¡Dios mío, el FMI se va de Argentina!
RAFAEL CUEVAS MOLINA| La partida del FMI de la Argentina tiene un valor simbólico muy importante. Es la evidencia que las políticas neoliberales están en retroceso en nuestras tierras.La “gran prensa” de América Latina, la que nos desayunamos todos los días del año, apenas le dio un pequeño espacio a la noticia en alguna esquina perdida: el Fondo Monetario Internacional decidió cerrar su oficina en Buenos Aires para irse a otros lugares “en donde lo necesiten más”, según dijo.
Es una noticia que debería ser de primera plana pues evidencia una serie de procesos y tendencias que caracterizan a los últimos años. En primer lugar, muestra cómo el recetario neoliberal, del cual fue paladín y abanderado, ha dejado de pasearse orondo por América Latina y está desprestigiado y cuestionado.
En efecto, es un lugar común, un hecho por todos conocido, cómo el FMI -junto al Banco Mundial y el Banco Interamericanos de Desarrollo-, impulsó las políticas amparadas bajo la mampara del llamado Consenso de Washington, estableciendo una serie de medidas draconianas que llevaron prácticamente a la desaparición del estado de bienestar (ahí donde él existía) y, en general, a la profundización de las desigualdades sociales en un continente que, ya de por sí, es el que tiene los mayores índices de inequidad en el mundo.
La Argentina menemista fue campeona en la implementación de esas políticas. El presidente que había hecho campaña bajo el eslogan de “síganme”, y que había abierto esperanzas nacionalistas en amplios sectores de la clase media, se tiró de cabeza en una vorágine de privatizaciones que dejó al país sin algunas de sus más emblemáticas corporaciones. La debacle fue total y tuvo su clímax en diciembre del 2001, cuando el peso se derrumbó estrepitosamente arrastrando en su caída a miles de argentinos que vieron desaparecer sus ahorros de la noche a la mañana, menguadas sus pensiones y su poder adquisitivo por los suelos. Pocas veces se ha visto en América Latina una catástrofe mayor.
Otros países latinoamericanos pasaron, antes o después, por situaciones similares provocadas por la aplicación de las políticas tan fervientemente impuestas por el FMI. El resultado fue que, en algunos de ellos, los gobiernos, los grupos sociales que los acuerpaban y el sistema político que los justificaba se vieron desplazados del ejercicio del poder, quedando convertidos en verdaderos fantasmas de lo que habían sido. Desperdigados, aturdidos, marginados, no han podido levantar cabeza desde entonces a pesar de que han buscado de mil formas volver al protagonismo de antaño.
Seguramente, Argentina ha sido en América Latina la que más contundentemente rompió con el esquema del FMI e inició un proyecto nacionalista que se olvidó de las fórmulas impuestas a rajatabla por los tecnócratas internacionales. Cuando parecía que no habría marcha atrás y que a la otrora potencia sudamericana le esperaba un negro futuro de décadas, el viraje que dejó botado en el camino al Fondo permitió que el país sacara de nuevo la cabeza, tomara un respiro y se pusiera en el carril de la recuperación.
Venezuela, Bolivia y Ecuador han seguido, acorde con sus propias características, caminos similares y no les ha ido nada mal. Otros, tozudamente empecinados, han seguido impulsando las viejas fórmulas que ya mostraron sus límites. Chile y México, en primer lugar, pero también Colombia y -desafortunadamente por las esperanzas que despertó- el Perú de Ollanta Humala.
Dice el FMI que se va hacia sitios en donde lo necesiten más. Es decir que se va para Europa en donde, repartiendo mandobles, tiene contra las cuerdas a Grecia, a España, a Italia, a Irlanda, en donde aplica su recetario a diestra y siniestra sin ninguna contemplación como es su costumbre. Ahora son ellos los que tienen el agua al cuello, los que sufren la impune aplicación de las políticas que favorecen a los grandes capitales transnacionales que, a través suyo, imponen su voluntad, crecen y se multiplican a costas de la pauperización de las grandes mayorías.
La partida del FMI de la Argentina tiene, entonces, un valor simbólico muy importante. Es la evidencia que las políticas neoliberales están en retroceso en nuestras tierras. Es esa la razón por la que la ”gran prensa” –siempre tan servil, tan lacayuna- calla descaradamente la noticia que debería gritarse a los cuatro vientos, ocupar titulares de primera plana y vocearse en las esquina: ¡¡Se va el FMI!! ¡¡Que le vaya bien y ojalá que nunca vuelva!!
*Presidente AUNA-Costa Rica