El día en que se puso de moda hablar como chavista
REINALDO ITURRIZA| El antichavista promedio no lo reconocerá jamás, por supuesto, pero buena parte del discurso que emplea hoy el candidato Capriles, y que celebra por novedoso y esperanzador, es una singular versión (permítaseme el eufemismo) del discurso chavista, o de eso que podríamos identificar como las ideas-fuerza de la cultura política chavista.
¿Cultura política chavista? Si usted se cuenta entre quienes se han reído burlonamente al leer tal sucesión de palabras, sepa que no está solo: en esa actitud lo acompañan algunos millones más, no la mayoría por fortuna, que también profesan un profundo desprecio por lo popular, y es ese desprecio y no otra cosa lo que explica que consideren sencillamente inconcebible que puede asociarse la idea de cultura con la existencia del chavismo. Usted se acostumbró a sacar la cuenta contraria.
El problema con el desprecio, entre otras cosas, es que nubla el juicio, y eso en política se paga caro: si usted se cree la encarnación de la cultura, de lo bello, de la razón y de la civilización, y subestima una y otra vez a la fuerza política que, siempre según usted, representa todo lo contrario, lo más probable es que esa fuerza política, si tiene la suficiente potencia, lo derrote sucesivamente. Usted, enceguecido por la soberbia, no se detendrá a pensar qué está haciendo mal: se limitará a denunciar que se la ha hecho trampa.
Esa es, en resumen, la penosa historia del antichavismo, al menos hasta el momento en que algunos comenzaron a considerar la alternativa de intentar entender qué cosa es lo que pasa por la cabeza de esa cosa abominable que se autodenomina como chavista: qué es lo que hace de él un adversario tan formidable y poderoso (aunque jamás se le reconozca públicamente), cuáles son aspiraciones, sus demandas, sus temores, etc.
Cierto estudio realizado en 2009 arrojó pistas invaluables para el que quisiera tomárselas en serio: para casi las dos terceras partes de la población venezolana, la democracia significaba la existencia de un Estado fuerte (adiós neoliberalismo), democratización política (Estado fuerte con participación popular activa), disminución de la brecha entre ricos y pobres, políticas sociales contra la exclusión, nacionalización de las industrias básicas, entre otras ideas-fuerza. Tal era un cuadro, siempre aproximado por supuesto, de la cultura política resultante de la irrupción del chavismo. Tal era su huella indeleble.
Fue mi hipótesis entonces que las fuerzas que reclamaban la necesidad de un liderazgo alternativo dentro la oposición, habían tomado nota de aquellos datos (y sin duda de algunos otros, arrojados por otros estudios): ya entonces se apropiaban de manera deliberada de algunas de estas ideas-fuerza, en un esfuerzo por articular un discurso que le dijera algo al chavismo.
Esas mismas fuerzas han logrado hacerse con el liderazgo opositor. Tal liderazgo ha sido refrendado el pasado 12 de febrero. Su cara visible es el candidato Capriles.
Escuchando con detenimiento la rueda de prensa que ofreciera al día siguiente, es posible identificar abundantes referencias a los tópicos característicos del discurso chavista. Veamos:
Capriles, el candidato, no es sólo el adalid del progreso, sino que se autodefine como “progresista”, en contraste con el “gobierno de izquierda retrógrado” que encabezaría Chávez. Más allá, afirma estar encabezando un “proceso de cambio”.
Estado fuerte: afirma creer en un “Estado orientador, promotor, fuerte cuando tiene que regular”, pero limita el rol regulador a determinadas materias: seguridad ciudadana, salud, educación, empleo. Cuando de las fuerzas del mercado se trata, el Estado deja de ser fuerte o simplemente desaparece.
Democratización política: distingue entre “acercar el poder al ciudadano” y “controlar todo el poder”. Y nosotros que criticábamos a Chávez porque hablaba de empoderamiento, porque el poder no es algo que se otorga. Capriles apenas lo “acerca”.
Disminución de la brecha entre ricos y pobres: ¿ricos y pobres? Ese discurso estimula el odio de clases. La división. La desunión. Sin embargo, Capriles dice creer en “un país donde nadie se quede atrás”. Ya basta de conflicto: “No creo en chavistas y escuálidos, todos somos venezolanos”.
Políticas sociales contra la exclusión: no eliminará las Misiones, pero plantea que hay que “ir más allá”; que piensa reducir el hambre a cero, pero que también hay que dar empleo. ¿Cómo “ir más allá”?
Nacionalización de las industrias básicas: afirma que no privatizará PDVSA, pero suscribió un programa de gobierno que plantea todo lo contrario.
Dice marcar distancia con la vieja forma de hacer política, pero no marca distancia de los viejos partidos. Dime con quién andas…
El mismo 13 de febrero, Capriles afirmó: “Hoy Venezuela amaneció con una nueva realidad política, con un nuevo liderazgo”. En efecto, ese día la oposición amaneció con un candidato “progresista”, que apuesta por un “proceso de cambio”, que cree en un “Estado fuerte”, que cree en “acercar el poder al ciudadano”, que desea “un país donde nadie se quede atrás”, que no eliminará las Misiones, que no privatizará PDVSA y que encarna una nueva forma de hacer política. Ese día, Capriles pretendió pasar por un chavista más. Ese día se puso de moda hablar como chavista.
Por supuesto, el antichavista promedio no lo reconocerá jamás, y jurará haber descubierto el agua tibia; cosa que, dicho sea de paso, es lo que pasa cuando se tiene tal obsesión por hacerse el distraído cuando se trata de saldar cuentas con un pasado vergonzoso, en el que se maldecía a todo el que osara hablar de “proceso de cambio”.
Vaya qué cosas: la misma burguesía que ya nos quisiera repitiendo sus sandeces, ahora pretende hablar como nosotros. Sólo que lo hacen mal. Sólo que ella no es como nosotros.