El affaire sobre la ‘narcolancha’: ¿realidad o ficción?
Carlos Fazio
“Esta mañana temprano, siguiendo mis órdenes, las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos llevaron a cabo un ataque cinético contra narcoterroristas del Tren de Aragua identificados positivamente en el área de responsabilidad del SOUTHCOM. El TDA es una organización designada como terrorista extranjera, que opera bajo el control de Nicolás Maduro y es responsable de asesinatos en masa, tráfico de drogas, tráfico sexual y actos de violencia y terrorismo en todo Estados Unidos y el hemisferio occidental. El ataque se produjo mientras los terroristas se encontraban en aguas internacionales transportando narcóticos ilegales con destino a Estados Unidos. El ataque se saldó con la muerte de 11 terroristas en acción. Ningún miembro de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos resultó herido en este ataque. Que esto sirva de aviso a cualquiera que esté pensando en introducir drogas en los Estados Unidos de América. ¡CUIDADO! Gracias por su atención a este asunto!!!!!!!!!!!” (https://truthsocial.com/@realDonaldTrump/posts/115136798909755892
Por su parte, el secretario de Estado, Marco Rubio, señaló que el incidente se produjo en el sur del Caribe y que había sido un “ataque letal”. Rubio respondió con evasivas las preguntas de los reporteros y dijo que el Pentágono se encargaría de ofrecer más detalles sobre la operación , pero entró en contradicción con su jefe Trump al mencionar que la lancha se dirigía a Trinidad y Tobago.
El video exhibido por la Casa Blanca carece de información verificable. Ni Trump, ni Rubio, ni el video presentado (que carece de datos digitales) aporta pruebas fehacientes de que el bote mencionado transportara drogas, ni que proviniera de Venezuela, ni que su destino fuera EEUU o Trinidad y Tobago. También se desconocen las coordenadas del lugar donde habría ocurrido el hecho, aunque el video sería presumiblemente una evidencia desclasificada de “inteligencia” del más alto nivel. Todo esto fue presentado, al menos hasta ahora, solo en las palabras del presidente y su secretario de Estado. Incluso no hay manera de comprobar quiénes eran los tripulantes de la embarcación, porque fueron “eliminados” (cuando lo que procedía era capturarlos), ergo, no hay detenidos que interrogar ni cuerpos que identificar ni droga que presentar, y tampoco se sabe si se trató de once personas, como señaló Trump. Y cómo supo que efectivamente los tripulantes eran venezolanos del Tren de Aragua si toda la evidencia y las personas fueron eliminadas. ¿En qué tiempo corroboraron la nacionalidad, si es que lograron rescatar algo de la quemazón así como su pertenencia a ese grupo criminal desactivado en Venezuela?
Tampoco hay contexto. Y además, con la moderna tecnología de la Armada estadunidense, ¿por qué degradar deliberadamente la nitidez y claridad del video al extremo de hacerlo inservible para el análisis, mismo que empalidece ante la claridad de los videos de Trump en las fiestas de Epstein en 1992?
Lo anterior permite conjeturar que bien pudiera tratarse de un video-fake; de una operación de guerra híbrida y psicológica cuyo objetivo es manipular la opinión pública y escalar la violencia imperial; un incidente fabricado, tal como ocurrió en el Golfo de Tonkín en 1964, cuando EEUU inventó un ataque norvietnamita para justificar la escalada de la guerra en Vietnam, y décadas después se comprobó que había sido falso.
En la noche de este martes, el ministro de Comunicación de Venezuela, Freddy Ñáñez, afirmó que el video publicado por Trump podría haber sido creado mediante el uso de inteligencia artificial. “Parece que Marco Rubio sigue mintiéndole a su presidente: luego de meterlo en un callejón sin salida, ahora le da como ‘prueba’ un video con IA (así comprobado)”, escribió en su canal de Telegram. Ñáñez mostró además una consulta a Gemini, la inteligencia artificial de Google, a quien le pidió analizar el video, la respuesta fue que “es muy probable que se haya creado mediante IA”.
Un día antes, el presidente Maduro había alertado que el despliegue militar de EEUU en el Caribe buscaba generar un falso positivo, es decir, una operación de bandera falsa para justificar una escalada de agresión a Venezuela. Maduro señaló como ejemplos históricos el incidente del acorazado Maine en la bahía de La Habana, que dio pie al inicio de la Guerra Hispano-Estadunidense en 1898 y es el origen del periodismo “amarillo” de William Randolph Hearst, y el citado incidente del Golfo de Tonkin. (También cabe citar el pretexto de un retén para desatar la invasión de Panamá, derrocar a Noriega, ejecutar un régime change e instalar a un gobierno títere con Endara y Billy “Lavamatic” Ford).
No obstante, parece improbable que en el corto y mediano plazo el Comando Sur contemple ejecutar una operación militar formal contra Venezuela, que es lo que quieren hacer ver como inminente. En cambio, lo que puede haber es una intensificación de la guerra no convencional. El escenario previsible es un recrudecimiento de la “máxima presión”, que incluye el aumento en las operaciones psicológicas para tensionar (recordar la strategia della tensione que fue usada por la OTAN en Europa como instrumento de desestabilización) al gobierno de Maduro y causar zozobra en el pueblo venezolano.
Trump, el zar de la posverdad
La puesta a punto de la renovada ‘estrategia de máxima presión’ de la administración Trump 2.0 sobre Venezuela se montó sobre varios ejes. Uno de ellos fue la reactivación de sendos bulos ideológico-propagandísticos de InSight Crime y la Fundación Heritage, que aluden a la delirante fábula que ubica a Nicolás Maduro como jefe de los cárteles de los Soles y el Tren de Aragua (TdA), y a Venezuela como un “narcoEstado”.
En tiempos de posverdad –un neologismo de resonancias orwellianas entronizado por el Diccionario Oxford como la palabra del año 2016 a raíz de la primera campaña electoral de Donald Trump, que remitía a un híbrido bastante ambiguo cuyo significado denotaba “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y la creencia personal”, y que según un editorial de The Economist de Londres (titulado “El arte de la mentira: la posverdad política en la era de las redes sociales”), el magnate inmobiliario era su “máximo exponente” al formular afirmaciones que se ‘sienten’ [como] verdad’ pero [que] no se apoyan en la realidad–,las fantasiosas elucubraciones del think tank (laboratorio de ideas) republicano Heritage y la fundación InSight Crime (con patrocinio del Departamento de Estado, el gobierno de Suecia y la Open Society Foundations de George Soros, la Fundación Ford y el BID) fueron sembradas para convertir a Maduro y Venezuela en chivos expiatorios capaces de justificar una escalada militarista de corte geopolítico en el Caribe, de la mano, ahora, del secretario de Estado, Marco Rubio, en su pugna de poder en el seno de la administración con el enviado especial de Trump ante el Palacio de Miraflores, Richard Grenell.
La génesis de ambas maquinaciones de desinformación (propaganda gris), sin base empírica y carentes de una investigación seria, evidencia judicial y pruebas forenses, remite a un informe fraudulento, redactado por Joseph Humire, director del Center for a Secure Free Society (SFS), un think tank conservador ligado con la extrema derecha estadunidense, quien a su vez retomó una ficción ideológica de InSight Crime, que, según el diario The Guardian de Londres, “se basaba en fuentes no verificadas”.
Titulado “Descarrilando el Tren de Aragua”, y publicado por la Heritage Foundation el 5 de diciembre de 2024, el informe de Humire se presentó como un documento estratégico para la “seguridad hemisférica”. Pero lo que revela, según un análisis de la página web venezolana Misión Verdad, “no es una amenaza criminal real sino una mentira calculada, construida a partir de supuestos, generalizaciones y una manipulación descarada del lenguaje”.
El texto reproduce, casi textualmente, las líneas centrales del libro-reportaje El Tren de Aragua: la banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina, escrito por la periodista venezolana Ronna Rízquez, que según Diego Sequera “cumple con todas las pulsiones confirmatorias que asocian al Tren de Aragua con el gobierno (venezolano), con más de una pirueta que le dé la cuadratura al círculo”. El apoyo en fuentes secundarias y una narrativa deliberadamente ficcional para la consideración de políticas gubernamentales en Washington, conjuga una deslegitimación de esa misma matriz, tanto por origen como por sus consecuencias.
El informe de Humire se convirtió en documento rector para la segunda administración Trump, que lo adoptó como base para una estrategia de “seguridad integral” contra Venezuela. No se trata de luchar contra el crimen organizado, sino de legitimar una política de injerencia destructiva para un cambio de régimen. Entre sus recomendaciones figura la creación de un grupo de trabajo hemisférico, inspirado en la Operación Inherent Resolve –la campaña militar contra el Estado Islámico en Siria e Irak–, para “derrotar al TdA” mediante una “aproximación de todo el gobierno” (whole-of-government-approach). Eso incluye, eventualmente, el despliegue de fuerzas especiales, asesoría militar desde el Comando Sur y la intervención directa en territorios de países vecinos.
Pero lo más grave es la instrumentalización del TdA para criminalizar a toda una nación. Humire afirma que “el TdA es el proxy perfecto y una herramienta de guerra asimétrica para desestabilizar países democráticos, mientras conserva un alto grado de negación plausible”. Y en un torpe giro ideológico, añade que dado que está “vinculado” con el gobierno venezolano, el TdA tiene “cimientos socialistas”; una asociación absurda que enlaza el anticomunismo del siglo pasado, actualizado con el lenguaje de la “guerra al terrorismo”, que cumple una doble función en la actual administración Trump: por un lado, intenta asociar al chavismo con la criminalidad; por otro, se convierte en un dispositivo para generar pánico y justificar el endurecimiento de las políticas migratorias. Así, de pronto, las olas migratorias venezolanas –en su mayoría resultado de las sanciones coercitivas ilegales y extraterritoriales impuestas por EEUU– son descritas como “invasiones híbridas”, una amenaza existencial que requiere respuestas militares.
Arlacchi: El cártel de los Soles, ficción estilo Hollywodd
En abono a lo anterior, el 28 de agosto, Pino Arlacchi, exdirector de la agencia de la ONU contra la droga y el delito, afirmó que la narrativa de Trump de presentar a Venezuela como narcoEstado “suena a una calumnia geopolíticamente motivada” con eje en el petróleo y disfrazada de lucha contra la droga. Según él, los datos publicados en el Informe Mundial sobre Drogas 2025 de la ONU, cuentan una historia que “desmonta pieza por pieza el entramado geopolítico construido alrededor del Cártel de los Soles, una entidad tan legendaria como el Monstruo del Lago Ness, pero apta para justificar sanciones, embargos y amenazas de intervención militar contra un país que, casualmente, se ubica sobre una de las mayores reservas de petróleo del planeta.
Arlacchi añade que el Cártel de los Soles es una creación de la imaginación de Trump; una ficción al estilo Hollywood o Netflix. Supuestamente está liderado por el presidente de Venezuela, pero no se menciona en el informe de la principal agencia antidrogas del mundo, ni en el Informe Europeo sobre Drogas 2025 y de casi ninguna otra agencia anticrimen del mundo. Ni siquiera una nota a pie de página. Un silencio ensordecedor, dice, que debería hacer reflexionar a cualquiera que aún tenga un mínimo de pensamiento crítico. Y cuestiona: “¿Cómo puede una organización criminal tan poderosa, merecedora de una recompensa de 50 millones de dólares, ser completamente ignorada por quienes trabajan en el ámbito antidrogas? Además, de acuerdo con Arlacchi, la geografía no miente. Las rutas de la droga siguen una lógica precisa: cercanía a los centros de producción, facilidad de transporte, corrupción de las autoridades locales y presencia de redes criminales consolidadas. Y Venezuela, asegura, no cumple ninguno de estos criterios.
Aduce, también, que Estados Unidos necesita justificar sus políticas petroleras, por lo que difunde “propaganda disfrazada” de los servicios de inteligencia. Y recurre al exdirector del FBI, James Comey, quien luego de su renuncia explicó en su libro de memorias las motivaciones inconfesables detrás de las políticas estadunidenses hacia Venezuela: Trump le había dicho que el gobierno de Maduro era “un gobierno sentado sobre una montaña de petróleo que nosotros tenemos que comprar”. Entonces, no se trata de drogas, criminalidad o seguridad nacional. Se trata de petróleo que sería mejor no pagar. Y arguye: es Donald Trump quien merecería una recompensa internacional por un delito muy preciso: “Calumnias sistemáticas contra un Estado soberano con el fin de apropiarse de sus recursos petroleros”.
En adición a los señalamientos de Arlacchi, cabe consignar que los informes 2024 y 2025 de la agencia antidrogas de EEUU (DEA), no mencionan a Venezuela como país productor, ni como país corredor ni centro de lavado de capitales. Tampoco menciona al presunto cártel de los Soles de la propaganda trumpista. Es una ficción: no hay nombres, estructuras, operaciones, ni siquiera una mención indirecta. Y si no existe para la DEA, no puede existir como justificación para sanciones, amenazas o intervenciones. A su vez, la única referencia a Venezuela en los informes recientes es al Tren de Aragua, una banda criminal que fue declarada “organización terrorista” por el gobierno de Joe Biden en 2023. Sin embargo, ni siquiera en ese caso se le vincula al tráfico internacionales de drogas, Por lo que su inclusión en el informe 2025 de la DEA parece más una justificación post hoc de una designación política que un hallazgo basado en inteligencia.
El factor Rubio
En relación con la actual política de máxima presión contra Venezuela, el verdadero punto de inflexión llegó en mayo, tras el estallido del escándalo del exasesor de Seguridad Nacional, Mike Waltz, en un grupo de mensajería en Signal, hecho que desató un reacomodo en la cúpula de seguridad de Washington. A raíz de ese episodio, Marco Rubio fue designado como Asesor de Seguridad Nacional interino, a la par de ejercer el cargo de Secretario de Estado. Tal dualidad de funciones, que recuerda el poder concentrado por Henry Kissinger en la década de 1970, le otorgó a Rubio un rango de acción sin precedentes en materia de seguridad y política exterior, lo que consolida un viraje más agresivo y centralizado en la agenda de EEUU hacia América Latina, en particular hacia Cuba y Venezuela.
Rubio coordina todas las agencias de seguridad y defensa de EEUU, además de articular las recomendaciones estratégicas en materia militar y de inteligencia que recibe el presidente Trump. En este esquema, el asesor se convierte en el verdadero filtro estratégico, capaz de orientar a Trump hacia decisiones más agresivas, sobre todo cuando confluyen factores como la presión de sectores militares y la narrativa de la guerra contra el terrorismo y el narcotráfico. A la vez, esa condición lo ubica en una posición privilegiada dentro del Ejecutivo a los fines de utilizar el aparato de seguridad nacional como una herramienta de su propia agenda política y sus ambiciones presidenciales.
El actual movimiento militar de EEUU en el Caribe -incluido el presunto incidente de la “narcolancha”-, cuya tutela la lleva el exsenador republicano, puede tener un trasfondo estratégico que sugiere que esas operaciones cumplen varias funciones principales:
1) Se activó un nuevo escenario de operaciones psicológicas, que podría abarcar ciberataques, sabotajes contra infraestructura crítica y focos de violencia armada urbana, como parte de una estrategia de desgaste que podría reeditar el fallido operativo mercenario Gedeón (2020), en formato 2025. En ese sentido, el despliegue militar naval en aguas cercanas a Venezuela busca minar la moral y condicionar la toma de decisiones de Caracas, y envía una señal de amenaza latente. Son maniobras diseñadas para intimidar sin disparar un solo misil. Aunque la recompensa de 50 millones de dólares por Maduro podría alentar a militares disidentes a dar un golpe de Estado con apoyo naval in situ, sin descartar una operación de extracción del mandatario por un comando de élite del Pentágono.
2) Al ubicar activos militares cerca de Venezuela (las versiones indican alrededor de cuatro mil marines, un número muy poco significativo para una invasión), podría tratarse de una provocación calculada mediante la cual Washington eleva la tensión y fuerza a los gobiernos de la región a pronunciarse, lo cual crea un clima de hostigamiento e, incluso, empuja un casus belli.
3) EEUU exhibe una capacidad de acción militar real; aunque funcionarios estadunidenses insisten en que se trata de una “demostración de fuerza”, la orden ejecutiva de Trump habilita operaciones militares directas.
4) Sumado a la puesta en escena de la lancha rápida, no se puede descartar otra eventual operación de bandera falsa articulada entre ExxonMobil y el gobierno de Guyana, cuyo objetivo sería escenificar un ataque en zonas marítimas en disputa en el Esequibo. Tal eventualidad responde al manual clásico de las operaciones de falsa bandera que inician con las acciones encubiertas que atribuyen la culpa al adversario, utilizadas históricamente como justificación para intervenciones, sanciones ilegales o guerras. En este caso, Guyana aparece como punta de lanza de un dispositivo geopolítico mayor, en el que Washington y transnacionales como ExxonMobil encuentran terreno fértil para avanzar su ofensiva.
5) Otra variable más grave sería el uso por el Pentágono y la CIA de las metodologías bélicas utilizadas por la OTAN en Siria, Ucrania y Palestina ocupada, en particular, el empleo de drones, modalidad que ha revolucionado las guerras actuales.
En suma, el actual despliegue naval/aéreo de EEUU –que incluye al crucero USS Lake Erie con capacidad de disparar misiles Tomahawk, aviones de reconocimiento P8 Poseidon y un submarino de ataque nuclear, un verdadero exceso para la lucha contra el narcotráfico– es multifacético y deliberadamente ambiguo: combina disuasión, presión psicológica y preparación bélica, con un claro trasfondo político de ataque contra el gobierno venezolano.
Pero la ficción acusatoria contra Maduro no es un error: es un plan. Y mientras haya quien repita el guion sin cuestionarlo, la mentira seguirá siendo política. De allí que más allá de la retórica antidrogas que se presenta como justificativo, lo que está en marcha es un rediseño del tablero regional bajo la impronta de Rubio y de los sectores de poder que lo respaldan (“la mafia de Miami”, la llamó Maduro), para lo cual es condición sine qua non ejecutar un régime change en Venezuela.
Desde hace décadas, Estados Unidos ha apelado al discurso antidrogas y a la etiqueta del terrorismo como coartadas para justificar intervenciones en América Latina y el Caribe. De allí que lo que hoy se presenta como lucha contra el crimen transnacional o el terrorismo no es más que una pantomima para revestir con apariencia de “legitimidad” lo que en esencia sigue siendo un plan de cambio de régimen, con la mira puesta en el petróleo, el gas y las tierras raras del país sudamericano, así como el control del Mediterráneo de Estados Unidos (el Golfo de México y el Caribe), de cara a una eventual guerra con China. En ese sentido, y dado que la operación no responde a una lógica antinarcóticos –las evidencias públicas son inexistentes–, ¿se montó la operación naval a la manera de un cordón sanitario en el Caribe ante la urgencia de contener la multipolaridad energética que se fraguó esta semana en Tianjin, China, en el marco de la 25a. cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS)?
Como señaló Tito Ura, el capitalismo estadounidense, atravesado por sobre-acumulación, deuda y pérdida de reservas de petróleo pesado, “recurre a la forma más extrema de su reproducción: la guerra como valor de uso para restablecer la renta geopolítica”. ¿Funcionará el cerco naval como una valla aduanera flotante sin necesidad de ocupar territorio venezolano, solofiltrando los flujos según el interés hegemónico? ¿Percibe Washington la posible incorporación de Venezuela como observador pleno en la OCS como una réplica de la “Doctrina Monroe invertida”, con la multipolaridad desembarcando en su tradicional “patio trasero”? ¿Quiere mostrar músculo EEUU ante su pérdida de hegemonía? ¿Se trata de un aviso preventivo, no a los grupos criminales, sino al eje Rusia-China-India-Irán, y a Brasil, país miembro del BRICS ampliado, mostrando que Washington todavía tiene capacidad de presión militar? ¿Es un arma de disuasión para frenar la expansión de China y Rusia en América Latina, condicionar a Maduro y erosionar el relato multipolar de la OCS en un momento clave?
Por vía de mientras, ante una posible agresión armada y pese a mantener abiertos los canales de diálogo con Washington, Maduro recalcó esta semana que la doctrina militar defensiva de su país podría cambiar y pasar a una fase de lucha armada en defensa del territorio nacional.