Díaz Rangel: Las amenazas desde Colombia/ Stelling: Clientes o ciudadanos/ Earle Herrera: ¿Potencia?
Las amenazas desde Colombia
Eleazar Díaz Rangel|
Malas noticias las que nos llegan de Bogotá. Aunque no sorpresivas, pues de alguna manera eran previsibles. Una de ellas tiene que ver con los Acuerdos de Paz que, en La Habana, después de cuatro años en conversaciones secretas y dos de reuniones abiertas, firmaron el presidente Juan Manuel Santos y el jefe de las Farc, Timochenko, ante delegados de Venezuela y Chile y de representantes de la ONU, los cuales sirvieron de garantes de su cumplimiento.
Como deben recordar, fueron sometidos a consulta popular en Colombia y la mayoría votó favorablemente, e igualmente los aprobó el Congreso colombiano, en ambos casos, con la cerrada oposición del uribismo.
El presidente electo, Iván Duque, se refirió a ese problema en su primera declaración pública. Dijo claramente que harán “correcciones” a esos acuerdos, y además su bancada parlamentaria se niega a aprobar una ley que reconoce ciertos “beneficios jurídicos y políticos” a exguerrilleros. Se supone que, de aprobarse en el Congreso, el presidente la vetará.
Esa advertencia fue respondida de inmediato por los partidos que firmaron la “Colombia Humana”; le pidieron que tenga sensatez y “no retroceda en el proceso de paz que vive la nación”.
Y es momento de recordar cómo las antiguas Farc no sólo entregaron más de 8.200 armas (de ellas 7 mil fusiles); sino 3.000 kilos de oro, 2.500 millones de pesos, 24 mil hectáreas de tierras y 290 vehículos. Como una clara demostración de su voluntad de alcanzar el cese de la guerra, una paz duradera y de cumplir los acuerdos firmados.
No ocurrió así con los compromisos del Gobierno, muchos de ellos continúan pendientes, no obstante, las denuncias hechas.
La situación se agrava por esta decisión del uribismo de “introducir correcciones”, hecha pública por el electo Duque, y de imponer nuevas condiciones a la negociación con el ELN y que desmovilice sus tropas bajo “observación internacional”.
¿Cuál puede ser la reacción de un país que después de 60 años de guerra, está a las puertas de un período de paz amenazado?
El excandidato Gustavo Petro ha sido bastante claro, consciente como debe estar del peligro de un virtual desconocimiento de los acuerdos. Ha dicho que el movimiento “Colombia Humana”, que pudo agrupar más de ocho millones de votos, y es una poderosa fuerza de oposición, se convertirá en un factor movilizado para impedir la negación de los Acuerdos. Seguramente esta política podrá sumar muchos de quienes se abstuvieron e incluso de votantes de Duque.
Y, en cuanto a Venezuela, los contactos de Duque con dirigentes de algunos sectores de la oposición confirman las reservas que debemos tener frente a su Gobierno que, no hay ninguna duda, será influido por Álvaro Uribe, cuyas posiciones contra nuestro país son más radicales que las del saliente presidente Santos, ahora reforzadas con la membresía en la Otan.
Como para que no sólo la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb) tenga que estar siempre mosca.
Clientes o ciudadanos
Maryclen Stelling|
La confrontación política y la crítica situación económica, independientemente de sus causas, afectan tanto la gestión de gobierno como a la ciudadanía y las relaciones entre ambos.
En tanto efecto de la coyuntura político-económica, se observa la consolidación del clientelismo político, definido como un arreglo social, caracterizado por el intercambio entre las redes clientelares receptoras de bienes particulares -bonos, planes sociales, empleo- a cambio de lealtades políticas, con el correspondiente respaldo, apoyo y votos.
Una suerte de beneficioso trueque voluntario de algún tipo de capital económico por uno político. Se fortalece una lógica de incentivos perversos que favorece tanto a políticos, que acuden a estrategias clientelares, como a grupos pasivamente beneficiados por dichas políticas.
Tal arreglo social se sustenta en relaciones que desvirtúan el empoderamiento y la autonomía de la ciudadanía, que actúa bajo la expectativa de protección, asignación de recursos o dispensa de favores. Investigaciones al respecto señalan como otros efectos perniciosos la opacidad que caracteriza la relación clientelar; su condición de paliativo temporal, y, lo que califican de “incapacidad o pocos méritos de la persona beneficiada”.
En consecuencia se produce una dependencia del poder político para recibir privilegios o favores que, a su vez, genera una desigualdad de oportunidades con las personas fuera de la relación clientelar. A nivel societal, se alerta sobre el peligro de que las relaciones clientelares en la gestión pública se constituyan en un componente esencial de la sociedad en cuanto a organizar intercambios, ejercer control, y articular intereses, tornándose en un tipo de dominación política.
Desde la perspectiva de los partidos políticos, se denuncia, como parte del juego político, el desarrollo de relaciones clientelares que tienden a generar entre sus militantes y simpatizantes una trama de incondicionales que se mantiene mientras perduren los beneficios laborales o económicos. Desaparece así la especificidad de los partidos políticos para devenir en redes clientelares.
Desde una perspectiva crítica regional, se denuncian tensiones de la actual coyuntura latinoamericana, advirtiéndose que la democracia popular y protagónica está herida o “colonizada” por el clientelismo.
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¿Potencia?
Earle Herrera|
Ni cuando se la escuché al comandante Chávez me gustó la expresión “Venezuela potencia”. Formado políticamente en tiempos de la “guerra fría”, el concepto “potencia” se me asociaba inmediatamente al de imperialismo, fuese yanqui o soviético, como lo tildaban los camaradas chinos de los tiempos de Mao y la revolución cultural. La palabra me remitía inmediatamente a otra: “satélites”. Toda potencia seria, incluso las socialistas, debían tener sus países satélites. Si no, era otra cosa.
Siempre temí a las palabras. Las respetaba y respeto. Manosearlas mucho las desgasta: socialismo, imperialismo, revolucionario. Cuando el sustantivo se adjetiva, languidece. Y el adjetivo, lo dijo Huidobro, cuando no da vida, mata. Por eso mismo el gran bardo chileno aconsejó a los poetas que no le cantaran a la rosa, pues lo original y creativo era hacerla florecer en el poema. Ya me dirán los guardianes del legado semántico del comandante que esto es pura poesía y otra cosa es la realidad. Cierto, por eso T.S. Eliot dijo que “el ser humano no puede soportar tanta realidad”.
Pertenezco a la estirpe de intelectuales aguafiestas, así nos llaman, difíciles para la lisonja y el aplauso. Pero no crean, a veces, muy de vez en cuando, bato palmas. Como cuando el presidente Chávez sentenció “eficiencia o nada”. O la vez que una duda fugaz lo asaltó y dijo: “a veces me provoca eliminar el ministerio de las comunas”. No sé qué pasó con la geometría del poder, pero sigo creyendo en la del saber.
La primera república se perdió, reflexionó un visionario, porque “tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica, y sofistas por soldados”. Sencilla lección de más de 200 años esa de colocar a cada quien donde debe estar. Que sepa, por lo menos, dónde carrizo está parado. Y el joven Bolívar que pergeñó el Manifiesto de Cartagena no era, vamos, ningún regodeado academicista. El pueblo lo resumió en una frase: “Zapatero a tus zapatos”.
Algunos camaradas me dicen que estas reflexiones no debo plantearlas en estos tiempos de cerco y bloqueo. Yo creo que debí escribirlas anteayer. Y lo hice, pero entonces, con un barril de petróleo a 130 dólares, nadie veía una guerra que siempre estuvo allí.
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