El anarco-populismo de los ricos gobierna el mundo
Mario Rapoport|
Estos son los diez principios económicos, sociales y políticos que rigen hoy al mundo. La economía está manejada por una suerte de nuevo capitalismo que navega de crisis en crisis, imponiendo una estabilidad ficticia solo para garantizar la libertad de los movimientos de capital, demoliendo todas las instituciones de las economías de bienestar.
También se oponen a la existencia de un gobierno mundial democrático porque su poder y fortuna se basan en las desigualdades del actual. Su único motor es la acumulación en sí misma. Puede decirse que a su modo son populistas con todos aquellos que se benefician con sus políticas, lo que deberíamos llamar populismo del capital.
Uno
Si aplicamos la matemática de los conjuntos podemos dibujar el mundo dividido en uno principal de ciudadanos ricos y poderosos y muchos otros secundarios de ciudadanos que van de la estrechez económica a la pobreza. En ese primer conjunto se aferran a sus bordes como garrapatas partes pequeñas de los otros conjuntos del mundo desfavorecido ocupando superficies pobladas por grupos minoritarios con riqueza y poder. También una parte de ese primer conjunto se une a los otros compartiendo pobreza y desigualdades.
Siempre existió en el pasado este tipo de relaciones, pero antes había una diferenciación más neta entre las élites de poder de uno y otro conjunto. Hoy confluyen en un mismo espacio de ideas y políticas intercambiables, aunque sus recursos no sean iguales en lo tecnológico o lo militar. La música que silban es la misma y las maneras en que se mueven entre esfera y esfera no supone la existencia de ningún pasaporte. Que el peso concentrado de esas riquezas no haya todavía producido movimientos sociales tectónicos es un problema que ni la teoría matemática ni la social pudieron resolver. Exige arrojar como lastre para mantener ese mundo en equilibrio a millones de pobres, lo que ocurría más rápidamente en el siglo pasado con las guerras mundiales.
Tres
La globalización de los mercados no es sino una “anarquía generalizada”, con características claramente negativas en relación a los cada vez más limitados derechos soberanos. El lugar estratégico lo ocupan las multinacionales, principales actores de la globalización, cuyas características son la fragmentación mundial de los procesos de producción, la supremacía de las finanzas, la deslocalización de los servicios y la constante relocalización de sus actividades productivas. La competencia no se da entre una multitud de oferentes y demandantes, como sostenía la teoría neoclásica, sino que está monopolizada y regulada por las grandes empresas, tanto por sus precios como por sus capacidades de innovación o especulación. En este sentido no se diferencia demasiado del monopolio de los mercados por el fenecido régimen soviético, de allí la rápida adaptación de los países que estaban sujetos a él a esta suerte de capitalismo.
Cuatro
No existe más el juego de la oferta y la demanda donde el consumidor se beneficiaba por la posibilidad de elegir entre los distintos productores los bienes que necesitaba. El único mercado que debe ser libre es el de los capitales, que se mueven de un lugar a otro en función de sus vectores de rentabilidad. Las políticas de oferta rigen las reglas de la globalización y crean un conjunto de normas para el conjunto de la sociedad que obliga a los ciudadanos a actuar conforme a ellas. Son menos sangrientas u opresivas que las de los campos de concentración o Gulags, pero más insidiosas y se asemejan a los viejos túneles de la Primera Guerra Mundial donde los soldados no podían salir del sendero que le marcaban sus búnkeres a riesgo de ser alcanzados por las balas enemigas. Hoy ese sendero a falta de balas está amenazado por crisis y desequilibrios permanentes.
Cinco
Ese conjunto de reglas o leyes definen no solo logros del proceso de acumulación, sino también otra sociedad en la cual la superestructura jurídica global es un elemento clave. Los movimientos de capital no actúan dentro de las fronteras de los Estados ni tienen en cuenta las preferencias o necesidades de los habitantes de uno u otro, ni menos aún los poderes negociadores de los sindicatos u organizaciones sociales. Nada, en resumen, que pueda afectar los intereses de las grandes empresas. Los países tomados individualmente ya no son más un reservorio de mano de obra a la que los dueños del capital están obligados a recurrir por estar radicados allí.
No existe la necesidad de mantener a esos trabajadores potenciales en buenas condiciones económicas, se los puede conseguir en otros lados. También se retrae cualquier compromiso anterior con el Estado de Bienestar, la inversión y el consumo interno. Los bienes públicos, “elementos insustituibles de los privados”, como decía Julio Olivera, dejan de existir, y el Estado, según Aldo Ferrer, cumple sus funciones reguladoras al revés, destruyendo el empleo y el mercado interno. Por el contrario, se favorece la competencia sin límites y el egoísmo, las divisiones sociales y las desigualdades de ingresos, la completa dependencia de los mercados exteriores. Al mismo tiempo se subestima la política y la democracia representativa deja de tener sentido.
Seis
Para hacer más complejo el panorama del mundo, este sigue dividido jurídicamente en Estados que teóricamente (en su mayoría) se rigen por un sistema democrático donde cada uno elige con su voto un gobierno. Antes se necesitaba recurrir a amenazas, intervenciones o guerras para influir desde afuera en los distintos países o lugares que podían dañar sus intereses. Ahora les basta en gran medida con el dominio de los medios de información que utilizan los que manejan el llamado poder mundial tanto en los Estados ricos como en los más pobres. Estos últimos son soberanos solo de nombre. En este sentido son clave las élites locales. La mayoría de los que los dirigen forman parte de esas élites y están vinculados a compañías o entidades transnacionales, directa o indirectamente. La justicia no es más local sino global y asociada a ese dominio.
Siete
No hay que confundir esta globalización con el libre comercio que resulta perjudicado, no beneficiado, por sus características y extensión, y salvo para los grandes países y sobre todo Estados Unidos por más que se concreten diversos tratados multilaterales como los del Pacífico y los del Atlántico. Predomina el intercambio con precios de transferencia entre las empresas multinacionales y continúa el proteccionismo de las grandes potencias en sus sectores más débiles, como el agrario. Incluso, puede afectar los sistemas de salud y alimentación de aquellos países que los firman. Por eso la oposición de muchos europeos a un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos.
Además de trastocar las tradiciones o costumbres locales implicaría la utilización de productos transgénicos en los alimentos en una Europa donde están prohibidos. Por otra parte, con esta globalización el poder anteriormente contenido dentro de las fronteras del Estado-Nación se ha evaporado yendo hacia el espacio de los flujos de capital, donde la política es permanentemente condicionada y vaciada de todo contenido democrático, no a través de golpes de Estado sino de la permanente corrupción que genera el sistema. Todas estas cuestiones exacerban el problema de las identidades nacionales y regionales y los nacionalismos neofascistas. Frente a ese poder omnipotente y la ausencia de una democracia real se levantan procesos de división de países y regiones con el surgimiento de movimientos separatistas entre los Estados-Naciones y en el seno de ellos, como el Brexit. Las guerras y conflictos regionales y nacionales han recrudecido, así como los atentados terroristas.
Ocho
Desde el punto de vista de la subjetividad ya no interesa la figura del trabajador como fuerza de trabajo o como consumidor. El neoliberalismo trae consigo una dimensión ideológica empresarial, pero no puramente mercantil. Si se parte de la ideología del egoísmo y el superhombre de Ayn Ran, no se puede discutir desde la óptica de la solidaridad con los pobres y el Estado juega, en ese sentido, un rol de total indiferencia o favorece directamente a los que más ganan. El destino personal de cada uno depende de sí mismo. Más aún, la relación de los ciudadanos con su vida es análoga a la relación de cada empresario con su propia empresa.
Existe una forma distinta de ciudadanía en la que el individuo está fuera de toda norma jurídica de derechos o deberes, salvo el penal, como el ideal de Von Hayek. De allí el rol creciente en los mecanismos de poder de la justicia, castigando por doquier a quienes se oponen al sistema. En una “democracia” no delegable y no representativa, si es que tal cosa puede existir, cada uno es responsable de su propia suerte y el ciudadano es en sí mismo una empresa, no una fuerza de trabajo en el sentido que le daban los economistas clásicos; su aptitud y/o competencia es un tipo particular de capital humano y su salario es un ingreso que incluye su rentabilidad como capital.
Bajo la teoría clásica eran una fuerza de trabajo equiparable a una mercancía y aun siendo explotados podían discutir sus condiciones de trabajo e ingresos. A Henry Ford le interesaba vender sus autos a sus asalariados, su acumulación dependía en parte del consumo de estos. Ahora se considera al trabajador un empresario sin protección alguna (los verdaderos empresarios sí la tienen). Su trabajo se valoriza o desvaloriza a lo largo de su vida y deviene un flujo de capital que va a subsistir solo en aquellos que todavía están en sistema financiado por los bancos. De allí el rol creciente de las tarjetas de crédito y otros instrumentos financieros. Pan de hoy hambre para mañana.
Nueve
Los políticos, distanciados de los que los votaron, están sujetos a la corrupción de las empresas en los negocios del Estado y son cada vez más reemplazados por empresarios que utilizan el Estado para favorecer sin intermediarios sus propios intereses de rentabilidad y competencia, manipulando más fácilmente desde ese poder a las poblaciones en función de sus necesidades. Es un tipo de corrupción “interna” en el cual el Estado se transforma en parte de sus propias empresas. Usan los renovados medios de información a su guisa y paladar y dominan el mundo al estilo del Orwell de 1984. No tienen las formas de un Hitler o un Stalin, pero consiguen sus propósitos dominando la mente de la gente. Goebbels los envidiaría. La información y desinformación es su principal arma y el aparato de Justicia el medio del que disponen para terminar con sus adversarios.
Diez
Por último, es un capitalismo cada vez más de rapiña, basado no en el consumo productivo sino en la intoxicación de la gente desesperada a través del juego financiero y del narcotráfico, y en la mayor fragilidad y fugacidad de los mismos productos (como en la construcción). Distraen a la gente con grandes espectáculos, llámese fútbol u otros, con lo que se parecen a los emperadores romanos. Tiene en sus manos el dinero mundial.
¿Es un mundo sostenible? Solo por algún tiempo. El hombre ha sabido escapar de los Goulags y hasta resistir los campos de concentración. Esta nueva sociedad no durará más que el tiempo que se tomen los ciudadanos para derrotar una cultura que los ha separado entre ellos para mejor dominarlos. Como dijo Karl Polanyi las sociedades no se suicidan. Son volcanes que parecen apagados, pero la efervescencia corre por dentro hasta que su lava resurge un día con toda la potencia acumulada por las heridas causadas en el torrente sanguíneo del tejido social
* Profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires.