EEUU: El concepto de clase
DAVID BROOKS| Ocupa Wall Street festeja su primer aniversario este lunes, mientras las condiciones que detonaron el movimiento –desigualdad económica; corrupción del sistema político por los dueños del dinero; anulación del futuro para los jóvenes por los negocios especulativos y engañosos de Wall Street y sus consecuencias para comunidades; desarrollo y medio ambiente– no han mejorado, sino, en algunos casos, empeorado.
Pero algo curioso también sucedió en la transformación del diálogo nacional (uno por ciento y 99 por ciento) provocado por Ocupa: de pronto reapareció ese término supuestamente anticuado en este país: clase.
En Estados Unidos ha habido un enorme esfuerzo durante décadas por pronunciar que es un país de clase media (o sea, no hay clases, sólo ésa). En las dos convenciones de los partidos nacionales el discurso de todos los políticos se enfocó en defender, recuperar, promover y festejar a la clase media y sus “valores”. Incluso cualquier político que se atreva a hablar de ricos y pobres es acusado de promover “una guerra de clases”, es decir, casi es denunciarlo como marxista.
Hasta los supuestos representantes de intereses de clase se subordinan a esta lógica. Algunos sindicatos, desde hace décadas, a propósito no usan la palabra trabajador, ni en sus nombres, sino más bien “empleados”. Cuando mucho se atreven de hablar de “familias trabajadoras”, pero casi siempre seguido por la demanda de que los trabajadores son y deberán ser incluidos en la “clase media”.
Pero la realidad es chistosa cuando rehúsa comportarse según los intereses y objetivos de ciertos políticos, intelectuales y otros que buscan –o están pagados para– promover una ilusión. Aquí los ricos se han vuelto más ricos, los pobres se han quedado pobres, y en términos de ingreso la clase media se está derrumbando de manera acelerada.
Los propios estadunidenses ya están dejando de mantener su ilusión de ser integrantes de una sociedad de clase media. El porcentaje de estadunidenses que ahora se identifican como de “clase baja” o “clase media baja” ha pasado de 25 por ciento a 32 en los últimos cuatro años, según una encuesta nacional del Centro de Investigación Pew. Setenta y siete por ciento de éstos consideran que es mucho más difícil salir de la clase baja que hace 10 años. Resulta interesante que la cifra de quienes se definen como de “clase alta” ha disminuido también, de 19 por ciento en 2008 a 15 hoy día. El número de quienes se consideran de clase media ha bajado de 53 a 49 por ciento en el mismo periodo.
Todo ello está basado en la realidad: la Oficina del Censo de Estados Unidos reportó la semana pasada que la clase media se ha reducido a su nivel más bajo desde que esa agencia comenzó las mediciones, mientras la desigualdad de ingreso se incrementó 1.6 por ciento, el alza más grande de un año a otro, registrada en casi dos décadas.
En 2011, 60 por ciento de hogares con ingresos entre 20 mil a 101 mil dólares anuales captaron 46.6 del ingreso total, reducción de 1.5 por ciento. Mientras, el 20 por ciento más rico incrementó su ingreso 1.6. El 5 por ciento más rico (fondos superiores a 186 mil) gozó de un incremento de 5 por ciento en sus percepciones. O sea, la recuperación económica, anémica como es, ha beneficiado casi sólo a los más ricos. Mientras tanto, la tasa de pobreza, 15 por ciento o 46.2 millones de personas, permaneció sin cambio desde el año anterior, pero ese número registra una cifra récord de pobres.
La supuesta recuperación ha sido igual que la recesión. El ingreso medio de los hogares se desplomó en los dos años posteriores al término de la gran recesión en el mismo porcentaje que durante los dos años de esa crisis, con un desplome de 4.1 por ciento, según cifras del censo.
La mayoría de los empleos perdidos durante la recesión eran de salarios de nivel medio en la escala, mientras la mayoría de los trabajos generados durante la supuesta recuperación han sido de sueldos bajos, según un informe del New York Times.
“El sueño americano es un mito, ha muerto”, afirma el economista Joseph Stiglitz, premio Nobel, en su libro The price of inequality (El precio de la desigualdad).
Todo esto ha resucitado un intenso debate sobre pobreza, clase y subclases, todo en torno a la intensificación de la desigualdad económica y, junto con ello, la consolidación de clases cada vez más distantes, tanto en términos económicos como sociales y culturales.
“La creciente división de clases de Estados Unidos tiene influencia ineludible sobre todas las facetas de nuestras vidas, no sólo sobre cuánto dinero ganamos o qué tan saludables somos, sino también sobre qué pensamos y creemos”, escribió el profesor e investigador Richard Florida, de la Universidad de Nueva York, en el USA Today.
Los políticos, incluidos los candidatos presidenciales, siguen hablando de algo que deja de existir: ese Estados Unidos donde la mayoría se consideraba de clase media pero aceptaba toda contribución de los más ricos para mantener ese statu quo. Y, como denunció con gran efecto Ocupa hace un año, los dueños de ese dinero, sobre todo el financiero, amenazan lo que queda de la democracia.
La semana pasada el ex presidente Jimmy Carter denunció la “corrupción financiera” en el proceso electoral estadunidense. “Tenemos uno de los peores procesos electorales en el mundo y es casi completamente así por el flujo excesivo de dinero”, expresó en el Centro Carter, reportó Ap.
Algunos reconocen que este conflicto entre clases no es nuevo, sino algo que nació con este sistema, pero que durante muchos años se logró disfrazar y ocultar. Ocupa Wall Street, al llegar a su primer cumpleaños, logró detonar un nuevo debate nacional, centrado en ese conflicto entre la cúpula y los demás con su propio vocabulario.
Al poder no le gusta que lo vean tan desnudo. Con razón hay tanta policía cada vez que salen los que se atrevieron a hablar de clases. Como siempre, son un peligro por nombrar las cosas como son.