Colombia, culto a la criminalidad

Desde Abajo

Varios sucesos, uno de vieja data y otras noticias recientes, nos permiten preguntarnos por nuestro ser cultural y con ello por las raíces que le dan espacio social a la criminalidad y a la ilegalidad en nuestro país, entre otros al narcotráfico, a la galopante corrupción, así como a la nefasta relación entre política, narcos, multinacionales y empresariado en general, todo lo cual aplasta mucho más la irrelevante democracia formal vigente en nuestro país.

Los sucesos van de lo cómico a lo trágico, aunque entre risas y llanto los poderosos de todos los matices que tensan las riendas del poder en Colombia, se blindan para prolongar el dominio real que ostentan hoy sobre más de 50 millones que habitamos esta esquina de Suramérica, con puente sobre Centroamérica.

Lo cómico

Filtrado por Daniel García Arizabaleta, Óscar Iván Zuluaga, candidato presidencial por el Centro Democrático en la campaña del 2014, evidencia en sus propias palabras el nivel de ambición personal, descomposición ética, amoralidad, individualismo, capacidad teatral, que ostentan los políticos profesionales, en especial de la derecha, como de una izquierda que de roja no tiene sino el tinte de las moras –recordar al difunto Samuel Moreno, a su hermano y otros tantos que de colectivo y servicio al pueblo no sabían ni estaban interesados en saber nada, pero con lengua bien aceitada y cintura futbolera supieron endulzar oídos y abrirse espacio como líderes alternativos, un suceso vergonzoso que amerita un estudio riguroso sobre lo que debe ser la política de izquierda en los tiempos que cursan, en los que la supuesta defensa de lo público parece rendirse ante el voto y el dinero.

El señor Zuluaga, como antes otros de su estirpe ligados y financiados por narcos y el capital empresarial privado, defendió en diversidad de espacios públicos y privados su pulcritud –“por que la mujer del César no solo debe ser honesta sino parecerlo”.

Una pulcritud todavía más obligante para un militante del Centro Democrático, el altar de la santidad y el pacifismo en Colombia, así como paladines de la defensa de los derechos y de la vida en justicia de las mayorías nacionales.
Bien, como personaje debido a una colectiva donde lo particular es lo fundamental –para ser consecuentes con el neoliberalismo–, sin acordarse de la defensa a que les obligó Ulises a sus marineros al paso frente a las sirenas, puso fino oído a la oferta de millonario apoyo para su campaña por parte de Odebrecht, empresa pública brasileña que se abrió espacio por diversidad de países aceitando con dólares decenas de personajes de la vida pública. Y como todos lo hemos visto, los padres de la patria gringa que traen su rostro estampado en los billetes verdes le pican el ojo, de especial manera, a lo que hoy se conoce como CEO, son coquetos y conquistadores.

Rota su santa pulcritud al conocerse de viva voz que había recibido cuantioso apoyo por debajo de la mesa, este personaje salió corriendo a notaria y traspasó a su esposa parte de sus propiedades, y se deshizo por otras vías de otras. Ríase, tres días antes de ser llamado a descargos, lo que más le preocupa no es que lo encarcelen sino perder lo comprado con dineros que iban para la campaña electoral pero que por arte del jueguito de la bolita –aquella escondida entre tres tapas– terminó en el bolsillo del vencido en justa electoral por Juan Manuel Santos, que todo parece indicar que no le hace justo honor a su apellido.

Y aunque la prueba reina de su violación del código penal descansa en su propia voz, una vez la fiscalía lo inculpa el pulcro peón de Uribe y compañía no se acoge a cargos, tampoco su gerente de campaña, supuestamente “gancho ciego” en esta causa.

En un perverso juego de cuánto ofrezco –a quién delato o qué entrego– y cuánto me ofrece la Fiscalía, este personaje calcula ahora entrar en un prolongado proceso judicial en medio del cual termine condenado a una pena no tan larga y posible de pagar –como es debido para los honestos y brillantes líderes y ricos de este país– en casa, vigilado no por la guardia penitenciaria en cada uno de sus movimientos sino por su esposa y familia, sin riesgo de ser amenazado ante el más pequeño desliz por quien porta el bastón de mando ni obligado al sueño tempranero en celda hacinada.

Es la recompensa ante la buena conducta de los próceres de la patria. En justicia, ¿Debería ser de otra manera?

Lo trágico

Tras pagar 6 años y 8 meses de prisión por dejarse endulzar con los billetes del Tío Sam que Odebrecht le deslizó en sus bolsillos (cohecho y tráfico de influencias), el “líder social”, político y politiquero, conocido como “Ñoño Elías”, regresó y fue recibido en Sahagún (Córdoba) como héroe. Con otros 8 años de encierro también fue condenado por concierto para delinquir y lavado de dineros y ambas causas acumuladas. Favorecido, cómo no, por buena conducta y colaboración con la justicia. Seguro también se favoreció por haber dictado clases diarias a sus compañeros de presidio sobre cómo enriquecerse sirviendo como político a los más pobres. ¡La justicia no desampara a quienes lideran este tipo de luchas!

El siete de julio no será olvidado en esta región del norte del país, con seguridad será tramitada iniciativa en el concejo municipal para que por ordenanza sea reservado como día de honor. Adelantándose a ello, cientos de personas llenaron las calles para manifestarle su gratitud por haber engrandecido el nombre de su terruño. Así, sus paisanos, tal vez movidos por los hilos secretos de la U, partido al cual pertenecía, o por los poderes reales que controlan y amasan tierra, más comercio y otros negocios por allí, vitorearon y celebraron que el hijo de esta ilustre comarca, que había registrado en letras de molde y para la historia escolar de las nuevas generaciones y hecho realidad que “el que menos corre vuela”, regresara a la libertad, aunque por ahora condicional.

En todo caso, el encierro vivido no fue tan drástico, no como el que padecen los de ruana, pues el personaje –¿Cómo podría ser de otra manera?– pagó una parte de su condena en guarnición militar –con derecho, incluso, a participar de las jornadas matutinas de orden cerrado y gimnasia americana, y así guardar la forma–, y otra parte en prisión municipal, en la que, con seguridad, como amo y señor en aquellas tierras no era vigilado por la guardia penitenciaria sino que él les pasaba revista y les indicaba qué traerle y cómo custodiarlo.

¡No hay derecho!

Con seguridad eso dijo El Osito, cuando fue conminado por autoridad municipal a que derrumbara la casa museo que había construido para guardar la insigne memoria de su hermano Pablo Escobar, prohombre que sembró de edificante ejemplo la memoria nacional.

El Osito, como buen negociante, aprovechó el morbo que aún despiertan las “hazañas” de su hermano, no solo entre paisanos sino también, y con especial curiosidad entre turistas extranjeros que desde hace años, y en creciente año tras año, llenan las calles de la capital paisa.

En el recorrido de la memoria de quien industrializó la coca e hizo del polvo blanco el bastión para una colosal fortuna, ansiada por banqueros, industriales y comerciantes de todo tipo que le hicieron antesala y lo protegieron de diversas maneras, podían verse fotos del personaje ahora trasformado en protagonista de una película para ingenuos, que recogían desde su niñez y hasta su edad madura, incluyendo algunas de sus momentos iniciales como piloto fracasado en carreras de automovilismo. Pero también, para alimentar más el espectáculo, ver partes de autos usados por el personaje y que habían sido impactadas por varios disparos, así como registros fotográficos de su estadía en La Catedral, “cárcel” hecha a su medida, y de la cual salió cuando así lo vio necesario.

Como cualquier museo, todo bien ordenado, reposaban allí todo tipo de amuletos como si fueran tótems, para que al verlos el visitante dejará escapar un brillo en sus ojos y así comprara al final del recorrido suvenirs para llevar de regreso a su país y mostrar con orgullo que había estado en la casa del héroe paisa, que llegó a serlo de todo el país, hasta que entró en desgracia con una oligarquía que te utiliza hasta cuando le eres útil, y te suelta para que no te llegues a creer lo que no eres, para que no olvides que eres una “cucaracha resucitada”.