Comandante eterno de la historia en sus 86
CARLOS MALDONADO | Muy pocos líderes a nivel mundial en este momento histórico, tienen la talla de Fidel. Empezando porque muchos de ellos no logran aglomerar alrededor suyo más que a sus amigos y algunos colaboradores enajenados por su avaricia y ambición. En pocas palabras, comprados.
Carlos Maldonado – Barómetro Internacional
Tal es el caso de los que encabezan los gobiernos amansados por el Imperio. Razón por la que debería cuestionarse si realmente merecen el apelativo de líderes. Fidel, cuya figura saltó a la palestra pública global con el fracasado intento de tomar el cuartel militar de Moncada en Santiago de Cuba, hoy convertido en la Escuela 26 de julio, luego demostró sus dotes de líder auténtico al encabezar, a partir de ese supuesto fiasco, la Revolución exitosa que se convirtió en la mayor afrenta del Imperio estadounidense a escasos 150 kilómetros de su territorio instalada en una minúscula isla a la cual esos imperialistas consideraban su prostíbulo y casino.
Continuación de una empresa inconclusa que otros líderes de la talla de Martí, Maceo, Gómez, García y otros no lograron finalizar. Isla, que luego de esa revolución, se catapultó a la estatura de nación dejando atrás la pústula colonial que el imperio español y luego el yanqui, le impusieron. Denigración que luego de haberse librado de ella los cubanos, sus opresores no les perdonan.
De ahí, su enjundia y paroxismo al imputarles un bloqueo económico que en un principio creyeron doblegaría y rendiría por hambre a su valeroso pueblo. Sin embargo, ese chasco es continuamente apabullante y el anacronismo es parte de ese espíritu caduco en que se revuelcan los que usurpan el gobierno de esa nación que una vez brilló bajo la visión de sus padres fundadores pero que ahora es sinónimo de imposición y engaño cuando se agotaron hace rato sus argumentos de democracia y honrados principios.
Mientras el imperio se resquebraja por la presión de sus propias contradicciones y estafas, la imagen de Fidel junto a su pueblo, luego de la de un intrépido líder revolucionario se ha trastocado con el concurso de los años, en la de un padre prudente, benévolo pero firme en sus convicciones. Humilde pero altivo, solidario pero intransigente cuando de defender los derechos de los pueblos se refiere.
Incluyendo los del pueblo estadounidense explotado, abrumado y engañado por sus propios gobernantes. Cuando esos gobernantes, más no líderes, se desplazan a uno u otro lugar del planeta, los recursos para resguardar su seguridad se traducen en sumas estratosféricas y aparatajes de contención espectaculares de kilómetros a la redonda de donde estarán pues el odio que han cosechado alrededor del mundo está en relación a esa inmensidad.
A diferencia de líderes de la envergadura de Fidel que, de lo único que se han tenido que cuidar es de esos sátrapas que han hecho de su asesinato una misión obligada pues su brillo los opaca, los baños de pueblo son repetitivos y anecdóticos. Los pobres quisieran tocarlos, demostrarles el amor que les profesan con abrazos y besos. Sus rostros acompañan sus marchas y manifestaciones como íconos de rebeldía e inconformidad con el “estado” de las cosas como las han proyectado los tiranos.
Por eso, a pesar de sus 86, Fidel jamás morirá como no lo han hecho el Che, Gandi, Jesucristo, para nombrar solo algunos. Porque la santidad de estos se mide en la firmeza y la pulcritud de sus actos y no en la magnificencia de sus posesiones. En su ejemplo diáfano y no en el poderío sobre el que se sientan. Cuba es hoy una nación digna e inexpugnable por la estatura a la que la guío Fidel que a su vez fue formado por ese pueblo indómito.
Dialéctica que los sesudos ideólogos al servicio de los imperialistas jamás podrán entender o no quieren entender, que es peor. Pequeños misterios que se pierden en las sinuosidades de la filosofía humana tan compleja y tan sencilla a la vez que por el bullicio del consumismo no pueden percibir los magnates. Fidel es una autoridad cuya autoridad se finca en la verdad de su ejemplo; en que sus actos jamás han sido fruto de la hipocresía ni la mezquindad.
Al contrario, su palabra es consecuencia de sus actos; la autocrítica y la rectificación, parte insustituible de su carácter. La defensa de los principios su cotidianidad a la que ni sus propios enemigos han podido poner objeción ni encontrado paja alguna. Fidel, Fidel, por ello ahora sí sabemos, porque el imperialismo no puede con él. ¡Feliz cumpleaños Comandante Eterno de la Historia! [email protected]