Centro Cultural Kirchner: Viaje al centro de un sueño concretado

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Guillermo Pintos – Miradas al Sur

Cuando el visitante ingresa se ve partícipe de ramalazos de Historia, desde los buzones en que se podían echar las cartas en el viejo correo hace tanto tiempo, hasta las obras de grandes artistas plásticos argentinos del siglo XX como Julio Le Parc y sus móviles; o Gyula Kocise y sus juegos con la luz. De allí en más, de la mano de las visitas guiadas o conducido por la curiosidad personal –ya que nada impide la libre circulación–, todo está a mano.

Lo más difícil, siempre, será conseguir entrada para un espectáculo que esté por iniciarse. Los lunes, la página web del Centro Cultural abre el registro de reservas para los espectáculos programados y es normal que para el miércoles ya no haya entradas, pero… Como muchas reservas no se concretan retirando a tiempo el ticket correspondiente, dos horas antes de que se “abra el telón”, esas entradas se liberan.

Así, los que se acordaron tarde, tienen una posibilidad, si llegan a tiempo. Esta referencia parece inocua si no se tiene en cuenta que entre todas las salas mayores, menores y los espacios de usos múltiples se podrían albergar más de un pueblo simultáneamente: miles de personas a diario lo recorren, disfrutan, pasan su tiempo y la pasan bien.

No es una noticia de “último momento”. Ni siquiera tiene mínimo protagonismo en la agenda de los medios de comunicación (los unos y los otros). Pero sucede, y es un fenómeno cultural reciente que desde el corazón de la Ciudad de Buenos Aires se proyecta hacia todo el país. Una recorrida por sus sitios más notables, porque todo resultaría casi imposible en un texto periodístico, daría una medida mejor de la buena relación entre el centro y su público.

La ballena azul

Desde abajo, la panza azul de la sala principal del complejo, bautizada como “La Ballena Azul”, no parece suficiente para guardar lo que guarda, asientos para 1.300 espectadores. Su nombre remite a todas esas historias sucedidas en vientres de ballena, como la de Pinocho y Gepetto, tragados y luego regurgitados por una ballena que, en el relato original de Carlo Collodi, se trata de un gran tiburón.

En uno y otro casos se supone que los personajes pueden verle las costillas por dentro, y de eso se trata. La extraordinaria sala está tratada acústicamente con “costillas” de madera que envuelven el espacio y evocan el interior de la ballena de Pinocho, o del pequeño Nemo, para los más jóvenes.

Impresionante. La buena acústica es indispensable y en este caso, la audición es inmejorable y las sinfónicas pueden ser escuchadas sin amplificación de por medio, el recurso habitual –y obligado– en espacios sólo aptos para el oficio mudo. Pero, no sólo de maderas vive la acústica. Como el Centro Cultural Kirchner se levanta en un punto muy movido de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cercado por avenidas con tránsito intenso y una línea de transporte subterráneo, fue necesario aislar la sala de las vibraciones.

Así, el recinto está suspendido de anclajes superiores, y apoyado en dos pilares –que se pueden ver como patas en la llamada Plaza Seca de la planta baja– y descienden hasta el tercer subsuelo, para conectar con el pilotaje original del correo, interponiendo aisladores elásticos.  

Una luz en lo altoar centro-cultural-nestor-kirchner-1

La Gran Lámpara es, desde su denominación, otro acto de humor de arquitectos. Recuerda a las grandes lámparas, las arañas, que con múltiples luminarias se pueden ver en los teatros tradicionales sobre la platea.

Esas grandes arañas que, cuando está por comenzar la función, se alzan hasta el techo para no interferir la visión de palcos y galerías elevadas. En este caso, la gran lámpara no se mueve, porque en realidad son dos salas de exposiciones integradas. Dos salas que provocan el mismo asombro que “La Ballena azul”: desde el interior parecen mucho más grandes que vistas desde afuera. Por estos días, y hasta el 7 de noviembre, alberga una muestra titulada Aquí nos vemos, fotografía latinoamericana 2000-2015.

Fotos en color y blanco y negro, fotos de gente, fotos de lugares, esas miradas de fotógrafo que rebelan lo que el común no había visto, pero allí estaba. Uno de los argentinos más veteranos es Carlos Boch, un Maradona de la fotografía.

Dos áreas

El edificio estuvo dividido originalmente en las llamadas “Área Noble”, que comprende la entrada, el espacio delantero y el contacto con el público, con sus mármoles y su palaciego aire francés, y el “Área Industrial”, más sobria y donde se hacía el trabajo diario. En esos grandes espacios interiores y las múltiples oficinas que los rodeaban piso a piso, llegaron a trabajar 10 mil operarios, en una variedad notable de funciones, que pintan muy bien un tiempo.

Junto a los clasificadores de cartas estaba el grupo de los que decodificaban direcciones y nombres escritos con letras imposibles. Otros trabajos complementarios eran la sastrería y la cestería. En una se hacía la ropa, los uniformes de trabajo, tanto del personal interno como de los carteros.

En la otra, y dado que la correspondencia se colocaba en grandes canastos, los cesteros trabajaban el mimbre para reemplazar el material que se gastaba. Por otro lado, cuando se incorporó el telégrafo, el telegrama se convirtió en el recurso para comunicar urgencias. Hasta los años ’70, la presencia del cartero tocando el timbre con un telegrama era asociado con la llegada de un mala noticia, generalmente luctuosa. Pero los avances de la tecnología cambian todo y también cambiaron al correo argentino.

Algo de Historia

Para comunicar los dominios españoles en 1748 se organizó un sistema de chasquis a caballo, que unía Chile, Perú y el Río de la Plata. A unos cinco kilómetros entre una y otra, para facilitar el recambio de los caballos, estaban las postas. Una de aquellas, la de Yatasto, recordada en el Área Noble del CCK, se reunieron por única vez Juan Manuel Belgrano y José de San Martín, para traspasarse el mando de las fuerzas libertadoras.

De allí a la constitución de un sistema de correos moderno, con transporte de cartas, encomiendas y telégrafos pasó mucho agua bajo el puente, y sigue pasando, porque las millones de cartas tradicionales, papel, sobre y estampilla se han reducido drásticamente con el uso de los correos vía redes, tan conocidos como e-mail (correo electrónico), a los que hay que sumar el teléfono, y sobre todo, los millones de celulares que pueblan la Argentina y el mundo. Es así que la historia de la construcción del edificio donde funge el Centro Cultural Kirchner, está marcada por esa evolución.

La tecnología dicen que es como una locomotora, sin maquinista, que acelera siempre, y al que va en los vagones no le queda otra opción que adaptarse. Así, el edificio que comenzó a levantarse bajo la batuta del arquitecto francés Norbert-Auguste Maillart en 1889. Pero conocería una serie de avatares siempre vinculados a la bipolaridad de la economía argentina, hasta que en 1928 fuera inaugurado por el presidente Marcelo Torcuato de Alvear, para ser conocido como Palacio de Correos, en deuda con su aire de neoclásico palacio parisino.

Para la llegada del año 2000, casi vacío y enclavado en un centro neurálgico de Buenos Aires, abría una incógnita sobre su futuro posible, del que se podía descartar la demolición –frecuente por otro lado– porque en 1997 se lo había declarado monumento histórico nacional. No fue hasta 2006, cuando se llamó a concurso para aprovecharlo como centro cultural remodelando sus instalaciones y preservando los valores históricos que heredaban las futuras generaciones. Las obras comenzaron en 2010, y en ese mismo año se inauguró una parte. A la fecha de hoy, los trabajos continúan, esperando su culminación para fin de este año, y la inauguración oficial del complejo.

Dos visitas ineludiblesar centro c kirchner2

Una, que tiene que ver con la Historia, es ver la “Sala Eva Perón”, en el piso 4 del Área noble. Allí funcionó la Fundación donde Evita y su equipo recibían miles de cartas con pedidos y se despachaban los envíos hacia todo el país. El espacio, que fuera antes que eso recinto de altos gerentes, ha sido montado como una reconstrucción, con enseres de oficina, bicicletas y toda clase de objetos. La otra visita, que tiene que ver con los niños, son los espacios Paka Paka, en las salas de cuarto piso.

Allí, los pibes pueden jugar a construir personajes de historieta o montar nuevas obras de arte a partir de elementos de obras de grandes pintores argentinos, con lo que practican la creatividad y, sin querer, recogen un patrimonio cultural que les pertenece. Un último comentario.

El pasado sábado 26 de septiembre, antes de la recorrida con ojo de periodista del cronista, las inmediaciones del Centro Cultural tenían una multitud esperando, mientras policía y vallas cerraban la entrada. Un rato antes una llamada telefónica anunciaba una bomba.

El rumor obligado, mientras los perros adiestrados en olfatear y detectar artefactos explosivos recorrían el edificio, inmenso, era que se trataba de una broma, pero, más de uno comentó que ya le quedaban pocas ganas de volver al interior, porque, un día, puede no tratarse de un mal chiste.

Siendo benévolo, esa clase de llamadas puede calificarse como humor negro, tal vez la clase de mal humor negro habitual en algunos círculos políticos, que no entienden que la inversión en cultura no se puede medir con criterios de comerciante.