¿Cómo Israel malinterpretó a Irán y desveló sus propias fallas existenciales?

64

Zakariyah Zainab – Press TV

El Imperio Británico dio origen a la Anglo-Persian Oil Company (más tarde BP) en 1908, extrayendo ganancias colosales mientras dejaba a Irán en la pobreza.

En 1953, la CIA orquestó un golpe de Estado para derrocar al primer ministro Mohamad Mosadeq, quien se atrevió a nacionalizar el petróleo iraní, reinstalando al brutal Shah para salvaguardar los intereses occidentales.

El plan era claro: Irán debía servir como un pilar obediente de control sobre Asia Occidental, garantizando la seguridad de Israel y expandiendo la hegemonía occidental.

Entonces llegó 1979.

La Revolución Islámica hizo añicos décadas de diseño imperial, no sólo en la región sino a nivel mundial. Estados Unidos y sus aliados respondieron con una guerra impuesta de ocho años, apoyando al dictador iraquí Saddam Hussein en una campaña brutal para aplastar la recién adquirida soberanía de Irán.

Cuando también fracasó esa vía, Occidente recurrió al estrangulamiento económico, la desinformación y las operaciones encubiertas, todo con el objetivo de evitar que Irán se convirtiera en un modelo de resistencia para otras naciones.

Este es el contexto en el que debe entenderse la reciente guerra de agresión israelo-estadounidense.

La Tormenta de Al-Aqsa y el desmoronamiento de los antiguos planes

La operación del 7 de octubre fue un terremoto que alteró los cálculos de las potencias regionales y globales. Para Israel, representó una oportunidad para eliminar de una vez por todas a su adversario más formidable. El primer ministro Benjamín Netanyahu, un hombre aferrado al poder en medio de cargos por corrupción y una coalición extremista, vio en la guerra perpetua su tabla de salvación.

Primero Gaza. Luego, Cisjordania ocupada. Después Líbano, donde Israel asesinó al liderazgo superior de Hezbolá y ejecutó uno de los mayores atentados terroristas conocido como el “incidente del buscapersonas”, con el fin de reconfigurar el panorama político a uno más sumiso.

Siria, ya fracturada por décadas de guerra diseñada por Occidente, se convirtió en el siguiente campo de batalla. Turquía desplegó sus propios apoderados, el ejército sirio desertó de sus puestos, Al-Asad huyó, Irán se vio obligado a retirarse y Siria cayó.

Con fuerzas estadounidenses en Irak, bases israelíes en Azerbaiyán y presencia de la OTAN en Turquía, Irán quedó rodeado. La batalla ya no era en sus fronteras; estaba en su umbral.

Irán entendió que era el siguiente.

La jugada estadounidense y la respuesta fulminante de Irán

Tras la inesperada muerte del presidente Ebrahim Raisi, asumió un nuevo gobierno en Teherán y se reanudaron negociaciones indirectas en Omán, ofreciendo una tenue esperanza de distensión. Pero el 13 de junio, apenas días antes de la sexta ronda de diálogos, Israel lanzó una ofensiva relámpago con respaldo estadounidense: asesinó a generales de alto rango, científicos nucleares y civiles. Puso a prueba la determinación de Irán.

El plan era simple: decapitar el liderazgo militar iraní, paralizar su capacidad de respuesta y ganar tiempo para una ofensiva a gran escala. Estados Unidos y sus aliados defendieron a Israel y elogiaron el ataque como un golpe preventivo exitoso. Pero no lo fue. Fracasó.

En menos de 12 horas, cada general iraní asesinado fue reemplazado. La represalia de Teherán fue rápida y devastadora. Misiles llovieron sobre posiciones israelíes sensibles y estratégicas, y a pesar de la férrea censura israelí, fuimos testigos de cómo los misiles iraníes convirtieron los territorios ocupados en escenas reminiscentes de Gaza.

El mundo observó con asombro cómo la República Islámica de Irán, sola pero unida y resistente, con armamento de fabricación propia, contraatacó con impresionante potencia y precisión.

Cuando Estados Unidos intervino desplegando bombarderos furtivos para atacar instalaciones nucleares, no sorprendió a nadie. Esta siempre fue una guerra estadounidense; Israel sólo actuaba como brazo proxy.

Cuando los tomadores de decisiones en Washington comprendieron que su régimen cliente estaba al borde del colapso, intervinieron directamente. Esta intervención directa reveló sólo una cosa: desesperación, tanto en Israel como en Estados Unidos.

Pero, aun así, Irán demostró su resiliencia. La instalación de Fordo permanece intacta, según confirmó la inteligencia estadounidense. El material nuclear ya había sido trasladado a un lugar seguro. Y Teherán rompió relaciones con la AIEA, negando a Occidente toda visibilidad sobre su programa.

Durante 12 días de enfrentamiento, Irán logró una victoria contundente contra EE.UU. y el ente sionista, demostrando su superioridad frente al eje de agresión estadounidense-israelí.

La ilusión del cambio de régimen

El complot para derrocar el sistema (nizām) en Irán ha existido desde la Revolución Islámica de 1979, y esto resultó ser el segundo error de cálculo de Israel. No solo apostaron a generar caos interno, sino que dependían de ello.

Durante años, Tel Aviv invirtió en redes de propaganda en lengua farsi, fomentando sentimientos antigubernamentales para fracturar la unidad iraní. Pero ocurrió lo contrario.

El pueblo iraní, pese a diferencias políticas menores, se alineó con sus fuerzas armadas y con la bandera nacional. Ciudadanos denunciaron células durmientes del Mosad, lo que condujo a miles de arrestos.

El sueño de un cambio de régimen se evaporó frente a la solidaridad nacional.

Mientras los tambores de guerra comienzan a silenciarse y la agresión sionista se detiene —por ahora—, la gran pregunta es: ¿quién ganó más en esta ronda? ¿Qué ganó Irán?

La coalición del mal estadounidense-israelí-occidental imaginó que había llegado el momento de asestar un golpe definitivo a Irán, con el objetivo de sumir a toda la región en una era de sumisión, humillación, degradación, dispersión, decadencia, dependencia, atraso, conflictos y discordias.

El fin del mito de la invulnerabilidad israelí:

El mito de que Israel es invencible ha sido destruido. Los misiles iraníes demostraron que pueden alcanzar cualquier objetivo, enviando un mensaje claro: la entidad colonial de colonos ya no es intocable ni está a salvo.

Una nación unificada:

Irán demostró que, cuando la soberanía está amenazada, las divisiones internas se desvanecen. El pueblo se alineó con su ejército, su liderazgo y su revolución.

Realineamiento global:

Rusia y China, conscientes de que la caída de Irán las pondría en la mira, ahora tienen más incentivos para proporcionar armamento avanzado: defensas aéreas, cazas y más.

El Eje de la Resistencia se fortalece:

De Gaza al Líbano, de Yemen a Irak, el Eje de la Resistencia está más sólido que nunca. Las afirmaciones de que Hezbolá estaba acabado o que no hizo lo suficiente deben ser descartadas. El eje está unido y opera como uno solo hacia un objetivo común.

El devastador ataque de represalia de Irán contra una base militar estadounidense en Catar no fue teatro. Fue una advertencia clara: cualquier nación que aloje o facilite la agresión estadounidense pagará un precio.

¿Cuál es el objetivo de Irán?

Con base en la estrategia empleada desde la Revolución Islámica de 1979, parece que Irán está jugando al largo plazo.

La aceptación del alto al fuego, declarado unilateralmente por el régimen israelí debilitado, es parte de esa estrategia. Irán emergió intacto. Estados Unidos e Israel, pese a su poderío bélico, no lograron sus objetivos: no hubo cambio de régimen, ni desmantelamiento del programa nuclear, ni derrota de la resistencia.

En cambio, exhibieron sus debilidades. Estados Unidos tuvo que intervenir directamente, señal de desesperación, no de fuerza. Israel, antes visto como el poder imbatible de la región, ahora enfrenta una pregunta existencial: ¿qué sucede cuando falla la disuasión?

Irán, por su parte, está comprometido con el largo plazo. Sabe que el legado no se forja en una sola batalla, sino en la perseverancia. La región está siendo transformada. El rumbo que tome aún no está escrito. Pero una cosa es segura: las reglas del juego han cambiado.

Periodista y analista geopolítico especializado en asuntos de Asia Occidental y África.