Colombia: Paz Total, entre bastidores

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Un río torrentoso, con su lecho cubierto por cortantes piedras, con traicioneros rápidos que llevan a cascadas de incontrolable potencia, así fluye la Paz Total, la propuesta más ambiciosa del gobierno de Gustavo Petro.

Sobre sus aguas, en kayak, obligado a constantes y variadas maniobras, va el Presidente sorteando esas bravas aguas, en ocasiones con destreza, en otras con inseguridad, y arrastrado en no pocos momentos por la mismas, con pérdida del control de la embarcación y salvado de golpe mortal por el casco que protege la cabeza, así como por el chaleco que recubre su tórax.Paz Total, entre bastidores

No es para menos. A pesar de saber de los rápidos que caracterizan este extenso caudal de agua, con cascadas y saltos de variadas alturas y fuerza, decidió recorrerlo, adentrándose por uno y otro de sus brazos, pretendiendo llegar a un final feliz con la canalización simultánea de las energías de los variopintos actores del conflicto, hacia la construcción, en paz, de un mejor país.

Una pretensión preñada de buenos propósitos –como dicen que está empedrado el camino al infierno– aunque no así de los mecanismos, recursos y circunstancias nacionales y globales suficientes para hacer realidad la Paz Total, el objetivo central buscado al negociar en simultáneo con todos los actores del conflicto:

No es para menos. Mientras en el brazo insurgente son más nítidos los obstáculos por sortear en todo momento, no sucede igual cuando las aguas son paramilitares, de narcos, como tampoco al tratarse de bandas delincuenciales que por decenas operan en algunas ciudades del país. Es por ello que, aunque con debates gruesos en proceso de trámite, rápidamente alcanza acuerdos para negociar el litigio con el Eln, y de alguna manera con las Farc (EMC).

Al fin y al cabo, es conocido el origen profundo de su alzamiento en armas y el sentido de sus exigencias reformistas. Tales acuerdos no son de fácil trámite y mucho menos de sencilla concreción, y, por ello mismo, espacio para navegar por momentos con tranquilidad y en otros arriesgando reventar el kayak contra una afilada e inesperada piedra que asome en cualquiera de las curvas que caracterizan el zigzagueante río Colombia.

Pero no sucede lo mismo con paramilitares y con narcos puros, al igual que con las bandas. Los primeros, un cuerpo armado con siniestro origen estatal y protección a cargo de diversos factores del poder –político y económico– que reina en Colombia. Hijos de un modelo económico dependiente, extractivista, especulador, prolongador del poder terrateniente, con altos dividendos para minorías que pretenden profundizar y ahondar su control sociopolítico en amplias zonas del país. Su expresión más clara, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia, hoy conocidas como Clan del Golfo, con lazos cada vez más entrelazados con factores internacionales del negocio narco, sin estar excluidos muchos intereses que representan las agencias internacionales de espionaje, soporte de poderes globales como la DEA. El Clan es un instrumento cada día más visible, de control social y de protección de los intereses y actores tradicionales del poder realmente imperante en Colombia.

Nada de esto es desconocido para quien se adentró por estas encrespadas corrientes, tratando de sacarle lo mejor de sus impulsos. Entonces, ¿cuáles serán los intereses ciertos que lo animan a ello? Los pocos e inestables avances alcanzados en este brazo del río dan luces sobre por qué lo conversado no termina en acuerdos duraderos.

Los segundos, negociantes de las debilidades humanas, comerciantes que se sienten –y en ocasiones lo son– industriales nacionales con vocación global, con un solo propósito: vender cada día más y ganar cada día más, para lo cual penetran las estructuras del Estado, corrompen a centenares de sus funcionarios e instrumentalizan a sectores de las Fuerzas Armadas. Si para la concreción de sus propósitos requieren rodearse de bandas que los protejan y garanticen el flujo de sus mercancías y ganancias, las integran, las arman y las financian. En ocasiones, pueden estar asociados con paramilitares, aunque no sea así en todos los casos.

Por tanto, ¿qué razones e intereses podrían motivar a quienes amasan fortunas incalculables, multiplicadas mes a mes, para negociar el desmonte de sus ‘emprendimientos’? ¿Será posible hacer realidad la quiebra de tan lucrativo negocio, y por lo tanto la creación de factores reales para tramitar su terminación sin, de manera simultánea, intervenir los poderes globales que actúan sobre el mismo?  Y, al mismo tiempo, ¿podrá ganar más que opinión pública el conductor del kayak, con una oferta de algo que el tiempo y las dinámicas que vivimos a nivel local y global parecen certificar son efímera fantasía? Es claro que mientras la guerra sea un negocio de alta rentabilidad, difícilmente quedará atrás.

Los terceros, aunque en sus mayores desarrollos también pueden estar relacionados con paramilitares, así como con narcos –ejecutando ‘servicios’ al mejor postor–, no siempre es así. Con el propósito de rebuscar dinero a como dé lugar, pueden realizar acciones como sicariato, robo de carros, asalto a viviendas de personas acaudaladas, control de territorios, cobro de vacunas, etcétera. En la ejecución de sus acciones, pueden entrar en disputa y quedar altamente tensionados con otras bandas. Las que operan en Buenaventura, Quibdó, Medellín, Cali, son las que han salido a la luz pública como contactadas y con ciertos logros en pos de la Paz Total.

Lo amorfo de sus acciones, y el propósito de las mismas, es algo que tiende sombras sobre su posible desmantelamiento, algo improbable sin transformar el modelo económico que riega el país de barriadas miserables y miles de jóvenes sin acceso a estudio o trabajo digno, y, por tanto, sin conexión con el deseo de un país otro. Ellos son y serán la más clara expresión del capitalismo salvaje, del individualismo resumido en el lamentable decir de sálvese quien pueda, como pueda, y todo vale.

No es casual, por consiguiente, que los avances alcanzados con algunas de estas bandas sean sol meridiano en medio de días de invierno: brindan ilusión pasajera, pues dura poco lo alcanzado en los contactos sostenidos con el Gobierno y con las bandas oponentes, o entre quienes se disputan territorios y negocios.

Es así, podemos decirlo sin riesgo de errar –como con seguridad lo saben quien maniobra en el

kayak y quienes lo rodean–: en este brazo del caudaloso río por donde sortea aguas rápidas y otros obstáculos, no habrá logros que se prolonguen en el tiempo ni que les permitan a cientos de miles de jóvenes, en ciudades principales y secundarias, vivir sin el azote de la vacuna, de las fronteras invisibles, de la amenaza, del terror que infunde su arma al cinto. Lo que podría permitir son logros parciales y transitorios para crear expectativas y generar opinión pública favorable, abriendo más espacios para que la Iglesia haga lo de siempre: aplicar paños de agua tibia en lesiones corporales que requieren mucho más que eso. Pero no mucho más.

Es así como volvemos al curso de agua insurgente, el único con posibilidades de encauzarse hacia acuerdos de largo aliento, siempre y cuando, como lo reclaman las fuerzas alzadas en armas, se tomen medidas estructurales en lo económico y lo político, que den cuenta de los factores reales que los motivaron a enmontarse.

Habrá que recordar que en el país, y desde hace décadas, es evidente que hay dos modelos socioeconómicos y políticos en disputa. Uno de ellos, con raíz campesina y de barriadas popular-urbanas, tiene expresión en las insurgencias. Otros varios factores laten y son indudables en tal realidad, reunidos en el acuerdo firmado con las Farc en el Teatro Colón en 2016, y ampliados en las propias agendas del Eln y del EMC-Farc, parte de los cuales, para su trámite y resolución, exigen la discusión y el delineamiento de agendas y formas de concretarlas con el amplio cuerpo social, tanto en territorios rurales como urbanos.

Estos asuntos no son de poca monta ni de fácil trámite, y mucho menos de sencilla concreción, lo cual hace improbable que se puedan sellar como parte de un acuerdo de paz duradero, como lo anunció el Presidente en su momento, por plasmar en el primer semestre del año 2025. En tal anuncio late el afán propagandístico y electoral, toda vez que semejante éxito sería realización suficiente para reelegir la continuidad de un gobierno progresista.

Entre tanto, más allá de las buenas intensiones, los tropiezos no superados hasta ahora de manera plena con cada una de las partes y, por tanto las distancias prevalecientes y visualizadas de tanto en tanto en las negociaciones, lo incipiente de lo avanzado, el descontento que late en las Fuerzas Armadas con la manera como se están tramitando estos procesos, las presiones del capital nacional e internacional, entre otras realidades y actores que inciden en la vida nacional, permiten atisbar la desilusión como fruto más probable por recoger en el tiempo indicado. La paz, mucho más total, parece seguir esquiva.