El chavismo y su legado para una gestión pública revolucionaria

WILFER O. BONILLA |  En los afanes quinto republicanos, la discusión sobre el trazado y gestión de las políticas públicas se reduce en ocasiones, a una mirada instrumental sobre la eficacia y la eficiencia, parece que basta con ser eficaces y eficientes, realizar lo planificado e invertir racionalmente los recursos, logrando cada vez más con menos. Pero se olvida un elemento fundamental del juego público en que estamos inmersos, la eficacia y la eficiencia deben tributar a un proyecto de país en el que cada día se desestructuren las relaciones del capital, esto es, desvertebrar la hegemonía que los privados mantienen sobre el aparato de estado y el conjunto de sus recursos, logrando un balance cada día mayor hacia lo público, lo de todos, hacia relaciones socialistas.

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Nuestra gestión pública debe desarrollar procesos de transformación y elevación de la calidad de vida de la gente, a la par que constituye actores que validen y defiendan los logros alcanzados, esto solo es posible si se invierte la ecuación planificadora, si a la tesis de la planificación centralizada le oponemos la centralización de las planificaciones, es decir, desatar miles de procesos de participación en la decisión sobre los micro y macro temas del país, esto acompañado con un vigoroso ritmo de desestructuración en las lógicas estadocéntricas y tecno burocráticas heredadas y presentes.

Pero afirmaciones como la anterior podrían quedar aisladas por la tecno burocracia y sin correlato práctico, sino fuera porque el chavismo como identidad radical de los excluidos, aun está presente y hegemónica en los campos sociales de acción y discusión, el chavismo es el parámetro desde el que se delinean todas las arquitecturas políticas en la Venezuela contemporánea.

Consecuentes con el legado del Chavismo en la reflexión crítica y autocrítica sobre las políticas públicas y su gestión, nos adentraremos en la reflexión desde el legado chavista esbozado en “el golpe de timón”, discurso pronunciado por el comandante Chávez el 20 de octubre del 2012 en el primer consejo de ministros del nuevo ciclo bolivariano, en su discurso el presidente deja importantes enseñanzas:

– El ciclo de la transición revolucionaria como contexto de la gestión pública.

Desde la llegada al gobierno en 1998, el presidente Chávez tuvo la claridad de enviar al carajo todos los referentes de gestión emparentados con el pragmatismo y lo políticamente correcto, identificó con claridad, como lo que estaba en curso era una revolución, entrabamos en un ciclo de transición y ruptura con el viejo orden puntofijista. Antes del golpe de estado del 2002, tuvo la oportunidad de regresar a una postura políticamente correcta para la burguesía y el imperio, le bastaba derogar las 49 leyes habilitantes para regresar a un clima de gobernabilidad apacible, pero desde ese entonces el chavismo construye una nueva postura en la gestión pública al comprender, primero, que las acciones gubernativas cobran sentido en la medida que se articulen al proyecto de sociedad a construir, segundo, que las políticas públicas como mediación entre estos dos elementos deben ser coherentes, su papel es la instauración de rupturas permanentes, las políticas públicas en un ciclo de transición, son el ariete de la revolución política, revolución que las mayorías movilizadas deben validar permanentemente para garantizar el nuevo orden constitucional e institucional.

– La gestión pública debe balancear el sistema hacia una nueva forma política expresada en la democracia radical de la comuna y la autogestión.

En esta dirección las palabras del presidente son aleccionadoras y no es necesario agregar más, “Aquí tengo al [libro de] István Mészáros, el capítulo XIX, que se llama “El sistema comunal y la ley del valor”. Hay una frase que hace tiempo subrayé, la voy a leer, señores ministros, ministras, vicepresidente, hablando de la economía, del desarrollo económico, hablando del impulso social de la revolución: “El patrón de medición -dice Mészáros- de los logros socialistas es: hasta qué grado las medidas y políticas adoptadas contribuyen activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo sustancialmente democrático, de control social y autogestión general”.

El chavismo postula como eje de nueva institucionalidad la comuna, ésta si bien supone una extensa madurez política y cultural de los ciudadanos, expresada en formas de vínculo y solidaridad social, debe ser disputada en los escenarios de planificación y gestión pública, pues la tecno burocracia estatista es su principal enemigo, jamás se suicidará políticamente a voluntad.

– La revolución política como factor de arrastre de la revolución económica y cultural.

El presidente Chávez comprende que la prédica de madurar las condiciones objetivas para la Revolución lleva a un etapismo y economicismo que confisca cualquier posibilidad de ruptura con el orden capitalista, al respecto afirma: “Por eso la revolución política es previa a la económica. Siempre tiene que ser así: primero revolución política, liberación política y luego viene la revolución económica. Hay que mantener la liberación política, y de allí la batalla política que es permanente, la batalla cultural, la batalla social”. Esta misma postura la argumentó durante la década de los 80 el intelectual sandinista Orlando Nuñez Soto, al afirmar que en los países de la periferia capitalista, ante el subdesarrollo de las fuerzas productivas, es la revolución política quien puede desempeñar el papel para acelerar las transformaciones que sociedades desarrolladas han obtenido en la lenta evolución económica.[1] Si esto es así, es fundamental entender el papel decisivo que juegan las políticas públicas y su gestión en la trama concreta y total de la transformación revolucionaria.

– La gestión pública revolucionaria es expresión de una nueva hegemonía democrática, nos obliga a convencer, no a imponer.

El Chavismo ha sido paradigmático en recuperar el valor y práctica democrática como eje estructurante y esencia del socialismo, una cierta pobreza de horizonte histórico y cultural llevó progresivamente a la izquierda a considerar la democracia como un elemento propio del modelo burgués, las formas del socialismo del siglo XX, cerraron las esferas de la democracia bajo el pretexto de la defensa frente al imperialismo, pero este cierre asfixió las relaciones socialistas y anuló una dimensión esencial de lo humano como es la libertad, el presidente Chávez en su legado retoma la democracia no sólo como forma política, sino también como relación social, pues la afirmación de convencer en vez de imponer, delinea nuevas formas para asumir los ambientes internos de la gestión pública y su relación con los ciudadanos. En esta dirección el presidente apuntó:

“Estamos tocando puntos claves de este proyecto, que si no los entendemos bien y lo asumimos bien, pudiéramos estar haciendo cosas buenas, pero no exactamente lo necesario para ir dejando atrás de manera progresiva y firme el modelo de explotación capitalista y creando un nuevo modelo: el socialismo venezolano, bolivariano, del siglo XXI. Por eso el socialismo en el siglo XXI que aquí resurgió como de entre los muertos es algo novedoso; tiene que ser verdaderamente nuevo, y una de las cosas esencialmente nuevas en nuestro modelo es su carácter democrático, una nueva hegemonía democrática, y eso nos obliga a nosotros no a imponer, sino a convencer, y de allí lo que estábamos hablando, el tema mediático, el tema comunicacional, el tema de los argumentos, el tema de que estas cosas sean, lo que estamos presentando hoy, por ejemplo, que lo perciba el país todo; cómo lograrlo, cómo hacerlo”.

Dejemos aquí por el momento esta reflexión, conscientes que las huracanadas olas de la contrarrevolución amenazan con naufragar la obra revolucionaria, es urgente volver a Chávez, refundarlo como identidad rectora, no permitir que los cantos del pragmatismo político regalen nuestro futuro por un plato de lentejas.

Wilfer Orlando Bonilla es Director de Modelos de Gestión de la Consultora GISXXI

 

Notas: 

[1] Nuñez Soto Orlando. Las condiciones políticas de la transición.