CELAC, Unasur o BRICS: El falso dilema de la integración regional
El debate sobre la mejor manera de ampliar el intercambio comercial, cultural y político en América Latina está reabierto. La flexibilidad estratégica sería una carta de valor, en particular frente a las agresiones asimétricas de las potencias
En la IX Plenaria de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la presidenta Sheinbaum retomó el espinoso asunto de la integración. “Les invito, que la CELAC convoque a una Cumbre por el bienestar económico de América Latina y el Caribe para hacer realidad una mayor integración económica regional sobre la base de la prosperidad compartida y el respeto a nuestras soberanías”, declaró la mandataria en un contexto de agresiones estadunidenses y la guerra comercial de Trump. Con esta declaración y el traspaso de la presidencia pro tempore a Colombia, el debate sobre la mejor manera de ampliar el intercambio comercial, cultural y político en América Latina quedó reabierto.
La integración vuelve al primer plano, aunque sin un consenso sobre la ruta idónea que la promueva. En Brasil, la expansión de los BRICS es prioridad. En México, la presidencia de López Obrador buscó reactivar la CELAC como contrapeso a la Organización de Estados Americanos (OEA) tras las crisis políticas de Bolivia, Perú y Venezuela. En Colombia, Petro declaró que solicitaría al próximo presidente de Ecuador reabrir el edificio de la Secretaría General de la Unasur. En general, los líderes de México, Colombia y Brasil manifiestan deseos tangibles de reactivar los mecanismos regionales de cooperación, si bien persisten dudas ausente una institucionalidad propia. Se carga a cuestas una experiencia frustrante.
La última gran apuesta de integración regional fue Unasur. Inicialmente conocida como Comunidad Suramericana de Naciones, la agrupación surgió de esfuerzos de varios años durante la primera ola de gobiernos progresistas. Los presidentes suramericanos firmaron el Tratado Constitutivo en mayo del 2008, mismo que entró en vigor en marzo del 2011 tras la ratificación parlamentaria en 9 de los 12 países que eventualmente se adhirieron. México, presa entonces de gobiernos panistas y acaso condicionado también por la geografía, quedó excluido de una fiesta de corta duración.

Unasur fue un ambicioso proyecto que nació de la voluntad política y de las trabas a la profundización del comercio regional. Las simpatías ideológicas estaban ahí, pero además encontraron catalizadores concretos. Por ejemplo, el entonces deseo de Bolivia, Ecuador y Venezuela de entrar al Mercosur se vio frustrado por la rigidez normativa. La creación de Unasur buscó no solo agrupar a los países andinos con los vecinos del sur, sino también ampliar la cooperación transversal y la articulación geopolítica en un contexto de creciente multipolaridad. Desde su origen, Unasur esbozó la adopción de una moneda común (el “sur”) y designó una Secretaría Permanente con sede en Quito, Ecuador. En su corta vida, estableció consejos de gobernanza y sectoriales que constituyeron el espinazo de la organización. Pero fue incapaz de trascender la etapa incipiente de consolidación y de sobrevivir el ocaso del primer bloque histórico progresista.
La mayor debilidad fundacional de Unasur fue la regla del consenso. El artículo 12 del Tratado Constitutivo establece que “toda la normativa se adoptará por consenso”, aunque en realidad implica unanimidad a la usanza de la Unión Europea. Con la clara intención de respetar la voluntad de todos los Estados, otorgó un poder de veto de facto a cada miembro en toda instancia de decisión. Este error de diseño institucional fue un llamado a la parálisis crónica. La falta de consenso impidió la nominación de un nuevo secretario general entre 2017 y 2019. En medio de una contraola conservadora, entre 2018 y 2020 siete de los doce países miembros notificaron la denuncia del Tratado y salieron de la organización. Sin embargo, la existencia jurídica internacional perdura. Para Guillaume Long, exministro ecuatoriano de Relaciones Exteriores, un modelo híbrido de toma de decisión que remplace a la regla del consenso sería deseable. Sin embargo, dependiente hoy de la voluntad política, las sombras de Milei y Noboa complican la reactivación de Unasur.
Si revivir Unasur es hoy una quimera y CELAC cojea por su carencia de tratado constitutivo y un cuerpo burocrático permanente, una tercera vía pueden ser las agendas temáticas de los BRICS. Un ejemplo es la adopción de una moneda común que funcionaría bajo un sistema dual y no uno dominante como el del euro. Bajo la propuesta actual, cada país miembro mantendría su moneda e introduciría la nueva denominación en el comercio internacional. Cada miembro depositaría oro como colateral en el banco central de los BRICS, mismo que regularía la oferta de divisas. En un futuro, las naciones podrían acumular reservas en la nueva divisa conforme un banco central o el Nuevo Banco de Desarrollo cree activos financieros que paguen interés. En este caso, los países latinoamericanos socios de esta red podrían reducir la dependencia del dólar e integrarse por vías indirectas bajo el gran paraguas de los BRICS. Otras posibilidades irán sumándose en el camino.

Ante todo, Unasur, CELAC y BRICS son mecanismos simbióticos, no mutuamente excluyentes. Cuando la losa de la ingeniería institucional pese, CELAC serviría de foro político para responder con agilidad a la coyuntura. Sin embargo, la amplitud conferida por los treinta y tres miembros dificultaría lograr acuerdos vinculantes en materia de gobernanza y desarrollo regional. En ciertos momentos críticos donde la divergencia legítima de intereses nacionales pueda ser una limitante, entonces los BRICS y su plataforma en construcción pueden dar mejor alternativa. La flexibilidad estratégica sería una carta de valor para los países latinoamericanos, en particular frente a las agresiones asimétricas de las potencias.
Es positivo que Sheinbaum, Lula y Petro reimpulsen la agenda de la integración. Sin embargo, con un calendario electoral próximo en Brasil y Colombia, México enfrentará presiones de liderazgo para evitar que una contraola conservadora como la que hundió a Unasur entierre el buen momento. Como faro en el horizonte, no existe un camino integrador único. Elegir entre CELAC, Unasur o BRICS es un falso dilema. Hoy, los países con la voluntad política indispensable deben elegir la casilla “todas las anteriores” como ruta de navegación hacia una imperfecta e incompleta pero posible integración regional.
*Economista y politólogo