Chávez: su principal legado inmaterial

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El 9 de marzo de 2013, El Espectador publicó el que quizá sea el mejor homenaje escrito que se le haya hecho hasta ahora al comandante Chávez. Su autor es William Ospina. El artículo, intitulado “Chávez: una revolución democrática“, cerraba con el siguiente párrafo: “Hugo Chávez, con su mirada sonriente de llanero y sonrisa profunda de hombre del pueblo, bien podría haber hecho algo mucho más profundo y perdurable que inventar el socialismo del siglo XXI: es posible que haya inventado la democracia de siglo XXI”.

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Foto: Pacha Catalina

La referencia viene a cuento porque, transcurrido un año de su muerte, no hay mejor forma de homenajear a Chávez que disipar la nostalgia que inevitablemente nos embarga y recordarlo, al decir de Ospina, como el “inventor” de la democracia de este siglo. Democracia que, como el mismo Chávez desarrollara en numerosos discursos, no está reñida con el socialismo, sino que es una forma de reinventarlo, de actualizarlo, de reanimarlo, moribundo como estaba después de tanta burocratización y tanta claudicación.

Pero “recordarlo” no es suficiente. La circunstancia de una revolución siempre acechada nos obliga a hacer del mismo Chávez objeto de permanente reinvención. Para que no envejezca, actualizarlo. Para no dejar que muera, como lo hemos jurado, reanimarlo, literalmente. Esto exige de nosotros un trabajo sistemático de estudio de su pensamiento. Un pensamiento que es genio individual, pero fundamentalmente obra colectiva, que se forjó al calor de unas determinadas circunstancias históricas, y en contacto directo con el alma popular. Un pensamiento, y he aquí lo más importante de todo, que es digno de llamarse tal porque es popular, porque fue parido por un sujeto popular: el chavismo.

De manera que será inútil toda tentativa de estudiar el pensamiento chavista como quien se dispone a reverenciar la obra sagrada. El chavista es un pensamiento vivo, no del tipo de aquellos que sólo son accesibles para los “pensadores”, sino del tipo que construye el pueblo chavista día a día, en el mismo momento en que ejerce la política. Y es que el chavismo es, antes que nada, una forma de hacer política. Es la solución que el pueblo venezolano encontró al problema de la política tradicional, fuera ésta de derechas o de izquierdas.

Sin negar su filiación con la tradición de izquierdas, el chavismo logró lo que la izquierda realmente existente nunca pudo: actuar, como diría Alfredo Maneiro, con “eficacia política”. Es decir, desplazar a la derecha del Gobierno y ofrecerle a la sociedad venezolana un plan viable de cambios revolucionarios. Calibrar las verdaderas dimensiones de la sociedad deseable, tanto como de la sociedad posible, es decir, su extraordinaria capacidad estratégica, es lo que hizo de Chávez el líder indiscutible de la revolución bolivariana.

Si logró actuar con “eficacia política” es porque, antes que de izquierdas, el chavismo es un sujeto popular. Debemos concentrarnos en este punto. Indagar exhaustivamente. Llevar el análisis hasta sus últimas consecuencias, sacar las lecciones del caso. No es de masas ni es de cuadros: es popular. No es asunto de vanguardias: es popular. Pero no es un “popular” cualquiera. La revolución bolivariana enseña que en las horas decisivas, son los comunes politizados en la era del chavismo quienes inclinan la balanza. Ahora bien, ¿cómo se produjo esa politización?

Ese común popular tiene rostro, aunque no nos guste. Nos habla, aunque no lo escuchemos. Tiene una historia, aunque la ignoremos. Fue ese común popular el que se encontró Chávez en las catacumbas. No es que sea abstracto, es que algunos de nosotros debemos revisar nuestras nociones de “concreto”. No es idealizar al pueblo, es que algunos de nosotros perdimos mucho tiempo soñando con revoluciones protagonizadas por el “hombre nuevo”, ignorando al pueblo real porque no se parecía a nuestro pueblo ideal.

La masiva incorporación de pueblo a la política, pero sobre todo su constitución en sujeto político, la reivindicación histórica que esto implica, el descomunal ejercicio de democracia que significó, es quizá el principal legado del comandante Chávez. Su principal legado inmaterial. Uno del que tenemos mucho que aprender. Y esto lo logró Chávez aglutinando a la mayoría del pueblo primero, y luego haciéndolo protagonista de una revolución “pacífica y democrática”. Como diría Osuna: “qué alto sentido de respeto por los conciudadanos el de un país que aun en medio de las más borrascosas diferencias de opinión no se hunde en la violencia sectaria y en el baño de sangre que ha caracterizado cíclicamente a algunos de sus vecinos. Venezuela vive hace quince años, no en la polarización, como afirman algunos, sino en la apasionada politización que caracteriza los momentos de grandes transformaciones históricas”.

Si es cierto, como plantea Ospina, que Chávez inventó la democracia del siglo XXI, tal vez sea porque el chavismo reinventó la forma de hacer política. Si así fuera, debemos estudiar cómo sucedió esto. Aprender de nosotros mismos, reconocernos. Para que no vuelvan los tiempos en que los “civilizados” nos impongan a los “bárbaros” su vieja “democracia” a sangre y fuego.