¿Del TSJ a La Haya?
ELEAZAR DÍAS RANGEL| ¿Hasta dónde llevará Capriles Radonski su línea de no reconocimiento de la legítima elección de Nicolás Maduro como Presidente Constitucional? ¿Persistirá en hacer creer que el ganador fue él? ¿No engaña a sus seguidores cuando demanda que se repitan las elecciones? Por la falta de pruebas, la Sala Electoral del TSJ seguramente negará la impugnación de los resultados de las elecciones del 14 de abril, pues no demuestran la hipótesis de que hubo fraude o que distorsionaron los resultados.Últimas Noticias
Por supuesto, desconocerá la sentencia, y es posible que apele ante la Sala Constitucional, donde se repetirá el resultado anterior. Como se hace evidente, no ha mostrado una sola prueba en apoyo a su denuncia; podría demostrar que hubo ventajismo oficial, que se usaron recursos del Estado, los medios públicos a favor de la campaña de Maduro, pero en ningún caso ha dado a conocer elementos que hagan sospechar al menos que hubo manejos fraudulentos. En cada caso, Jorge Rodríguez fue fulminante refutándolo.
Entonces se irá al exterior, comenzando por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, cuyas decisiones no son vinculantes. Y así, es posible que se llegue hasta La Haya, a la Corte Permanente de Justicia Internacional. ¿Por qué tanta perseverancia en una causa perdida? Quizás se explica porque parten del criterio de que aceptar los resultados y la legitimidad del presidente Maduro, podría ser considerada como una traición por los más duros de sus partidarios, y generaría la frustración que vivieron en octubre cuando reconoció los resultados de su derrota frente a Hugo Chávez.
Mantener esa línea de no reconocimiento, extenderla a la gobernación de Lara y a algunas alcaldías, traerá una respuesta del Gobierno nacional, que no responderá con los brazos cruzados. Algo buscan con esa política perturbadora.
Entre tanto, la Casa Blanca persiste en el no reconocimiento. Es una situación extraña, porque se mantienen las relaciones, aunque sin embajadores, pero saludan la designación de Calixto Ortega como encargado de negocios. Esta línea no se alargó tanto cuando los presidentes Rómulo Gallegos (1948) y Salvador Allende (1973) fueron derrocados. En ambos casos, y en todos los golpes de Estado en América Latina, casi siempre estimulados desde el Pentágono, el reconocimiento fue cosa de días, de pocos días.
No queda claro cuál de esas líneas apoya a la otra, o si es que se retroalimentan.