Botero, el cronista. Y la muerte que abruma

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Marcos Salgado

En ese asunto que los vivos tenemos con la muerte hay dos cosas que abruman. Una, es la continuidad de la vida, el día a día que no se detiene. Desde que el sábado último nos enteramos de la muerte del periodista colombiano, del amigo de la casa, Jorge Botero, enseguida subió a la tapa de Question una nota de quien lo conocía bien, Aram Aharonian.

Pero después, el domingo, trepó a tapa una nota sobre las campañas rumbo a las elecciones en Estados Unidos, y sobre el final de la tarde otra, dando cuenta de la polémica creciente en Brasil, entre el poder judicial y el extrapoder plutócrata de Elon Musk. Así, Botero se nos quedó de tercera nota en tapa. El día a día que no se detiene.

El otro asunto que abruma es culposo. Es la culpa de los que irremediablemente seguimos vivos cuando hay otros que ya no. Es la culpa de disfrutar una lectura, un cuerpo con geometrías sin aristas latiendo al lado del propio, una cerveza en el frío justo, mientras sabemos que otros disfrutadores de lo mismo ya no están en eso. Ya no pueden.

Y con Botero pasa eso. Uno se siente culpable de que a él se le haya escapado el disfrute. Alguien podría decir, con razón, que si El Botas leyera esto mismo diría algo así: “su merced, esto está complicado, mejor le saca veinte palabras y me lo trae de nuevo”.

No éramos lo que se dice amigos. No nos escribíamos, no intentábamos coincidir aquí y allá. Pero cuando la vida nos juntaba por ahí había abrazo cómplice, dos preguntas para saber cómo estábamos, y dos respuestas precisas. La última vez que lo vi fue en el hotel Humboldt, en la cima de Caracas. Andaba cagado de frío acompañando, de nuevo, esfuerzos de paz en su Colombia. En los laberintos de un conflicto que el conocía como pocos y que uno aprendió a dimensionar de verdad a través de su textos, como aquel de Manzanita y su amado capitán.

Antes, alguna vez, coincidimos no por casualidad en un pasillo de otro hotel también en Caracas, en los días en que con la intermediación del comandante Chávez las FARC liberaron a Clara Rojas y Consuelo González. Recuerdo su satisfacción luego que la misma Clara le ratificara que lo que él había recogido en su libro “Últimas Noticias de la Guerra” era cierto. Un esfuerzo periodístico notable, aplaudido por los narrados en la historia. ¿Qué más podría pedir un cronista?

Recuerdo también que las últimas veces que nos vimos con Botero nos preguntamos por Telesur. Era lógico, se trataba del proyecto donde nos habíamos juntado. O donde mejor, desde mi punto de vista, personajes de la palabra como Aram y él nos permitieron participar, y aprender, y saber.

En Telesur nos quedó un sabor amargo, porque nos faltó compartir más. Una convicción personal: no pudimos aprender más de Botero, quien la misma noche de la primera emisión en vivo recogió su botellita de agua y mandó a la mierda a impertinentes jefes que ahora, un montón de años después, confirman que siempre estuvieron en la vereda de enfrente.

Me lo imagino ahora a El Botas leyendo esto y sonriendo cómplice. Y enseguida cambiando de tema y preguntando por tal y cual y por la familia. Por las cosas de la vida. La que ahora nos toca a nosotros seguir transcurriendo. Las próximas frías en el punto justo serán a su salud, Botero.

 

*Periodista argentino del equipo fundacional de Telesur. Corresponsal de HispanTV en Venezuela, editor de Questiondigital.com. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la).