Cuando la Universidad dejó de serlo

José Manuel Rodríguez
La leyenda de los reyes magos trayendo obsequios para festejar el nacimiento de una nueva era, es propicia para replantearse el tema de la formación para el trabajo. Lo hago precisamente por el peso agobiante que tuvo, para la gente pobre de este país, unas navidades controladas por los traficantes de dólares. Así mismo, atada a las penurias del bolívar, está la formación universitaria. Cosa terrible pues, el menor o mayor valor en la moneda puede ser modificado por un decreto, en la educación sus efectos se muestran en décadas.      

Aquí la política -entendida, en uno u otro lado, como la expresión de intereses partidistas- apagó insólitamente las grandes universidades autónomas y también las experimentales -no incluyo la educación en escuelas y liceos porque allí no hay educación para ningún trabajo-. Pues bien, utilizando a los profesores de estas universidades que tienen, como su sueldo más alto 30$ mensuales, están surgiendo, a manera de oportunista “emprendimiento”, instituciones privadas montando la crisis.       
Ante la deserción estudiantil y profesoral, los laboratorios cerrados, las investigaciones desaparecidas y los postgrados inexistentes; están apareciendo innumerables cursos digitales “oficiosos” -algunos se llaman de educación creativa—. No tienen requisitos de instrucción previa, ni compromisos ante el plagio, basta con la cancelación de un pago en divisas. La formación equiparada a la buhonería. Nada que ver con la profundización del conocimiento y el desarrollo del pensamiento crítico. Nada que ver con esa universidad que alguna vez describió Mao Zedong: que se abran cien flores y florezcan cien escuelas de pensamiento.

Volviendo a las universidades nacionales, las imagino enfrentando la precariedad del aparato productivo nacional: formando, en el pregrado, profesionales para la producción comunal; innovando, en el postgrado, en el cómo aumentar la capacidad productiva de las comunas; investigando sobre los encadenamientos industriales y agrícolas, por último, animando -como en el sueño soviético no realizado- a la conversión de las y los comuneros en eslabones de acero. Esa es su tarea en el socialismo. Que sean las universidades privadas las que hagan lo que al empresariado le convenga.