DOSSIER: A 20 años del golpe contra Hugo Chávez y el pueblo venezolano
El 11 de abril de 2002 se consumaba en Venezuela un golpe de Estado impulsado por los partidos opositores, los sectores empresariales y funcionarios extranjeros, con fuerte apoyo de los medios privados de comunicación. Luego de dos días de confusión, enfrentamientos y muertes, Hugo Chávez logró retomar el poder gracias a la movilización popular en su apoyo y a la fidelidad de un sector de las Fuerzas Armadas. “A cada 11 le llega su 13”, fue la frase que sintetizó aquel primer golpe fracasado en la región.
El día que quisieron matar, de golpe, el sueño y la esperanza
Aram Aharonian *
Lo que dejó en claro el golpe contra el gobierno constitucional de Hugo Chávez en 11 de abril de 2002 fue que los insurrectos, civiles, religiosos, militares, venezolanos y extranjeros no contaban con la reacción de un pueblo desarmado que salió a las calles, desarmado, a exigir el retorno con vida del “comandante”, para asegurar el proceso de cambios y de la democracia participativa.
Venezuela se había convertido en los últimos meses en un laboratorio privilegiado de geopolítica, donde se practicó una serie de escenarios de desestabilización que, de tener éxito, bien podrían aplicarse en otras naciones latinoamericanas. El de Venezuela no era un caso atípico sino sintomático, donde estaba en juego el orden constitucional, la democracia y el nuevo estado de derecho, que ya no defendía, con la Constitución de 1999, los intereses económicos de las corporaciones y de las trasnacionales.
A mediados de abril de aquel 2002, si bien se evitó una guerra civil, cayeron muchas máscaras, tanto en el mundo civil, político, empresarial, sindical, como en el religioso y en el castrense. Ninguna institución salió indemne, casi todas resultaron con fracturas múltiples.
A cada 11 le llega su 13: al golpe del 11 el pueblo respondió con la movilización del 13, pese al apagón mediático, con radios y televisoras que pasaban música llanera y evitaban difundir lo que estaba pasando. En la madrugada del 14, Chávez llegó finalmente al Palacio de Miraflores, sin saber exactamente cuál era la situación: el pueblo lo seguía esperando en la templada noche caraqueña.
Días antes, el nuevo gurú neoliberal del Instituto Tecnológico de Massachussets afirmó en Caracas que era necesario que la oposición pensara que el país había vivido más de 20 años de malas políticas económicas y mala gerencia, aunque también deleitó a los empresarios presentes en su conferencia con frases pedantes como “Venezuela es una gasolinera al sur de Miami” y “lo que se ve es a los opositores como fieras peleándose por un mismo trozo de carne”.
Solía decir Teodoro Petkoff, quien fuera guerrillero, fundador del Movimiento al Socialismo y también ministro de Planificación del conservador Rafael Caldera, que Venezuela era un país tan sui generis, que la oposición rezaba para que bajaran los precios del petróleo.
Dos décadas atrás quisieron asesinar el sueño
Hace 20 años, relataba en el mensuario venezolano Question (Un golpe con olor a hamburguesa, jamón y petróleo) que un periodista español decía, tras el frustrado golpe de Estado contra el gobierno constitucional de Hugo Chávez: “¡Qué olor a hamburguesa, jabugo y petróleo!” Obviamente, el hombre sabía de qué hablaba: de la participación de funcionarios estadounidenses, españoles y salvadoreños en la asonada encabezada por el líder empresarial Pedro Carmona.
Ninguna de estas afirmaciones parecen hoy descabelladas, ya que los propios embajadores de Estados Unidos y España, Charles Shapiro (quien antes manejó el escritorio Cuba en el Departamento de Estado), y Manuel Viturro, se reunieron con el presidente de facto Pedro Carmona, después de que este disolviera la Asamblea y las principales instituciones.
De acuerdo con investigaciones privadas, una de las consecuencias del golpe era la desnacionalización del petróleo: privatización de Petróleos de Venezuela S.A (PDVSA), para dejarlo en mano de una empresa estadounidense ligada al presidente George Bush y a la Repsol española; vender la filial estadounidense de PDVSA, Citgo, a Gustavo Cisneros y sus socios del mismo país norteño, y fin de la reserva del Estado venezolano sobre el subsuelo.
Para ello había que desconocer la Constitución de 1999 y aprovecharse del conflicto en la empresa estatal, donde la alta gerencia jugó de acuerdo con las directivas enviadas desde el norte por su expresidente, Luis Giusti. Y para ello se contaba, asimismo, con la activa participación en el golpe y en el financiamiento del mismo, del empresario Isaac Pérez Recao, del cual Carmona era empleado en la petrolera Venoco.
Una alta fuente militar amplió a la agencia France Press lo que ya había publicado la prensa local: que Pérez Recao ordenaba a un pequeño grupo “extremista de derecha, que estaba fuertemente armado, incluso con fusiles lanzagranadas, […] bajo la conducción operacional del contralmirante Carlos Molina Tamayo”, uno de los oficiales que ya se había rebelado públicamente contra Chávez en febrero 2002 y que ya estaba a cargo de la Casa Militar de Carmona.
Este grupo “pertenecía a una empresa de seguridad, propiedad de ex agentes del Mossad” (servicios israelíes de seguridad, terrorismo y espionaje). Esta aseveración tampoco llamó la atención: el “Rambo” que custodiaba personalmente a Carmona era Marcelo Sarabia, vinculado con organismos y empresas de seguridad —alguna de ellas franquicia del Mossad—, que solía jactarse de pernoctar en el Bunker de la embajada estadounidense.
La agencia privada de inteligencia estadounidense Stratfor denunció que la CIA “tenía conocimiento de los planes [golpistas], e incluso pudo haber apoyado a los civiles y oficiales militares de extrema derecha que intentaron, sin éxito, apoderarse del gobierno interino”, tras citar a militantes del Opus Dei y a oficiales vinculados con el general retirado Rubén Pérez Pérez —yerno del expresidente Rafael Caldera— como participantes en el golpe.
Lo que sí quedó confirmado es que el avión en el que se quería sacar del país a Chávez desde la isla de La Orchila pertenecía al banquero de origen paraguayo Víctor Gil (TotalBank). ¿El destino? Según personal de la aeronave matriculada en Estados Unidos, el plan de vuelo era a Puerto Rico, territorio de Estados Unidos…
La intervención de los estadounidenses no solamente estuvo en los “consejos” de altos funcionarios en Washington, como Rogelio Pardo Maurer —a cargo de operaciones especiales y conflictos de baja intensidad en Latinoamérica en el Pentágono—, Otto Reich y/o John Maisto, sino que el teniente coronel James Rodger, adscrito a la agregaduría militar de la embajada de Estados Unidos en Caracas, secundó con su presencia la sublevación, instalado en el quinto piso de la Comandancia del Ejército, desde donde asesoró a los generales sublevados.
Reich, encargado de los asuntos latinoamericanos en el Departamento de Estado, afirmó que habló “dos o tres veces” durante el golpe con Gustavo Cisneros, compañero de pesca de altura del ex residente George Bush y máxima cabeza de un imperio empresarial que se extiende desde Estados Unidos a la Patagonia (DirectTV, Venevisión, Coca-Cola, Televisa).
Quizá llamara la atención el caso de dos salvadoreños detenidos tras los incidentes del 11 de abril y que, según fuentes de inteligencia local, formarían parte de un escuadrón de la muerte entrenado para realizar atentados en diversos países (antes en Cuba y Panamá, ahora en Venezuela).
En Venevisión se reunieron los complotados la tarde del golpe, entre ellos Carmona. “Ese gobierno fue armado en las oficinas de Gustavo Cisneros”, dijo el diputado opositor Pedro Pablo Alcántara de Acción Democrática.
Las repercusiones del frustrado golpe comenzaron en Washington y amenazan con convertirse en el primer escándalo público de la administración Bush en política exterior. Después de que el gobierno plutocrático de Carmona disolviera la Asamblea Nacional y desconociera la Constitución, tras comprobar el malestar producido entre los jefes de Estado del Grupo de Río reunido en Costa Rica, en buena parte del generalato y en la oposición civil a Chávez, se comenzó a hablar de una junta de gobierno pluralista, que respetara la vigencia del Congreso, gobernadores y alcaldes.
Aquel equipo audiovisual que dirigían los cineastas Kim Bartley y Donnacha O’Briain, que habían llegado al Palacio de Miraflores para documentar la caída del chavismo, terminaron dejando constancia para la posteridad la vergonzosa huida de los golpistas. En su huida del palacio de Miraflores, los golpistas dejaron un suntuoso almuerzo sin servir y varios documentos en el despacho presidencial. Uno de ellos, enviado por Luis Herrera Marcano a quien, sin duda, era el enlace de los golpistas con el gobierno estadounidense, el contralmirante Molina Tamayo (comunicación 913, extrañamente con el membrete de Embajada de Venezuela y no de la República Bolivariana de Venezuela). El mensaje comenzaba textualmente: “En la mañana de hoy se comunicó telefónicamente conmigo el señor Phillip Chicola, del Departamento de Estado, para pedirme que comunicara urgentemente al Gobierno Venezolano los siguientes puntos de vista del Gobierno de Estados Unidos”.
Señalaba que era necesario que la transición conservara las formas constitucionales. Chicola dejó muy claro que no se trataba de una imposición, sino de una exhortación a facilitarles a ellos dar formalmente el apoyo a las nuevas autoridades, y sugirió que el nuevo Gobierno dirigiera cuanto antes una comunicación a Washington en la cual se expresara formalmente el compromiso de llamar a elecciones en un plazo razonable, elecciones en que serían bienvenidos los observadores de la OEA. Indicó igualmente que era de gran importancia que se les hiciera llegar una copia de la renuncia firmada por el presidente Chávez y señaló su esperanza de que fuera prontamente susistuído el actual Representante Permanente de Venezuela ante la OEA. “Finalmente expresó el señor Chicola que este mismo mensaje sería transmitido por el Embajador de EEUU en Venezuela”, señalaba la comunicación de Molina Tamayo.
¿Injerencia? ¿Sugerencia?
El libreto ya había sido aprendido por los representantes en el Consejo Permanente de la OEA. Allí César Gaviria, el colombiano Secretario General había sugerido que como el gobierno de Chávez había sido depuesto, el embajador Jorge Valero no debía entrar a la reunión. El Salvador, Costa Rica Nicaragua y Colombia hacían esfuerzos para que se reconociera el gobierno de facto, mientras que México, Argentina y Brasil, con el apoyo unánime de los países caribeños, insistían en el estreno de la Carta Democrática. Uno de los apresurados a apoyar el gobierno de Carmona fue Santiago Cantón, relator de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, quien ese sábado 13 envió una comunicación dirigida al “excelentísimo señor ministro de Relaciones Exteriores, José Rodríguez Iturbe”.
Por el lado español la algarabía no la pudo disimular ni el canciller Josep Piqué ni los funcionarios de la embajada en Caracas. Algunos empresarios españoles que se llevan mejor con Chávez que con la embajada, afirmaban que hubo un pozo de poco más de medio millón de dólares para cofinanciar la huelga general y el golpe, con dinero de grandes consorcios como Repsol y bancos.
De todas formas, Viturro reunió a todo el personal español de alto rango, para dejar en claro cuál será la estrategia que seguirán de aquí en adelante: insistir por todos los medios en la necesidad de un referéndum o que Chávez llame a nuevas elecciones en el corto plazo. Exactamente la misma estrategia lanzada por Shapiro desde el bunker de Valle Arriba, al sudeste de Caracas, a los periodistas angloparlantes acreditados en el país.
20 años no es nada
“¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha? Los mismos hombres, las mismas guerras, los mismos tiranos, las mismas cadenas, los mismos farsantes, las mismas sectas ¡y los mismos, los mismos poetas! ¡Qué pena, que sea así todo siempre, siempre de la misma manera!”, decía a mediados del siglo pasado el poeta español León Felipe.
Ahí estaban Estados Unidos y España en plena injerencia, programando desde lejos el golpe a Chávez, acusado de tocar a los intocables, dueños de los medios de comunicación y de casi todo, que con total libertad quisieron exterminar la libertad. La máquina comunicacional de la “democracia” convirtió a Chávez en un tirano, un autócrata delirante, un enemigo de la democracia, contra que se alzaba –decían- la ciudadanía, y al que defendían “las turbas”, que se reunían en “guaridas”. Pero el golpe mediático sólo logró promover un gobierno virtual, el de los “innombrables”.
El sueño de George Bush era anexar Venezuela a su país, como ya lo habían hecho sus antecesores con Texas. También en plena fiebre del oro, California fue adquirida por EEUU en 1848 tras la derrota militar de México. Y en plena crisis petrolera, Washington puso todas sus fichas para apropiarse de las mayores reservas de oro negro.
Ya no están Shapiro ni Viturro, pero la actitud de estadounidenses y españoles –como la de los europeos occidentales y cristianos- no ha variado mucho. Durante el gobierno de Nicolás Maduro Estados Unidos aplicó sanciones adicionales a las industrias del petróleo, el oro, la minería y la banca. Las sanciones económicas fueron ampliadas y endurecidas desde 2015, con el objetivo de crear una crisis social para justificar un cambio forzado de gobierno.
Golpes frustrados de Estado, la invención de un gobierno paralelo monitoreado y financiado por Washington al que se le transfirieron empresas y fondos confiscados –incluido el oro en el Banco de Inglaterra- intentos de invasión y magnicidio, violencia opositora financiada por Washington y alentada por España, inflación inducida, ataques a la moneda nacional y amenazas de intervención militar, se suceden hasta hoy. Pero Venezuela resiste.
La fantasmagórica voz de Carlos Gardel resuena en el Teatro Principal, en plena Plaza Bolívar de Caracas, donde actuó el 26 de abril de 1935 “20 años no es nada…”
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
A 20 años del fracasado golpe contra Chávez
Pedro Brieger
Hace 20 años, en abril de 2002, un golpe de Estado derrocó al presidente de Venezuela Hugo Chávez. En cierta medida se puede decir que fue el último golpe de Estado latinoamericano al estilo de aquellos del siglo XX, cuando un grupo de civiles y militares se ponía de acuerdo para derrocar un presidente electo democráticamente, se producía una ruptura institucional, se cerraba el Parlamento y asumía el poder alguien que no había sido elegido en las urnas. Eso fue exactamente lo que sucedió. Pero con un final diferente a todos los otros golpes cívico-militares conocidos. Lo derrocaron el 11 de abril y tres días después, en la madrugada del 14 y rodeado de una multitud que lo aclamaba, Chávez retornó al Palacio presidencial de Miraflores.
Desde el momento en que Chávez ganó las elecciones en diciembre de 1998, los dos grandes partidos políticos tradicionales -el socialdemócrata Acción Democrática (AD) y el socialcristiano Comité de Organización Política Electoral Independiente -conocido como COPEI- junto a empresarios, los más importantes medios de comunicación y el gobierno de Estados Unidos, fueron tejiendo una red conspirativa para provocar la caída de Chávez. Los sectores que habían gobernado Venezuela durante 40 años se negaban a reconocer que Chávez había arrasado en las elecciones y tenía un inmenso apoyo popular. Para sorpresa de muchos asumió jurando por lo que definió como “la moribunda constitución” de 1961, y de inmediato comenzó con la titánica tarea de transformar las estructuras políticas y sociales de un país definido como la “Venezuela saudí” por su riqueza petrolera. Sin embargo, la mayoría de la población era pobre. Para implementar su proyecto necesitaba una nueva constitución, la que fue redactada en 1999 por la Asamblea Nacional Constituyente y aprobada por mayoría en un referéndum a menos de un año de haber asumido la presidencia.
En la Casa Blanca comprendieron rápidamente que también había una nueva política exterior independiente de los Estados Unidos. Entre otras acciones Chávez se propuso darle mayor entidad al conjunto de países productores de petróleo y -claro está- sus vínculos con Kaddafi en Libia y Saddam Hussein en Irak no fueron bien vistos en Washington porque los afectaba de manera directa. Por otra parte, Chávez manifestaba su simpatía con la revolución cubana, condenó la invasión a Afganistán en 2001 y cuestionó el gran proyecto regional de Washington que era el ALCA, el Área de Libre Comercio para las Américas. A la Casa Blanca no le faltaban motivos para deshacerse de un presidente que había llegado al poder en pleno auge del llamado “Consenso de Washington” y que cuestionaba las políticas neoliberales que abrazan casi todos los gobiernos de la región, encabezados por Argentina, México y Perú. Un año antes del golpe el subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, Peter Romero, había afirmado que Chávez tenía el “derecho de viajar a donde quiera y decir lo que quiera, pero lo que diga tendrá consecuencias en términos de la percepción estadounidense”. El mensaje no podía ser más claro.
Las internas dentro del movimiento que lideraba Chávez y el cerco internacional alentaron a los sectores opositores a implementar su objetivo de derrocarlo. En febrero de 2002 el Washington Post reprodujo declaraciones de un funcionario del Departamento de Estado que pronosticaba que “si Chávez no arregla las cosas pronto, no terminará su período”. En paralelo, funcionarios del Fondo Monetario Internacional (FMI) afirmaban que “no tendrían problemas” en respaldar económicamente a un eventual “gobierno de transición”.
El problema de índole político interno radicaba en la debilidad y desprestigio de los dos grandes partidos que gobernaron Venezuela desde el famoso acuerdo de gobernabilidad de 1958, conocido como el “Pacto de Punto Fijo”. Justamente, el ascenso meteórico de Chávez fue producto, entre otros motivos, de la gran corrupción que envolvía a Acción Democrática (AD) y a COPEI, y del despilfarro de los millones de dólares que ingresaron por los precios del petróleo. Aunque en los últimos años se ha difundido la versión de que Venezuela era un país rico y desarrollado antes de Chávez, lo cierto es que los altos ingresos por las regalías del petróleo no “derramaban” hacia la mayoría de la población. Esto fue reconocido incluso por un editorial del Washington Post -posterior al fallido golpe de 2002- que afirmaba que 80% de la población era pobre. Este dato es clave para comprender porqué Chávez se había convertido en una figura popular por fuera de los partidos políticos tradicionales.
De hecho, en diciembre 2001, en una entrevista, Chávez señaló a la cúpula empresarial de Fedecámaras (Federación de las Cámaras de Comercio) como el aglutinador de la oposición porque los partidos políticos habían perdido toda credibilidad. “Dónde están los partidos de oposición? -preguntaba- ¿Dónde están los liderazgos de oposición que puedan nuclear a estos grupos? Simplemente no existen y entonces ellos están asumiendo este papel”.
El 11 de abril de 2002 hubo una serie de hechos violentos en Caracas. Al día siguiente, el general Lucas Rincón anunció que le habían pedido la renuncia al presidente Chávez y que éste la había aceptado, lo que provocó mucha confusión en las propias filas chavistas. Era mentira. Lo habían detenido y trasladado fuera de Caracas.
La historia latinoamericana hasta abril de 2002 enseñaba que, una vez derrocado el presidente, su destino era la muerte (Salvador Allende, Chile 1973), la prisión (Estela Martínez de Perón, Argentina 1976) o el exilio (Goulart, Brasil 1964), sólo para mencionar algunos ejemplos de la larga lista de golpes cívico-militares. Por ese motivo, todos quienes apoyaron el golpe lo celebraron abiertamente sin ningún tipo de pudor, convencidos de que la historia se repetiría. A nadie se le cruzó por la cabeza que podía fracasar el derrocamiento de Chávez porque, además, contaban con el apoyo de la televisión, la radio, los diarios y -no menos importante- el guiño de Washington. Y su odio hacia Chávez los intoxicó con su propia propaganda creyendo que todo Venezuela se levantaría contra el presidente.
Más aún, estaban tan seguros del triunfo que ni ocultaron que lo habían estado preparando durante meses. El diario El Nacional, uno de los principales referentes del golpe, festejó el día que cayó Chávez y aliviado afirmó que “afortunadamente, no se tiene que partir de cero. Varias instituciones se han venido preparando con seriedad y persistencia, a través de métodos multidisciplinarios, y existen proyectos y estudios que permiten ponerlos en práctica con la urgencia que todos compartimos”. Además, contaban con el apoyo de Estados Unidos que se reflejaba en algunos de los diarios más influyentes. El Washington Post, en su edición del sábado 13 reconoció que “miembros de la diversa oposición del país han estado visitando la embajada de Estados Unidos en las últimas semanas, esperando obtener ayuda para derrocar a Chávez. Los visitantes incluían a miembros activos y retirados del ejército, dirigentes de los medios de comunicación y políticos de la oposición”.
El editorial del New York Times seguramente tranquilizó a los golpistas: “Con la renuncia ayer del presidente Hugo Chávez, la democracia venezolana ya no está amenazada por un pretendido dictador”. Y el Chicago Tribune se mostró exultante el domingo 14 al afirmar que “no se da muy a menudo que una democracia se beneficia de una intervención militar que expulsa a un presidente electo”. Por su parte, menos de ocho horas después del golpe, la respetada consultora Merrill Lynch emitió el comunicado titulado “Lucrar con la transición” donde señalaba que el panorama para las inversiones en Venezuela había mejorado. Quienes perpetraron el golpe consideraron que estaban dadas todas las condiciones para destruir al chavismo. Y así fue como el viernes 12 de abril a la tarde rubricaron con su firma el llamado “Acta de Constitución del Gobierno de Transición Democrática y Unidad Nacional” para designar a Pedro Carmona -presidente de Fedecámaras- como nuevo presidente de Venezuela. Este, inmediatamente disolvió la Asamblea Nacional y derogó la constitución aprobada por el voto popular. El 13 de abril el opositor diario 2001 tituló “viva la libertad”. El golpe había triunfado.
Pero los golpistas no tomaron en cuenta un factor fundamental: el apoyo popular a Chávez. Miles de personas salieron a las calles en varias ciudades ante el llamado de las radios comunitarias y alternativas para defender al presidente y las cacerolas se hicieron oír con fuerza el viernes 12 a la noche en los barrios populares. El sábado 13 ya varios medios de comunicación internacionales informaban que Chávez no había renunciado sino que había sido detenido. Después de horas de incertidumbre en las propias filas de quienes habían proclamado a Carmona y la continuidad de las manifestaciones a favor de Chávez el propio Carmona se percató que no tendría poder para sostenerse y renunció. En la madrugada del domingo 14 de abril Chávez regresó al Palacio de Miraflores mientras a su alrededor coreaban “volvió, volvió”.
Por primera vez en la historia de América Latina y el Caribe fracasó un golpe de Estado cívico-militar. Tal vez la principal enseñanza para cualquier gobierno que se diga “popular” y pretenda tocar intereses de los más poderosos es que la movilización popular es clave para mantenerse en el poder.opular es clave para mantenerse en el poder.
*Sociólogo, docente universitario, analista internacional, director de Nodal.am. colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.
Las 47 horas más largas de mi vida
Aram Aharonian*
Aquel 11 de abril del 2002, el día que amaneció de golpe, y las 47 horas posteriores, no las podré olvidar jamás. En ese entonces yo era presidente de la APEX, la Asociación de Periodistas Extranjeros, y a primera hora de la mañana los colegas estaban desesperados por encontrar la información que los medios locales, cartelizadamente, negaban. Coincidimos en aunar esfuerzos, compartir fuentes, dividirnos escenarios, para poder encontrar algún hilo que nos llevara a saber de qué se trataba y cómo se desarrollaban los acontecimientos.
La oficina de la APEX en el aquel entonces hotel Hilton fue elegida como centro de operaciones (y frustraciones), y se sumaron algunos periodistas venezolanos, como los hermanos Vladimir y Ernesto Villegas, Cristina González, Nora Castañeda, entro pocos otros. Unos a Fuerte Tiuna, otros a las cercanías del palacio, otros más tratando de comunicarse con jerarcas castrenses, en especial con Raúl Isaías Baduel, quien el 13 de abril de 2002 como comandante de la Brigada de Paracaidistas del Ejército, encabezó lo que él llamó la llamada operación Restitución de la Dignidad Nacional, con el fin de rescatar a Chávez y restaurar el hilo democrático. Baduel, uno de los fundadores en 1982 del Movimiento Bolivariano 200, tenía intenciones de tomar el lugar de Chávez.
Unos reportaban que la gente salía a borbotones de los bloques y casas de Catia y Antímano, para subirse a los tanques que detentaban el poder castrense frente al Fuerte Tiuna y preguntarles a los soldados si eran pueblo o represores; otros que la marea chavista iba camino a Miraflores. Llegaban noticias de funcionarios y militares afines al gobierno que eran sacados a la fuerza de sus casas, y de políticos y ministros que salvaban sus vidas de diferentes formas. Los periodistas extranjeros cumplían con su función de informar, y sus coberturas comenzaban a tener cabida en algunas radios venezolanas.
Una reportera de la agencia Reuters nos narró la anécdota de lo que presenció la noche del 11 en el quinto piso de la Inspectoría General del Ejército, en Fuerte Tiuna. Un hombre, setentón, calvo, eminente abogado constitucionalista, con negocios en el sector minero, había sido trasladado allí en un auto con patente del Ministerio de Defensa, y era atendido solícitamente por un coronel. Pero pasaban los minutos y el eminente jurista, con clara vinculación con el Opus Dei, releía una y otra vez su juramentación -llena de pomposas galimatías y latines- y los primeros decretos que iba a dar a conocer unos minutos después, cuando fuera proclamado Presidente transitorio.
Apenas a cinco pasos suyos, estaba el general Efraín Velasco Velásquez, jefe militar del golpe, en su despacho de comandante del Ejército. El coronel le filtraba una cantidad de llamados por dos celulares: a algunos les negaba que el general estuviese en Fuerte Tiuna, a otros les decía que llamaran más tarde, y a los más escasos los comunicaba con el general.
El hombre setentón, guardó sus papeles en el bolsillo derecho de su traje oscuro, se arregló la corbata, guardó sus anteojos y, ya molesto, le preguntó al coronel porqué se demoraba el general. “Es que el general está ocupado, hablando con unas personas, está hablando con el doctor Pedro Carmona…”, le inform. “¡Pero qué se ha creído!” dijo el hombre indignado. Por favor, coronel, regréseme a mi casa. Secó la transpiración de su calva cabeza, se echó su coraje aristocrático al hombro, recobró toda su dignidad católica, guardó su juramento y sus decretos -¿para alguna otra ocasión?- y fue conducido nuevamente a su casa. Cuentan que su nombre, Pedro París Montesinos, fue borrado del libro de guardia. Adentro del despacho del comandante del Ejército, Efraín Velasco Velásquez y Pedro Carmona –luego conocido como “Carmona el breve”, por sus apenas 47 horas como dictador- repartían la torta y comenzaban el baile, sin estar demasiados seguros de que la orquesta les fuera a acompañar en su aventura. La primera traición había sido consumada. Luego, vendrían otras. Y otras.
Habíamos vivido 47 horas de zozobra, con Chávez desaparecido, secuestrado, con el pueblo en las calles reclamando por su presidente, con los militares decidiendo de qué parte se ponían, con las radios y televisoras pasando música pero no noticias, con las agencias noticiosas internacionales ofreciendo información que se le negaba a los venezolanos pero que llegaban de rebote; con periodistas que habían llegado del exterior a entrevistar al presidente y terminaron haciendo un documental sobre el grotesco golpe, mientras los “demócratas” huían de la truncada fiesta de asunción. Con Chávez regresando a Palacio en helicóptero dos días después con cara de no saber si estaba secuestrado o liberado, buscando caras amigas con desesperación. Con ministros que se habían dado vuelta, como el general de la cartera de finanzas, que haciéndose el distraído quiso entrar a la reunión de gabinete cuando Chávez volvió a asumir en la madrugada del 14.
Para evadir la agresividad de la prensa local, Chávez solía dar ruedas de prensa internacionales en el Salón Ayacucho del Palacio de Miraflores. La más tensa fue la del día después del golpe frustrado del 11 de abril del 2002. Allí habló de casi todo lo sucedido. De la valentía de sus ministros, obviando, claro, alguno que se tiñó el pelo para que no lo reconocieran u otros que se escondieron debajo de las camas: “esos también”, señaló cuando un corresponsal le dijo por lo bajo que no todos habían sido coherentes con la causa. Al final de la ronda fue cuando nos dijo a Jorge Giordani (ministro de Planificación) y a mí: “tenían razón, general con calculadora no es ministro de Economía”.
La primeravez que lo vi fue por televisión, en esa fantasmagórica aparición de apenas segundos, para dejar una frase para la historia (al menos para la de Venezuela): “por ahora”. Las imágenes televisivas de apenas un minuto y 15 segundos, transmitidas a las 10.30 del 4 de febrero de 1992 dejaron para la posteridad su reconocimiento del fracaso de la intentona revolucionaria. Sobrevivió a la intentona y una década después, siendo Presidente, sería objeto de un golpe de Estado. Y luego al sabotaje petrolero y el paro patronal de 62 días.
Chávez, el de la cara de chiquillo sin maestro, estuvo preso poco más de dos años por la sublevación y al salir fue obligado a renunciar al ejército. El pueblo lo aguardaba. Uno, acostumbrado, hastiado de golpes militares, no entendía bien esa euforia. “Veíamos la corrupción dentro de la fuerza armada y cómo se iba deteriorando la sociedad (…)”, nos dijo a un grupo de periodistas.
En su propuesta de ruptura con el capitalismo hegemónico, aparece un modelo humanista con algunas bases marxistas y esto corresponde a la pretensión y necesidad de construcción de un modelo ideológico propio, de verse con ojos venezolanos y latinoamericanos. “La democracia (formal) es como un mango, si estuviese verde hubiese madurado. Pero está podrida y lo que hay que hacer es tomarlo como semilla, que tiene el germen de la vida, sembrarla y, entonces, abonarla para que crezca una nueva planta y una nueva situación, en una Venezuela distinta”, me explicaba.
Fue el líder democrático más carismático de las últimas décadas en Latinoamérica, con una relación particularmente movilizadora del pueblo. Quizá el mayor logro de sus 14 años de gobierno haya sido convertir a las clases populares en sujetos de política y no sólo en objeto de ella; en ciudadanos y no borregos, en participantes en la vida política y en la marcha de una revolución pacífica y democrática, inclusiva e incluyente, donde se sepultó el analfabetismo y la pobreza. Donde se revivió la idea de llegar al socialismo por las urnas.
Dos años después del golpe, Eduardo Galeano me mandó unas líneas: “Extraño dictador este Hugo Chávez. Masoquista y suicida, creó una Constitución que permite que el pueblo lo eche, y se arriesgó a que eso ocurriera en un referéndum revocatorio que Venezuela ha realizado por primera vez en la historia universal”.
Hugo Chávez simboliza aún hoy la emergencia del pensamiento regional emancipatorio del cambio de época, con críticas anticapitalistas y antiimperialistas, con una concepción humanista. Y rescató al socialismo como horizonte y meta. Perdió la batalla de la vida y ganó una eternidad heroica. Decía Sergio Sommaruga que “cuando solo te vence la muerte, te has convertido en un vencedor”. “Me dicen que ya lo vieron por el Arauca, rumbo al Meta, huyendo del encierro de un mausoleo”, escribía la socióloga Maryclén Stelling.
La última vez que lo vi también fue por televisión, cuando el país quedó huérfano y un pueblo volcado a las calles, le daba el último adiós.
*Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
Editoriales de medios venezolanos y estadounidenses
Nodal
Reproducimos algunos editoriales representativos del espíritu que primaba en numerosos medios de comunicación de Venezuela y Estados Unidos sobre los sucesos del 11 al 14 de abril 2002
Los muertos de Hugo
El Nacional 12 de abril.
Ya sabíamos de sus problemas mentales, también conocíamos que no era un hombre precisamente valiente y tendía a acobardarse en los momentos de combate, pero lo que en verdad ignorábamos, aunque lo presentíamos, era su falta de escrúpulos a la hora de ordenar a sus partidarios disparar contra gente indefensa, que marchaba en forma tranquila y pacífica por las calles de Caracas, y acribillarla sin compasión desde las azoteas cercanas a Miraflores, a manos de sus francotiradores bolivarianos muy bien entrenados en tierras extranjeras.
Con ese acto miserable y cruel usted cometió el peor de sus errores políticos y la mayor traición contra su patria, que le dio una oportunidad de dignificarla democráticamente y que, por contrario, ha preferido mancillarla con esta masacre de gente inocente, cometida a la luz pública y que intentó esconder tras una cadena oficial, y luego con la suspensión de la señal de varias plantas de televisión.
Usted, que intentó hacer una carrera militar sin mayores resultados, porque nunca fue un oficial brillante ni talentoso, ha terminado por enlodar el uniforme y la institución que le dio una oportunidad en la vida: sin la Fuerza Armada usted no sería nadie, y ahora le paga esa oportunidad que le dieron desprestigiándola de la peor manera posible: cobijando a generales corruptos sólo porque son sus amigos, y ahora haciéndola cómplice de una masacre contra civiles desarmados. Con razón usted quería hace dos meses celebrar el 27 de febrero, esa fecha oscura y siniestra de nuestra vida democrática.
Ya tiene usted su matanza, si es eso lo que le hacía falta a su currículum, la del 11 de abril (el 11-A), y puede festejarla en conjunto con Carlos Andrés Pérez, quien le entregó el sable que usted acaba de desenvainar cobardemente, sin dar la cara, desde las azoteas oficiales.
Dicen que la historia eleva o entierra a los hombres: a usted le ha reservado una fosa al lado de los mandatarios de Venezuela a los cuales se les menciona por sus atrocidades: bastó un día para que se le recuerde para siempre como el responsable de la masacre del 11 de abril. No es nada agradable pasar a la historia recordado no sólo por los familiares de las víctimas que usted mandó a matar, sino como el Presidente que resultó ser un vulgar matón de personas inocentes.
Mientras usted, Presidente, pretendía secuestrar la libertad de información, con una cadena inexplicable, en la cual trató de disimular inútilmente lo que ocurría a pocos metros de donde estaba hablando sin coordinación mental, el pueblo pacífico de Caracas era masacrado sin piedad, con decenas de muertos y heridos. A las víctimas del 4 de febrero, usted sumó la tarde de ayer otro balance trágico. Fueron los manifestantes que en disfrute de un derecho constitucional, se hicieron presentes para velar por la democracia y por la libertad de su país.
En la historia de las tortuosidades más primitivas de poder quedará registrada esa cadena, en la que usted permanecía impávido e indiferente, mientras un asistente le pasaba pequeñas notas informándolo de lo que sucedía en la calle. Quedará como un testimonio de su desprecio a la gente y al país. Usted pensó, erróneamente, que nadie se enteraría del episodio, pero una vez más cayó en sus propias redes. No sabía que, simultáneamente, la televisión trasmitía en la otra media pantalla las escenas más trágicas del desenlace de la marcha más impresionante y más multitudinaria que se vio nunca en Caracas.
Sus desmanes dictatoriales no se detuvieron allí. Ayer se le cayó su última máscara: decidió sacar del aire a los canales de televisión, Venevisión, Radio Caracas, Televen, CMT y Globovisión. Los amenazó con suspenderles sus licencias como si fuera el propietario del Estado, y como si Venezuela fuera una jungla. Usted no sólo ha violado las leyes venezolanas, sino que además viola (y no será impunemente) convenios internacionales del sistema hemisférico: se ha puesto al margen de la ley venezolana y al margen de la ley internacional.
La gigantesca marcha de ayer jueves tuvo como propósito reivindicar los derechos de la democracia venezolana, puesta en peligro por un régimen autocrático. Quienes marcharon de manera tan ejemplarmente pacífica, abogaban por el respeto a la gente de Petróleos de Venezuela, por el respeto a sus gerentes y trabajadores, y contra la politización de la gran corporación. Poseído por la soberbia y la inconsciencia, usted retó a todos los venezolanos, amenazó a toda la gente de Pdvsa y se obstinó, hasta los últimos minutos, en mantener a la junta de incapaces que envió allá para tomar el ente petrolero.
Su obsesión le cuesta a Venezuela incalculables pérdidas morales y materiales; ha desacreditado a nuestro país como proveedor confiable y ha perturbado toda una industria vital para nuestro pueblo. Nunca se había visto en esta tierra tanta demencia. La soberbia suya ha ensangrentado la ciudad de Caracas. En la cadena se mostró indiferente. Formulando promesas desordenadas, sin ton ni son, con el único propósito de engañar y ganar tiempo, mostró una vez más su total alejamiento de la realidad. Masacre como la de ayer tarde no se había visto jamás en esta ciudad. Nuestro pueblo está malherido. Nuestro pueblo exige que sus derechos sean respetados y que los culpables sean duramente castigados. La sangre de tantas víctimas clamará por siempre.
Retos y cómplices
El Nacional,13 de abril.
La renuncia de Hugo Chávez a la Presidencia de la República ha sido un episodio de significación histórica, no sólo por las circunstancias en que se llevó a cabo sino por las posibilidades que se le abren a todos los venezolanos. Chávez tuvo el infortunio de malinterpretar sus funciones como jefe del Estado, y en lugar de actuar como representante de todos los sectores de la sociedad, se obstinó en dividir a los venezolanos. No tuvo éxito en sus prédicas, como fue demostrado el 11 de abril, cuando un gran río humano recorrió las grandes avenidas de la ciudad, desde el Parque del Este hasta el centro.
Sin embargo, tal vez sea prudente no desechar las posibilidades de que esa siembra de odios no haya dejado semillas que conviene prudentemente considerar. No para discriminar, sino para identificar los problemas que pudieran estimular los antagonismos sociales. En el país existe una situación de pobreza y de enormes dificultades de empleo, sanidad y educación, y atenderla es un compromiso ético y político de primera prioridad. Esto no se plantea sólo como consecuencia de la renuncia de Chávez a la Presidencia: como debe recordarse, ese fue el asunto central del acuerdo de gobernabilidad presentado al país por la CTV y Fedecámaras unas semanas atrás.
Afortunadamente, no se tiene que partir de cero. Varias instituciones se han venido preparando con seriedad y persistencia, a través de métodos multidisciplinarios, y existen proyectos y estudios que permiten ponerlos en práctica con la urgencia que todos compartimos. Esos proyectos pueden ser base o punto de partida para una acción del Estado, enriquecidos si fuere preciso por quienes a su vez han venido trabajando en el acuerdo de gobernabilidad.
Esta es una de las tareas que nos espera. Fue entendido así por la CTV y por Fedecámaras, y por todos los sectores que concurrieron en el gran acuerdo que se presentó al país y que fue descalificado por los chavistas, ocupados exclusivamente en robar el erario público y de disfrutar de las ventajas del poder de una manera grosera y ostentosa. No pocos de ellos salieron de la pobreza de la noche a la mañana, y se mudaron a lujosas viviendas en el este de la ciudad, compradas en dólares.
Desde luego que no habrían podido actuar con tal impunidad si los poderes públicos no hubieran sido reducidos a la sumisión y complicidad más abyectas. Nunca la Fiscalía o la Contraloría se habían arrodillado no sólo frente a un mediocre Presidente de la República como Chávez, sino ante cualquiera de sus empleados más cercanos, de la manera como hicieron estos dos funcionarios, indignos de la confianza que los venezolanos depositaron en ellos.
Ni qué decir, por supuesto, del Poder Electoral, verdadero mercado persa donde se compraban y vendían elecciones al mejor postor; ni del “defensor del puesto”, que así ha terminado por ser calificado sarcásticamente el representante de esta nueva institución que tantas esperanzas, en su momento, levantó entre la población. De estas iniciativas apenas ha quedado el engaño y la frustración.
Ha hecho bien el nuevo presidente Pedro Carmona Estanga en prescindir, de un plumazo, de estos esperpentos institucionales, devaluados ética y moralmente por la escasa gallardía con que sus representantes ejercieron el cargo. Mención especial merece el fiscal, quien horas antes de caer Chávez, ya se proponía ante las cámaras de la televisión como su posible sucesor. Valga decir, no se había muerto el esposo y ya le quería proponer matrimonio a la viuda en ciernes.
A excepción de los chavistas, que son los únicos que justifican (o tratan de acusar cobardemente a otros) de la masacre del 11 de abril y que no les duele para nada la muerte de un reportero gráfico, a quien se le disparó sólo porque cargaba una cámara en sus manos y eso lo identificaba como periodista, el resto de Venezuela sabe qué clases de pillos ejercía el poder en este país.
Ahora vienen con el cuento cínico, tal como lo dijo ayer el fiscal, del “golpe militar”; para ocultar la responsabilidad de Hugo Chávez, al ordenar a sus colaboradores que se disparara a mansalva contra mujeres, niños y jóvenes desarmados. Los criminales son, según el representante del Ministerio Público, quienes marcharon pacíficamente por las calles de Caracas y no los francotiradores del gobierno que desde los edificios públicos, como lo demuestran los videos de la televisión, mataron con saña y alevosía a gente inocente. Esos asesinos tienen hoy sus cómplices entre nosotros. Eso es intolerable.
¡Viva la libertad!
Diario 2001,13 de abril.
Para quienes enfrentamos sistemáticamente a Hugo Chavez, primero, como golpista en 1992 y luego como candidato a la presidencia en 1998, no cesamos ningún día y en ninguna edición de nuestras publicaciones de advertir quién era este personaje y el peligro que su figura significaba para nuestra Venezuela, pero hoy celebramos con regocijo su salida de la Presidencia de la República.
Desde el primer dÌa que el nombre de Hugo Chavez salió a la luz pública luego de su frustrada asonada militar en febrero de 1992, intuimos que estabamos frente a un hombre sin escrúpulos, enemigo de las libertades y de la democracia, y que en su dúctil vileza escondí su objetivo de acabar con la libertad de expresión mediante el terror y el amedrentamiento.
Públicamente, siendo candidato a la presidencia de la República, en el año de 1998, Chavez negaba ser marxista y de tener nexos con la narcoguerrilla colombiana. Pero su engaño quedó rapidamente al descubierto al glorificar con emoción infantil al dictador cubano Fidel Castro; luego, trascendió las relaciones subrepticias que mantenía con la narcoguerrilla colombiana.
No se limitaban sus nexos a la narcoguerrilla y al sátrapa cubano, también fue participante del foro de Sao Paulo (comunista) y de otros movimientos subversivos y terroristas.
Para los que no cesamos en ningún momento en advertir el peligro que el ascenso de Hugo Chavez al poder significaba, nos cabe la satisfacción que aun a costa de arriesgarlo todo y cuando en este país ser antichavista era aventurado, dimos un paso al frente y en nuestros editoriales mostramos el hombre falso que era. Sus amenazas de entonces no nos amilanaron. Hoy nos complacemos y felicitamos por haber contribuido con nuestro aporte a rescatar a Venezuela de ese tétrico túnel.
Caído el frustrado dictador, saludamos a los nuevos dirigentes que interinamente dirigirán los destinos del país y les deseamos todo tipo de Éxito, pero exigimos, como el resto del país, el retorno a la normalidad institucional y la convocatoria a elecciones a la mayor brevedad para elegir a las nuevas autoridades nacionales y regionales y la elección de un nuevo Congreso de la República, de un Tribunal Supremo de Justicia, de un fiscal general, de un Consejo Electoral, de un defensor del pueblo y de un contralor general.
Exigimos, revocar la directiva de Pdvsa y la inmediata reincorporación de los empleados despedidos de la empresa petrolera. Exigimos la derogación de las leyes inconstitucionales de la Habilitante. Exigimos que se investigue a los militares y civiles denunciados por corrupción y grotescamente enriquecidos a través del Plan Bolívar, los negociados, el FUS, Fondur y diversos organismos y empresas del Estado.
Exigimos el asentamiento de bases que permitan el retorno a la confianza y la recuperación de la economía, estimular la inversión y garantizar la propiedad privada y todos los otros derechos que corresponden a una sociedad democr·tica.
Hoy es un día de gloria, es la reconciliación del país todo, sin odios. Es el rescate de la democracia y del trabajo creador, de la libre expresión sin temor al terror y a las represalias.
¡Viva Venezuela! ¡Somos libres!
Se va Hugo Chávez
New York Times, 13 de abril.
Con la renuncia ayer del presidente Hugo Chávez, la democracia venezolana ya no está amenazada por un posible dictador. Chávez, un demagogo ruinoso, renunció después de que los militares intervinieron y entregaron el poder a un respetado líder empresarial, Pedro Carmona. Pero la democracia aún no ha sido restaurada, y no lo será hasta que se elija un nuevo presidente. Esa votación ha sido programada para la próxima primavera, con nuevas elecciones al Congreso que se llevarán a cabo en diciembre. El pronto anuncio de un cronograma es bienvenido, pero un año parece demasiado largo para esperar a un presidente legítimamente electo.
Washington tiene un fuerte interés en la recuperación de Venezuela. Caracas ahora proporciona el 15 por ciento de las importaciones estadounidenses de petróleo, y con políticas más sólidas podría proporcionar más. Una Venezuela estable y democrática podría ayudar a anclar una región en problemas donde Colombia enfrenta una guerra de guerrillas ampliada, Perú está viendo un renacimiento del terrorismo y Argentina lucha con una crisis económica devastadora. Sabiamente, Washington nunca satanizó públicamente a Chávez, negándole el papel de mártir nacionalista. Con razón, su destitución fue un asunto puramente venezolano.
La fe pública en las instituciones de Venezuela comenzó a erosionarse mucho antes de que Chávez irrumpiera en escena con un fallido golpe de estado en 1992. La corrupción desacreditó a los dos partidos principales, y una burocracia impulsada por el clientelismo devoró los abundantes ingresos petroleros del país, dejando a muchos venezolanos en una pobreza desesperada. Chávez fue elegido presidente en 1998 prometiendo un cambio que nunca cumplió. Cortejó a Fidel Castro y Saddam Hussein, luchó contra los medios de comunicación y alienó prácticamente a todos los electores, desde profesionales de clase media, académicos y líderes empresariales hasta miembros sindicales y la Iglesia Católica Romana.
La crisis de esta semana comenzó con una huelga general contra el reemplazo de gerentes profesionales en la compañía petrolera estatal con compinches políticos. El jueves dio un giro grave cuando simpatizantes armados de Chávez dispararon contra huelguistas pacíficos, matando al menos a 14 e hiriendo a cientos. La respuesta de Chávez fue característica. Obligó a sacar del aire a cinco estaciones de televisión privadas por mostrar imágenes de la masacre. Ayer temprano se vio obligado a renunciar por los comandantes militares que no estaban dispuestos a ordenar a sus tropas que dispararan contra sus compatriotas venezolanos para mantenerlo en el poder. Está detenido en una base militar y podría enfrentar cargos por los asesinatos del jueves.
Este año deberían celebrarse nuevas elecciones presidenciales, quizás al mismo tiempo que se elija el nuevo Congreso. Se necesita algo de tiempo para que surjan líderes nacionales plausibles y los partidos se reorganicen. Pero Venezuela necesita urgentemente un líder con un fuerte mandato democrático para limpiar el desorden, fomentar la libertad empresarial y adelgazar y profesionalizar la burocracia.
Un desarrollo alentador ha sido la fuerte participación de ciudadanos de clase media en la organización de grupos de oposición y protestas callejeras. La participación cívica continua podría ayudar a revitalizar los cansados partidos políticos de Venezuela y mantener al mínimo la participación militar.
Original en inglés: https://www.nytimes.com/2002/04/13/opinion/hugo-chavez-departs.html
La ruptura de Venezuela
Washington Post, 14 de abril.
Cualquier interrupción de la democracia en América Latina es mala, más cuando se trata de militares. La historia de golpes militares en la región es demasiado larga y trágica, y la consolidación de la democracia demasiado reciente, para que se tolere cualquier toma inconstitucional. Pero los primeros hechos de Venezuela sugieren que la violación de la democracia que condujo a la destitución del presidente Hugo Chávez el jueves por la noche no fue iniciada por el ejército sino por el propio Chávez.
Enfrentado por decenas de miles de manifestantes pacíficos que protestaban por sus políticas cada vez más destructivas, Chávez obligó a las estaciones de televisión a salir del aire y supuestamente ordenó a francotiradores y otros leales armados en el palacio presidencial que abrieran fuego.
Más de una docena de personas murieron y decenas resultaron heridas. Fue entonces cuando los mandos militares exigieron la renuncia del presidente; no tolerarían, dijeron, su intento de detener a su oposición con balas. La mayoría de los venezolanos pueden estar de acuerdo en que dieron el paso correcto. Pero incluso si eso es así, los líderes militares y civiles deben actuar rápidamente para restaurar la democracia plena y abordar los profundos problemas sociales que crearon la autodenominada revolución del Sr. Chávez.
No hay duda de que la democracia llevó al señor Chávez al poder hace tres años. Disgustados con los partidos políticos corruptos e ineficaces de Venezuela, la gran mayoría de los votantes, muchos de ellos desesperadamente pobres, respaldaron al exparacaidista cuando ganó una elección presidencial, luego organizó una serie de referéndums y nuevas elecciones extendiendo su mandato y concentrando el poder en sus manos.
En el camino, el Sr. Chávez comprometió seriamente la integridad de las instituciones democráticas como el Congreso y los tribunales. Y desafortunadamente para los pobres, que constituyen el 80 por ciento de la población de un país rico en petróleo, Chávez fue un líder terrible. Su mezcla sin sentido de decretos populistas y socialistas dañó gravemente la economía y galvanizó la oposición de las empresas, los medios y la clase media, mientras que su cortejo a Fidel Castro, Colombia.
Tanto la administración de Clinton como la de Bush optaron por ignorar la mayoría de las frecuentes provocaciones del Sr. Chávez; no ha habido ninguna sugerencia de que Estados Unidos haya tenido algo que ver con este golpe latinoamericano. Ahora, sin embargo, el nuevo compromiso de la administración con Venezuela es esencial; junto con la Organización de los Estados Americanos, debe esforzarse para restablecer el gobierno democrático lo más rápido posible. Los líderes militares en Caracas anunciaron ayer una serie de pasos, incluida la abolición del Congreso y la Corte Suprema y el nombramiento del civil Pedro Carmona para encabezar un gobierno de transición.
Las elecciones al Congreso se llevarán a cabo en diciembre, seguidas de reformas constitucionales; Las elecciones presidenciales están prometidas dentro de un año. Aunque claramente tiene la intención de restaurar una democracia legítima, los peligros de este plan de transición son claros: Aunque el Congreso y la Corte Suprema estaban repletos de partidarios de Chávez, su abolición significa que no habrá controles democráticos sobre el gobierno interino, ni representación política para los seguidores aún sustanciales de Chávez, durante al menos seis meses.
El Sr. Carmona, el presidente de la federación empresarial nacional, está estrechamente identificado con la élite política y económica contra la cual Chávez se unió con éxito en gran parte del país; sin embargo, cumplirá un mandato interino relativamente largo. Otras naciones latinoamericanas han expulsado a populistas como Chávez solo para ver a sus seguidores y sus agendas dominar y perturbar la política durante años. Si Venezuela quiere evitar una resaca similar, debe dar forma a una transición que alivie en lugar de acentuar la polarización política del país.
Original en inglés: ttps://www.washingtonpost.com/archive/opinions/2002/04/14/venezuelas-breakdown/5bd358b9-d2a8-492a-b1d6-4595860312a4/