Cambio climático y el hielo que no vuelve
Juan Guahán
Sobre las cuestiones planteadas en el título de estas reflexiones, cabe hacer algunas consideraciones. Acerca de las mismas hay temas que ya tienen un alto nivel de consenso y otras que se encuentran en proceso de investigación.
Sobre la existencia del cambio climático y la responsabilidad humana en tales sucesos el tema ya está prácticamente saldado. En los ambientes científicos, los organismos internacionales y la mayoría de los gobiernos, existe ese consenso. Mientras tanto, las pruebas se siguen acumulando. Las recientes olas de calor en Europa son una muestra más.
Dadas esas evidencias se han formulado variados objetivos a los fines de bajar el calentamiento global, reduciendo la emisión de gases de efecto invernadero, para lo cual se plantea –entre otros instrumentos- el progresivo reemplazo en el uso de los combustibles fósiles y parar con el crimen de la deforestación. De ese modo se estaría cumpliendo con los Acuerdos de París, aprobados por 196 países en el 2015 y puesto en práctica en el 2016, aunque los avances sean muy lentos porque siempre encuentran obstáculos, por parte de los países más desarrollados.
Sin embargo, en los últimos días se ahondó un debate inquietante. Se trata de una comprobación y un temor.
Lo que se viene comprobando es que el hielo marino, el hielo flotante de la Antártida, está perdiendo su capacidad de reconstrucción. Ese hielo se reduce en el verano y se reconstruye durante los inviernos. Esa capa de hielo juega un rol importante sobe la evolución del ambiente. En ese carácter contribuye a regular las temperaturas y darle continuidad a la biodiversidad.
Desde 1979, el incremento (en el invierno) y reducción (en el verano) de esa capa flotante puede ser medida satelitalmente. Las mediciones hechas en febrero de este año permitieron verificar que dicha capa se había a reducido en un 34% respecto al promedio -para ese mes- de los años anteriores.
Más allá de su incidencia en los fenómenos señalados un efecto directo es su vinculación con el incremento del nivel del mar. Con la llegada del invierno se especulaba con el nuevo equilibrio que debía alcanzar. El crecimiento se produjo, pero las mediciones hechas estiman que más de 2 millones de kilómetros cuadrados (equivalente al espacio de toda la Argentina continental) no se han vuelto a reconstruir.
Muchos medios de prensa se han hecho eco de esta situación, pero con una evaluación inadecuada. Hablan de “desprendimientos de hielos antárticos”. En la realidad no son desprendimientos.
Se trata de fenómenos estacionales, de reconstruir en el invierno el hielo que el verano se devora. En realidad, es algo peor, los datos precisan el modo que se va acelerando esa reducción de la capa flotante.
Hasta aquí ese fenómeno logró un consenso general, pero tal acuerdo no se repite cuando la pregunta es por sus causas. Para la inmensa mayoría de los consultados no caben dudas que va de la mano del calentamiento global. Pero no faltan quienes sostienen que también hay otros elementos de la naturaleza que podrían determinar esa pérdida de hielo.
Aprovechando esas variaciones (entre invierno y verano) de esa capa de hielo flotante, algunos negacionistas de la responsabilidad humana en el calentamiento global y estos deshielos, pretenden hacer creer que el hielo de la Antártida va creciendo. Está claro que comparan el existente en el invierno, sin las debidas comparaciones con lo que ocurre en las otras estaciones.
Si bien es cierto que “mal de muchos es consuelo de tontos” es bueno tener presente que la disminución de los hielos en Groenlandia y el ártico reconoce proporciones y efectos semejantes a las descriptas para la región antártica.
Celulares, amigos de las personas, peligro para la humanidad
No quedan dudas que los celulares, el instrumento comunicacional más difundido, le presta un gigantesco servicio a las personas que hoy habitan nuestro planeta. “Como la sombra que sigue al cuerpo”, prácticamente ya no se concibe la vida personal sin el celular que la acompañe. Desde ese punto de vista los celulares se han constituido en los grandes “amigos” de cada uno de nosotros.
Estas reflexiones no estarán centradas en los efectos sociales y psicológicos que trae esta innovación a la vida cotidiana de la humanidad. Eso es materia de otro debate, de indudable jerarquía. Aquí se hará referencia a los recursos materiales que la humanidad destina, a costa del planeta y su ambiente, para tener acceso a esos pequeños aparatos.
Como una paradoja, esa amistad del celular con las personas encierra un secreto que se puede descubrir con algunas breves búsquedas en el aparato que cada uno tiene a su disposición. Ese secreto oculta otra realidad muy diferente. Cada celular deja tras de sí, cuando llega a nuestras manos, entre 80 y 90 kilogramos de desechos. Ellos fueron necesarios para construir cada uno de esos super aparatos que caracterizan a este siglo.
Extraer esos insumos y ponerlos en condiciones de ser utilizados agrava la situación ambiental del planeta. Ese detalle transforma, a este “amigo” y eficaz auxiliar de las personas en un peligro más para la humanidad.
La tierra proporciona a los fabricantes de estos aparatos: silicio, aluminio, plomo, plata, oro, cobalto, paladio, cobre, hierro, entre otros tipos de insumos. Todos ellos son materiales extraídos de la tierra, con explotaciones mineras a las que el planeta responde con algunos “rechazos”, conocidos como “fenómenos naturales extremos” y otros desafíos ambientales.
En la extracción de esos metales es cuando se producen los mayores daños. Ellos contribuyen al calentamiento global, fuertemente vinculado al nocivo cambio climático que venimos padeciendo.
Lo cierto es que en la actualidad pululan por el planeta unos 5 mil millones de aparatos, todavía bastante menos que la población mundial. Aún queda un largo camino por recorrer para que la demanda de esos aparatos esté satisfecha. Por otra parte, estos aparatos tienen una vida, cuya brevedad está planificada. Ello crea las condiciones para que –anualmente- se renueven más de mil doscientos millones de aparatos.
Pero su daño no se agota con la extracción de metales, ni siquiera con el fin de uso útil. No, uno de sus aspectos más gravosos es su eliminación, cuando dejan de usarse. Allí despiden elementos químicos que son tóxicos, que terminan siendo absorbidos por el suelo. Ese momento, junto con la extracción de los metales a usar, son las circunstancias más agresivas que padece la humanidad y la tierra con estos aparatos.
Cuando los observamos, donde el promedio de su peso no llega a los 200 gramos, cada uno de nosotros tiene la tendencia a despreciar esos riesgos dada la pequeñez de los mismos, fácil de albergar en la palma de la mano.
Pero la preocupación reaparece cuando -según los datos existentes- el año pasado se desecharon alrededor de 60 millones de toneladas de desperdicios generados por la industria destinada a la fabricación de estos aparatos.
Más allá de estos riesgos a nadie se le puede ocurrir deshacerse de esta tecnología y sus múltiples usos. El sentido de inmediatez que los mismos proporcionan están más allá de estos datos. Lo prueban las multiplicaciones de las redes sociales, los zoom, las video llamadas, los millares de fotografías y mensajes y tantos otros servicios que este instrumento comunicacional proporciona.
Por cierto, la inteligencia artificial (IA), de la que tanto se habla en los últimos tiempos no hace más que incrementar el uso y la producción de estos instrumentos. Sin contar con las preocupaciones de varios científicos, por el destino y los límites de la IA, ella también repercute en un incremento de los insumos que arrancamos de la tierra.
De lo que se trata es reducir su demanda por variados caminos.
Uno de ellos es aumentar la duración de su vida útil. Llevarlos de los actuales y aproximados 2 años a 4 o 5. Eso, ya sería una reducción notable de esa demanda. Ello es perfectamente posible ampliando los plazos de la obsolescencia planificada a la que apelan las empresas, para contribuir a un mayor consumo de aparatos.
Otro aspecto, destinado a reducir su demanda, tiene que ver con los usuarios de estos aparatos. En ese sentido habrá que desarrollar la necesidad de no transformarlos en un “chiche” de la moda, una forma de consumismo que demanda su cambio permanente.
*Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)