China-EEUU: Un cese al fuego que no es acuerdo de paz

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Vijay Prashad

El miércoles 15 de enero, China y Estados Unidos acordaron suspender su guerra comercial a gran escala. Desde febrero de 2018, Estados Unidos impuso aranceles a los productos chinos que entraran a su mercado, y luego China contraatacó. Este juego de “ojo por ojo” continuó casi por dos años, provocando una alteración enorme en la cadena de valor.

En octubre de 2019, la Nota de Vigilancia del G-20 del Fondo Monetario Internacional señaló que el PIB mundial sufrió una caída de 0,8% solamente debido a los aranceles sobre productos como el aluminio, el acero, la soya y las piezas de automóviles entre Estados Unidos y China.

Los ataques occidentales a la tecnología china de 5G —y a la empresa de tecnología Huawei— son parte de la presión para que China se doblegue frente al orden liderado por EE.UU. Pero China no se sometió. Como preludio a la “fase uno” del acuerdo, el departamento del Tesoro estadounidense dejó de considerar a China un “manipulador de divisas”, término que ha acechado al país por décadas.

La suspensión de la guerra comercial viene acompañada una “fase uno” del acuerdo, cuyo texto incluye nueve capítulos sobre temas como los derechos de propiedad intelectual de los servicios financieros. Lo más relevante es que China ha aceptado dejar de pedir a las empresas que invierten en el país que compartan su tecnología, lo que significa un gran cambio en el modelo de desarrollo chino.

La “fase uno” del acuerdo es meramente una primera etapa de un proceso de negociaciones y enfrentamientos en desarrollo, que se espera que continúe por mucho tiempo. Si la “fase uno” sale bien, y si funcionan los mecanismos de implementación y diálogo, entonces los dos países pasarían a la “fase dos”. Lxs diplomáticxs chinxs dicen que no prevén un regreso inmediato al periodo previo al conflicto, es decir, antes de que la guerra comercial comenzara en febrero de 2018.

Las noticias de un potencial acuerdo comercial inmediatamente llevaron al FMI a modificar su proyección de crecimiento para China en 2020 de 5,8% a 6%. El secretario del Tesoro estadounidense, Steven Mnuchin, dijo que las cifras del PIB de Estados Unidos subirían a 2,5% en 2020 (aunque el FMI continúa prediciendo un 1,9% del PIB). Es probable que las bajas expectativas para la economía mundial (un 2,5% de crecimiento del PIB para 2020) también se modifiquen al alza para el año, aunque las predicciones de una grave contracción mundial siguen intactas.

Las CFO Signals de Deloitte para el cuarto trimestre de 2019 muestran que las empresas estadounidenses han comenzado a limitar más la inversión anticipándose a una grave caída —pero no una recesión— de la economía. Las empresas de EE.UU. perdieron al menos 46.000 millones de dólares producto de la guerra comercial comenzada por el presidente Donald Trump en febrero de 2018.

La presión de las empresas estadounidenses sobre la Casa Blanca y la necesidad de Trump de convertir su “victoria” en la guerra comercial en un asunto electoral llevaron a EE.UU. a la mesa. Hacia el último trimestre de 2018, la tasa de crecimiento económico de China era la más lenta desde 1990, por lo que el país estuvo dispuesto a discutir asuntos pendientes desde febrero de 2018.

Shi Guorui, The Yangtze River (El río Yangtze), 2013.

En el Dossier nº 24 del Instituto Tricontinental de Investigación Social —El mundo oscila entre crisis y protestas— hay una sección importante sobre el nuevo “mundo bipolar”. Es ampliamente reconocido que el poder de Estados Unidos se ha debilitado desde el ataque ilegal a Irak en 2003 y desde la crisis financiera mundial de 2007-2008. Al mismo tiempo, es difícil negar el rápido crecimiento de la economía de China y su creciente importancia en el escenario mundial.

Hace una década, cuando China y Rusia se unieron a Brasil, India y Sudáfrica para formar los BRICS, parecía que la arquitectura mundial estaba cambiando de la unipolaridad de EE.UU. (con sus aliados como portavoces del núcleo estadounidense) a la multipolaridad; sin embargo, con la profundización de la crisis en países como Brasil e India, la nueva arquitectura mundial —de acuerdo al Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Tsinghua— será bipolar, con EE.UU. y China como los dos polos del orden global.

Las tasas de crecimiento de China desde que comenzó la era de la reforma en 1978 siguen siendo desconcertantes. El intento por explicar esto ha dado lugar a una enorme literatura, parte de la cual es explicativa hasta cierto punto, pero la mayoría está llena de clichés.

El profesor Wang Hui de la Universidad de Tsinghua sugiere que el marco político de China no está alineado con el neoliberalismo ortodoxo, sino que ha surgido del compromiso del Partido Comunista Chino con la soberanía, de los inmensos avances en salud y educación en las primeras décadas del periodo revolucionario, del mejoramiento de la economía a través de la economía socialista de mercado del periodo, de las largas luchas en el campo para transformar las relaciones de la tierra, y del profundo pragmatismo de lxs comunistas (“cruza el río sintiendo las piedras”).

El profesor Hui advierte que las tensiones de la sociedad de mercado han comenzado a engendrar contradicciones nuevas y peligrosas en China. Una de las contradicciones abrumadoras son las amenazas de Estados Unidos.

Zhang Xiaogang, Bloodline – Big Family no. 4 (Linaje Gran familia nº 4), 1995..

Estados Unidos —acostumbrado a dominar— ha hecho su mejor esfuerzo para intentar controlar y prevenir el creciente rol mundial de China. Controlar a China significa intimidarla para que siga subordinada a los intereses económicos de EE.UU.: Washington acusó a Beijing de manipulación de divisas y trató de que revise su moneda en beneficio de EE.UU.; que esto no haya sucedido es un signo de que China no se doblegará ante la autoridad estadounidense.

Las acusaciones sobre la divisa fueron seguidas rápidamente por denuncias de que China ha forzado la transferencia de tecnología o ha robado propiedad intelectual, que ha impedido el acceso a servicios financieros, y que no recortará sus subvenciones industriales. Durante la última década, cada presidente de EE.UU. —George W. Bush, Barack Obama y Donald Trump— ha intensificado las acusaciones contra China y ha presentado su desarrollo como resultado exclusivo del engaño.

Cuando China se negó a aceptar las demandas de Estados Unidos y continuó desarrollando su proyecto económico —la Nueva Ruta de la Seda—, EE.UU. amenazó política y militarmente al país en distintos ejes, algunos de los cuales fueron desarrollados por Wu Xinbo, decano del Instituto de Estudios Internacionales en la Universidad de Fudan.

Estrategia Indo-Pacífico.

En 2017, Estados Unidos e India comenzaron a desarrollar una estrategia “Indo-Pacífico” que uniría a los dos países contra la Nueva Ruta de la Seda (que abarca Eurasia por tierra) y el Collar de Perlas (en el Océano Índico) de China. El primer documento sobre la estrategia Indo-Pacífico, producido por el departamento de Defensa de EE.UU. en junio de 2019, apunta sus dedos a China, de la que se dice que “busca reordenar la región a su favor potenciando la modernización militar, operaciones de influencia y una economía depredadora para forzar a otras naciones”.

Estados Unidos e India —junto con Japón y otros países más pequeños— van a crear un bloque para impedir la emergencia de China como potencia continental y mundial. No es irónico cuando el departamento de Defensa estadounidense alega sobre las “operaciones de influencia” y la “economía depredadora”, ambas políticas reconocidas de Estados Unidos (incluyendo la misma Estrategia Indo-Pacífico).

El uso de Taiwán.

El documento Indo-Pacífico promueve la defensa de Taiwán como un pilar esencial en la estrategia de Estados Unidos. China ha insistido hace mucho tiempo en presionar por el aislamiento diplomático de Taiwán y su eventual incorporación a China.

Al no tener una embajada en Washington, Taiwán cuenta —desde 1971— con un Consejo de Coordinación para Asuntos Norteamericanos y luego con la Oficina de Representación Económica y Cultural de Taipei, que Trump transformó en el Consejo para Asuntos Estadounidenses de Taiwán, un nombre que ha enfurecido a Beijing.

No solo Trump y sus oficiales han dicho que quisieran aumentar las relaciones entre EE.UU. y Taiwán; EE.UU. vendió a Taiwán cazas F-16  y ha respaldado completamente la reelección de Tsai Ing-wen del Partido Progresista Democrático —que reivindica la independencia de Taiwán de China— en las elecciones presidenciales de enero de 2020.

Liu Bolin, Hiding in New York No. 9 – Gun Rack (Escondido en Nueva York Nº 9Armero), 2013.

Hong Kong y Xinjiang.

El documento Indo-Pacífico del departamento de Defensa de Estados Unidos dice que EE.UU. —e India— tiene una “preocupación profunda” por el destino de la población musulmana en China; al mismo tiempo, EE.UU. ha dicho que apoya el movimiento de protestas en Hong Kong.

La preocupación sobre lxs musulmanxs chinxs no es creíble viniendo de EE.UU., donde la orden ejecutiva contra lxs musulmanxs (Muslim Ban) define su propia actitud, ni viniendo de India, donde el primer ministro Narendra Modi ha impulsado una política de ciudadanía y de refugiadxs que es claramente antimusulmana. Estados Unidos y sus aliados utilizan los casos de Hong Kong y Xinjiang para presionar a China.

}Los pueblos de Hong Kong y Xinjiang serían ilusos si creyeran que EE.UU. realmente se preocupa por la democracia y la población musulmana.En 1965, a instancias de muchos movimientos de liberación nacional y gobiernos en África oriental, la República Popular China comenzó a trabajar con ellos para construir el ferrocarril Tanzam o el gran ferrocarril Uhuru.

Este tren atravesó antiguas fronteras coloniales que aislaban a Zambia y mantenían a Tanzania alejada del interior del continente. Mao dijo a Julius Nyerere de Tanzania que —a pesar de la propia pobreza de China— como proyecto de liberación nacional, la Revolución china estaba comprometida a ayudar a sus compañerxs en África para construir el ferrocarril más largo del continente. Eso es lo que hicieron.

China en África.

Durante la última década, EE.UU. y Europa se han quejado de que China es el nuevo poder colonial en África. Es cierto que la inversión china en África ha aumentado astronómicamente, pero en muchos países el principal socio económico sigue siendo el viejo adversario colonial. No obstante, la narrativa de China como poder colonial no se trata de hechos, sino de servir un propósito: desacreditar la estrategia comercial china en el Sur Global y el desafío que implica para la hegemonía de EE.UU. y sus aliados.

El procedimiento actual de China está bien descrito en el Informe de Desarrollo Humano de 2013: “China está ofreciendo préstamos preferenciales y organizando programas de formación para modernizar la industria de la indumentaria y el textil en países africanos. China ha animado a sus industrias más consolidadas, como la del cuero, a acercarse más a la cadena de suministro de África, y a las modernas empresas de telecomunicaciones, medicamentos, electrónica y construcción a establecer fusiones con empresas africanas”.

Hace algunos años, le pregunté al ex ministro de Relaciones Exteriores de Tanzania, Ibrahim Kaduma, qué pensaba de los intereses comerciales de China en África. “Los Estados africanos necesitan elaborar su propia evaluación del camino a seguir”, dijo; no deben guiarse por el miedo infundido por Occidente.

Desde febrero de 2018, varios mecanismos de resolución de conflictos —incluyendo el Diálogo de Estrategia Económica— establecidos por EE.UU. y China no han funcionado. La reciente “fase uno” del acuerdo crea nuevas plataformas de discusión y debate, y ofrece un mapa para ordenar el caos desatado por esta guerra comercial. Pero este acuerdo es un cese al fuego, no un tratado de paz. Los conflictos seguirán, la inestabilidad continuará. “El caos y el desorden”, como escriben lxs académicxs de la Universidad de Tsinghua, será el camino por delante.

*historiador y periodista indio, director del Instituto Tricontinental de Investigación Social,