El cañón nuclear de Israel apunta a Obama

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JONATHAN COOK | Posiblemente sea el mayor mito político estadounidense, repetido ad nauseam por los candidatos presidenciales en sus campañas electorales. El presidente Obama ha afirmado que EE.UU. tiene un lazo especial con Israel diferente de sus relaciones con cualquier otro país. Ha calificado su amistad de “inquebrantable”, “duradera” e “inigualable”, “asegurada por nuestros intereses comunes y valores profundamente compartidos”.

Jonathan Cook – CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Su rival republicano, Mitt Romney, ha ido más lejos, argumentando que no hay “ni una pulgada de diferencia entre nosotros y nuestro aliado Israel”. Un reciente anuncio electoral de Romney, destacando su visita a Israel durante el verano, ensalza la “profunda y apreciada relación”.

Sin embargo, aunque semejantes pronunciamientos forman la base de un aparente consenso de Washington, la realidad es que la apreciada amistad no es más que un cuento de hadas. Ha sido propagada por los políticos para enmascarar la sospecha –y numerosos ejemplos de duplicidad y traición– que han marcado la relación desde la fundación de Israel.

Es posible que los políticos prefieran expresar su imperecedero amor por Israel, y entregar miles de millones de dólares de ayuda cada año, pero el establishment de la seguridad de EE.UU. siempre ha considerado –por lo menos en privado– que Israel es un socio infiel.

Ha sido particularmente difícil ocultar esta desconfianza en relación con Irán. Israel ha estado aplicando una implacable presión sobre Washington, al parecer con la esperanza de manipularlo con el fin de que apoye o se sume a un ataque a Teherán para detener lo que Israel afirma que es un esfuerzo iraní para construir una bomba nuclear oculta bajo su programa de energía civil.

Aunque la cobertura se ha concentrado en la animosidad personal entre Obama y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, la verdad es que en general los funcionarios estadounidenses están en profundo desacuerdo con Israel al respecto.

El conflicto salió a la luz este mes con los informes de que el Pentágono ha simplificado el ejercicio militar conjunto con los militares israelíes que se realizará el mes que viene, “Desafío Austero”, que se presentó como el mayor y más significativo de la historia de los dos países.

El objetivo del ejercicio era probar la preparación del escudo de defensa contra misiles de Israel en caso de represalias iraníes, posiblemente el mayor temor que detiene a Israel antes de lanzar un ataque por sí solo. La mayor ventaja del Pentágono sobre Israel es su radar de banda X, estacionado en Israel pero operado exclusivamente por un equipo estadounidense, que aseguraría a Israel una temprana advertencia ante los misiles iraníes.

Un alto funcionario militar israelí reveló a la revista Time el mensaje que portaba la reconsideración por parte del Pentágono: “Básicamente lo que los estadounidenses están diciendo es: ‘No confiamos en vosotros’”.

Pero la discordia entre los dos “aliados inquebrantables” no se limita al asunto de Irán. La antipatía ha sido la norma durante décadas. En el verano, funcionarios actuales y antiguos de la CIA admitieron que el establishment de la seguridad de EE.UU. siempre ha considerado a Israel su amenaza número uno de contrainteligencia en Medio Oriente.

El más infame espía que trabajó por cuenta de Israel fue Jonathan Pollard, un oficial de la inteligencia naval que entregó miles de documentos clasificados a Israel en los años ochenta. Las repetidas peticiones de Israel de su liberación han sido una molestia continua para el Pentágono, no solo porque los funcionarios de la defensa consideran falaces las promesas de que Israel nunca volverá a operar espías en suelo estadounidense.

Por lo menos dos espías más han sido identificados en los últimos años. En 2008, un exingeniero del ejército de EE.UU., Ben-Ami Kadish, admitió que había permitido que agentes israelíes fotografiaran documentos secretos de aviones caza y armas nucleares de EE.UU. en los años ochenta. Y en 2006 Lawrence Franklin, un funcionario de la defensa de EE.UU., fue condenado por entregar a Israel documentos clasificados relativos a Irán.

En realidad, semejantes traiciones fueron asumidas por Washington desde el comienzo de la relación. En los primeros años de Israel, una base de EE.UU. en Chipre monitoreó actividades israelíes; actualmente las comunicaciones israelíes son interceptadas por un equipo de lingüistas hebreos estacionados en Fort Meade, Maryland.

Unos documentos publicados este mes por los archivos de la fuerza aérea israelí también revelan que Israel terminó por identificar a los misteriosos aviones que sobrevolaron a alta altitud su territorio durante los años cincuenta como aviones de espionaje U-2 de EE.UU.

En una señal de continua precaución, Israel no está incluido en el círculo de los países con los que Washington comparte inteligencia confidencial. Los miembros del grupo “Cinco ojos”, formado por EE.UU., Gran Bretaña, Australia, Canadá y Nueva Zelanda, han prometido no espiarse mutuamente, una condición que Israel habría violado regularmente si fuera miembro.

Por cierto, Israel incluso ha robado las identidades de ciudadanos de esos países para cooperar en operaciones del Mossad. El caso más notorio fue cuando Israel falsificó pasaportes para hacer entrar ilegalmente agentes a Dubai en 2010 para asesinar al líder de Hamás, Mahmoud Al Mabhouh.

Israel está lejos de ser un aliado fiable en la “guerra contra el terror” de EE.UU. Un exfuncionario de inteligencia dijo a Associated Press que Israel estaba por debajo de Libia en una lista de países que ayudan a combatir el terrorismo, compilada por el gobierno de Bush después del 11 de septiembre.

¿Por qué entonces todo ese parloteo sobre un lazo especial si la relación se caracteriza por una desconfianza tan profunda?

Parte de la respuesta se encuentra en las formidables tácticas de intimidación del lobby pro Israel en Washington. Thomas Friedman, el columnista del New York Times, representó el año pasado la opinión de una cantidad creciente de observadores cuando escribió que el Congreso de EE.UU. está efectivamente “comprado y pagado” por miembros de lobbies de Israel.

Ese poder se hizo demasiado evidente la semana pasada cuando la convención nacional demócrata adoptó una política modificada designando Jerusalén como capital de Israel, en oposición al derecho internacional y a los deseos expresados por los delegados.

Pero hay otro motivo del que se habla menos. Francis Perrin, jefe de la Agencia Atómica Francesa en los años cincuenta y sesenta, cuando Francia estaba ayudando a Israel a desarrollar un arma nuclear contra los deseos de EE.UU., señaló una vez que la bomba israelí realmente “apunta a los estadounidenses”.

No porque Israel quisiera atacar a EE.UU., sino porque se dio cuenta de que –una vez que poseyera el único arsenal nuclear en Medio Oriente– EE.UU. arriesgaría pocas veces bloquear su camino, por más que sus políticas fueron contrarias a sus intereses.

Por ese motivo, y por ningún otro, Israel está determinado a impedir que cualquier rival, incluido Irán, obtenga un arma nuclear que ponga fin a su monopolio.

Jonathan Cook es escritor y periodista residente en Nazaret. Ganó el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son: Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair (Zed Books). Su página web es www.jkcook.net

Una versión de este artículo apareció primero en The National, Abu Dhabi.

Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/09/10/the-greatest-myth-of-american-politics