Carta abierta a la oposición venezolana
Santiago Arconada, docente de Universidad Indigena de Venezuela, activista del movimento mundial por el derecho al agua, dirigente social y promotor del Foro Social Mundial, difundió esta carta abierta en la que insta a dirimir diferencias electoralmente, no con una Guerra Civil, “y construyendo mientras tanto nuestros proyectos políticos en el seno de una sociedad independiente, libre y democrática”.SANTIAGO ARCONADA|Respetados y respetadas ciudadanos y ciudadanas de la oposición venezolana, principal mas no únicamente representados políticamente en la MUD. No diré que este es el verdadero diálogo que necesita el país, ni cosa semejante.
No sé si alguna o alguno de entre ustedes tenga a bien contestar esta carta, cosa que sería de agradecer por mi parte, pero no la escribo para eso.
Aspiro a ser leído, y en tal sentido escuchado, como quien quiere comunicarse, y por lo tanto no debe pretender el insulto ni la descalificación; pero sí la transmisión sincera de lo que cree y lo que piensa.
Pretendo destacar la existencia de ganancias unánimes, ganancias de toda la nación venezolana, y creo necesario referenciar históricamente lo que digo.
El próximo diciembre de 2013 se cumplirán 20 años del fraude electoral que pasó a Andrés Velásquez del primero al cuarto lugar de las elecciones presidenciales de diciembre de 1993. Eso es algo que sabe Andrés Velásquez, se lo pueden preguntar pues tanto él como su partido están con ustedes, pero también lo sabemos todas y todos. La cosa fue más o menos así: Desde las dos de la tarde de aquél primer domingo de diciembre de 1993 el cogollo político nacional sabía que la avalancha de votos por Andrés Velásquez y La Causa R había sacudido el país y su candidatura había entrado en primer lugar, seguida muy de cerca por la de Rafael Caldera representando a Convergencia y el MAS. Detrás habían entrado las candidaturas de Claudio Fermín, representando a AD, y muy particularmente a Carlos Andrés Pérez, y Oswaldo Álvarez Paz, representando a COPEI.
Ya para entonces, los técnicos electorales de AD, dueños absolutos del aparato del Consejo Supremo Electoral, habían acuñado el término que sintetizaba la realidad electoral venezolana: “Acta mata voto”.
Claudio Fermín por AD, pasadas las dos de la tarde, reconoció el triunfo de Caldera sin que el entonces Consejo Supremo Electoral (CSE), presidido por Isidro Morales Paúl, se hubiese pronunciado. Pocos minutos después, Oswaldo Álvarez Paz por COPEI hizo lo mismo. Reconoció como triunfador a Rafael Caldera.
Cuando el CSE terminó de invalidar las actas necesarias y matar los votos suficientes para que Andrés Velásquez quedara en cuarto lugar, dio los resultados.
¿Ven? Eso es un fraude electoral. Eso sí es robarse unas elecciones. Y el mecanismo del robo era que la voluntad del votante, expresada en el voto, no importaba un bledo. Podía matarse fácilmente. Sólo contaban las actas que pasaban la censura de un CSE abiertamente contrario a lo que, en ese momento, significaba la candidatura de Andrés Velásquez.
Así de abrumador tuvo que ser el triunfo de Hugo Chávez Frías en diciembre de 1998 para que, a pesar de realizarse bajo el mismo perverso sistema del “Acta mata voto”, no se pudiera matar la voluntad de un país decidido a cambiar su destino.
Y entonces nos pasó la maquinita.
Por la maquinita me refiero al sistema electoral venezolano basado en un proceso cien por ciento automatizado, en el que el votante, al votar, envía una señal electrónica que la máquina electoral retiene, contabiliza, y al final transmite; y recibe un comprobante impreso de su voto, el cual deposita en la urna de su mesa. Produciendo así, como votante, su propia contraloría directa sobre el voto que ha emitido, y la posibilidad de una contraloría física total sobre los resultados que la máquina electoral emita para cada mesa.
Sincerémonos: Los insistentes, recurrentes, exultantes, persistentes, consistentes, mensajes de los dirigentes opositores, fundamentalmente de su figura principal, Henrique Capriles Radonsky, pero muy particularmente de Julio Borges, María Corina Machado y Leopoldo López, llamando, animando, excitando, incitando al pueblo opositor a votar masivamente, hechos a diestra y a siniestra, por activa y por pasiva, de viva o baja voz, de noche y de día son resultado de un conocimiento profundo no sólo, aunque principalmente de la maquinita, sino del sistema electoral venezolano. Confianza que surge no de una experiencia aislada, sino de una década larga de uso de la maquinita, de la que se desprende un conocimiento milimétrico de la realidad electoral venezolana, estado por estado, municipio por municipio, parroquia por parroquia. Las elecciones han sido fotos de las que el ámbito retratado no se queja, pues son exactas a la realidad que conocen ciudadanas y ciudadanos y sus respectivos partidos políticos.
Por eso duelen tanto los once fallecidos del llamado a arrecharse que hizo Capriles después de saber los resultados del 14 de abril de 2013. Las irresponsables palabras que ocasionaron esa agresión fraticida, con grave riesgo de que se produjera una conflagración aún mucho mayor.
Porque la barajita más repetida que vamos a tener de ahora en adelante, por lo menos por algún tiempo, es la de los resultados electorales determinados por diferencias muy cerradas.
La maquinita nos libra, una y otra vez, de la guerra civil, en la medida en que la Constitución nos dice que por un voto se gana. No es poca cosa. La Constitución Nacional Bolivariana indica las elecciones municipales en diciembre de 2013, dos años después al final del 2015 las elecciones de la Asamblea Nacional, un año después, a finales del 2016, se podría, constitucionalmente, si ustedes se lo proponen y recogen las firmas suficientes, hacer un Referéndum Revocatorio del Presidente de la República, Nicolás Maduro Moros, pero en todo caso, al final del 2016, habría que hacer las elecciones de gobernadores de estado. Un año más tarde, a final del 2017 corresponderían las municipales y dos años más tarde, las elecciones presidenciales para el período 2019-2025. Con un panorama electoral tan nutrido por delante, con tantas oportunidades constitucionales para aprobar o improbar gestiones, pero más que todo rumbos, el conjunto de la sociedad venezolana puede y debe afirmarse en la existencia de un sistema electoral que concita de tal manera la confianza del conjunto de la población como para que todos los sectores políticos estén llamando a gritos a votar.
Esa es una ganancia neta de todo el pueblo de la República Bolivariana de Venezuela.
La pretensión de transformar en plebiscito entre el gobierno bolivariano y la oposición, unas humildes elecciones de alcaldes y de concejales, hecha de manera reiterada por Capriles Radonsky, es una buena lección política que recibimos y anotamos. Todavía recordamos las ácidas críticas que la oposición, y principalmente su candidato Capriles Radonsky, hacían de lo que caracterizaban como permanentes presiones polarizantes, por parte del Presidente Chávez, de todas las elecciones. Pero en cuanto percibieron que tenían chance en las elecciones municipales, se olvidaron de su carácter y significación local, y se lanzaron a polarizar el debate electoral en términos de gobierno-oposición. La lección de política que recibimos y anotamos de Capriles Radonsky es que la polarización es mala cuando no me conviene y es buena cuando sí me conviene. Es una lección que lo retrata “en profundidad”.
Aclaremos esto. El 8 de diciembre se renuevan los poderes municipales y punto. Los gobernadores de los diferentes estados y el Gobierno Nacional amanecen el 9 de diciembre tan en su puesto como lo estaban antes del 8. Las lecturas de los resultados electorales, serán eso: lecturas, aprendizajes.
Esta precisión no tendría sentido si las declaraciones sobre el futuro inmediato del país que reiteradamente han hecho algunas y algunos de los líderes más connotados de la oposición no hubiesen sido tan arteras. La idea de “salir lo antes posible del Presidente Maduro” ha sido desembozadamente expuesta por Capriles Radonsky, por Julio Borges, por María Corina Machado y por Leopoldo López entre otras y otros, de una manera que nos obliga a advertir que si no dicen Referéndum Revocatorio Constitucional, que es lo más antes posible y que se colocaría en la segunda mitad del 2016, lo que están diciendo es Golpe de Estado.
Si están diciendo eso, no pueden quejarse de que entonces nosotros pensemos que todo once tiene su trece. Pero eso amerita una profundización que tiene que ver con algo que conforma la segunda ganancia de la que quiero hablar: La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Voy a dar un rodeo que puede tener virtudes de atajo.
De acuerdo a la Constitución Nacional Bolivariana, es perfectamente posible no ser socialista y no querer serlo; y es perfectamente posible ser socialista y querer serlo. De lo que se desprende que lo que la Constitución Nacional Bolivariana supone o implica es que el socialismo no es obligado y eso es muy bueno para los que son socialistas y para los que no lo son. Para los primeros, porque si algo debiera caracterizar al socialismo es la libertad, y para los últimos porque tienen garantizado, en la Constitución Nacional Bolivariana, su derecho a la libertad no tanto ideológica, sino económica. Preguntémosle, si no, a la Asociación Bancaria Nacional.
Esa Constitución Nacional Bolivariana, el librito azul que tanto besaba el Presidente Chávez hasta en los últimos momentos de su vida y que constituye, sin lugar a dudas, su legado fundamental, es ahora más que antes el “Libro de todos y todas”. Buscando su protección lo invocan tanto desde el gobierno como desde la oposición, y su historia, el proceso que se vivió como país para llegar a él, es una historia de inclusión. Una experiencia electoral no sólo de la oposición, pero principalmente de la oposición, que significó la primera derrota electoral del chavismo desde diciembre de 1998, fue en diciembre de 2007 y fue para preservar intacto el texto constitucional sancionado por el pueblo en diciembre de 1999, derrotando a la propuesta de Reforma Constitucional introducida por el Presidente Chávez. Ese momento, que mereció siempre un análisis más detenido, afianzó al librito azul de una manera particular: Los que en el golpe de Estado de abril de 2002 pisoteaban a la Constitución Nacional Bolivariana, al librito azul, como si fuese el Libro Rojo de Mao Ze Dong, en diciembre de 2007 ensalzaron su condición de espacio común para unos y para otros. De ámbito colectivo. De casa de todos, utilizando el símil del dirigente indígena pumé Hachawa (QPD).
Por eso las amenazas que ensombrecen su futuro tienen que ser denunciadas y derrotadas antes mejor que después y por eso les estoy escribiendo esta carta.
Soy de los que cree que hay que conjurar la amenaza de un nuevo Golpe de Estado.
Identifiquemos los intereses golpistas advirtiendo de antemano que éstos se encuentran fundamentalmente en la oposición pero también en el proceso bolivariano.
Voy a utilizar términos que en el ámbito de la oposición son tremendamente inusuales y pueden, sencillamente, no entenderse. Me detengo un poco a explicarlos. Por dominación capitalista entiendo a esa noción de la historia en la que los intereses del capital son transformados en algo parecido al sentido común, al curso inevitable de la humanidad. Para la dominación capitalista expresada en los intereses de las empresas transnacionales, en particular, las petroleras, la dominación es dominando, o sea, ejerciéndola. La dominación capitalista no es para nada esa chorrera de elecciones que mencioné, en la que procesos de avances y retrocesos, composiciones, descomposiciones, recomposiciones, depuraciones, victorias y derrotas son posibles y esperables tanto en el chavismo como en la oposición. La dominación capitalista cree que Venezuela es hoy lo que era Chile en 1973 y le está buscando, desesperadamente, su Pinochet. Que no tiene necesariamente que ser militar, pero que sí tiene que ser capitalista y mucho. Su Pinochet y su década pinochetiana para que se le quiten al pueblo venezolano, a sangre y fuego, las ínfulas de andar por ahí liberando continentes.
Reconozco que la mayoría de la oposición, o sea, la mayoría de ustedes a quienes hablo, no está en esa actitud, pero que sí hay un sector de la oposición, que se caracteriza porque las elecciones no le sirven ni ganando, que se reconoce en las colas de los supermercados hablando de la inevitabilidad de un “baño de sangre”, que abiertamente se expresa mal de Capriles Radonsky y lo llama débil y cuya cabeza visible es, para mi concepto, Leopoldo López, que está abonando las condiciones para un Golpe de Estado y su subsiguiente Guerra Civil.
Al interior del proceso bolivariano, un sector de éste desarrolla un pensamiento de acuerdo al cual el librito azul es un texto socialdemócrata y batequebrado con el que no se va ni a la esquina y mucho menos al socialismo, palabra que esta Constitución no dice por ningún lado. Este pensamiento no concibe a una revolución que se precie verdaderamente de serlo, haciendo elecciones a cada rato como si no estuviese el proletariado (que ellos, por supuesto, representan) en la obligación de ejercer su dictadura. Estos neo estalinistas de manual se caracterizan por creer que el Estado, el Gobierno y el Partido debe ser una sola cosa todopoderosa. En su pretendida pose guerrillera cumplen a la perfección el papel de extremo que, desde la izquierda, se toca con el extremo de la derecha, de la dominación capitalista, tal como lo predecía Lenin, para producir la chispa del Golpe de Estado y su consecuente Guerra Civil.
En la medida que, tanto en la oposición como en el proceso bolivariano, estos sectores anteriormente descritos estén aislados y precisados podrán ser controlables por quienes, tanto en el proceso bolivariano como en la oposición a éste, queremos seguir dirimiendo nuestras diferencias con la maquinita, no con una Guerra Civil, y construyendo mientras tanto nuestros proyectos políticos en el seno de una sociedad independiente, libre y democrática.
Todo lo antes dicho apunta al 8 de diciembre de 2013 en el sentido de que es una fecha para disfrutar de nuestras ganancias: Una Constitución Nacional Bolivariana que reconocemos como propia, como ámbito de todas y todos, y un sistema confiable para contarnos cuando esto sea necesario.
No las perdamos.
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