El colonialismo francés en crisis
Paula Giménez y Matías Caciabue
En el mundo de la pospandemia, Europa está llamada a sentarse en el banquillo de los acusados tras tantos siglos de racismo, colonialismo y saqueo. Episodios que aparecen aislados, de pronto, se articulan en escenarios más amplios que impugnan los abusos perpetrados durante siglos sobre países inmensamente ricos con poblaciones brutalmente empobrecidas.
En Oceanía y en África, en el Pacífico y en el Atlántico, ahora es el neocolonialismo francés el que colapsa. París sufre, así, una de las peores crisis de dominación imperial de su historia.
Nueva Caledonia
Nueva Caledonia, una pequeña isla al este de Australia con poco menos de 300 mil habitantes, fue el escenario de una enorme insurrección popular. La violencia estalló el pasado 13 de mayo, cuando el Senado francés dio media sanción a un proyecto de ley que ampliaba el padrón electoral caledonio a las personas radicadas en la isla desde, al menos, 10 años.
Esto enfureció a los sectores independentistas, vinculados a la población nativa del archipiélago. La demografía actual de Nueva Caledonia se compone de un 41% de kanakos, la nación indígena mayoritaria, un 8% de Wallis y Fotuna, dos grupos indígenas menores, un 26% de europeos, principalmente franceses, y un 25% de migrantes asiáticos, provenientes principalmente desde Vietnam e Indonesia.
Según los manifestantes, el discurso de “ampliación de la democracia” que esgrime el gobierno de Emmanuel Macron sólo sirve como un mecanismo para invisibilizar la dominación colonial que Francia ejerce desde 1853 en un archipiélago de 17 mil kilómetros cuadrados, a más de 16 mil kilómetros de París. De hecho, esa acción del ejecutivo francés rompió los Acuerdos de Nouméa de 1998, que pacificó las protestas independentistas del Frente de Liberación Nacional Kanako y Socialista (FLNKS), a cambio de una transferencia gradual de poderes desde Francia a Nueva Caledonia, que permitió una mayor autonomía de gobierno.
La economía de Nueva Caledonia se basa en la explotación minera del níquel, del que es el tercer productor mundial después de Rusia y Canadá. Se estima que Nouméa, la capital del archipiélago, posee más de un 10% de la producción mundial de níquel, y más del 25% de sus reservas mundiales. Este mineral es utilizado para la fabricación de acero inoxidable, al tiempo que se encuentra en baterías y aparatos electrónicos de uso cotidiano, como teléfonos móviles, computadoras y cámaras digitales. Con la denominada cuarta revolución industrial en curso, su precio internacional ha crecido exponencialmente.
En Nueva Caledonia también son importantes los ingresos procedentes del turismo, al igual que las remesas y los intercambios financieros con Francia. La agricultura, por su parte, es de subsistencia, y es un sector de la economía históricamente vinculado a la marginación y la exclusión de la población local.
Las protestas por ahora han dejado siete muertos, decenas de comercios y empresas saqueadas, barrios y rutas bloqueadas, para impedir, fundamentalmente, la exportación del níquel.
A pesar de los avances en la autonomía y la autodeterminación, Nueva Caledonia sigue siendo un territorio francés con un estatus político y económico especial. Francia sigue teniendo una presencia militar importante en la isla, con una importante base naval que le otorga a dicho país una presencia militar en lo que la geopolítica estadounidense recientemente denominó como el “indopacífico”.
Finalmente, el presidente de Francia decidió el pasado lunes 27 de mayo levantar el estado de excepción en Nueva Caledonia, en un intento por promover el diálogo político después de una verdadera insurrección popular, organizada por miles de jóvenes a través de la red social TikTok.
Sin embargo, el principal funcionario colonial francés en Nouméa, el alto comisionado Louis Le Franc, confirmó que permanecerá vigente un toque de queda, entre las 6 de la tarde y las 6 de la mañana hora local, con excepción de funcionarios públicos, médicos y otros trabajadores esenciales, mientras continúa la prohibición sobre la eventual realización de reuniones públicas, la portación de armas de fuego, y la venta de alcohol. Por su parte, el principal aeropuerto internacional, La Tontouta, permanecerá cerrado para tráfico comercial hasta el domingo 2 de junio.
Por otro lado, la producción minera en Nueva Caledonia se vió afectada por las protestas ciudadanas. Las interrupciones, producto de los ataques y daños sufridos en algunas instalaciones durante los disturbios, no llegan en un buen momento para las mineras, cuya producción local -en auge mundial de precios desde las sanciones que pesan sobre la producción rusa de níquel- perdió competitividad frente a la de países como Indonesia o Filipinas. Así lo informa Société Le Nickel (SLN), un histórico productor filial del gigante minero Eramet. De igual manera, la planta de Koniambo Nickel (KNS), en el norte de Nueva Caledonia, está parada desde febrero, mientras el conglomerado Glencore, propietario del 49% de esta mina deficitaria, intenta vender su participación.
Pareciera que el intento de reforma electoral que Macron intentó realizar empalmó con una crisis relativa en el sector que emplea entre el 20% y el 25% de la población del archipiélago. En ese marco, los disturbios han suscitado nuevos interrogantes sobre el manejo que le está dando al legado colonialista francés. Tras una visita relámpago a Nueva Caledonia para intentar apaciguarla, el jueves 23 de mayo, el presidente francés solicitó un “acuerdo global” entre independentistas y partidarios de Francia para finales de junio, que incluya un plan para el futuro del sector del níquel.
El Sahel: Níger, Mali y Burkina Faso
El pasado 26 de julio un golpe de Estado interrumpió el orden constitucional de Níger, una antigua colonia francesa en la región del Sahel africano. Soldados de la Guardia Presidencial, comandada por el general Abdourahamane Tchiani, bloquearon el palacio presidencial y depusieron al presidente Mohamed Bazoum. El golpe fue rápidamente condenado por la Unión Africana y la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), un organismo supranacional que muchas veces actuó como brazo de maniobra de Francia y Reino Unido.
En el contexto de la crisis energética que sufre Europa occidental tras el estallido de la guerra en Ucrania, Níger decidió hacerse con el control del Uranio, uno de los principales activos exportables del país, dado que produce el 5% del uranio mundial. El general general Tchiani, ahora a cargo de la presidencia del país, decidió cambiar las reglas de juego, y elevar el precio del uranio nigerino, pasando de 0,80 dólares por kilogramo a 215. Con ello, su gobierno se llenó de legitimidad y apoyo popular.
Es que Francia fue y es el principal comprador de uranio de Níger, ejerciendo un peso dominante sobre el precio de este recurso extraído del país africano a un valor que no reflejaba el valor real de este recurso en el mercado internacional. Níger era y es, de hecho, una pieza clave en su producción energética francesa. Alrededor del 75% de la producción eléctrica de Francia es con energía nuclear, y el uranio de Níger representa, en concreto, más de un tercio del utilizado en las centrales francesas. La ecuación resulta escandalosa: Níger, un país donde apenas un 15% de la población tiene acceso a la electricidad, es esencial para la seguridad energética de la potencia europea.
El país galo nunca mostró interés en abandonar la dinámica económica neocolonial con Níger y los demás países del Sahel. Por eso, en septiembre del año pasado, Burkina Faso, Malí y Níger, gobernados por juntas militares, firmaron un pacto de seguridad que conforma la Alianza de Estados del Sahel.
Dicha alianza militar, de carácter defensiva, se realiza con miras a contener a organizaciones terroristas vinculadas a ISIS que desde hace más de 10 años operan en la región del Sahel. Para ello, Níger, Mali y Burkina Faso cuentan con el respaldo operacional de la Federación de Rusia y el Grupo Wagner, el famoso ejército privado moscovita.
Dos hechos recientes consolidan las fuerzas anticolonialistas en África Occidental. Por un lado, a inicios de abril de este año asumió en Senegal, como nuevo presidente, Bassirou Diomaye Faye. Faye, y su primer ministro Ousmane Sonko, son dos jóvenes líderes nacionalistas, que en tres semanas pasaron de estar en prisión a controlar el Ejecutivo de ese país del Sahel. Por el otro, el pasado 18 de mayo, los ministros de Relaciones Exteriores de Malí, Burkina Faso y Níger ultimaron en Niamey, la capital nigerina, el proyecto de texto sobre la Confederación de la Alianza de Estados del Sahel, una expansión política y diplomática de la coalición militar rubricada en septiembre del año pasado.
Esta Confederación del Sahel, a la que podría sumarse Senegal -con acceso al Océano Atlántico-, será rubricado en las próximas semanas por los líderes militares de estos tres países: el coronel maliense Assimi Goita, el capitán burkinés Ibrahim Traoré, y el general nigerino, Abdourahamane Tchiani.
El Ministerio de Exteriores maliense recuerda que este encuentro envía “el contundente mensaje” de que la actual alianza entre estos tres países “sigue moviéndose” y que la población que forma parte de esta futura confederación “apoya inequívocamente” a sus líderes “frente a las amenazas de desestabilización a las que están sujetos sus países” (Europapress, 18/05/2024).
Au revoir, France
Durante 2023, el Sahel se convirtió en el epicentro de un cambio en la geopolítica africana, afectando los intereses colonialistas franceses. Los gobiernos militares, con vocación nacionalista, de Mali, Burkina Faso y Níger se alejan de París y Washington, y encuentran en Moscú un aliado para enfrentar sus problemas de seguridad nacional, y en Pekín una fuente para las necesarias inversiones en infraestructura y desarrollo económico.
El G5 Sahel, una vieja iniciativa francesa que estableció un marco de cooperación militar y económica con sus ex colonias de Malí, Burkina Faso, Níger, Mauritania y Chad, voló por los aires. Las operaciones militares francesas Serval y Barkhane dieron lugar a la presencia rusa, mucho más eficaz en el terreno a la hora de combatir el terorismo vinculado al ISIS, y a la Confederación de países del Sahel.
En la misma línea antifrancesa, el gobierno nigerino también revocó sus acuerdos muilitares con los Estados Unidos, forzando la salida de tropas que estaban apostadas en ese país desde el año 2012.
La Cumbre Rusia-África, celebrada en julio del año pasado en Moscú, sirvió para que Vladimir Putin reafirmara su intenciones de parir un “nuevo orden mundial”, sin colonialismo.
Con todo, Francia está perdiendo influencia en sus territorios de ultramar y en sus excolonias. Nueva Caledonia es un hervidero independentista, mientras que los países de África Occidental claman por la construcción de una nueva geopolítcia mundial. Estos países empiezan a tejer alianzas con Rusia y con China, en el marco del enfrentamiento mundial del G2, esa gran confrontación entre “occidente” y “oriente” que definirá la conducción de la economía mundial para este siglo XXI.
*Cacciabue es licenciado en Ciencia Política . Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Ambos son Investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)