Capitalismo catastrófico y colapso climático capitalogénico
John Saxe-Fernández|
El documento del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC, por sus siglas en inglés) es histórico, ya que ofrece la síntesis de unos 14 mil estudios científicos que llevan a entender que el cataclismo climático en curso puede frenarse y que es el ahora o nunca, el momento humano para movilizarse, levantarse contra un grave riesgo existencial que durante algunas semanas dejó ver los altos órdenes de destrucción física y de vidas que conlleva.
Más que un cambio climático, ante la posposición suicida y omnicida de toda regulación de los gases de efecto invernadero, prefiero calificarlo de colapso climático capitalogénico y a un omnicidio contra la biósfera terrestre, que puede y debe ser frenado y revertido en la medida en que esto todavía es posible.
António Guterres, secretario general de la ONU, acertó al calificar el texto del IPCC dado a conocer el 9 de Agosto de código rojo para la humanidad. Desde fuentes como Bloomberg se indica que “en declaraciones preparadas vinculadas a la publicación, el secretario general Guterres dijo que “Este informe debe sonar como una sentencia de muerte para el carbón y los combustibles fósiles antes de que destruyan nuestro planeta”.
Una potente observación lanzada urbe et orbi, desde esta secretaría general de la ONU. ¿Por qué? Porque es expresión que toda posposición en la regulación drástica e inmediata de los combustibles fósiles llevaría a una velocidad e intensidad tan sorprendentes como los peores escenarios que hemos vivido en fechas recientes.
A saber, acontecimientos en el ascenso de los niveles marítimos, inundaciones con cuerpos de agua inusitados e incendios forestales en Estados Unidos del tamaño de algunos estados mientras en Grecia y Turquía arrecian fuerte. Eventos que los modelos cibernéticos proyectaban para 2030 o 2050, pero que están en curso ahora.
Ante la urgencia, mejor hablar claro. Eso hizo Guterres al mencionar especificidades que permiten la localización de las instituciones y fuerzas sociales centrales en la gestación del problema. La acción social ante la enormidad de esta grave amenaza existencial, cuya naturaleza antropogénica ha quedado demostrada desde hace décadas no es suficiente. Ahora es necesaria la localización en el sistema socio-económico dominante de donde emanan esos gases de efecto invernadero.
El origen capitalogénico del fenómeno; resulta crucial empezando por los subsidios estatales a los combustibles fósiles hasta las fuentes bancario-financieras de las industrias vinculadas a ellos.
En relación a los subsidios, los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI), institución pública de EU que junto al Banco Mundial se maneja en función de intereses articulados por la presidencia de Estados Unidos, estiman que los subsidios gubernamentales a nivel mundial a los combustibles fósiles ascendían en 2015 a la friolera de 5,3 billones anuales de dólares ( trillions en el sistema numérico de ese país).
Esa cifra todavía no refleja los impactos de los poderosos monopolios privados que manejan esos combustibles fósiles, no en función de la humanidad o el hombre, sino de sus inversionistas a quienes tienen que dar cuenta.
Cuando algunos de esos inversionistas hicieron algún esfuerzo por alentar la inversión, en energías limpias, digamos , en lo que ahora es Exxon-Mobil, las fuerzas que dirigen esa institución rechazaron la propuesta aunque viniera de los nietos del fondo de los hermanos Rockefeller.
Ahora el FMI hace los cálculos sobre los costos del clima, el medio ambiente y la salud humana. Se informa que las implicaciones fiscales de esa inmensidad en subsidios, esos 5.3 billones al sector de la energía exceden la inversión pública mundial en salud, según los economistas del FMI, Benedict Clements y Vitor Gaspar en un blog que acompaña el magno dato elaborado por David Coady y otros.
En el caso de Estados Unidos y la Unión Europea las principales beneficiarias de esta política son bien conocidas. Encabezadas por lo que ahora es Exxon-Mobil, se incluye a Chevron Texaco, Equinor, Repsol, Total, Shell, ENI, conocidas como las mayores se inclinan a presentarse al público en las conferencias sobre el cambio climático, jugando el papel de que somos parte de la solución, cuando son parte central del problema.
Muchas de sus subsidiarias o firmas son usadas en el magno saqueo de la riqueza pública. Pero para eso está la ahora fusionada banca comercial y de inversión del tipo que siempre gustó a los especuladores. Todo eso es también parte nodal del problema. Si los gobiernos del mundo no colocan drástico freno a la inversión bancaria en combustibles fósiles, no habrá un clima capaz de ser soportado por el cuerpo humano.
Los 60 bancos más grandes del mundo durante los siguientes cinco años del acuerdo de París 2015 ivirtieron: en 2016, 709 mil millones de dólares (mil mdd); 2017, 740 mil mdd; en 2018, 781.8 mil mdd; en 2019, 824.8 mil mdd; y en 2020, 751.8 mil mdd, para un total de 3,4 billones de dólares con un saldo de miles de vidas.
*Doctor en Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Autor de diversos libros y artículos publicados en América Latina, Canadá, Estados Unidos y Europa. Columnista de La Jornada