Comunicación integradora y liberadora: ¿una utopía?

ANA CRISTINA CHÁVEZ | Respiramos comunicación, ella está presente en cada poro de nuestra piel, en la luz del día y hasta en el resplandor de la luna. El universo todo, con sus aromas, tonalidades y texturas, comunica, y en su accionar diario se entabla un diálogo entre quienes convivimos en y a través de él.

Aporrea

Así como el cantante es consciente de su respiración; el pintor, del color y la composición; el arquitecto, de las dimensiones espaciales o el bailarín, de su cuerpo como instrumento de expresión, el ser humano como profesional de cualquier disciplina debe tomar conciencia de la comunicación y el lenguaje como medio de interacción con el mundo que lo rodea y del que forma parte.

En este orden de ideas, Barrera Morales (2005), afirma que “la comunicación es la característica propia de la esencialidad humana capaz de propiciar la relación entre sí misma y con otros, como también capaz de plenar de contenidos la relación, en la búsqueda personal y conjunta del sentido de las cosas”.

De esta manera, comparto la visión del ser humano como un ente comunicativo y complejo, pues entendemos que el ser humano es, en sí mismo, comunicación, y que se realiza a través de la comunicación, definiendo sus relaciones, cultura, acciones y modo de vida, siendo por tanto, capaz de desarrollarse y satisfacer sus necesidades en y desde la comunicación.

Al comprender que los seres humanos nos realizamos en la convivencia con otros, que son nuestros iguales, la manera de ver las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales y espirituales, debe corresponderse con esta filosofía de vida. En Venezuela, a la luz del nuevo milenio, iniciamos un proceso de transformación sustentado en el cambio de conciencia hacia una sociedad socialista, por lo que el Plan Nacional Simón Bolívar 2007-2013 fomenta la comunicación dialógica, participativa, horizontal y democrática.

Y es precisamente en este tipo de comunicación, donde el ser humano organizado como Poder Popular, es el protagonista de su propia transformación, personal y de la sociedad, fomentándose la conciencia del pueblo comunicador y la necesidad de contar con unos medios de comunicación al servicio y en manos de los colectivos comunitarios.

Sin embargo, para ello se necesita formar a esos hombres y mujeres en el uso adecuado de los medios comunicativos y el lenguaje, convirtiéndose las universidades -de la mano con las comunidades- en el escenario ideal para propiciar la educación de esta comunicación necesaria.

Pero antes, nos corresponde a los docentes y a los connotados eruditos de la academia, reflexionar sobre nuestra práctica pedagógica. ¿Qué enseñamos o qué pretendemos enseñar? ¿Acaso simulamos enseñar y no aprendemos? ¿Qué es para nosotros el Lenguaje y la Comunicación? Estoy clara que no es sólo ortografía, gramática, sintaxis o lecto-escritura; sé que va más allá de eso ¿pero hasta dónde llega?

Ya lo expuse al inicio del texto: la comunicación y el lenguaje están presentes en todos y cada uno de los aspectos de la vida, si no fuera así ¿cómo fomentar la integración, el trabajo colectivo, la memoria histórica, el rescate de los valores culturales y espirituales en una sociedad, sin la comunicación y el lenguaje? ¿la transmisión de conocimientos científicos-técnicos y humanistas cómo se logran si no es a través de la comunicación? ¿Y el tan cacareado diálogo de saberes entre universidad y comunidad dónde queda sin el lenguaje y la comunicación?

Entonces me pregunto: ¿Por qué relegar a Lenguaje y Comunicación en la matriz curricular de los Programas Nacionales de Formación (PNF), en el marco de la transformación universitaria en Venezuela?

Realmente la práctica contradice la teoría, el marco legal que sustenta a los PNF, la Ley Orgánica de Educación, el documento rector de la Universidad Politécnica y la concepción filosófica de la nueva universidad que debemos construir. Tal vez la respuesta a mi interrogante esté en la certeza de que necesitamos urgentemente cambios conceptuales en la unidad curricular Lenguaje y Comunicación, en la manera de enseñarla, de aprenderla y de compartirla.

Por tanto, el cambio pasa primero por nosotros como docentes, porque hay que transformarse para poder transformar. Debemos entender que los estudiantes –o los educandos, al mejor estilo de Freire- integran ese Poder Popular, ese pueblo organizado al que hice referencia, ellos no viven aislados, sino en comunidad y son agentes transformadores de la sociedad, por lo que deben reconocerse como tales.

En consecuencia, nos corresponde a los educadores despertarles esa llama, para que no sean simples espectadores y meros reproductores de las ideologías impuestas por los entes hegemónicos tradicionales del capitalismo voraz.

Los docentes no podemos ser simples dadores de clase, ni convertirnos en los dueños o secuestradores del conocimiento, debemos “dialogar” con el educando, alimentándonos de sus ideas, para la construcción del saber en colectivo.

Tal como afirma Freire, citado en el Documento Constituyente de Universidad Politécnica (2008) “el educador ya no es sólo aquel que educa, sino también aquel que es educado por el educando en el proceso de educación, a través del diálogo que se sostiene… Es así como ambos se transforman en sujetos centrales del proceso en un crecimiento mutuo… Ahora, ya nadie educa a nadie, así como tampoco nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan en comunión, mediatizados por el mundo”.

Por eso, hay que practicar la comunicación para la integración social y la libertad del ser humano, ya sea en el aula de clase, en la comunidad, en la iglesia, en el campo, la montaña o en el mar. En cualquier lugar donde nos encontremos, debemos reconocernos en el otro y dialogar con lo que alberga en su corazón, en su cerebro y en sus manos; debemos ser educadores para liberar conciencias y espíritus. Debemos ser educadores en todo el sentido de la palabra y predicar con el ejemplo, emulando a Simón Rodríguez, para así formar a los presentes y futuros libertadores de esta patria grande.

*Periodista y docente del IUTAG.