

Nadie apuesta un centavo porque el Senado cambie la decisión de los diputados. El juego está definido. Una presidenta que ni siquiera está investigada ha sido condenada por un bando de legisladores acusados o denunciados por corrupción, comandados por un colega, Eduardo Cunha, presidente de la cámara.

Así de surrealistas son las cosas en este país. El vicepresidente Temer actúa con la sutileza de un elefante en una tienda de cristales: se reúne, discute, promete, planea. Más temprano que tarde verá cómo cae en sus rodillas un cargo para el cual jamás tendría votos suficientes para alcanzar. Y verá, al mismo tiempo, cómo será la resistencia de los que no se resignan al golpe institucional que él, además de patrocinar, aceptó encabezar, consciente de que los verdaderos artífices se ocultaron, o casi, en las sombras, y serán los que asumirán el poder.

El país de la economía más poderosa de América Latina entra en una etapa de turbulencia total. Ninguna otra nación de la región será inmune a lo que ocurre en Brasil.

Vendrán tiempos de alegría en Wall Street y vecindades, y de profunda turbulencia en las periferias de América Latina