Bolívar y las importaciones fantasmas
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. Las tropas hambreadas han revendido esos bonos por centavos a la oligarquía, y ésta se propone cobrar por su valor nominal hasta el último céntimo de esos créditos a la República. Desde que nace la Patria revolotean los buitres.
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Para pagar esas deudas, la República debería cobrar impuestos a quienes tienen con qué pagarlos, los oligarcas. Pero únicamente el Congreso autoriza impuestos, y sólo pueden ser elegidos para él quienes tienen bienes de fortuna: los menos dispuestos a pagar por la Independencia que les abre el comercio con el mundo. Este Congreso de ricos sanciona la ley de 7 de julio de 1823, que autoriza al gobierno para “emitir y poner en circulación en Europa o en otra parte, vales, obligaciones o pagarés sobre el crédito de la República por vía de empréstito”. La oligarquía cobrará sus créditos a costas del irredimible endeudamiento del Estado, es decir, de todos.
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El vicepresidente Francisco de Paula Santander nombra a los comerciantes Arrubla y Montoya en la doble condición de representantes de la Gran Colombia y de comisionistas que recibirán 1% del empréstito. El ministro Hurtado también cobra comisión y se asocia a las empresas prestamistas.
En Londres estos funcionarios comisionistas o comisionistas funcionarios contratan el empréstito con la banca que presenta peores condiciones para la República, la Casa Goldsmich, y la habilitan como “agente del gobierno de la República de Colombia para la transacción de todos los negocios de dicha República en Inglaterra”. A través de ella debían los grancolombianos realizar todas sus compras en las islas británicas, pagándole sabrosas comisiones. Como resultado, los puertos del Caribe quedaron abarrotados de pertrechos, armas, aparejos e implementos deteriorados o inútiles. Antes de culminar su Independencia, quedaba la República ahogada en importaciones fantasmas, que debía pagar a precio de oro.
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A estas raterías se añade la triquiñuela de permitir a la oligarquía convertir los devaluados pesos grancolombianos en libras esterlinas para financiar sus importaciones y operaciones comerciales. Los 30 millones de libras del empréstito se fueron así en pagar deudas sobrevaluadas, falsas importaciones o compras suntuarias a la oligarquía, sin aplicarse a la agricultura ni a la cancelación de la deuda externa, para lo cual se contrajo.
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Bolívar, sin recursos, sin hombres, se empantana enfermo en Pativilca mientras la oligarquía peruana y el traidor marqués de Torre Tagle entregan el país a los realistas. Al solicitar una vez más recursos para culminar la Independencia, Santander le contesta el 10 de mayo de 1824 que “El Congreso prevé un nuevo empréstito a favor del Perú, pues el tan decantado de los 30 millones no es disponible para ésta, según las órdenes terminantes que ha dado el Congreso”. Y luego, que “Sin una ley del Congreso no puedo hacer nada, porque no tengo poder discrecional, sino el que pueda ejercer conforme a las leyes, aunque se lleve el diablo a la República”.
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El diablo no se lleva a la República porque Bolívar triunfa en Junín y Sucre sella la Independencia americana en Ayacucho. Bolívar parte a Venezuela en 1826 a reducir la rebelión de Páez, juega una rápida partilla de tresillo con Santander, gana algunos pesos y los embolsilla diciendo con terrible ironía: “Por fin me toca mi parte del empréstito”. Santander resiente la alusión; de allí arranca la enemistad que culmina en el atentado contra Bolívar de 1828. Dos años después muere quien nos libertó de las cadenas de la dependencia política; los que nos remacharon las de la usura y la deuda alientan todavía.
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