Bolivia: el golpe dentro del golpe

289

Katu Arkonada

¡Yo no soy cualquiera, soy artesano, carajo! Este grito desesperado del padre de Pedro Quisbert Mamani, asesinado por la represión gubernamental en la masacre de Senkata, sintetiza un proceso de cambio boliviano que los golpistas no terminan de entender.

Si algo hicieron Evo Morales y el MAS, por encima incluso de la nacionalización de los recursos naturales o la convocatoria de una Asamblea Constituyente, fue devolver la dignidad a las y los condenados de la tierra, a los nadies, a las clases populares de una Bolivia convertida en Estado Plurinacional.

Mientras tanto, como ha escrito Álvaro García Linera, en el lenguaje político de la clase media tradicional se impone el odio racial. El odio al indio. Se constata que Evo Morales siempre fue la cristalización de los sueños e imaginarios de las mayorías sociales, y por eso el odio focalizado contra él, que es el odio contra todo un pueblo. Pero, además, esa clase media está unida en su odio, y por eso permiten los asesinatos con bala y justifican un gobierno demencial en el que un señor misógino y maltratador de mujeres es puesto a la cabeza de la cacería contra el MAS.

En cambio, lo popular es por definición fragmentado. Pero en esa debilidad está su potencia, y por eso la insurrección popular al golpe, como la del año 2003 en El Alto, está conformada por una red de microliderazgos regionales que ni siquiera el mismísimo Evo Morales puede controlar, mucho menos el gobierno golpista.

Las movilizaciones regionales piden en primer lugar la renuncia de la autoproclamada presidenta, Jeanine Áñez, identificación de los autores materiales e intelectuales del golpe de Estado y las masacres posteriores en Sacaba o Senkata, y el retorno de la democracia y el estado de derecho a Bolivia.

Entre todas estas demandas, quizás la más importante para entender lo sucedido en Bolivia es la de esclarecer quiénes son los responsables intelectuales del golpe de Estado.

No lo es ciertamente Jeanine Áñez, un títere desechable como en su momento lo fue Michel Temer en Brasil. Tampoco Carlos Mesa, que nunca tuvo ningún liderazgo en los días posteriores a las elecciones presidenciales del 20 de octubre, y quien de hecho ni siquiera se puede atribuir el 36 por ciento de los votos obtenidos, pues sabe perfectamente que él sólo concentró el voto anti-Evo, sin que eso implicara ninguna adhesión a su proyecto.

Y a pesar de su proyección mediática, tampoco el actor principal de este golpe es Luis Fernando Macho Camacho, a quien le tocó justamente interpretar ese papel, el de un toro que embiste y concentra los focos para que otros puedan moverse en las sombras pasando inadvertidos. Ni siquiera Vladimir Yuri o Kaliman, comandantes en jefe de la Policía y Fuerzas Armadas, detonadores de un golpe cívico, político, policial y militar, se pueden otorgar la responsabilidad principal.

El golpe dentro del golpe de Estado se ha ejecutado de manera impecable, de modo que los anteriores líderes opositores, policiales y militares, creen que son los responsables de haber forzado el asilo político de Evo Morales. Pero las responsabilidades trascienden Bolivia y apuntan directamente a Estados Unidos.

Es sabido que Yuri Calderón fue agregado militar en la embajada de Bolivia en Washington hasta diciembre 2018, y Kaliman fue agregado militar entre 2013 y 2016. También es de sobra conocido en círculos políticos la relación de la Fundación Nueva Democracia, de Óscar Ortiz, con la Fundación Atlas, el IRI del Partido Republicano y la NED.

Sin embargo, el principal articulador del golpe se llama Jorge Quiroga. Tuto Quiroga fue vicepresidente del dictador Banzer, y presidente de Bolivia entre 2001 y 2002. Desde entonces sus vínculos con las diferentes agencias del Departamento de Estado no han dejado de crecer, así como con la OEA, siendo el responsable de la misión de observación electoral que avaló el fraude cometido por Juan Orlando Hernández en Honduras.

Ahora mismo, las principales instrucciones del Departamento de Estado respecto de Bolivia llegan por medio de Tuto Quiroga, quien ha sido no sólo el principal articulador del golpe, sino también el responsable de la autoproclamación de Áñez por medio del ex diputado de Podemos (partido de Tuto) Luis Vásquez Villamor, jurista que encuentra un fallo del Tribunal Constitucional de 2001 (basado a su vez en la Constitución de 1967, sin validez desde la aprobación de la CPE en 2009) que permite a la derecha justificar legalmente el golpe de Estado.

La principal misión de Tuto Quiroga ahora es operar el retorno de la DEA y la Usaid a Bolivia, expulsadas durante el gobierno de Evo, para poder deshacer la situación de poder dual que se vive, donde los golpistas controlan el ejecutivo, pero si siguen manteniendo la represión pronto van a comenzar las fisuras en la policía, y, sobre todo, en el ejército.

Del lado del proceso de cambio la situación no es fácil tampoco, pues, aunque hay un control de una parte del territorio y de dos tercios en la Asamblea Legislativa Plurinacional, la polarización se ha transformado en odio y la amenaza de represión gubernamental, también contra diputados y senadores, es un hecho.

Si la contrarrevolución ha triunfado, al menos momentáneamente, por un exceso de democracia, entendida esta como igualación y distribución de la riqueza, como afirma García Linera, la respuesta sólo puede ser una radicalización de las posiciones democráticas. Una radicalización que implique no sólo la rebelión contra la dictadura, sino también el regreso de Evo Morales para pacificar el país.

El factor Evo es decisivo en esta ecuación, si no regresa y se pierde la cohesión en el movimiento popular, lo que ahora es un factor de pacificación, puede ser en el futuro de desestabilización.

Ahora es cuando, toca cuidar a Evo, pero también garantizar su regreso a Bolivia con el debido acompañamiento de la comunidad internacional. El futuro del proceso de cambio boliviano depende de ello.

*Politólogo especialista en América Latina