Derecho colectivo a la tierra y violencia afectan en Brasil a descendientes de esclavos
El asesinato, ejecutado por dos hombres con cascos, ocurrió el 17 de agosto, dentro del quilombo Pitanga dos Palmares, en Simões Filho, un municipio de 114 000 habitantes del área metropolitana de Salvador, la capital del estado de Bahia, en el la región del Nordeste brasileño.
Pacífico tenía 72 años y era un símbolo de la cultura y la resistencia negra, también como Yalorixá, la sacerdotisa del Candomblé, una de las religiones de matriz africana, que sufre frecuentes ataques de intolerancia.
Se convirtió también en símbolo de la tragedia, ya que su hijo Flavio dos Santos también fue asesinado a tiros en 2017, a los 36 años, en un crimen aún sin autores conocidos.
Esa violencia se debe, aparentemente, a la disputa por la tierra. La comunidad Pitanga dos Palmares ocupa 854 hectáreas con cerca de 300 familias que se dedican a la horticultura. La tierra de esta comunidad de quilombolas fue reconocida desde 2004, pero aún carece del título de propiedad colectiva.
Esa es una situación que fomenta los conflictos. Este quilombo despierta el interés de los extractores de madera, hacendados que reclaman la propiedad de parte del área, a lo que se suma una empresa que pretendería instalar allí un relleno sanitario, según la policía local.
Una herencia de la esclavitud
Quilombolas es como se denominan en Brasil a los afrodescendientes que se organizan en grupos de vida colectiva, el quilombo, en general en lugares originalmente aislados donde se refugiaban sus ancestros esclavizados cuando lograban huir de sus amos. Este país fue el destino de la mayor cantidad de africanos sometidos a la esclavitud, cerca de cuatro millones, estima el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE).
Brasil fue también el último país en abolir la esclavitud, en 1888, y no adoptó políticas de reparación o de inclusión de los antiguos esclavos -traídos forzadamente desde África, principalmente entre 1650 y 1780-, “sistemáticamente expulsados o desplazados del lugar donde eligieron vivir”, según subraya la antropóloga Ilka Boaventura Leite.
Los quilombos, nacidos como refugios para los que lograban escapar de la esclavitud, se fueron transformando en lugares de resistencia y de vida común de los ahora denominados quilombolas.
Por primera vez el IBGE empadronó a los quilombolas en el censo de 2022, concluido en mayo de 2023. Identificó 1 327 802 personas que se autoidentificaron como quilombolas, que corresponden a 0,65 % de los 203 millones de habitantes del país.
En ese mismo censo, se autodefinió como afrobrasileño 55,9 % del total de la población, sumando a 10,6 % de negros puros y 45,3 % de mulatos.
Bahia es, entre los 26 estados brasileños, el que acoge la mayor cantidad, 397 059, y por eso concentra también los casos de violencia por conflicto de tierras y religión de este grupo poblacional.
La Coordinación Nacional de Articulación de los Quilombos (Conaq), del que era miembro Bernardete Pacífico, registró más de 30 asesinatos de líderes quilombolas en los 10 últimos años en Brasil.
Los conflictos por la tierra tienden a ampliarse ante el anuncio del actual gobierno, presidido por Luiz Inácio Lula da Silva, del izquierdista Partido de los Trabajadores, de reanudar la certificación y titulación de las tierras de los quilombolas, interrumpidas por su predecesor Jair Bolsonaro, de extrema derecha.
Derecho a la propiedad negado
El censo apuntó que solo 12,6 % del total de quilombolas residen en los 494 territorios legalizados como de su posesión, mientras los demás viven en inseguridad territorial. El IBGE inició el censo basado en la existencia de 5972 localidades con población quilombola.
“Obtener el título de propiedad es el objetivo central de nuestra lucha, en un proceso que empieza por la certificación de la identidad quilombola, seguida del reconocimiento de la tierra y su titulación”, explicó Rodrigo Marinho, del Equipo de Articulación y Asesoría a las Comunidades Negras (Eaacone).
Su organización actúa en el Valle de Ribeira, extensa región boscosa en el sur de São Paulo, donde hay 34 quilombos. “La mayoría tiene el reconocimiento, pero no avanza, hay una comunidad reconocida desde 2006, sin ningún paso adelante desde entonces”, lamentó Marinho a IPS por teléfono desde Eldorado, en el corazón del Valle.
Eldorado tiene 2245 quilombolas en 13 comunidades, lo que corresponde a 17,2 % de sus 13069 habitantes en total. Pero es otro municipio de la región, Iporanga, el que cuenta con la mayor proporción de esos afrodescendientes, 35,2 % de la población total de 4046 habitantes.
El Valle de Ribeira es conocido por esa concentración de quilombolas, pero sin la actual violencia que llega a ser letal de Bahia. Pero si hay conflictos y amenazas de agresión y muerte, advirtió el articulador de Eaacone.
Hay tres desafíos principales para esas comunidades. El primero, las amenazas de invasión por grandes proyectos, de minería, de turismo, centrales hidroeléctricas y monocultivos de madera, como el del eucalipto, endulzadas como “desarrollo” por las grandes empresas, destacó.
El segundo es el de las dificultades de obtener el título de propiedad, que representaría una protección de los quilombos. El proceso quedó estancado durante el gobierno de Bolsonaro (2019-2022), que siempre negó los derechos de los pueblos indígenas y tradicionales.
Además nombró para dirigir la Fundación Cultural Palmares, el órgano del Ministerio de Cultura que certifica las comunidades quilombolas, a Sergio Camargo, un negro que rechaza políticas favorables a los afrodescendientes.
La Constitución brasileña, aprobada en 1988, dicta que “a los remanentes de las comunidades de los quilombos se les reconoce la propiedad definitiva de las tierras que ocupan” y que el Estado debe proveer los títulos de propiedad.
Pero solo en 1995 empezó ese proceso de titulación y, como registró el censo, benefició a una pequeña minoría de la población prevista. Además hay áreas reconocidas como quilombos con invasores que tienen que ser retirados, con los conflictos previsibles que ello conlleva.
Ambientalismo controvertido
Un tercer desafío de los quilombolas es la cuestión ambiental. Aunque se reconoce su función positiva en la preservación del Bosque Atlántico, que ocupa una larga franja del litoral del este de Brasil y tiene su mayor área conservada en el Valle de Ribeira, las autoridades ambientales reprimen ciertas prácticas y técnicas agrícolas ancestrales del conocimiento tradicional, lamentó Marinho.
Puso como ejemplo el de la llamada “coivara”, un nombre de indígena para la quema limitada y controlada de vegetación para preparar la tierra que adoptaron los quilombolas de los pobladores originarios, y cultivos permanentes, como el banano y la pupuña (Bactris gasipaes), una palmera que recibe el nombre de chontaduro en Colombia y pijuayo en Perú.
Para avanzar en el problema clave, el territorial, el movimiento quilombola discute nacionalmente una campaña para que el gobierno defina un plan con metas a corto, mediano y largo plazo para la titulación de las tierras, con presupuesto y órganos competentes para la tarea, concluyó Marinho.
* Periodista brasileño, corresponsal de IPS desde 1978 y encargado de la corresponsalía en Brasil desde 1980.