Cultura popular y kirchnerismo

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ERNESTO ESPECHE|Los tanques del pensamiento de la derecha comenzaron a preocuparse por entender el tablero nacional argentino que se configuró desde 2003. Lo hicieron mal y de modo tardío, pero esa inquietud desnuda la aceptación de un fenómeno del que aún no pueden dar cuenta. A veces, con torpeza, apelaron al miserabilismo elitista que subestima el peso de las voluntades colectivas: un proyecto autoritario, tiránico y cuasifacista que se erige con el consentimiento popular.
Otras, con mayor lucidez, se ocuparon de comprender los resortes simbólicos que permiten un contundente respaldo social.

Desde nuestra perspectiva, anclada en el respaldo al modelo en curso, creemos también necesario detenernos en ese fenómeno. En pocas palabras, pretendemos aportar a esa tarea desde una de las tantas entradas posibles.

El denominado kirchnerismo es un emergente cultural de su tiempo y, al mismo tiempo, un relato que interviene en la dimensión simbólica del debate cultural. Este reconocimiento inicial nos obliga a explicitar una serie de supuestos.

Para ello, no nos vamos a hacer cargo de las eternas discusiones académicas, aún no zanjadas, sobre el concepto de cultura popular. Es pertinente, sin embargo, asumirla como una identidad colectiva que resulta de una permanente y dinámica construcción y, como todo proceso identitario, se reconoce a sí misma por oposición, en este caso a otra cultura, la dominante.

Veamos. Si hay cultura popular es porque hay una cultura dominante. Más aún, la cultura popular encierra en su interior vestigios de la cultura dominante que, sin embargo, siempre son resignificados e incorporados a una amalgama compleja y contradictoria.

Entonces, no hay cultura popular virgen, pura y autónoma. Lo importante es reconocer los modos y las intensidades a partir de los cuales se absorben y reconvierten los valores hegemónicos. Digámoslo de una vez: la cultura popular es contradictoria y caótica, pero también creativa y transformadora.

Lo popular es masividad sólo porque involucra, necesariamente, a las grandes mayorías; pero su esencia no radica en un aspecto de cuantificación poblacional, sino en la resistencia a una situación de dominación.

El equivalente a lo popular en tiempos del apogeo neoliberal era pensado desde el consumo masivo de productos reafirmantes del modelo vigente: frivolidad, pasatismo, aceptación acrítica y sobreadaptación. ¿Fue el menemismo un modo de cultura popular? Más bien asistimos por esos años a una penetración de la cultura dominante en las delgadas capas de una cultura popular desprovista de anticuerpos por la devastación que siguió al golpe genocida de 1976 y el desencanto provocado por el fracaso de una democracia entendida sólo desde su dimensión formal.

El kirchnerismo como fenómeno social tiene su origen en el cruce trágico de esa devastación y ese desencanto. Fue, desde sus inicios, el resurgimiento de las mejores tradiciones emancipatorias, siempre latentes en el conjunto de esa amalgama que llamamos pueblo. Confluyen en su configuración –y de modo conflictivo- las vanguardias independentistas, las diversas expresiones federalistas de mediados del siglo XIX, las luchas antioligárquicas del movimiento obrero, el ideario republicano y democrático que produjo avances significativos en materia de derechos civiles, las fuertes transformaciones sociales impulsadas por el peronismo, el ideario de de las luchas revolucionarias de los sesenta y setenta, la ética del movimiento de derechos humanos y las múltiples resistencias al proyecto neoliberal.

La cultura popular se afirma, así, en la movilización callejera que recupera el espacio público (desde el carnaval a las congregaciones políticas de masiva concurrencia), en las fiestas multitudinarias que irrumpen para desacartonar las fechas patrias, en la promoción y fomento de un arte provocador en su contenido y rupturista en sus formas, en las respuestas –espontáneas u organizadas- a las maniobras destituyentes del poder fáctico, en la asimilación de las nuevas tecnologías de la comunicación como instrumentos de la puja cultural, en la celebración de las diversidades. En definitiva, en los íconos, símbolos y consignas que participan de una revitalizada intervención popular en el escenario colectivo.

Es, también, una constante resignificación del discurso dominante, de la historia oficial y del cuerpo de valores que orientó a las élites económicas y políticas. Con ello queremos decir que la cultura popular que crea y es reproducida por kirchnerismo está en constante movimiento; y es al interior de esa dinámica –nunca fuera de ella- donde se dirimen día a día los ejes sobre los cuales se constituyen las claves de un orden social que se define a sí mismo como nacional, popular y democrático.

*Doctor en Comunicación, dirigió la carrera de Comunicación de la Universidad de Cuyo (Mendoza) y es director de Radio Nacional Mendoza