Cristina, el peronismo y la proscripción
Marcos Salgado
El poder concentrado en Argentina volvió a mostrar que es eso: poder. Una hegemonía que va más allá de los medios de comunicación cartelizados, que son apenas el mascarón de proa de un sistema que incluye muy especialmente el control total de los tribunales más importantes del país.
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Pero no se quedan ahí, también, cuando quieren o lo necesitan, son capaces de colocar en vivo y directo una pistola en la sien de la dirigente política más importante del país, entonces vicepresidenta, y gatillar sin bala. O de suicidar a un fiscal mediático para cargarle el muerto a la misma dirigente.
Con la resolución de los tres jueces de la exigua Corte Suprema de Justicia argentina volvió a quedar claro que el poder concentrado no le perdonará nunca a Cristina Fernández de Kirchner haber motorizado los mejores años para las mayorías argentinas, al menos de Juan Domingo Perón para acá.
Mostrar que se puede generar ingreso público y redistribuirlo en beneficio de las mayorías, y que se puede gobernar sin rendir pleitesía ni acordar agenda con los medios de los poderosos en uno de los países más grandes y ricos del mundo era y es demasiado peligroso para las élites. Por eso sin disimulo el grupo Clarín pidió en los últimos días que Cristina fuera sacada de juego cuanto antes.
Y así lo hicieron, presurosos, los tres cortesanos, que decidieron rechazar sin analizar todas las apelaciones a la escandalosa condena de otros cortesanos, los del Tribunal Oral Federal 2, que en diciembre de 2022 decidieron encontrar culpable (insistimos, sin pruebas, eso es algo notorio y documentado) a la por entonces vicepresidenta y otros en una causa motorizada por el ex presidente de derecha Mauricio Macri.
Los fiscales y los jueces de la causa jugaban al fútbol con Macri en su quinta. Eso no importó a la entente mediática ni a los que decidieron creer, postverdad mediante, en el relato hegemónico.

Proscrita
Ahora, la confirmación cortesana de la condena conlleva algo más importante tal vez que la propia prisión de seis años, que seguramente Cristina cumplirá en el domicilio de su hija, en el barrio de Constitución, en la ciudad de Buenos Aires. Más importante es la inhabilitación de por vida para ejercer cargos públicos. Esto tiene una consecuencia directa y de ahí el apuro de Clarín: Cristina no podrá ser candidata, como lo había anunciado, en las próximas elecciones parlamentarias, este mismo año.
Tal vez la ex mandataria y actual presidenta del Partido Justicialista deba pasar algunos días detenida en alguna dependencia policial, para que el poder hegemónico tenga la foto y el show mediático que necesita para ejemplificar ante la sociedad toda que no sufren de empacho alguno a la hora de mostrarse poderosos.
Pero a la corta o a la larga, el departamento de la calle San José al 1100 (a pocas cuadras de los cuarteles del Grupo Clarín) se convertirá en un sitio de peregrinar político de dirigentes, senadores, diputados, etc, etc. Salvando las distancias, una especie de Puerta de Hierro, la quinta de Juan Domingo Perón en Madrid, donde el líder justicialista pasó la mayor parte de su exilio, hasta su regreso a la presidencia, en 1973.
Salvando las distancias, claro. Las comparaciones en política suelen ser tan odiosas como parciales y caprichosas. Pero también está claro que desde el kirchnerismo juegan con esa liturgia. La propia ex presidenta hizo mención al aniversario de los fusilamientos de José León Suárez, ocurridos en 1956 durante la primera resistencia al golpe de Estado contra Perón. Cristina dijo que la condena en su contra es un “fusilamiento” político.
Lo que está claro es que la condena y la proscripción no alejan a Cristina del lugar de centralidad en la política argentina que ocupa desde hace casi dos décadas. Lo que no está tan claro, al menos a nuestro entender, es cómo hará para mantenerlo, al frente del heterogéneo movimiento justicialista, siempre demasiado diverso, y con muchos dirigentes atentos a sus proyectos personales.

Crisis
Por ahora, la ex presidenta decidió blindar su discurso contra el poder que la proscribe y contra el presidente Javier Milei, aunque sin concentrarse en el personaje. En Argentina todos saben que la vendetta permanente contra Cristina va mucho más allá que la triste caricatura que ocupa actualmente el sillón de Rivadavia.
Advierte que su detención e inhabilitación no mejorarán las penosas condiciones a las que Milei somete a las mayorías argentinas. Más allá de la inflación relativamente controlada y el dólar planchado, un repaso por indicadores duros de la economía muestran una desesperante caída en el consumo de alimentos y productos esenciales. No menos temible es la retracción de la pequeña y mediana empresa, en una espiral de carestía que recién comienza.
Hasta ahora, de esas situaciones críticas la Argentina ha salido por el lado del peronismo. Tal vez esa sea la apuesta de Cristina al frente de justicialismo, ahora proscrita y con prisión domiciliaria. Tal vez, solo tal vez, no alcance sólo con eso, ante una ultraderecha que -ya lo ha demostrado- no tiene empacho en llevarse por delante las instituciones que hasta hace nada defendía como propias.
El regreso de Perón tras su proscripción fue el resultado de un largo proceso de resistencia. Y los tiempos, claramente, han cambiado. Vaya que cambiaron. ¿Alcanzará ahora para el final de esta pesadilla probar -con muchos nombres ya conocidos y sin Cristina- en los turnos electorales siguientes? La apelación de la dirigente a la militancia, en su mensaje tras el golpe cortesano parece ir en ese sentido.
Sin embargo, en paralelo crece una resistencia al saqueo mileisista, blindado mediáticamente por los mismos que buscan eliminar a Cristina. Una resistencia compleja y difícil, que tiene que enfrentar, primero, la brutal represión de la ministra Bullrich y sus fuerzas de seguridad. Pero es la calle el lugar donde, a la corta o a larga, el poder que ahora festeja el éxito del embate se queda sin fuerza y sin estrategia. Ejemplos sobran.