El eterno recomienzo de las agendas de desarrollo: 2000, 2015 y ahora 2030

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Eduardo Camin|

En septiembre de 2000, basada en un decenio de grandes conferencias y cumbres en el marco de Naciones Unidas, los dirigentes del mundo se reunieron en su sede en Nueva York, para aprobar la Declaración del Milenio, comprometiendo a sus países con una nueva alianza mundial para reducir los niveles de extrema pobreza.

Asimismo, establecieron una serie de objetivos sujetos a plazo, conocidos como los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) y cuyo vencimiento estaba fijado para el año 2015. El entusiasmo era de rigor entre los “funcionarios de la humanidad” ya que muchos avizoraban el surgimiento de una nueva y ambiciosa agenda para cambiar el mundo, satisfacer mejor las necesidades de las personas y los requisitos de transformación económica, al tiempo que protegiera el medio ambiente, asegure la paz y materialice los derechos humanos.

En el centro de esta agenda también se destacaba, el desarrollo sostenible, el que debería convertirse en una realidad palpable para cada persona en el planeta. El informe final de los ODM documenta que el esfuerzo realizado durante 15 años para alcanzar los objetivos y las aspiraciones establecidos en la Declaración del Milenio destacaba los muchos éxitos alcanzados en todo el mundo, pero reconocía también las brechas que todavía permanecen.

Entonces se decía que la experiencia de los ODM ofrece numerosas lecciones que servirán como punto de partida para nuestros próximos pasos. Los líderes mundiales y las partes interesadas de cada nación trabajarán juntos, redoblando los esfuerzos por alcanzar una nueva agenda verdaderamente universal y transformadora.

Después de los ODM, los ODS

Sin lugar a dudas la nuestra es una época de cambio mundial, que, en velocidad, alcance y magnitud, no tiene precedentes. A medida que las partes del mundo se vuelven más interdependientes estamos más expuestos a desigualdades económicas y sociales graves y en acelerado aumento.
La pobreza, la degradación del ambiente y el retraso del desarrollo agravan la vulnerabilidad y la inestabilidad en detrimento de todos.

A partir de ahora, y con los resultados ya sobre la mesa, en un abrir y cerrar de ojos quedaba inaugurada la agenda pos 2015, con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), unos nuevos puntos que sustituirán a los para entonces ya extintos ODM, y que hacen más énfasis en aspectos medioambientales.

El eterno (re)comienzo

Escribía el neurocientífico Gary F. Marcus que “nuestra memoria es al mismo tiempo espectacular y una fuente constante de decepción”Resultado de imagen para agendas de desarrollo. Tal vez la paradoja insinuada por Marcus refleja el misterio de la función cerebral. Uno de los grandes enigmas que la ciencia intenta responder es como la memoria registra los sucesos como recuerdos y como asociamos unos recuerdos con otros.

Sin entrar en los profundos laberintos de la neurociencia, podemos definir que recordar es mantener esa relación socialmente activa. Esta metáfora nos permite ilustrar esa constante decepción que nos produce la memoria frente a un mundo pletórico de promesas, en un deja vu permanente.

A pesar de su legitimidad única, incluida la universalidad de su composición, la posición de Naciones Unidas como actor central en el sistema multilateral está debilitada por la falta de concreción real en los resultados, con lo cual perjudican, principalmente, a los más pobres y más vulnerables.

En realidad, las agendas navegan en los profundos desequilibrios causados por los avatares económicos, al interior de un sistema en permanente competencia entre sí, en una superposición de tareas, entre las diferentes agencias de la ONU.

“La historia se repite dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”, decía Karl Marx, al inicio de El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. En el fondo, la idea básica de Marx en esa figura retórica de la doble aparición de los fenómenos, primero con ropajes pomposos y luego con disfraces ajados, es que, con el paso del tiempo, de la historia, debemos ser lucidos y críticos con las manifestaciones que no están ajustadas a su época.

Numerosos informes de la OIT ponen de manifiesto que los importantes progresos alcanzados en el pasado en la reducción del empleo vulnerable se han estancado a partir de 2012. Esto significa que cerca de 1.400 millones de trabajadores ocupaban un empleo vulnerable en 2017, y se prevé que otros 35 millones se sumen a ellos para 2019.

“En los países en desarrollo los progresos para reducir la pobreza de los trabajadores son demasiado lentos para compensar el crecimiento de la fuerza de trabajo. En los próximos años, se estima que el número de trabajadores que viven en pobreza extrema se mantendrá por encima de 114 millones, afectando a 40 por ciento de las personas con un empleo en 2018, es decir afecta a tres de cada cuatro trabajadores,” explicó el economista de la OIT Stefan Kühn, principal autor del informe.

Sin embargo, los elevados niveles de desocupación y la precariedad del empleo que afectan al mundo no son ni inevitables ni irreversibles. La incertidumbre laboral representa un desafío capital.

Las multinacionales del humanismo

Hace tiempo que desde las multinacionales se busca ofrecer una visión amable de sí mismos que les permita obtener esa legitimación que la sociedad, en alguna medida, viene rechazando: la crisis ecológica, social, humanitaria y política a la que nos ha abocado el modelo neoliberal, y neocolonial que estas multinacionales defienden.

Es un hecho comprobado como las principales multinacionales de la alimentación o las finanzas han coordinado acuerdos y proyectos en común con el sistema de Naciones Unidas.

En realidad, -nos no llamemos a engaños- las agendas, adoptan el reto de rediseñar un proyecto capitalista que esquive los obstáculos con los que ya ha chocado el anterior, supere los límites medioambientales y se sustente en premisas diferentes a la del carácter ilimitado de los recursos; premisa que por otra parte ya se ha demostrado sobradamente fallida, falaz y, sobre todo, peligrosa para nuestra existencia.

Una agenda que aseguran, estar centrada en la “lucha contra las desigualdades”, como si las desigualdades patentes en nuestra sociedad fueran una consecuencia natural del devenir y nada tuvieran que ver con las decisiones políticas influenciadas por las élites económicas que diseñan sus proyectos desde Wall Street al Foro Mundial de Davos y después ordenan aplicar.

Sabemos que esto será así y ninguna duda albergamos acerca de sus intenciones, y sigan, poniéndonos en peligro como personas sujetas de derechos y libertades. La amenaza climática y la cada vez mayor escasez de recursos naturales obliga a las potencias neoliberales a la innovación y les conduce a la búsqueda de nuevas fórmulas capitalistas o a la profundización en otras ya experimentadas.

Y ahondan así en estrategias ya conocidas y aplicadas en mayor o menor medida, como la expansión privatizadora de servicios públicos, la proliferación de tratados internacionales que refuercen la capacidad de incidencia del poder económico y limiten el de los Estados como sujetos políticos y democráticos y el de los pueblos, con el aumento de las políticas de control y de criminalización hacia las personas migrantes, etc.

Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina Comedia, comienza pasando por el infierno. Entre la tragedia y la farsa, la hoguera aún sigue quemando a millones de seres humanos entre agendas inconclusas por las injusticias que nos gobiernan.. Además de las nefastas consecuencias que para la mayoría tienen sus decisiones, toda la logística y millonaria infraestructura que trae consigo la celebración de estas reuniones, resulta un despropósito en sí mismo.

 

*Analista uruguayo acreditado en ONU-Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)