Cuba comienza algo más que un relevo generacional / El (posible) nuevo timonel
Patricia Grogg – IPS |
La etapa que comienza en Cuba el 19 de abril conlleva una división hasta ahora inédita en la cúpula del poder: el presidente y jefe de gobierno no será a la vez primer secretario del Partido Comunista (PCC), único legal, ni comandaría las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR).
El jueves 19 se constituye la nueva Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP, parlamento unicameral), electa el 11 de marzo, para después escoger de entre sus miembros al nuevo presidente, un primer vicepresidente, cinco vicepresidentes, un secretario y 23 miembros más del Consejo de Estado, máximo órgano ejecutivo.
Durante décadas, el líder histórico Fidel Castro (1926-2016) se mantuvo al frente del PCC, los institutos armados y las presidencias del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros, cargos que recayeron tras su enfermedad en su hermano menor Raúl, de 86 años, quien desistió de ser reelecto para un tercer mandato de cinco años.
Pero se supone que el mandatario saliente se mantendrá al frente del PCC al menos hasta 2021, cuando esa organización, considerada constitucionalmente “vanguardia organizada de la nación cubana”, celebre su octavo Congreso, la más importante cita del comunismo cubano y que se realiza cada cinco años.
El artículo 93, inciso g de la Constitución confiere al presidente del Consejo de Estado y jefe de gobierno, entre otras atribuciones, “desempeñar la Jefatura Suprema de todas las instituciones armadas y determinar su organización general”.
Castro no se ha referido a sus responsabilidades en el PCC ni en las FAR, de las cuales es fundador y lidera con el grado de general de Ejército, cuando ha hablado de su decisión de no ostentar la presidencia de este país insular caribeño más de dos periodos.
Así que por mandato constitucional, si Miguel Díaz-Canel, de 57 años, actual primer vicepresidente del Consejo de Estado y el de Ministros y quien se prevé como sucesor de Castro, resulta el elegido, podría convertirse en el primer civil en comandar los cuerpos armados cubanos desde el comienzo de la Revolución en 1959.
Es más, en los últimos días se menciona a Mercedes López Acea, de 53 años, vicepresidenta del Consejo de Estado y primera secretaria del PCC en La Habana, como candidata a primera vicepresidenta, cargo desde el cual en caso de ausencia, enfermedad o muerte del gobernante debe asumir sus funciones.
Ingeniera forestal, López Acea es también graduada de la Especialidad en Defensa Nacional. De los 605 miembros del nuevo parlamento, 53 por ciento son mujeres. Raúl Castro ha impulsado durante su gestión la participación femenina a cargos políticos y gubernamentales.
El cientista social Ovidio D’Angelo descarta que el cese de la coincidencia institucional entre poder político, gubernamental y militar, de lugar a “fraccionamientos o pugnas internas dados los orígenes civiles o militares de los posibles componentes del nuevo Consejo de Estado”, como habrían especulado “algunos analistas”.
“En mi opinión, esto no sería algo a considerar, dado que en el presente se mantiene la dirección del país en el Buró Político, máximo órgano del PCC, legitimado por el artículo 5 de la Constitución, al que se subordinan el gobierno y las fuerzas armadas, que, por demás participan del mismo Buró”, dijo a IPS este experto.
El mandatario saliente, quien según trascendidos establecerá su residencia en la oriental ciudad de Santiago de Cuba, figura entre los 605 diputados de la legislatura parlamentaria que se inaugura el jueves 19 para un período de cinco años, lo que marca otra novedad de los próximos años.
“Se trata de una situación nunca antes manejada por la ANPP: contar en su seno con uno de los dos líderes históricos de la Revolución cubana, sin que ocupe los máximos cargos estatales”, lo que, en teoría, “se explicará a través del poder moral del liderazgo histórico”, señaló el académico Julio César Guanche, en un artículo para IPS.
A su vez, el analista político Carlos Alzugaray considera que estos cambios “tendrán mucho más impacto que lo que se supone” en el sistema político y en la población. “Va a haber una estructura de poder distinta con nuevos actores que van a tomar cada vez mayor protagonismo”, indicó a IPS.
Al ampliar en el tema, agregó que “no solo habrá una sustitución de la generación histórica por una nueva generación más joven, sino que esta última no tendrá con las otras generaciones que conviven en el sistema sociopolítico cubano el mismo tipo de relación que tenía la generación histórica”.
“Por otra parte, hay suficientes presiones sociales ante la demora en producir un socialismo próspero y sustentable como se ha prometido”, advirtió. En ese sentido, señaló que Cuba “no ha logrado la mayor parte de los objetivos previstos en los Lineamientos”, como se denomina oficialmente a las reformas iniciadas en 2011.
Para Alzugaray, “a partir de esta apreciación creo que se avizoran tres desafíos principales: la economía, la economía y la economía. Quiero decir con esto la materialización de las promesas previstas en los Lineamientos sobre mayor prosperidad”.
Datos oficiales indican que el relevo generacional comenzó hace varios años. En el parlamento electo en 2013, más de 78 por ciento de sus miembros nació después de 1959 y su promedio de edad fue de 48 años. En nuevo, es de 49 años y 80 de sus diputados tienen entre 18 y 35 años.
En 2016, el promedio de edad del Comité Central del PCC se redujo de 59 a 54 años, en tanto más de la mitad de los ministerios y de las instituciones estatales eran dirigidas por personas menores de 60 años.
Para la investigadora Ailynn Torres, entre los próximos retos figura la generación de nuevos consensos en un escenario “de mayores tensiones políticas explícitas”, seguido de la capacidad de quienes lideren el “nuevo momento” ante problemas y desafíos que continuarán ocupando el primer plano de las necesidades políticas de Cuba.
“Me refiero a la necesidad de transparencia de la política, al estímulo y garantía de la participación popular y del control popular de la política y la economía, a la flexibilización de las formas productivas y organizativas de la sociedad cubana, al mejoramiento de la calidad de los servicios sociales y de la política social hoy deteriorada”, afirmó a IPS.
En su opinión, un reto “enorme a inminente” apunta “al cambio constitucional anunciado desde el poder político, reclamado por actores sociales y gestionado, hasta el momento, solo desde el primer lugar mencionado. El modo en que transcurra ese proceso, y sus contenidos y alcances, podrá leerse, al menos, en dos niveles”.
“Será (por una parte) un mirador privilegiado de la línea política dominante después del 19 de abril, y, además, podrá ser un termómetro del dinamismo o el inmovilismo social cubano. En todo caso, estimulará varias evaluaciones meditadas sobre el futuro de Cuba de las cuales el poder político no debería desentenderse”, concluyó.
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El (posible) nuevo timonel
Amaury Valdivia-Brecha| El próximo presidente de Cuba no será un Castro. A las puertas de su aniversario número sesenta, la revolución cubana asume la mayor renovación de su historia, aunque el general del ejército conservará facultades casi omnímodas. El actual vicepresidente, Miguel Díaz-Canel, es su más probable sucesor. Durante su carrera política se destacó por su promoción del respeto a la diversidad sexual y a la difusión de opiniones críticas hacia el oficialismo, pero sigue siendo una incógnita si estas experiencias marcarán su eventual presidencia.
En Santa Clara, la capital oficiosa de la región central de Cuba, no son pocos los que recuerdan los años en que un joven y carismático Miguel Díaz-Canel Bermúdez ocupaba el cargo de primer secretario del partido en la provincia. De aquella época quedaron historias como las de sus largos viajes en bicicleta o por “botella” (autostop), su humilde estilo de vida, y la facilidad con que cualquiera podía acercársele a plantear inquietudes o conversar.
También los encuentros singulares, como el que sostuviera con una de las principales figuras de la disidencia en la isla, Guillermo Fariñas. En esa ocasión “él me saludó y me preguntó por mi salud”, relató Fariñas al diario estadounidense El Nuevo Herald. El opositor se hallaba hospitalizado para recuperarse de una de sus huelgas de hambre en contra del gobierno, y Díaz-Canel se disculpaba –paciente a paciente– por una avería que había dejado sin servicio eléctrico al principal hospital de la región. Antes había trabajado personalmente en la reparación de los daños.
Durante el mandato “villaclareño” de Díaz-Canel –entre 1994 y 2003– los restos del Che Guevara fueron depositados en la Plaza de la Revolución local, luego de años de búsqueda en diferentes puntos de Bolivia; y Santa Clara cimentó su fama de ciudad cosmopolita y tolerante, en la que incluso los homosexuales podían manifestar libremente sus preferencias (en un país que por esa época se caracterizaba por una marcada cultura machista y discriminatoria hacia las personas Lgbt), y en la prensa se toleraban críticas que en otros sitios de la isla hubieran resultado impensables.
“Aun en circunstancias tan difíciles –la isla atravesaba el Período Especial, la crisis económica provocada por la caída del socialismo europeo– nuestras autoridades tuvieron la sensibilidad para entender cuán necesario era el respeto a la diversidad. Y no sólo la que tenía que ver con la orientación sexual”, recordaba acerca de esta época en Santa Clara (en una entrevista televisiva) Ramón Silverio, creador de El Mejunje, el peculiar centro cultural en la ciudad de Santa Clara donde por primera vez en Cuba se desarrollaron galas de artistas trans, y en el que todavía encuentran asiento numerosos creadores alternativos.
Mientras, ganaba notoriedad el programa Alta tensión, de la radioemisora local, Cmhw. Durante sus emisiones la población podía criticar a dirigentes y organismos, y expresar sus criterios. “No faltaron los que quisieron vernos fuera del aire, pero al final llegó la orden del partido provincial: Alta tensión debía seguir aunque a algunos no les gustara”, contó a Brecha el periodista Abel Falcón, realizador del espacio. El respaldo a este programa llegó al punto de que el propio primer secretario condujo varias emisiones de él e hizo obligatorio que los cuadros lo sintonizaran.
Escalando el aparato
Miguel Díaz-Canel Bermúdez, quien actualmente funge como vicepresidente de Cuba, pudiera convertirse el próximo 19 de abril en presidente de los consejos de Estado y de Ministros, es decir, en presidente de Cuba. Es una gran incógnita cuánto de su pasado santaclareño marcará su paso por la presidencia de Cuba. Pero sería el primer mandatario en más de cuarenta años que no pertenece a la familia Castro, ni a la generación histórica.
Para llegar hasta allí ha debido transitar un largo camino dentro de la estructura partidario-estatal, coin-cidiendo con otros candidatos que quedaron en el camino. A finales de los años ochenta se desempeñó como segundo secretario nacional de la Juventud Comunista, a las órdenes de Roberto Robaina. En los comienzos de los años dos mil, durante su primera secretaría del partido en la provincia de Holguín (donde nacieron Fidel y Raúl Castro), estrechó relaciones con el entonces vicepresidente, Carlos Lage.
Robaina fue destituido en 2003, acusado de una larga lista de “errores”, entre los que se contaban hechos de corrupción y ambiciones presidencialistas; seis años después le llegó el turno a Lage y Pérez Roque, bajo similares cargos y en medio de la mayor reestructuración gubernamental en la historia reciente de la isla.
Cada crisis acercó a Díaz-Canel a su actual posición: en 2003 ocupó uno de los 17 puestos del Buró Político (el núcleo duro de la dirección del Partido Comunista), en 2009 se convirtió en integrante del Consejo de Ministros, a cargo de la discreta pero estratégica cartera de Educación Superior, y a comienzos de 2012 cumplió un breve mandato como vicepresidente de ese órgano de gobierno. “No es ni un advenedizo ni un improvisado”, resaltó sobre él Raúl Castro al presentarlo ante la Asamblea Nacional del Poder Popular, tras su elección como primer vicepresidente del país, en febrero de 2013.
El escenario del relevo
A las puertas de su sexagésimo aniversario, la revolución asume la mayor renovación de su historia. De no ser por la avanzada edad de Raúl Castro (85 años) y del resto de los “históricos”, sería difícil imaginar un escenario en el que nuevas figuras asumieran las riendas del país. Sin embargo, el actual traspaso de responsabilidades estará condicionado por el hecho de que el general del ejército se mantendrá al frente del Comité Central del Partido, investido de facultades virtualmente omnímodas.
Con la experiencia de haber ocupado la primera vicepresidencia de “los consejos” desde 2013, Díaz-Canel se perfila como el candidato de mayores opciones en la carrera por la primera magistratura. Recién luego de la “elección” se revelará hasta qué punto podrá haber en Cuba una separación entre el partido y el gobierno, y cómo se resolverán las eventuales discrepancias entre el nuevo presidente y el primer secretario del Comité Central del partido, cargos que por primera vez no serán ocupados por la misma persona.
Entonces también será necesario pensar en cómo superar los insuficientes índices de crecimiento del producto bruto interno, que desde el comienzo de la “actualización”, en 2011, han oscilado en torno al 2 por ciento anual (de acuerdo con las autoridades cubanas el país precisaría crecer a un ritmo de alrededor del 7 por ciento para revertir los efectos de la crisis económica luego de la caída del campo socialista). También habrá que cumplir con el pago de la renegociada deuda externa (con Rusia, China y con un grupo de acreedores del Club de París), sin seguir adosando las facturas al consumo de la población, o mantener en niveles “aceptables” servicios como la salud y la educación públicas.
Todo ello en un contexto en el que la unanimidad no es ya el sello distintivo de la sociedad cubana. Una muestra evidente puede apreciarse si se leen entre líneas los resultados del último proceso eleccionario. Luego de 42 años de votaciones, ya los índices de participación no rebasan cómodamente el 95 por ciento como durante la época de Fidel Castro (esta vez se contabilizó un 82 por ciento al día siguiente de los comicios, y 87 por ciento del padrón poco más de una semana después, en un informe definitivo). Tampoco resulta tarea fácil completar las listas de candidaturas a diversos cargos públicos. Entre los jóvenes no abundan los dispuestos a asumir responsabilidades de dirección que no vayan acompañadas de algún beneficio material.
Para el ex jefe de análisis sobre América Latina de la Cia Brian Latell, autor además de una biografía de Raúl Castro, deberá esperarse más un “Díaz-Canel administrador que un Díaz-Canel visionario”. “Es un hombre del aparato, leal a Raúl. Mas su elección es acertada: es joven, atractivo y ha tenido muchísimo tiempo para congraciarse con las fuerzas armadas, que es en las que reside el verdadero poder de Cuba”, asegura el ex funcionario de las administraciones de Clinton. Pero es una incógnita si el posible futuro presidente optaría por desarrollar una línea política propia, diferente a la del líder de la revolución, y cuál sería, en ese caso, su orientación.
Un poder mediado por la influencia de Raúl Castro y quienes hicieron la revolución en la década de 1950, que previsiblemente se harán firmes en la estructura del partido; un esquema de relaciones no muy claro respecto al poderoso Grupo de Administración Empresarial (de los militares); e innumerables urgencias por afrontar conforman el legado que recibirá el nuevo presidente de los consejos de Estado y de Ministros de Cuba.
Cuando el 11 de marzo pasado ejerció su derecho al voto en la ciudad de Santa Clara, Díaz-Canel esperó por casi media hora en la fila, hasta que llegara su turno. Mientras, conversó sin protocolos con los asistentes y se tomó fotografías con muchos de ellos. Alguien entre el público apuntó sotto voce que ningún otro dirigente había hecho algo similar. Ni ese día ni antes.