Diez años de la muerte de Aylan, el niño kurdo hincha del Bayern

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José Luis Lanao – Página 12

En ocasiones el mar Mediterráneo escupe a la arena blanca un cuerpo, un fémur, una vértebra con olor a salitre. Así se posó en la arena el cadáver del pequeño Aylan Kurdi, el niño kurdo que hace diez años falleció ahogado en una playa turca, a metros de las toallas y sombrillas de los turistas. Su foto conmovió al mundo. En ocasiones hay que morirse para que te presten atención. La familia Kurdi tenía como destino Baviera (Alemania), pero el “cayuco” no soportó la travesía y se rompió en mil pedazos. En los despojos del naufragio se encontró una pelota menuda, deshilachada, como metáfora de un sueño perdido. Entre las ilusiones de Aylan estaba ser futbolista, jugar en el Bayern Munich, ponerse la camiseta y saltar al Allianz Arena. Todo resultó ser un sueño inacabado.

Por increíble que parezca, el dolor de las personas migrantes no desaparece si dejas de mirarlo. Se desconoce la increíble cantidad de inhumanidad que se esconde detrás de la tragedia migratoria, y de ese rencor de clase que se proyecta sobre el prójimo ejerciendo nuestra más exquisita crueldad. Toda la familia Kurdi se dirigía a Baviera, sin saber que en Baviera no los querían. Un “land” que se construye bajo el fantasioso delirio de intentar crear una sociedad sin emigrantes, que, paradójicamente, neutraliza, bajo una especie de amnesia colectiva, todo tipo de prejuicios ante un Bayern Munich desbordado de futbolistas extranjeros. No hay motivos para el orgullo. La población bávara rechaza en un 63% la asistencia por necesidades humanitarias a refugiados de conflictos bélicos, de hambre, o de identidad; un 67% a extranjeros del resto del mundo; y un 69% a ciudadanos europeos de los países ex comunistas, según datos de 2023 de la Agencia para los Refugiados de la ONU.

La lógica de la emigración se edifica sobre un cinismo de doble moral: migrantes de alta gama frente a migrantes empobrecidos. El fútbol no es una excepción. Los emigrantes “premiun” del fútbol europeo enmudecen. Cómo se puede vivir con ese silencio cómplice ante las muerte, el odio y el drama de la “otra” emigración. Deben pensar que no va con ellos. Pero sí va con ellos. Para el intrincado cerebro reptiliano, xenófobo y supremacista de millones de europeos no dejan de ser “sudacas”, negros, mestizos, asiáticos, árabes, africanos, con los bolsillos llenos, cierto, pero la sangre sucia. Orwell diría que si la libertad significa algo es sobre todo el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír.

Estamos viendo el regreso, la expansión, el desbordamiento del más inmundo de todos los mundos, el del odio puro, que revienta desde los pantanos pestilentes de la política de ultraderecha, y donde cada nuevo abuso desaloja del presente y condena a la indiferencia y el olvido los abusos anteriores. Esa cantidad de mierda insoportable en manos de cretinos con poder omnímodo para verter en el aire todo lo que anida en su bajo vientre: insultos, insidias, odios, mentiras, exabruptos. Como hace Milei, que gobierna a merced de los impulsos de su cerebro testicular, con una propuesta no solo económica, sino también antropológica: le interesa que consumamos vidas en lugar de vivirlas.

Nunca andan demasiado lejos nuestras angustias. Los parias olvidados seguirán llegando a las costas del bienestar, sin pausa, despreciados, pero llegando, sin parar, desbrozando fronteras. Que horrible es el ser humano cuando se vuelve horrible. La muerte de Aylan no cambió nada, pero extranjero sigue siendo una palabra hermosa si nadie te obliga serlo.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979.