DOSSIER | A 20 años de la ilegal y desastrosa invasión de EEUU a Irak
El 20 de marzo de 2003, una coalición liderada por Estados Unidos junto a países aliados como Reino Unido y España, dio inicio a la invasión de Irak. La principal justificación para esta operación fue la afirmación de que el presidente Saddam Hussein poseía y desarrollaba armas de destrucción masiva.El líder iraquí fue derrocado. Sin embargo, nunca se encontraron armas. El conflicto que Estados Unidos aseguró que no se prolongaría más de unos meses no finalizó hasta más de siete años después y sus consecuencias aún perduran. La llamada Guerra del Golfo fue, quizá, la madre de todas las mentiras.
Guerrerismo y fracaso estratégico de EEUU
Diego Dalai y Santiago Montag
Dos décadas atrás la mayor potencia mundial emprendía una guerra contra el país árabe que se transformaría en un pantano militar y un estruendoso fracaso político.
En la noche del 19 de marzo de 2003, el presidente de Estados Unidos George W. Bush (hijo), se dirigió a los estadounidenses desde la Oficina Oval de la Casa Blanca. “En este momento, las fuerzas estadounidenses y de la coalición se encuentran en las primeras etapas de las operaciones militares para desarmar a Irak, liberar a su gente y defender al mundo de un grave peligro”. El argumento que sostenía Washington para su ofensiva militar fueron las conexiones entre Saddam Hussein y Osama Bin Laden y el pretexto de que los iraquíes poseían armas de destrucción masiva, algo de lo que no había pruebas y que luego se comprobó completamente falso.
Luego del ataque del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas, el patrioterismo seguía fresco en EE. UU. para dirigir otra guerra luego de la invasión y ocupación de Afganistán. Bush, además de los falsos pretextos, hizo creer a la población estadounidense que la de Irak sería una guerra rápida que contaría con el apoyo del pueblo iraquí. Pero fue el comienzo de una guerra eterna que provocó miles de bajas norteamericanas que por momentos hicieron recordar al fracaso de Vietnam. A diferencia de Afganistán, donde contó con el apoyo de la mayor parte de la “comunidad internacional”, la de Irak tuvo una inédita oposición en la población mundial con históricas movilizaciones de millones de personas en todo el globo.
Por las masivas marchas, los gobiernos debieron “sacarle el cuerpo” a esta nueva guerra profundamente impopular y EE. UU. debió emprenderla sólo con el apoyo de su aliado histórico, el Reino Unido. Es que el verdadero propósito del militarismo estadounidense, ocultado por la Casa Blanca, era utilizar el poderío militar para balancear la decadencia económica y política que atravesaba la primera potencia mundial, además de permitirle a sus monopolios saquear el petróleo iraquí.
Recordemos que Bush y los llamados neoconservadores no actuaron solos. Tuvieron el apoyo de gran parte del establishment, tanto de republicanos como demócratas, incluyendo a personajes como el “socialista” Sanders y el actual presidente Biden, que eran senadores en aquel momento y dieron su voto positivo.
Ese 19 de marzo de 2003, cuando comenzaron a llover los Tomahawks de la burguesía norteamericana sobre Bagdad, marcaría el inicio del “pantano de Irak”, donde el poderío militar se demostraría completamente impotente como base para articular un nuevo régimen político afín a los intereses de Washington. Por el contrario, la región entera iba a caer rápidamente en una situación de fuerte inestabilidad política y social, con lo que se terminarían fortaleciendo poderes rivales de EE. UU., como por ejemplo Irán.
La Operación Freedom Iraq duró 1 mes y 10 días, un éxito táctico-militar, casi no hubo resistencia. Sectores de la población (sobre todo entre kurdos y chiitas) veían a los estadounidenses como libertadores del régimen dictatorial de Husein y el ejército iraquí venía golpeado de la primera guerra a principios de los 90. El Estado quedó desmembrado y replegado a la ciudad amurallada luego conocida como “Zona Verde”. Allí se dirigían las masas hambrientas que además de ver las estructuras e instituciones políticas y sociales derrumbadas ya venían sufriendo las consecuencias económicas de la Guerra de Irak-Irán de 1980, la primera Guerra del Golfo en 1991, y las posteriores sanciones internacionales aplicadas por EE. UU. que ahogaron al país. Una verdadera olla a presión.
Pero en poco tiempo las tropas norteamericanas se vieron envueltas en una sangrienta guerra de contrainsurgencia. Algo que no habían experimentado desde las invasiones en Vietnam, Laos y Camboya en la década del 60 y 70 o en Centroamérica en los 80. La resistencia contra EE. UU. en un principio se dio tanto en las ciudades de mayoría sunita como Mosul y Falujah, como chiitas Nayaf, Basora y Kerbala. A pesar de sus diferencias lucharon coordinadamente contra los invasores, “hoy todos somos iraquíes frente a Estados Unidos” decían los insurgentes.
Pero más tarde los medios de comunicación norteamericanos comenzaron una campaña de terror liderada por el Pentágono. En ella le dieron aire al jordano Abu Musab al-Zarqawi, líder de Al Qaeda en Irak con la intención para frenar la insurgencia y dividir al pueblo iraquí. Pero todo salió mucho peor de lo que esperaban.
Los combatientes de al-Zarqawi utilizaron la táctica de ataques terroristas en ciudades chiitas, alentando a que el conflicto se vuelva cada vez más sectario-religioso. Además, comenzaron a hacerse fuertes a partir de la crisis económica y la discriminación institucional hacia los sunitas. En este contexto, EE. UU. negoció en 2005 con las facciones políticas y religiosas un régimen de gobierno que respondiera a la realidad étnica del país, pactando básicamente la hegemonía chiita que durante el régimen de Sadam había estado oprimida y desplazada de la vida política. Como parte de este plan, se le dio una cuota de poder a las minorías sunita y kurda, proporcional a su población. Al mismo tiempo, se prohibió al partido Baaz (el partido de Saddam, sunita) y se persiguió a cualquiera de sus integrantes, incluso miembros de las Fuerzas Armadas, lo que activó una bomba de tiempo.
Durante la resistencia surgieron nuevos caudillos como el clérigo musulmán chiita Muqtadah al-Sadr, quien se hizo fuerte construyendo una red de apoyo en los suburbios de Bagdad y en ciudades santas como Nayaf o Kerbala. También aparecieron otros grupos armados como la Brigada Badr vinculada a Irán. Estos grupos fueron fundamentales para dar apoyo político a la Constitución de 2005 y aplacar la insurgencia anti-norteamericana. El país quedaría dividido étnica, religiosa y territorialmente: sunitas en el centro y este, chiitas centro y sur, kurdos en el norte, protegidos por la aviación norteamericana.
Pero el acceso chiita al poder generó nuevas contradicciones imposibles de resolver en los marcos de la nueva constitución diseñada bajo la ocupación yanqui. A nivel regional, el fortalecimiento de Irán, con el régimen de los Ayatolas históricamente opuesto a EE. UU. A nivel interno, los ataques terroristas de los grupos brigadistas en poco tiempo desencadenaron una guerra civil sectaria que desangró a Irak hasta 2007. La estabilización de Irak sigue siendo una utopía desde entonces. Los grupos yihadistas (guerra santa) nunca fueron derrotados por su carácter ideológico-político y porque la invasión de 2003 pronto mostró su verdadero carácter, lejos de “liberar” al pueblo intentaba rediseñar el mapa regional según los intereses de Washington.
Con la Primavera Árabe mediante en 2011 y la posterior descomposición de estados como Siria, Libia y Yemen, la inestabilidad en la región llegó a niveles impensados. La situación reaccionaria que siguió al desvío y derrota de las rebeliones populares, sumado al apoyo tácito de la monarquía Saudita que intentaba minar el poder de Irán, dieron lugar al surgimiento y expansión del Estado Islámico en Irak y Siria.
Para EE. UU. el fracaso en Irak significó la profundización de su decadencia hegemónica, que Obama intentaría frenar con un multilateralismo relativo, pero sin abandonar el guerrerismo imperial en el que se hizo famoso como el “señor de los drones” por la utilización masiva de estos aparatos en Afganistán con un alto costo de víctimas civiles. Una estrategia que se volvió cada vez más impotente luego de las consecuencias de la crisis financiera y económica que estalló en 2008.
Para Irak, la invasión fue una verdadera tragedia que dejó más de un millón de muertos, millones de desplazados que quedaron en la miseria y profundizó antiguas diferencias étnicas y culturales. Pero además reconfiguró el tablero geopolítico regional, donde el país se volvió de alguna manera un tablero en disputa entre la influencia norteamericana e iraní y cuyas consecuencias geopolíticas continúan.
*Analistas de la sección Internacional de La Izquierda Diario.
El consenso en EEUU es que fue un desastre
Jim Cason y David Brooks-La Jornada
EEUU desplegó unos 100 mil soldados y murieron más de 550 mil personas. Fue fabricada por el gobierno de Bush con la complicidad del Congreso y medios. Dejó devastada a la nación árabe y desestabilizó toda la región. La guerra fue en beneficio de las grandes petroleras, señaló The Nation. El gobierno de Bush respondió al 11-S con el envío de más de 100 mil militares. La aventura bélica se llevó a cabo pese al fuerte rechazo popular. Joe Biden, entre los impulsores del conflicto
El mes pasado, el presidente Joe Biden condenó una vez más la guerra de Rusia contra Ucrania declarando: la idea de que una fuerza de más de cien mil efectivos invada otro país, desde la Segunda Guerra Mundial, no había ocurrido aparentemente olvidando, o deseando olvidar, que con su apoyo, Estados Unidos envío más de 100 mil tropas a invadir Irak el 20 de marzo de 2003.
Veinte años después de que Estados Unidos invadió a Irak, gran parte de la cúpula política y militar ha concluido que esa guerra fue un desastre, y algunos hasta parecen querer borrarla de la memoria colectiva. En esa guerra ilegal murieron más de 550 mil personas y cientos de miles más podrían haber muerto por consecuencias secundarias, 7 millones fueron desplazadas y el pueblo estadunidense pagó más de 3 billones de dólares.
Toda la aventura bélica fue impulsada con mentiras y se llevó a cabo a pesar de una amplia oposición popular y de, tal vez, las más grandes protestas de la historia realizadas antes de una guerra, con la consigna: no en mi nombre.
El gobierno de George W. Bush, el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Estado Colin Powell, la asesora de Seguridad Nacional Condoleezza Rice, junto con líderes de la cúpula política demócrata incluido el entonces senador Joe Biden, promovieron la invasión como una respuesta a los atentados del 11-S de 2001, a pesar de que Irak y su gobierno secular no tenían nada que ver con las fuerzas ultraderechistas musulmanas de Osama bin Laden.
Presentaron pruebas falsas de la fabricación de armas de destrucción masiva por Irak en foros oficiales de Washington y ante la Organización de Naciones Unidas (donde incluso espiaron a México y otros integrantes del Consejo de Seguridad) y después lanzaron una guerra que dejó devastado a uno de los países más avanzados del mundo árabe y logró desestabilizar toda una región mientras proclamaban misión cumplida.
Muchos –aunque no todos– medios nacionales difundieron la versión oficial de la justificación de la guerra, con algunos, incluido el rotativo más importante del país, ayudaron en fabricar otras mentiras para justificar y promover la guerra.
El gobierno de Bush, sus cómplices bipartidistas en el Congreso y en los medios encubrieron el desastre que provocaron, encubrieron crímenes de guerra que incluyeron la tortura y el asesinato de civiles (también periodistas), lo cual se conoció gracias a algunos periodistas excepcionales y después por Wikileaks bajo la dirección de Julian Assange, quienes difundieron documentos y videos oficiales clasificados filtrados por la analista de inteligencia militar Chelsea Manning.
Empezando con Biden muchos de los mismos funcionarios que apoyaron la invasión siguen administrando al gobierno y a los medios, señaló el columnista Michael Hirsh en Foreign Policy.
Nadie rindió cuentas por la tortura
Cuando el reconocido periodista Seymour Hersh –famoso por sus revelaciones de uno de los crímenes más extremos en Vietnam en el pueblo de My Lai– publicó su reportaje con fotos en New Yorker revelando la tortura y el asesinato de reos en la prisión militar estadunidense de Abu Ghraib, en Irak, como siempre, los oficiales denunciaron que los responsables eran militares de bajo rango a quienes calificaron de sádicos, pero el maltrato criminal de prisioneros se rastreó por toda la cadena de mando hasta llegar al propio secretario de Defensa de entonces, Donald Rumsfeld, pero ni él ni sus comandantes rindieron cuentas jamás.
Pero mientras la Corte Penal Internacional de La Haya acaba de emitir una orden de arresto contra el presidente ruso, Vladimir Putin, ninguno de los responsables de los delitos de guerra en Irak han sido enjuiciados en Estados Unidos y menos en La Haya (Washington no acepta la autoridad de ese tribunal sobre su país).
Como ha repetido Noam Chomsky en La Jornada, “Estados Unidos ni siquiera intenta disimular su desprecio por el derecho internacional; excepto cuando puede usarlo como arma contra sus enemigos. Es entonces cuando lo replantea como ‘el orden internacional basado en reglas’ para sustituir el arcaico orden internacional sustentado en la ONU”.
Destruir para “liberar”
Irak, al ser liberado por Estados Unidos, ha quedado devastado y el conflicto es calificado de desastre. La guerra en Irak, que dio inicio hace 20 años, representa la cumbre de la temeridad militar estadunidense sólo después de la guerra de Vietnam, afirma el historiador militar Andrew Bacevich en la revista Foreign Affairs.
El propio informe del ejército de Estados Unidos sobre la guerra en Irak concluyó que un Irán envalentonado y expansionista parecer ser el único victorioso de esa guerra.
El costo humano de esa aventura bélica aún no se sabe de manera precisa. El proyecto Costo de Guerra de la Universidad Brown que calcula el número de muertes directas en más de 550 mil en esa guerra, agrega que aunque es difícil conocer el número exacto, tal vez dos o tres o cuatro veces ese número podrían haber muerto por causas indirectas como el desplazamiento, acceso limitado a agua potable, a atención médica y por enfermedades evitables.
No todo fue un fracaso. La guerra fue mejor para las empresas petroleras occidentales, reportó Spencer Ackerman en la revista The Nation. En 2008 el Departamento de Estado guió al gobierno iraquí para otorgar concesiones no competitivas a las riquezas petroleras del país a ExxonMobil, BP, Chevron y Total. Ackerman recuerda que Alan Greenspan, el ex presidente del banco central estadounidense, la Reserva Federal, escribió en sus memorias que la guerra de Irak se trató de petróleo en gran parte.
Para algunos de los estadounidenses a los que les ordenó el comandante en jefe y su equipo, apoyados por casi toda la cúpula política, intervenir y ocupar otro país en nombre de la democracia y la paz, esa guerra demuestra más que nada el gran peligro del militarismo estadounidense.
Estamos comprometidos con hacer visible los efectos del militarismo estadounidense sobre el pueblo aquí en casa como aquellos en el extranjero cuyos hogares invadimos y desestabilizamos, afirman veteranos de esa guerra que ahora se dedican a frenar las aventuras bélicas de su país en la organización About Face/Veteranos Contra la Guerra (https://aboutfaceveterans.org).
En el décimo aniversario de la guerra, el veterano militar herido en Irak Tomas Young escribió una carta abierta a Bush y Cheney declarando que casi a ningún político le importan las heridas físicas y mentales que sufrieron los que enviaron a invadir ese país, y concluyó: “fuimos usados, fuimos traicionados, y hemos sido abandonados… espero que sean enjuiciados… y que antes de que terminen sus tiempos en la tierra, como está ocurriendo conmigo (murió poco después de escribir esto), que encuentren la fortaleza de carácter para presentarse ante el público estadounidense y el mundo, y en particular ante el pueblo iraquí, y rogar ser perdonados”.
Las mentiras y sus consecuencias
BBC Mundo
¿El objetivo? Acabar con Saddam Hussein -quien gobernó Irak por casi 25 años- y sus supuestas armas de destrucción masiva (que nun ca aparecieron). Lo que sería una guerra relámpago de tres semanas se prolongó durante 7 años y dejó brutales consecuencias: más de 100.000 civiles muertos, según la organización Iraq Body Count (IBC), y un país sumido en el caos.
Para entender lo que pasó ese 20 de marzo de 2003, hay que rebobinar un poco en la historia.A pesar de que al comienzo de su gobierno Saddam Hussein mantuvo una buena relación con Estados Unidos -pues se le veía como un aliado natural para frenar la influencia de la revolución islámica iraní-, sus lazos con Occidente se quebraron definitivamente en 1990, cuando decidió invadir Kuwait.
La ocupación iraquí encendió las alarmas en Occidente. Incluso, la Organización de Naciones Unidas (ONU) le dio un plazo para retirarse del país árabe pero Hussein se negó.Ante esto, una coalición internacional autorizada por la ONU y compuesta por 34 países -entre ellos, Estados Unidos-, intervino y acabó expulsando a las tropas iraquíes de Kuwait, en lo que se conoció como la primera Guerra del Golfo.
La imagen de Saddam Hussein se fue deteriorando cada vez más ante los ojos occidentales. Se le impusieron duras sanciones económicas que llevaron a Irak a una profunda crisis financiera y que dejó en la miseria a su población, con altas tasas de desnutrición y falta de suministros médicos.El país también se vio sometido a una serie de inspecciones por parte de la ONU con el fin de supervisar la supuesta destrucción de armas químicas. Pero Hussein no cooperó.
Una década después, ocurrieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, tras los cuales el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, colocó a Irak entre los países del “eje del mal” (una lista que también incluía a Corea del Norte e Irán) porque supuestamente apoyaba al terrorismo.No pasaron más de dos años de aquel episodio cuando Washington y sus aliados decidieron derrocar al régimen de Hussein.
Armas de destrucción masiva: la prueba clave que nunca existió
“Saddam Hussein y sus hijos deben salir de Irak en las próximas 48 horas. Su negativa a hacerlo resultará en un conflicto militar que comenzará en el momento que elijamos”.Las palabras, pronunciadas por Bush el 17 de marzo de 2003, fueron el puntapié inicial a la fuerte ofensiva que solo tres días después comenzaría en Irak.
Pero ¿cuál fue la justificación para atacar?Se han esgrimido diferentes razones -entre ellas, el presunto apoyo de Hussein a organizaciones terroristas, como al Qaeda-, pero hay una que es clave: la existencia de un supuesto arsenal de armas de destrucción masiva (químicas, biológicas y nucleares)en Irak.Este arsenal, no obstante, nunca se encontró.
Años después se supo que los datos que se usaron para confirmar esta teoría estuvieron basados en mentiras e invenciones, lo que supuso uno de los mayores fracasos de inteligencia militar de la historia.En su defensa, los gobernantes de aquella época han señalado que sus propios informantes les aseguraron que las armas existían.”Es realmente importante entender que la información de inteligencia que estaba recibiendo es en lo que confiaba, y creo que tenía derecho a confiar en ella”, le dijo a la BBC el ex primer ministro británico Tony Blair.
En esto, las mentiras de algunos espías iraquíes jugaron un papel central. Uno de ellos fue Rafid Ahmed Alwan al-Janabi, un desertor iraquí que llegó a Alemania en 1999 a un campo de refugiados buscando asilo político y diciendo que era ingeniero químico. Aseguró haber trabajado en una planta que fabricaba laboratorios de armas biológicas móviles como parte de un supuesto programa iraquí de armas de destrucción masiva.
A pesar de que los servicios de inteligencia británica, estadounidense y alemana cuestionaron la autenticidad de sus afirmaciones, finalmente Washington y Londres decidieron creerle.El secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, dijo a la ONU en 2003 que Irak tenía “laboratorios móviles” para producir armas biológicas. Mientras que Tony Blair, dijo que “fuera de toda duda” Saddam Hussein continuaba produciendo este arsenal.
Aún así, no habían pruebas irrefutables. Pero según el corresponsal de seguridad de BBC News, Gordon Corera, para Estados Unidos “la cuestión de las armas de destrucción masiva (ADM) era secundaria frente a un objetivo más profundo: derrocar al líder iraquí”. “Habríamos invadido Irak si Saddam Hussein hubiera tenido una banda elástica y un clip”, le dijo a Corera Luis Rueda, jefe del Grupo de Operaciones en Irak de la CIA.
“Habríamos dicho: ‘Oh, te sacará un ojo'”, agregó.
Tiempo después, Alwan al-Janabi admitió haber mentido con el fin de que se derrocara a Hussein, pero Estados Unidos y sus aliados ya habían iniciado la invasión.Hans Blix, quien dirigió las inspecciones químicas y biológicas de la ONU, le dijo a la BBC que hasta principios de 2003 creía que había armas, pero comenzó a dudar de su existencia después de que no se pudieron confirmar las denuncias.
Consecuencias de la guerra
La controvertida operación militar no tardó en terminar con el régimen de Saddam Hussein, quien fue capturado en diciembre de 2003 y ejecutado 3 años más tarde.Sin embargo, poco a poco la esperanza de los iraquíes con la llegada de los estadounidenses empezó a desvanecerse.
“Tras la invasión, la impresión en ciudades como Bagdad o Basora era que las fuerzas ocupantes se concentraban más en controlar militarmente el país, capturar a Saddam Hussein y reprimir cualquier foco de resistencia, que en suministrar ayudas y servicios a la población local”, recuerda Matías Zibell, enviado por BBC Mundo a la guerra en Irak. De esta manera, el vacío de poder tras la caída de Hussein generó caos entre la población local. Edificios públicos, museos y hospitales fueron asaltados y saqueados.
Meses después se desencadenó una cruenta violencia sectaria. Especialmente por parte de la mayoría chiita sobre los sunitas, que habían sido los más privilegiados bajo el régimen de Saddam.”Hubo una mala planificación de la posguerra sobre cómo querían que el país avanzara. No había una visión clara de si se debía celebrar unas elecciones, si eran los iraquíes quienes debían redactar la Constitución”, explica Hamzeh Hadad, analista político iraquí.
“Creo que se debería haber hecho un mayor esfuerzo para darles un papel antes, y simplemente aceptar el hecho de que Irak se había librado de Saddam, y ahora quien debía elegir quién lideraba a los iraquíes eran ellos mismos”, añade.
La falta de planificación para después de la invasión ha sido catalogada como uno de los grandes fracasos que siguen repercutiendo en la actualidad.Para el corresponsal de BBC News Jeremy Bowen, quien cubrió las dos guerras en Irak, la invasión de marzo de 2033 fue una catástrofe para el país y para su gente:
“Saddam Hussein era un tirano que merecía ser derrocado -había encarcelado y asesinado a miles de iraquíes, utilizando incluso armas químicas contra los kurdos rebeldes-, el problema fue cómo se hizo, la forma en que EE.UU. y el Reino Unido ignoraron el derecho internacional, y la violencia que se apoderó de Irak después de que el gobierno de Bush no elaborara un plan para llenar el vacío de poder creado por el cambio de régimen”.
Una “incubadora” de extremistas
Una de las decisiones más polémicas que tomó Estados Unidos fue la de desmovilizar al ejército iraquí.Miles de personas con experiencia militar se quedaron sin trabajo y muchos optaron por pasarse a la insurgencia. Así, comenzaron a aflorar los grupos subversivos, convirtiendo a Irak en una incubadora de extremistas yihadistas.
El Estado Islámico de Irak (ISIS) surgió de ese caos, prometiéndole lealtad a al Qaeda, y aún es un factor de violencia e incertidumbre en el Medio Oriente.
En la zona chiita también surgieron grupos rebeldes que atacaron a los militares estadounidenses, como el Ejército de al-Mahdi, una milicia liderada por el clérigo Muqtada al-Sadr.Recién a finales de 2011 las tropas estadounidenses abandonaron Irak, cuando consideraron que la lucha contra estos grupos rebeldes estaba controlada. Pero la insurgencia de algunas de estas facciones extremistas dieron argumento a Estados Unidos a volver a enviar tropas en repetidas ocasiones.
Para Jeremy Bowen, Irak es más estable en lo que va de año de lo que lo ha sido en mucho tiempo. Pero los iraquíes sienten cada día los resultados de la invasión.”Una señal de lo malos que han sido los últimos 20 años es la nostalgia de los tiempos de Saddam esté bien arraigada en Irak, no sólo entre su propia comunidad sunita”, concluye el corresponsal.
¿Cómo es la vida después de la invasión de EEUU?
Gabrielle Colchen -France 24
Con el pretexto de “liberar” al país, rico en petróleo, en pocos días cayó el régimen de Saddam Hussein, pero frente al surgimiento de grupos armados de resistencia, los combates se extendieron durante ocho años. Prisioneros torturados y vejados, masacres de civiles, el desangre lento y constante y la masiva destrucción dieron otro tono a esta guerra. Lo que se prometió como una “liberación” para los iraquíes, terminó siendo un cerrojo de caos y profundas heridas.
El 20 de marzo de 2003, las tropas estadounidenses invadieron Irak y bombardearon su capital, Bagdad. Unos días después, el 9 de abril, el régimen dictatorial de Saddam Hussein cayó, al mismo tiempo que su imponente estatua en la plaza Firdos, una imagen para la historia..
El entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, declaró la victoria de su país y la de sus aliados en Irak, pero al mismo tiempo, sus tropas empezaron a enfrentarse a varias milicias y grupos armados que emergieron. Empezó un conflicto complejo y largo, que dejó cientos de miles de muertos –655.000 según la Universidad Johns Hopkins en una publicación de 2006 en The Lancet– y cuyos objetivos nunca fueron alcanzados.
La invasión fue ilegal, según los principios de Naciones Unidas, y violó el Derecho Internacional. Para justificar su intervención, Bush argumentó que Saddam Hussein, un dictador en el poder desde hacía más de 20 años, tenía armas de destrucción masiva y posiblemente mantenía vínculos con Al-Qaeda, la organización terrorista fundamentalista responsable de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001.
Sin embargo, unos meses después, se confirmó que Hussein no poseía tales armas y no tenía vínculos con Al-Qaeda. Y la lupa se pondría sobre los intereses de Estados Unidos —que también usaba el pretexto de “liberar” a Irak y “democratizar” al país— como ejercer influencia en un territorio con grandes reservas de petróleo.
Vejámenes en Abu Ghraib
Además de invadir ilegalmente a un país y violar su soberanía, Estados Unidos cometió numerosos crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos.
La prisión iraquí de Abu Ghraib fue uno de los símbolos más fuertes de la extrema violencia de la guerra. Allá se documentaron prácticas de tortura: la privación prolongada del sueño, la coacción para mantener posturas a veces extremadamente dolorosas, la exposición a música a alto volumen y a luz muy brillante.
En abril de 2004, CBS y Seymur M. Hersh, en The New Yorker, publicaron fotos de soldados estadounidenses torturando a los detenidos. Una de las imágenes que le dio vuelta al mundo enseñaba a un hombre con capucha, de pie en una caja, sosteniendo cables eléctricos en sus manos. Otras mostraban prisioneros desnudos, apilados unos sobre los otros, formando una pirámide humana, obligados a simular actos sexuales y a adoptar posturas humillantes.
Una guerra devastadora para la población civil
La parte de los iraquíes que recibió la intervención con esperanza de un cambio después del régimen de Saddam Hussein, se dio cuenta rápidamente que los bombardeos no cesaban y que los muertos se acumulaban. Se estima que más de 200.000 civiles iraquíes fallecieron en los combates, mientras que alrededor de 400.000 murieron por consecuencias de la guerra.
No solo cayó el régimen de Hussein, sino también las instituciones del país, por lo cual la gente ya no tenía acceso a la atención médica, al agua potable, a los servicios básicos, a los productos esenciales, entre muchos otros. Unas carencias que se extienden hasta hoy, 20 años después.
“Si hablamos de consecuencias indirectas, también tenemos que pensar en decenas de miles de personas que quedan heridas, que no pueden trabajar o que no pueden desarrollar sus actividades regulares”, explica Agustin Berea, académico de la Universidad Iberoamericana de México y especialista en la región de Medio Oriente.
Berea añade que cuando un Gobierno cae, este “deja un vacío político y eso permite que colapse la infraestructura de salud, de servicios públicos, de luz, de agua”. Todos estos son impactos, que, asegura a France 24, se seguirán viendo a “muy largo plazo”.
La población iraquí también perdió un patrimonio cultural inmenso. Después de la toma de Bagdad, los saqueadores entraron a los museos de la capital, a las bibliotecas, a los sitios arqueológicos, destruyeron y robaron bienes culturales de gran valor, dejados sin protección por el Ejército estadounidense. Además, con los años de ocupación de las tropas, también se presentaron múltiples irregularidades en los inventarios de antigüedades y muchos bienes desaparecieron.
“Desde los primeros días de la invasión y hasta la fecha, la cantidad de artefactos invaluables, muchos de ellos que remontan a la historia de la Mesopotamia antigua, han desaparecido. En algunos casos sabemos que los destruyeron, en otros casos, estaban y después ya no”, explica Berea.
La puerta abierta al terrorismo fundamentalista
Si bien Estados Unidos estaba en medio de su guerra contra el terrorismo, y contra el denominado por Bush “eje del mal”, la guerra en Irak derivó directamente en reforzar varios grupos fundamentalistas y particularmente en la creación del autodenominado Estado Islámico.
Bajo el régimen de Saddam Hussein, la comunidad sunita gobernaba el país. Cuando Estados Unidos derrocó al Partido Baath de Hussein y formó un gobierno chiita, los sunitas se vieron humillados y privados de su poder. Aparecieron corrientes sunitas fundamentalistas, diferentes de los movimientos sunitas tradicionales, que son de tendencia secular. Estas corrientes consideraban al régimen iraquí ilegítimo y se propusieron como misión devolver el poder a su comunidad.
El proyecto del autodenominado Estado Islámico nació en Irak y su objetivo inicial era devolver a los sunitas el control del Estado iraquí.
Además, al poner en el poder a la comunidad chiita y al derrocar a un partido político secular, Estados Unidos creó divisiones entre las diferentes comunidades de Irak. Después de 2003, las tensiones entre sunitas y chiitas aumentaron hasta llegar a un estado de guerra civil.
“El Gobierno de Saddam Hussein era una dictadura, pero era una dictadura secular (…) cuando se cae el régimen (…) crea una oportunidad para muchos movimientos del islam político que empezaron a pulular por toda la región. Y pasa eso en Irak, pero también en Siria, cuando parece que el Gobierno va a caer, empiezan a salir todos estos grupos que llevaban mucho tiempo ahí”, añade Berea.
Una inestabilidad política que perdura
Los iraquíes siguen viviendo en un país inestable, con un Estado débil, un sistema político corrupto y sin representación política.
El vacío político y la llegada al poder de los chiitas permitió a Irán —una República Islámica chiita— interferir en los asuntos políticos de Irak durante muchos años. Hasta hace poco, Teherán decidía quién llegaba al puesto de primer ministro en el país.
Además, aunque la guerra se acabó oficialmente, el país vive a menudo ataques por parte de varios grupos armados. 20 años después, unas 2.500 tropas estadounidenses siguen en el terreno para asistir al Ejército iraquí en su lucha contra los grupos que continúan intentando tomar el poder.
“Técnicamente, la guerra se acabó en términos de involucramiento internacional. Pero en términos de conflicto interno, sigue muy activa y no pasa más de una o dos semanas sin que ataques entre distintas facciones continúen”, concluye el especialista. La invasión de Irak por parte de Estados Unidos alteró y transformó a largo plazo el horizonte iraquí. La estabilidad que les prometieron nunca llegó.