Roque Dalton: cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
Pablo Solana-Crisis

El 10 de mayo de 1975, cuatro días antes de cumplir 40 años, Roque Dalton fue asesinado por miembros de la propia guerrilla salvadoreña a la que se había integrado. El crimen, que su amigo Julio Cortázar calificó como “una muerte monstruosa”, habilitó todo tipo de suspicacias.
Sus verdugos dijeron que era un “traidor”. La CIA, que once años antes había ordenado su secuestro en San Salvador y le había advertido que haría lo necesario para destruirlo, utilizó la situación para ensuciar su memoria. Cincuenta años después, una serie de documentos desclasificados por la agencia norteamericana permite reorientar la sospecha hacia quienes lo ejecutaron.
Fue uno de los poetas latinoamericanos más destacados de la segunda mitad del siglo XX, en tiempos en los que la poesía y la revolución iban de la mano. Roque Antonio Dalton García nació en San Salvador en 1935. Escribía sus primeros versos en la universidad cuando los rebeldes tomaron el poder en Cuba. El hecho impactó a las juventudes de todo el continente predispuestas al contagio. Él no fue la excepción.
Ya antes de eso había conocido a Juan Gelman en la Unión Soviética y se había inspirado en el estilo de su poesía, en contraposición al lirismo formal de Neruda que marcaba el canon. Logró destacarse entre una generación de poetas brillantes, con los que estuvo siempre en contacto: fue compañero del guatemalteco Otto René Castillo en San Salvador, y de Mario Benedetti y Roberto Fernández Retamar en Cuba; admiró al turco Nazim Hikmet y trabó amistad con el nicaragüense Ernesto Cardenal. Durante su último tiempo en la guerrilla compartió militancia y afectos con la poeta salvadoreña Lil Milagro Ramírez.
En El Salvador, acosado por dictaduras y regímenes autoritarios, fue perseguido, encarcelado y secuestrado. Vivió exilios que convirtió en trincheras: en México, donde la policía anticomunista lo siguió de cerca; en Praga, donde trabajó en la revista Problemas de la Paz y el Socialismo; en La Habana, donde participó de la bohemia y de las conspiraciones para impulsar la revolución continental.
Allí ganó, en 1969, el premio de poesía Casa de las Américas con Taberna y otros lugares, poemario que le dedica a un compañero a quien le dice, a modo de declaración de principios:
Yo llegué a la revolución por la vía de la poesía.
Tú podrás llegar (si lo deseas, si sientes que lo necesitas) a la
poesía por la vía de la revolución.
Portador de una pluma exquisita y una rebeldía a prueba de formalidades, trasegó con igual pasión amoríos, debates literarios, borracheras y polémicas ideológicas. Sus vivencias impregnaron su obra con crudeza y originalidad (“Poesía / perdóname por haberte ayudado a comprender / que no estás hecha solo de palabras”, escribió en sus Poemas clandestinos).
Informes de la CIA —algunos de ellos dados a conocer en los últimos años— confirman que la Inteligencia estadounidense se había trazado un doble objetivo hacia él: primero, lo había considerado “el principal candidato a ser reclutado” (“leading candidate for recruitment by us”), como parte de su estrategia destinada a combatir a las organizaciones revolucionarias en América Latina; después, al no poder cooptarlo, decidieron “anularlo” (“nullify”).
cuando ya es tarde para todo
Huelo a un animal que solo yo conozco
desfallecido sobre el terciopelo
huelo a dibujo de niño fatal
a eternidad que nadie buscaría.
Huelo a cuando es ya tarde para todo.
R. D.
Corría el año 1962 y Roque Dalton cumplía su primer año de exilio en Cuba. Allí, las “materias militares” no fueron para Dalton solo cuestión de estudio. Roberto Fernández Retamar, que compartió con él gran parte de su tiempo en la isla, reconocía que el poeta “se entrenó en Cuba para las tareas revolucionarias que se propuso”.
El filósofo cubano Aurelio Alonso, amigo de Dalton durante aquellos años, sabía que estaba recibiendo entrenamiento. En su casa de La Habana nos lo confirmó: “Yo le compré unas botas que a él le habían dado y no le quedaban bien, en esa época él ya estaba en plena preparación”.
Poco tiempo después, un desertor cubano que se convertirá en informante de la CIA reportará a esa agencia que la preparación de Dalton para la guerrilla incluyó un mes de estudios militares en la Alemania del Este bajo control de los soviéticos, en octubre de 1962; y que, al regreso a la isla, continuó el entrenamiento hasta marzo del año siguiente. La Inteligencia norteamericana tomará en serio la versión y pondrá a Dalton en la mira con un nivel alto de prioridad.
Los motivos que llevaron a incluir la información sobre Dalton entre los archivos secretos dados a conocer en los últimos años rozan el disparate. Poco antes de cumplirse tres décadas del asesinato de John F. Kennedy, en 1992, el Congreso de EE.UU. promulgó una ley por la cual debía hacerse pública toda la información en torno a aquel magnicidio.
El hilo inicial que vinculó al salvadoreño con aquella investigación es delgadísimo, aunque no inocente. En aquel momento el Servicio Secreto de los EE.UU. buscó cargarle el crimen a un chivo expiatorio de nombre Lee Harvey Oswald; eso habilitó a la CIA a realizar espionaje sobre el consulado de Cuba en México, porque supuestamente Oswald lo había visitado tiempo antes.
La hipótesis apuntaba a una inverosímil conexión cubana con el magnicidio, teoría solo explicable como parte de las más absurdas campañas anticomunistas habituales en el marco de la Guerra Fría. Esa línea de investigación se llevó a cabo mientras Dalton se encontraba en la capital mexicana. El espionaje sobre el consulado cubano arrojó una serie de nombres que, por ese motivo, quedaron involucrados en los registros referidos al caso Kennedy. Entre ellos, el del poeta.
El primer cable que lo menciona registra información no conocida hasta ahora: reuniones secretas con distintos contactos, fechas de pasos clandestinos entre Honduras y El Salvador, y precisiones sobre el entrenamiento guerrillero en Cuba entre finales de 1962 y principios de 1963. Pero la mayor parte de los informes refiere a un episodio central para comprender las circunstancias que rodearon su asesinato: el secuestro, el intento de cooptación y las amenazas de muerte que padeció por parte de un directivo de la CIA en 1964 en San Salvador.
El oficial Harold Swenson estuvo a cargo de la maniobra. Era el jefe de Contrainteligencia de la Unidad Asuntos Especiales de la CIA, la dependencia encargada de las operaciones encubiertas contra la Revolución Cubana. Contó con la ayuda de un desertor que había contactado a Manlio Argueta, amigo de Dalton, antes del secuestro.
“Vengo de Cuba y necesito saber de Roque”, le hizo saber a Argueta por medio de un mensaje escrito que llegó a sus manos. El hecho, que Manlio nos contó en detalle cuando lo entrevistamos en San Salvador en agosto de 2023, era hasta el momento un cabo suelto que solo el conocimiento de estos cables desclasificados permite religar. Ahora sabemos la identidad de quien entregó a la CIA documentación determinante sobre Dalton.
El memorándum secreto con fecha del 18 de mayo de 1964 lleva por asunto su nombre completo: Vladimir Rodríguez Lahera. Allí puede leerse que se trata de un expolicía cubano que decía ser miembro de la Dirección General de Inteligencia (DGI) de la Revolución. Entre los documentos que entregó a la CIA se encontraba información sobre un grupo de salvadoreños entrenados en Cuba.
Swenson decidió jerarquizar la carpeta sobre Roque Dalton. La lista tiene algunos nombres cubiertos con un recuadro blanco que impide su lectura. Ese es el modo por el cual la Agencia preserva la identidad de agentes propios en los informes que le son solicitados para desclasificar. Es de suponer que Dalton no fue el único objetivo de una operación de inteligencia tendiente a la cooptación de intelectuales y cuadros revolucionarios. A diferencia del poeta, en otros casos la CIA parece haber logrado su cometido.
La prosa rústica, telegráfica, del informe sobre Dalton fechado el 19 de junio de 1964 pone en negro sobre blanco las intenciones de la Agencia:
“DALTON es un agente reclutado por la DGI cubana. Fue entrenado en guerra de guerrillas, transmisión y recepción de radio. (…) El Sujeto es miembro del Comité Central del PC, poseedor de excelentes contactos en la DGI en Cuba. Está en contacto con [TACHADO], el intermediario salvadoreño en Ciudad de México. En vista de lo anterior, se podría esperar que el Sujeto proporcione información considerable sobre el PC en El Salvador y sus actividades para la DGI.
(…) El 16 de junio de 1964 fue detenido por la Policía Nacional Salvadoreña y ahora se encuentra bajo vigilancia.
III. Vulnerabilidades. [Vladimir Rodríguez Lahera] cataloga a el Sujeto como su principal candidato a ser reclutado por nosotros. Según su valoración, basada en el conocimiento personal y la observación, pareciera que el Sujeto no sería un objetivo difícil de lograr.»
Harold Swenson ordenó el secuestro de Roque Dalton y viajó a San Salvador para encargarse en persona. Le ofreció convertirse en informante de la CIA o correr el riesgo de ser asesinado, con el agravante de que la Agencia se encargaría de ensuciar su memoria. “Cuando yo digo que hay que liquidarte, hablo de hacerlo en una forma total, liquidando inclusive todo buen recuerdo tuyo; no vas a quedar como un héroe para la historia sino como un traidor”, le dijo, según reconstruye Dalton en Pobrecito poeta que era yo…
Tras un terremoto que resquebrajó las paredes de una vieja celda donde lo mantenían ilegalmente recluido, Roque logró escapar de manera fortuita de aquella captura. Pero la CIA no le perdió el rastro.
La concreta verdad
Cuando yo muera,
solo recordarán mi júbilo matutino y palpable
mi bandera sin derecho a cansarse
la concreta verdad que repartí desde el fuego.
R. D.
Entre aquel plan que la CIA trazó para “anular” a Roque Dalton, por un lado, y las circunstancias que rodearon su asesinato en 1975, por el otro, hay coincidencias que estremecen.
Dalton se sumó a las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de su país en diciembre de 1973. Su incorporación fue parte de un acuerdo de ese grupo con los cubanos que lo habían entrenado. Se adaptó sin problemas a los rigores de la vida clandestina. Siguió adelante con su poesía y aportó textos de formación ideológica para la organización.
Quienes estaban al frente del grupo proponían una línea militarista que Dalton complejizaba con sus análisis. De todos modos, la tensión no parecía ser lo suficientemente grave como para derivar en lo que derivó. Más bien todo pareció una excusa que escaló sin mayor sentido hasta el desenlace trágico. El absurdo refuerza las sospechas.
Los dirigentes del ERP pusieron en marcha un “proceso” interno que finalizó con la ejecución de Dalton y de otro guerrillero, Pancho Arteaga. Pocos días después, la organización difundió un comunicado: “El ERP fue objeto de infiltración enemiga por medio del salvadoreño Roque Dalton, quien estaba colaborando con los aparatos secretos del enemigo. (…) Existen innumerables pruebas de su labor traidora en el seno de la organización. (…) Los aparatos de la policía secreta del país dirigidos por la CIA hicieron el intento de infiltrarse en nuestra organización revolucionaria con el propósito de destruirla”.
Para justificar el crimen del poeta lo acusaron de ser un traidor, un agente al servicio de la CIA. Exactamente lo mismo que, diez años y algunos meses antes de su muerte, le había pronosticado el agente Swenson.
Impacta verificar la coincidencia entre aquella amenaza y los argumentos con los que sustentaron la decisión de matarlo. “La labor traidora que realizó Roque Dalton en el seno de nuestra organización costó la vida de dos de sus mejores combatientes”, argumenta el ERP en ese comunicado. “Nosotros le haremos saber a tu Partido, por medio de la gente que tenemos dentro y por otros medios a nuestro alcance, que toda esta información nos la diste tú. Les diremos que antes de morir trataste de salvar el pellejo y delataste a tus camaradas”, le había advertido al poeta su interrogador.
Juan José Dalton, uno de los tres hijos de Roque, es periodista. Investigó el crimen durante años. “Los responsables del hecho, especialmente Alejandro Rivas Mira y Joaquín Villalobos, tuvieron que recurrir a la mentira para llevar a cabo la acción”, afirma. Nos recibió en su casa de San Salvador en agosto de 2023 para conversar sobre el tema. Nos contó que Villalobos le reconoció que el asesinato de Roque Dalton fue “el más grave error por él cometido”.
A Rivas Mira, en cambio, le perdió el rastro después del crimen. Una fuente cercana le confirmó que residió “en México desde hace muchos años; es probable que desde que huyera —o negociara su salida del ERP— en 1977”. Rivas Mira y su esposa habrían estado en el país azteca “con documentación e identidades falsas; nunca usaron sus nombres propios ni tuvieron documentos salvadoreños”.
Por último, Juan José vuelve sobre la duda nodal que aún falta despejar: “¿Quién lo protegía y quién lo mantuvo en la sombra durante tanto tiempo? ¿Puede vivir en México sin ser identificado? ¿Podría permanecer así, sin saberlo las Inteligencias de México o Estados Unidos?”.
El destino de Rivas Mira coincide con el que la CIA le había ofrecido a Dalton. Le había dicho el agente Swenson al poeta durante aquel interrogatorio en San Salvador: “Solamente si nos ayudas podrás vivir. Y no será una vida cualquiera, insegura, sino una vida con todas las posibilidades, con tu mujer y tus hijos, lejos de este país, en México, por ejemplo”. (Los ofrecimientos eran serios: los cables desclasificados confirman el modo en que la CIA resolvió el cambio de identidad y las condiciones para la nueva vida de otro converso vinculado a esta historia, el desertor cubano Rodríguez Lahera).
Sobre Joaquín Villalobos hay más certezas. Testimonios directos lo identifican como quien apretó el gatillo. Después de aquel crimen, se las arregló para mantenerse en la primera línea de la insurgencia salvadoreña hasta la firma de los acuerdos de paz del año 1992. A finales de 1995 fue recibido por la Universidad de Oxford, Inglaterra, donde solo accede lo más selecto de la élite británica. Él mismo confesó que llegó allí por gestión de algunos “diplomáticos” extranjeros acreditados en El Salvador.
La Universidad informa que actualmente Villalobos colabora con dos think tanks estadounidenses dedicados a “promover la democracia”. En América Latina brindó apoyo a los gobiernos derechistas de México en la lucha contra el zapatismo, y de Colombia en su combate a las guerrillas de ese país. Apoyó el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en Honduras y escribió decenas de artículos como parte de las campañas que EE.UU. promovió contra Cuba y Venezuela.
Su vida en Oxford es de lujos y en los ámbitos de la derecha mundial se pavonea presentándose como asesor internacional. Las palabras que Dalton recordó salidas de la boca del agente de la CIA durante aquel interrogatorio explican, también, la conversión de Villalobos. Releídas a la luz de su trayectoria, las propuestas que la CIA ofrecía a quienes aceptaran pasarse de bando resultan serias.
El agente Swenson había mencionado a Inglaterra entre los destinos posibles cuando le advirtió a Dalton: “Tú debes vivir como un escritor, como un estudioso, no como un delincuente. ¿Por qué morir ahora, como un tonto, a tu edad? (…) Puedes hacer una verdadera fortuna con un pequeño esfuerzo. No estás en edad de morir, pero estás en edad de enderezar tu vida”. Dalton rechazó la oferta y, a la larga, ese desplante a la CIA le costó la vida. Pero Villalobos sí optó por vivir como un “estudioso” (consultor), haciendo una “verdadera fortuna con un pequeño esfuerzo”. Él sí se “enderezó”.
Los elementos que indican un cambio de bando tanto en Villalobos como en Rivas Mira constituyen más que una sospecha. Solo falta confirmar si pudieron haber asumido el quiebre antes de decidir la ejecución de Roque Dalton. Las circunstancias que rodean al crimen refuerzan esa hipótesis.
“En la cara y en la poesía de Roque, una guiñada se convertía en un puño en alto”, escribió, a modo de despedida, Eduardo Galeano en la edición de noviembre de 1975 de la primera etapa de la revista crisis. Aún para sus amigos más informados (Galeano era las dos cosas) la noticia de su muerte había tardado en darse a conocer. Seis meses después, las versiones seguían siendo confusas.
Cuando se confirmaron los hechos, la confusión dio lugar a la indignación, pero también al desconcierto. La figura de Dalton y su poesía, de algún modo, quedaron entrampadas en las turbias circunstancias de su asesinato.
Reconstruir los hechos nos ayuda a superar el impacto de su crimen para concentrarnos, en cambio, en otro tipo de conmoción: la que provoca su fascinante historia de vida y, sobre todo, el acercamiento a su obra, que mantiene una vigencia estratégica.
Ya nos advirtió Roque, en su momento, con sarcasmo y precisión: No olvides nunca / que los menos fascistas / de entre los fascistas / también son / fascistas (“Consejo que ya no es necesario en ninguna parte del mundo pero sí en El Salvador”). En los tiempos que corren, su poesía no solo regocija el espíritu sino que resulta, además, una poderosa arma de combate.